Comparar a los caudillos “bárbaros” del siglo XIX, esos personajes tan rudos descritos por Alcides Arguedas, con Evo Morales el “caudillo bárbaro” del siglo XXI, es como poner a un león y un gato con melena bajo el mismo letrero de “reyes de la selva”. Por supuesto, ambos luchaban por el poder, pero unos con las armas en la mano y el otro con tweets y discursos vacíos. Y aunque se separan por más de cien años, lo que no cambia es la vieja receta: liderazgo personalista, promesas de justicia social y una pizca de heroísmo popular, sazonados con un toque de autocracia camuflada.
Al cotejar la historia política con una danza, se advierte que los caudillos del siglo XIX eran como los viejos maestros del baile, aquellos que se imponían en el escenario con su presencia majestuosa, dirigidos por el ritmo de la espada y la guerra. En cambio, Morales entra al escenario a través de una invitación más formal, el “baile democrático”, siguiendo las coreografías de la constitución y las urnas. Sin embargo, aunque el escenario ha cambiado, la música no ha variado mucho: las partituras siguen dictadas por una figura central, un líder cuya sombra lo cubre todo, como un director de orquesta que, en vez de batuta, empuña el control absoluto.
La danza de Morales, aunque más estructurada y protocolar, no deja de ser una coreografía donde las instituciones parecen moverse al ritmo de su voluntad, como marionetas que siguen los movimientos de un solo hilo. En lugar de la guerra abierta de antaño, en el siglo XXI se manipulan los hilos de la política, las leyes y la narrativa, para que todo gire en torno a la figura central. El aparato del Estado no es más que el escenario donde se montan los actos, y los recursos del gobierno se usan como el telón de fondo, sosteniendo la hegemonía del líder, permitiendo que la representación continúe sin interrupciones.
Después de casi dos décadas de un espléndido reinado, afortunadamente somos testigos del glorioso desplome del “caudillo bárbaro”. ¡Qué alivio! Finalmente, parece que el país ha superado aquella fase de “adoración única” a una sola figura, y ahora podemos regresar a las maravillas de la pluralidad y el debate político. Claro, esta “decadencia” no ha llegado por arte de magia, sino que se explica por una serie de factores, esos pequeños y no tan notorios detalles que han marcado hitos cruciales en la historia política reciente de Bolivia, como si todo hubiera sido parte de un intrincado guion de telenovela, cuidadosamente tejido por manos invisibles. De esos momentos que, al parecer, nos han despertado de un largo sueño donde uno solo bailaba al ritmo del “caudillo”. La caída de ese coloso, tan grande en su propio relato, no es sino el resultado de varios tropiezos en el camino: la manipulación del poder, la fatiga de una narrativa que ya no convencía a todos, y, por supuesto, una pizca de la eterna lucha por el control del escenario político. Observemos detalles de esos factores que explican el ocaso del “caudillo bárbaro”.
Centralización del poder y personalismo
Durante su gobierno el “caudillo bárbaro”, Evo Morales, construyó una figura tan centralizada en su persona que terminó siendo el núcleo mismo del poder en Bolivia. En los primeros años de su mandato, este control absoluto fue interpretado como una sabia decisión política, orientando el rumbo del país con una claridad indiscutible. Claro, cuando todo gira en torno a una sola persona, es fácil mantener una posición dominante; el caudillismo centralizado le permitió a Morales gozar de un poder casi incuestionable, como si fuera el único faro capaz de guiar al país en la tormenta.
Sin embargo, como suele ocurrir con las estructuras que se sostienen sobre una sola columna, el tiempo hizo su trabajo. Lo que al principio parecía una maquinaria sólida, diseñada para resistir cualquier embate, se fue convirtiendo en una dependencia casi patológica de su figura. A medida que los años avanzaban, se hizo evidente que el sistema político del MAS carecía de la fortaleza para sostenerse por sí mismo. La falta de mecanismos claros de sucesión o de una estructura política autónoma hizo que el partido fuera cada vez más vulnerable, como un edificio majestuoso que pierde su estabilidad a medida que se aleja del plano original.
Aunque Morales logró mantener su dominio por años, hoy fuera del gobierno, su sistema de poder no se diseñó para sobrevivir sin él al timón. Al final, la estructura que él mismo construyó, tan dependiente de su liderazgo personal, no fue capaz de mantenerse una vez que la figura central dejó de estar al frente. Y aunque la idea de un liderazgo absoluto haya sido vista como una receta exitosa durante un tiempo, llegó un momento en que el mismo “sistema infalible” empezó a demostrar que, sin la presencia constante del líder, simplemente no podía sostenerse.
Así, la centralización del poder bajo Morales creó un vacío en el que no hubo oportunidad para que surgieran otros “caudillos” dentro del partido. Al concentrarse todo el control en su figura, los demás miembros se vieron desplazados, reducidos a roles secundarios, como piezas de ajedrez movidas solo por la mano del “caudillo bárbaro”. Esto, a su vez, generó un problema estructural grave: la ausencia de una sucesión interna clara. Sin un espacio para el florecimiento de nuevos liderazgos, el partido quedó atrapado en una dinámica de dependencia exclusiva de una única figura, sin preparación para afrontar un futuro sin esa guía central. La falta de un relevo generacional o de una estructura de liderazgo autónomo hizo que, al caer el líder, el partido se desmoronara al no tener a nadie capaz de sostener su peso.
Incertidumbre
“Las disputas no solo surgieron por la lucha por el poder, sino también por las divergencias sobre los fines y estrategias del MAS, creando un clima de incertidumbre sobre el futuro del movimiento.
Disputas internas y falta de cohesión dentro del MAS
El Movimiento al Socialismo (MAS) logró mantenerse unido por demasiado tiempo, como un barco navegando en aguas relativamente tranquilas. Sin embargo, desde que inició el gobierno de Luis Arce Catacora, comenzaron a surgir grietas en su casco, revelando las tensiones internas que antes pasaban desapercibidas. La cohesión inicial del MAS fue esencial para su estabilidad y éxito, pero con el tiempo, la creciente polarización social y política en el país comenzó a agitar las aguas, amplificando las diferencias dentro del partido. Las disputas no solo surgieron por la lucha por el poder, sino también por las divergencias sobre los fines y estrategias del MAS, creando un clima de incertidumbre sobre el futuro del movimiento. A medida que las interpretaciones de sus objetivos ideológicos se multiplicaban, las discrepancias sobre la dirección a seguir se hacían cada vez más evidentes, debilitando la unidad que había sido su fortaleza inicial. Esta situación se agravó en un contexto donde las tensiones políticas y sociales en el país se intensificaron, haciendo aún más difícil mantener la armonía interna y asegurar un liderazgo firme en un panorama cada vez más polarizado.
A medida que el MAS crecía como partido de gobierno, parecía ser inevitable que los intereses internos se diversificaran, como si fuera un proceso completamente espontáneo y natural. Por un lado, estaban los sectores más ideológicos y “auténticos”, como los campesinos e indígenas, que, por supuesto, vieron en Morales a un líder casi místico, representante de sus luchas históricas. Por otro lado, estaban esos modernos “pragmáticos”, los tecnócratas y sectores urbanos, que se alinearon más con la política económica de los números y las realidades del mercado que con los ideales revolucionarios que originalmente dieron forma al movimiento. Unos tan ideales y otros tan realistas; todo un ejemplo de cómo la política puede adaptarse con tanta flexibilidad a los tiempos modernos.
El desgaste de la figura de Evo Morales en el partido
El “caudillismo bárbaro” de Morales, tan cuidadosamente diseñado alrededor de una fuerte personalización del poder, comenzó a mostrar sus primeras grietas en la última etapa de su gobierno y más aún en el gobierno de Arce. Este agotamiento no pasó desapercibido, y algunos sectores del MAS empezaron a preguntarse si la figura de renovación y unidad que alguna vez representó no se había transformado, de manera tan sutil, en una imagen más bien polarizadora, centrada cada vez más en la perpetuación en el poder. Al parecer, el mismo líder que había prometido romper viejos moldes, terminó siendo un molde más, uno que algunos ya no querían seguir.
Tensiones por la reelección indefinida también afectaron al ocaso del “caudillismo bárbaro” de Evo Morales. La modificación constitucional de 2016, que habilitó la reelección indefinida de Morales tras la derrota en el referéndum del 21F, fue una jugada política tan “inesperada”. Naturalmente, esta decisión generó algo de “malestar” tanto dentro como fuera del MAS, algo completamente lógico cuando se percibe que un sistema democrático se ajusta con tanta flexibilidad a las necesidades de un líder. El fallo del Tribunal Constitucional, que permitió su tercera postulación, fue ampliamente criticado, incluso por algunos dentro del propio MAS, aunque solo por aquellos que no lograron entender la verdadera “visión de futuro” que Morales tenía para el país. Esta maniobra para perpetuar su poder, tan sutil y disimulada, terminó distanciando a muchos de sus aliados originales, quienes evidentemente preferían un poder compartido o al menos un poder que no se alargara tanto.
Giros perversos en la narrativa discursiva
La narrativa discursiva de Evo Morales, que al principio fue un motor clave para consolidar su liderazgo, se transformó con el tiempo en un factor decisivo en el desmoronamiento de su figura política. Inicialmente, su discurso era inclusivo, cargado de promesas de justicia social, equidad y unidad. Morales se presentó como la voz de los sectores más excluidos, los campesinos, los indígenas y las clases populares, lo que le permitió ganarse un apoyo masivo y arraigar su imagen de líder revolucionario y transformador.
Sin embargo, a medida que pasaron los años, su narrativa fue evolucionando, pero en un sentido problemático. A medida que su gobierno se consolidaba, la retórica de lucha contra el imperialismo y de defensa de los derechos de los más humildes se fue diluyendo y, en su lugar, emergió una narrativa más centrada en la figura del “líder indispensable”. Este cambio se reflejó en su creciente insistencia en la idea de que su liderazgo era imprescindible para la continuidad de los avances conseguidos, y que cualquier cuestionamiento a su figura era una amenaza para la estabilidad del país. En este punto, la narrativa pasó de ser inclusiva y colectiva a ser marcadamente personalista y centralista.
Este giro en su discurso generó una desconexión con sectores del MAS y de la sociedad que inicialmente lo habían apoyado. Muchos vieron en sus palabras no una defensa de los ideales por los que se había luchado, sino un intento de perpetuarse en el poder, lo que debilitó la confianza en su liderazgo. El argumento de la “voluntad popular” que Morales utilizó para justificar su reelección indefinida comenzó a percibirse como un intento de manipular la democracia a su favor, lo que exacerbó la polarización política y distanció a los aliados que en un principio compartían su visión.
Además, Morales comenzó a repetirse y a utilizar un lenguaje cada vez más fragmentado, dejando de lado el enfoque de cambio estructural para centrarse en temas que reforzaban su imagen personal y su permanencia en el poder. Este desgaste discursivo contribuyó a la fatiga tanto dentro del MAS como en la sociedad en general, lo que permitió que los sectores críticos de su propio partido emergieran y cuestionaran su liderazgo. La ausencia de una narrativa renovadora y de un discurso inclusivo que pudiera adaptarse a las nuevas demandas del país terminó siendo uno de los factores clave en el desmoronamiento de su autoridad. La repetición de los mismos temas y la creciente centralización de la política alrededor de su figura hicieron que, en última instancia, su discurso dejara de ser un factor de cohesión y se convirtiera en uno de los elementos que erosionó su liderazgo.
Finalmente, el ocaso del “caudillo bárbaro” puede compararse con el lento desmoronamiento de una torre de arena erigida en las costas de la historia. Como un eco distante de los caudillos del siglo XIX, la promesa de un poder absoluto acabó siendo su propia trampa, y la melodía que antes unificaba a muchos, terminó por dividir a todos. [P]