Vivimos tiempos convulsos y contradictorios. Por una parte, estamos instalados en una época que recomienda ser políticamente correcto, cuidadoso en el lenguaje de palabras y gestos porque existen grupos que se hieren o temen ser heridos por una frase, no importa si ella es largamente pensada o dicha al pasar. Como señala Darío Villanueva, la nuestra es la época de “morderse la lengua”, para no tener expresiones que dañen a colectivos, entre ellos, de mujeres, indígenas, minusválidos o animalistas.
Según cuenta Susan Neiman en su libro Izquierda no es woke: una editora alemana que promocionaba un libro con la frase “este libro te abrirá los ojos” fue atacada porque podía causar sufrimiento a los ciegos; esta misma censura tuvo el poema de una escritora negra solo por estar traducido por un hombre blanco. Hoy los políticos, escritores, intelectuales y hasta los cómicos tiene que ir modulando sus palabras para no herir a quienes creen tener el derecho de señalar con dedo acusador a quien se atreva a cuestionar su real o supuesto “ser”.
Contrariamente a lo anterior, en el mundo de la política cada vez más ganan adeptos lideres bárbaros e irreflexivos, de lengua suelta y maliciosa, como Donald Trump, Javier Milei o Jair Bolsonaro. El presidente electo de los Estados Unidos Trump mantuvo a lo largo de su última campaña electoral que los latinos eran basura; por su lado el actual presidente argentino Milei sostuvo que todos los zurdos (izquierdistas) eran una mierda a los cuales habría poco menos que matarlos. Por su parte, Bolsonaro solía referirse a una legisladora como que “ella no había sido violada por ser muy fea”.
En sus primeros pasos en la actividad política, nadie tomaba en serio a Trump, Milei o Bolsonaro. Eran una suerte de curiosidades pasajeras, personajes esperpénticos y circenses que el tiempo y el buen criterio se encargarían de colocar en el basurero de la historia. Nada de eso pasó, los tres llegaron a la primera magistratura de sus países, bendecidos por el voto, el aplauso y el beneplácito de miles de seguidores. Hoy hemos llegado a la increíble paradoja de que el descriterio, la ignorancia y la intolerancia abonan popularidad y respaldo en las urnas.
¿Cómo se explica esta contradicción entre la pretendida nueva etapa cultural donde se debe cuidar lo que se dice con la incontinencia verbal de lideres populistas? A primera vista parecerían distintos. Entre los defensores de lo políticamente correcto podemos ver a lideres de izquierda, defensores del rol del estado en la economía y empáticos con pobres y desheredados. En la otra vereda, vemos a personajes de derecha, de tendencia promercado, que reclaman volver a la grandeza real o pasada de la nación.
Empero, los parecidos también resaltan: ambos son retoños de la política de la identidad que busca no solo redistribución sino reconocimiento de grupos, que solo por ser o proclamarse distintos, deben tener derechos exclusivos, distintos y especiales del común de los mortales; también son corrientes políticas que apelan a las emociones en vez de la razón y se niegan a establecer canales mínimos de comunicación con otros colectivos que, por definición, son sus enemigos. Por último, ambos son agregados de fanáticos no paran mientes en destruir a quien esté en las antípodas de su ideología o simple criterio.
Si bien ya es escandaloso que estas políticas se hayan impuesto, lo es más el tiempo que han tardado en hacerlo. Como nos lo recuerda John Keane, “construir una democracia es una ardua tarea que puede llevar al menos toda una vida, mientras que su destrucción o ´democidio´ es mucho más fácil y puede ocurrir más rápido”. Bolivia ya tenía 24 años de democracia hasta que se encumbró el MAS en el poder y se tardó menos de tres años en socavar la institucionalidad democrática. (Para 2009 Morales ya había tomado la fiscalía y barrido con buena parte del poder judicial.) La democracia boliviana antes de 2006 no era la mejor ni la esperada, era un cuerpo enfermo con muchas dolencias que reclamaban atención, empero el MAS fue como un cáncer que terminó por matar las pocas células sanas que había en el cuerpo político y cultural boliviano.
Ahora toca reconstruir y sanar. Será un proceso largo y tortuoso que fácilmente nos puede llevar las próximas dos décadas. Este lapso de tiempo puede ser menor si nos damos a la poca practicada tarea de razonar en vez de repetir y de pensar en vez de creer. Como decía Hannah Arendt, en tiempos de oscuridad tenemos el derecho de esperar cierta iluminación. [P]