El 2025 se perfila como un año crucial para Bolivia en materia de política exterior. Sin una estrategia definida, con una Cancillería debilitada y liderada por una figura sin formación diplomática, el país enfrenta un escenario internacional complejo donde su margen de acción se reduce cada vez más. Desde su rol en los BRICS hasta sus relaciones bilaterales con los países vecinos, pasando por su errática posición en organismos multilaterales, el panorama resulta poco alentador.

La adhesión de Bolivia a los BRICS como “país socio” fue anunciada con entusiasmo por el gobierno, pero en los hechos, esta categoría carece de un peso real. Bolivia fue incorporada a última hora, tras la exclusión de Venezuela, en lo que parece más un gesto simbólico que una decisión con consecuencias tangibles. La cuestión de fondo es si esta incorporación implica una alineación definitiva con un bloque que desafía el orden occidental, donde la democracia es el principio rector. En los BRICS, Bolivia no jugará un papel relevante, y su inclusión apenas modifica su situación internacional. Más bien, parece ser un objetivo de las potencias del bloque, tanto por su posición estratégica como por sus recursos naturales, como el litio.

En los acuerdos de integración, MERCOSUR y Comunidad Andina, Bolivia oscila entre la efectiva incorporación y el aislamiento. Si bien ha dado pasos hacia su plena adhesión al MERCOSUR, esta sigue enfrentando obstáculos estructurales y políticos. 

Tras dos décadas de un comercio deficitario con el grupo, las exportaciones bolivianas no lograron equilibrar la balanza comercial, y a pesar de los discursos oficiales, los beneficios concretos siguen sin materializarse. Excluyendo el gas, el déficit acumulado en 20 años supera los 40 mil millones de dólares. A medida que los plazos se cumplen y la adhesión se formaliza, el gobierno mantiene un silencio preocupante sobre las ventajas reales de este paso, sin responder tampoco a las inquietudes sobre las restricciones que podría implicar en el futuro.

A la par, la Comunidad Andina de Naciones ofrece una plataforma donde Bolivia podría fortalecer su comercio y cooperación con Perú, Ecuador y Colombia, evitando quedar relegada en la región. Sin embargo, la falta de una estrategia clara sigue limitando su participación efectiva en el bloque.

En el ámbito multilateral, la ausencia de un embajador boliviano en Naciones Unidas, tras la renuncia de Diego Pari, refleja el desinterés y la falta de dirección en la diplomacia del país. En los últimos años, Bolivia ha adoptado una posición errática y obsecuente con Moscú, alejándose de una diplomacia equilibrada. Sin una representación efectiva y con una política exterior dictada por intereses ajenos, su participación en la ONU seguirá siendo irrelevante.

En el plano bilateral, la relación con Estados Unidos demanda cautela y redefinición. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la inminente designación de Marco Rubio como Secretario de Estado presagian una política exterior estadounidense más confrontativa con los gobiernos de izquierda en América Latina. Aunque Bolivia no figura entre las prioridades de Washington, podría verse afectada por una renovada presión en materia de lucha contra el narcotráfico y las libertades democráticas. La diplomacia boliviana tendrá que decidir entre mantener la absurda distancia con Estados Unidos o buscar un acercamiento pragmático que permita reposicionar la relación bilateral sin perder soberanía.

Con Chile, la disyuntiva es el pragmatismo o la inacción. Las negociaciones entre ambos países se han reactivado tras años de estancamiento, pero los avances siguen siendo inciertos. De los cuatro acuerdos firmados recientemente, el más tangible es aquel por el cual Chile solucionará el problema que le genera la migración venezolana descontrolada, claro está, a costa de Bolivia. El acceso soberano al mar ha sido relegado a un plano secundario después del fallo de la Corte Internacional de Justicia, lo que obliga a Bolivia a redefinir su estrategia con Chile, enfocándose en lograr acuerdos concretos en materia de libre tránsito, aprovechamiento de recursos hídricos y cooperación comercial, sin perder de vista la reivindicación histórica.

China y Rusia representan, a su vez, una ecuación compleja como socios estratégicos o riesgos latentes. En los últimos años, Bolivia ha intensificado sus vínculos con ambas potencias, especialmente en sectores como energía, infraestructura y defensa. Sin embargo, con la creciente polarización geopolítica y el endurecimiento de la política exterior de Washington, estos lazos podrían convertirse en un factor de tensión. La diplomacia boliviana tendrá que administrar con cautela sus relaciones con Beijing y Moscú para evitar quedar atrapada en una dinámica de confrontación global.

En lo real el deterioro de las finanzas públicas podría llevar a Bolivia a recurrir al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial en busca de financiamiento. Esto implicaría negociar condiciones que podrían chocar con la retórica oficialista, que históricamente ha criticado a estos organismos. La gestión de estas relaciones será clave para evitar ajustes que generen inestabilidad social y para mantener la credibilidad internacional del país o tal vez, esperar a que el próximo gobierno lo materialice.

Bolivia encara 2025 con un panorama diplomático desafiante, donde las decisiones tomadas definirán su rol en la región y el mundo. La habilidad de su diplomacia para manejar las tensiones con Washington, consolidar sus vínculos regionales y administrar su situación económica determinará si el país logra fortalecer su posición internacional o si, por el contrario, queda atrapado en un aislamiento progresivo. [P]