El huracán estadounidense
Javier Viscarra Valdivia, abogado, periodista y diplomático
El presidente Donald Trump volvió a sacudir el tablero geopolítico con un discurso ante el Congreso que combinó ambición, determinación y un aire de desafío. En una alocución que no escatimó en grandes promesas, encomendó a su secretario de Estado, Marco Rubio, afinar los detalles para que Estados Unidos “recupere” el Canal de Panamá, al tiempo que abrió la puerta a un futuro incierto en Groenlandia, donde aseguró que promoverá el derecho a la autodeterminación de sus habitantes e, incluso, les ofreció la posibilidad de integrarse a la Unión Americana.
Trump advirtió que, por razones de seguridad internacional, Estados Unidos conseguirá Groenlandia —territorio autónomo del Reino de Dinamarca—, sea de un modo u otro, porque necesitamos la isla para prevenir un eventual ataque del extremismo islámico. Y, en un guiño a su doctrina de supremacía militar, reafirmó su compromiso de construir las Fuerzas Armadas más poderosas del futuro.
Pero si alguna declaración marcó la noche fue su mirada más allá del planeta Tierra. Con el aplomo de quien se siente dueño del destino de su nación y más allá, Trump proclamó que la era dorada de Estados Unidos apenas comienza y que no descansará hasta ver la bandera estadounidense ondeando en el planeta Marte.
La guerra en Ucrania
Trump no se midió en sus revelaciones. Informó al Congreso que recibió una carta de Volodímir Zelensky, en la que el líder ucraniano, olvidando el mal momento de hace una semana en la Oficina Oval de la Casa Blanca, le ofreció volver a sentarse en la mesa de negociaciones, en la fecha que Trump estime conveniente.
Según la versión radiotelevisada desde el Congreso de los Estados Unidos, Zelensky está dispuesto a negociar los acuerdos de paz con Rusia bajo el liderazgo del presidente estadounidense y también está listo para firmar los acuerdos sobre minerales y tierras raras que la semana pasada quedaron pendientes.
Otra de las revelaciones fue su conversación con Moscú. El presidente estadounidense dijo que Rusia también está dispuesto a encontrar una solución para detener la guerra, que causa muerte y sufrimiento desde hace tres años. “¿No es esto muy bueno?”, preguntó Trump a los congresistas, arrancando aplausos de los republicanos, ante la mirada impertérrita de los demócratas. Reiteró una vez más la importante cantidad de recursos que su país destinó a Ucrania —350 mil millones de dólares— y, en contrapartida, citó que toda la ayuda europea no llega ni a los 100 mil millones. La diferencia es demasiado grande, teniendo en cuenta que a nosotros nos separa un océano de distancia.
¿Dónde queda la globalización?
El estruendoso espectáculo montado hace unos días por Trump en la Casa Blanca, con Zelensky como invitado maltratado, no marcó ni el principio ni el fin de la globalización. Ese resquebrajamiento se venía gestando en los pasillos oscuros del poder desde hace tiempo. Sin embargo, el mencionado encuentro fue el campanazo más resonante, la señal inequívoca de que la geopolítica mundial se reconfigura a velocidad de vértigo, mientras algunos, aferrados al espejismo de la estabilidad, siguen esperando que todo vuelva a ser como antes.
El mundo, que hace unos años parecía dividido entre dos bloques enfrentados económicamente —con Estados Unidos en una esquina y China en la otra—, hoy muestra un panorama mucho más complejo. Nuevos y viejos actores han entrado en escena con agendas propias. Rusia sigue ostentando un poder militar formidable (y un arsenal nuclear que no deja de brillar), mientras Europa, de golpe, descubre que ya no es un actor central.
Si las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea (UE) ya eran ríspidas, ahora el diálogo es prácticamente inexistente. Bruselas ha tomado nota y, en lugar de esperar el próximo arrebato de Washington, ha decidido fortalecer su inversión militar. Programas como la Iniciativa Europea de Protección del Cielo y ReArm Europe buscan movilizar 800.000 millones de euros en los próximos cuatro años para aumentar el gasto en defensa.
Lo más sorprendente es que, en los círculos europeos, ya no solo se habla de represalias arancelarias, sino de algo que hasta hace poco parecía impensable: una remota respuesta militar a las presiones de Washington. Y en esto Groenlandia puede ser el punto de quiebre.
El nuevo Trump
A diferencia de su primer mandato, Donald Trump no muestra ningún atisbo de sutileza. De un manotazo cambió las fichas del tablero, dejando algunas tambaleando y a otras con la mirada perdida, tratando de entender la brusquedad de sus movimientos. Ya no hay rastros de la sofisticación estratégica de un Kissinger; el nuevo Trump prefiere la política de la patada en la puerta.
Su cruzada contra los globalistas y la multilateralidad ha sido despiadada; retiró a Estados Unidos de la OMS, cortó fondos para la lucha en favor de los derechos humanos en la ONU y renunció a la lucha contra el cambio climático. Arremetió contra las políticas de género.
Trump inició el ajuste de cuentas con sus vecinos. México, pragmático, pidió tiempo para cumplir con las exigencias de Washington; Canadá, con la elegancia de un buen vecino, anunció represalias inmediatas. Pero en su discurso ante el Congreso, Trump reveló que Canadá impone aranceles mucho más altos de los que aplica Estados Unidos y eso debe cambiar. Lo mismo ocurre con México que, además, enfrenta hostigamiento por la migración y el tráfico de fentanilo, un opioide sintético hasta 50 veces más potente que la heroína.
La guerra puede descontrolarse después del próximo 2 de abril, fecha elegida por Trump para aplicar la política de reciprocidad arancelaria, con el pretexto de que Estados Unidos es más víctima de aranceles elevados que todos sus socios comerciales.
La movida más arriesgada de Trump es su enfrentamiento con China. El gigante asiático anunció responder con la misma moneda y aplicar aranceles donde más le duele a Estados Unidos, la industria agrícola. Lo que viene promete ser aún más doloroso, con tarifas que afectarán la maquinaria agrícola, una de las piedras angulares de la economía estadounidense. Tampoco deja de provocar zozobra la declaración de la embajada China en Washington que, al día siguiente del discurso de Trump, sostuvo que ese país está listo para la guerra en el ámbito comercial o en cualquier otro frente.
El sello definitivo
En su extenso discurso ante el Congreso, Trump dejó claro que su agenda sigue intacta. Quiere volver a “hacer grande a América otra vez” y, para lograrlo, no piensa detenerse ante nadie.
En Bolivia, mientras tanto el gobierno del MAS sigue mirando al mundo en términos de izquierdas y derechas, como si el tiempo se habría detenido en la Guerra Fría, cuando más allá de nuestros límites la realidad avanza a otro ritmo. El gobierno que asuma en noviembre deberá enfrentar un escenario internacional completamente distinto y, por consiguiente, deberá rediseñar la vapuleada política exterior boliviana.
Si el huracán estadounidense no encuentra resistencia, podríamos estar presenciando el escalofriante resurgimiento de un mundo unipolar… con un amo ruidoso y, sobre todo, impredecible. [P]
El nuevo orden internacional trumpista
Andrés Guzmán Escobari, analista en temas internacionales
Desde el estallido de la crisis financiera global en 2008, la globalización y la interdependencia económico-comercial, que habían avanzado significativamente desde el fin de la Guerra Fría, entre 1991 y 2008, comenzaron a debilitarse de manera evidente. Después de la segunda peor crisis económica y financiera de la historia, solo superada por la Gran Depresión (1929-1939), sucedieron una serie de acontecimientos que marcaron aún más la tendencia hacia la desglobalización y el desacople: la creación de los BRICS en 2010, la expulsión de Rusia del G8 en 2014, el Brexit en 2016, la guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos a partir de 2017, la invasión rusa de Ucrania en 2022 y la guerra entre Israel y el llamado “Eje de la Resistencia” liderado por Irán desde 2023.
Las cadenas globales de valor y el comercio internacional también se vieron afectados por otros factores de alcance mundial, como la pandemia de covid-19 y los desastres naturales asociados al cambio climático (inundaciones, incendios y sequías), que han sido, junto a los otros acontecimientos, los principales causantes del estancamiento de la economía global.
El gobierno de Donald Trump, a diferencia de sus predecesores, ha dejado de defender la democracia, el libre comercio y el multilateralismo, generando una incertidumbre que no solo acentúa el proceso de desglobalización y desacople, sino que podría poner punto final al ordenamiento basado en el sistema de Naciones Unidas y Bretton Woods.
Desde su primera administración, y también ahora, Trump ha elogiado a líderes autoritarios, impuesto aranceles a varios países y retirado a Estados Unidos de acuerdos y organismos internacionales fundamentales para la gobernanza global, como la Organización Mundial de la Salud, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el acuerdo de la OCDE sobre impuestos globales y el Acuerdo de París sobre el cambio climático.
Dualidad
El acercamiento del gobierno de Trump al régimen autoritario de Vladimir Putin marca un giro de 180 grados en la postura estadounidense frente a la guerra en Ucrania. Este “golpe de timón” plantea a su vez una reconfiguración geopolítica en la que Estados Unidos no solo estrecha lazos con su principal adversario militar, sino que también se aleja de sus aliados tradicionales, agrupados en el G7 y la OTAN. Si bien esta estrategia parece estar orientada a evitar el afianzamiento del eje Moscú-Pekín, que se fortaleció significativamente durante el gobierno de Joseph Biden, también genera incertidumbre sobre la credibilidad de Estados Unidos como socio confiable y pone en riesgo las alianzas forjadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pilares de la pax americana.
Algo similar ocurrió durante la Guerra Fría, cuando el gobierno de Richard Nixon, asesorado por Henry Kissinger, se acercó a la China de Deng Xiaoping para impedir una alianza comunista y antioccidental entre la URSS y China. Sin embargo, en aquella ocasión, Nixon no desafió los principios tradicionales de la política exterior estadounidense, ni se alejó de sus aliados europeos, al contrario, los mantuvo intactos y reforzó la seguridad del bloque occidental.
Aunque la estrategia de Trump podría parecer contraproducente desde el prisma político de la Guerra Fría, existen elementos realistas del contexto actual que podrían justificarla. En primer lugar, dado que la configuración geopolítica del mundo ha vuelto a ser esencialmente tripolar –con Pekín, Moscú y Washington como los principales actores– y dado que China se ha convertido en el principal adversario económico, tecnológico y financiero de Estados Unidos, resulta lógico intentar debilitar la alianza entre China y Rusia, su principal adversario militar.
Esta estrategia cobra aún más sentido si se considera el potencial de los BRICS+, entre los que también se incluye a Bolivia y que algunos autores han denominado “sinosfera” (Cutler, 2022) o “Este Global” (Ikenberry, 2024). Este bloque de países emergentes y ricos en recursos naturales, que se distingue del Sur Global (donde verdaderamente pertenece Bolivia) y se opone a la “anglosfera” u “Oeste Global”, liderado por Estados Unidos, es el que promueve un mundo multipolar o multiplex y el único que había intentado socavar el orden internacional liberal, hasta la llegada de Trump a la escena política mundial.
Con esta lógica disruptiva, Trump ha estado tratando de acabar con la guerra en Ucrania, sin importar que Putin obtenga un significativo triunfo militar sobre Europa y el propio Estados Unidos. Con dicho triunfo, Rusia no solo podría anexar una parte importante de Ucrania, sino que también podría tener vía libre para expandirse sobre otros países europeos. Esto es así porque el gobierno de Trump ha anunciado que no seguirá financiando la defensa europea ni tampoco cumplirá el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, en caso de una agresión externa a un miembro de la OTAN.
Mediante estas maniobras y anuncios, Trump pretende ganar por doble partida, porque no solo está reduciendo el enorme gasto que supone el sostenimiento de la Alianza Atlántica en la que solo Estados Unidos cubre aproximadamente el 60% del presupuesto; sino que además, al dejar a los países europeos a su suerte frente a la amenaza rusa, los obliga a adquirir armamento y equipamiento militar de fabricación estadounidense, ya que ni Europa ni Canadá cuentan actualmente con la capacidad industrial suficiente como para armar un ejército de la OTAN sin la participación de Estados Unidos.
Pragmatismo transaccional
Quienes intentan relacionar al trumpismo con una ideología claramente definida, como el conservadurismo liberal de extrema derecha, por ejemplo, u otras tendencias similares que han llegado al poder en algunos países europeos y Argentina, no han terminado de comprender que lo que guía este movimiento, al menos en el escenario internacional, son los intereses nacionales y el pragmatismo transaccional a ultranza. La lógica es muy clara y simple, anteponer los intereses de Estados Unidos primero (America First) para hacer grande al país nuevamente (Make America Great Again).
Bajo estas consignas, el gobierno de Trump está intentando terminar con la guerra en Ucrania. Pues antes que detener la matanza o evitar la destrucción de Ucrania, lo que busca la administración trumpista son beneficios económicos y estratégicos que puedan permitir a Estados Unidos mantener su hegemonía global. Por estos motivos, Trump ha señalado en varias oportunidades que quiere lograr una compensación por los varios billones de dólares que el gobierno de Biden entregó a Ucrania en forma de donación. Para lo cual, ha estado negociando con Ucrania un acuerdo para explotar sus tierras raras y otros recursos naturales, que le podrían servir para enfrentar a China en el ámbito tecnológico.
La idea es constituir un fondo de reconstrucción administrado por Ucrania y Estados Unidos, para explotar ciertas riquezas de Ucrania en favor de la reconstrucción del país y de los intereses geoeconómicos de Estados Unidos. El acuerdo que tenía que ser firmado durante la visita del presidente Volodímir Zelensky a Washington, fue postergado indefinidamente tras el maltrato que recibió este último de parte de sus anfitriones estadounidenses, Trump, Vance y Rubio, en la oficina oval de la Casa Blanca.
Este incidente, que muestra cómo las más altas autoridades de Estados Unidos quieren imponer sus condiciones, también deja dudas sobre la verdadera efectividad de la estrategia trumpista, debido a que el intento de doblegar y amedrentar públicamente al presidente ucraniano provocó reacciones que alejan la posibilidad de concretar el acuerdo antes mencionado. En efecto, tras su tensa reunión en la Casa Blanca, Zelensky no solo recibió el decidido apoyo de los países europeos que se comprometieron a incrementar su ayuda económica y militar a Ucrania, sino también el apoyo de su propio pueblo. Esto último desmiente el argumento trumpista de que Zelensky sería un “dictador sin elecciones” por haberse prorrogado en sus funciones debido a la guerra sin contar con apoyo popular. Lo ocurrido en la Casa Blanca dejó en evidencia que Zelensky no solo tiene apoyo de su pueblo, sino que este incrementa con los ataques y maltratos de Trump.
Puesta a prueba
El nuevo orden internacional que impulsa Trump se basa en una combinación de pragmatismo extremo, nacionalismo económico y una reconfiguración de alianzas que rompe con los principios tradicionales de la política exterior estadounidense. Su acercamiento a Rusia y su distanciamiento de Europa no solo desafían la estructura de seguridad global construida desde la Segunda Guerra Mundial, sino que también aceleran el proceso de desglobalización y erosionan la credibilidad de Estados Unidos como garante del orden liberal.
La efectividad de esta estrategia sigue siendo incierta, ya que su lógica disruptiva, aunque pueda generar beneficios económicos a corto plazo, también aumenta las tensiones internacionales y deja a Washington en una posición de mayor aislamiento. En este escenario, el trumpismo no solo redefine el papel de Estados Unidos en el mundo, sino que también pone a prueba los límites de un sistema internacional en crisis, donde las reglas tradicionales de la diplomacia parecen ceder ante la política de la transacción y la fuerza. [P]
Vientos geopolíticos inciertos
Álvaro del Pozo Carafa, internacionalista
Cuando hablamos de geopolítica, directamente nos debemos dirigir a la definición clásica que determina que este término se relaciona con la geografía en su concepto más amplio y su influencia en las Relaciones Internacionales. Ahora bien, la combinación de estos elementos incluyendo al Estado como el Sujeto dominante del espectro internacional, nos obliga a pensar en economía, política, historia, contexto, fuerza militar y disputa de Poder global.
Grandes potencias
EEUU vs CHINA. A lo largo de estos 25 años se ha desarrollado una competencia entre Estados Unidos y la China, desde la perspectiva norteamericana por mantener su hegemonía económica y militar y desde la visión de la nación asiática bajo el objetivo de desplazar a Estados Unidos de ese privilegiado lugar. La parte comercial ha sido quizá el elemento más recurrente en esta disputa. Hoy en los inicios del segundo mandato del presidente Trump, presenciamos la imposición unilateral de aranceles que claramente muestran un aumento en la intensidad de la batalla comercial entre ambos monstruos económicos. El motor de esta decisión de Washington radica en que en un mediano plazo haya un desplazamiento masivo de unidades productivas (fábricas) a suelo estadounidense y resolver el déficit comercial que mantiene con el gigante asiático. En 2023 este déficit representó 300.000 millones de dólares. La China por supuesto anunció reciprocidad ante cualquier medida que dañe su economía y planteó demanda ante la Organización Mundial de Comercio (OMC).
En el ámbito político podríamos mencionar a Taiwán como el foco más importante de tensión entre ambos países. Durante el quinquenio pasado, periodo demócrata fundamentalmente, hubo fuertes tensiones por la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi y su delegación a Taiwán (2022) y la visita del presidente taiwanés a Estados Unidos en 2024. En este conflicto China mantiene firmeza con su posición “Una sola China” y repudia cualquier reconocimiento oficial al gobierno de la isla. Mientras que Estados Unidos ha mantenido una posición ambivalente al respecto
La incertidumbre la añade el nuevo mandato del presidente Trump quien ya hizo referencia al país insular en el marco del negocio de chips y semiconductores. En este marco podemos imaginar que esta relación puede tornarse sensible y compleja. Para los taiwaneses existe la preocupación de que el pragmatismo de la nueva administración americana pueda dar como resultado el resquebrajamiento de esa alianza histórica que otorgaba ciertas garantías de defensa de la Isla frente a los objetivos chinos.
RUSIA vs EEUU. Ni duda cabe que esta relación marcó el denominado periodo de la Guerra Fría, sin embargo, la caída del Muro de Berlín que simbolizó el desmantelamiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), no pudo consolidar una nueva era en las relaciones entre estas potencias militares, la llegada de Putin al gobierno ruso redefinió un estratégico y exitoso camino al relanzamiento de Moscú como un actor de cuidado y relevante en la mesa internacional.
Quizá el punto más delicado en esta rivalidad se dio a partir de 2014, cuando Rusia invade y anexa Crimea para sí. Esta situación movilizó sanciones de carácter internacional contra Rusia, en especial de parte de la Unión Europea y Estados Unidos. Sin embargo, en febrero de 2022, Putin ordena la invasión a Ucrania y esta violación flagrante de la Carta de las Naciones Unidas empeora gravemente la relación de la Administración Biden con Moscú.
Los primeros signos bajo el liderazgo de Estados Unidos fue una respuesta de ayuda sin precedentes a Ucrania por parte de la OTAN. El conflicto bélico que parecía duraría unas semanas lleva hoy tres años. Este escenario que parecía obvio en cuanto a la respuesta de la OTAN se ha visto gravemente alterado con el inicio del segundo mandato del presidente Trump. El nuevo inquilino de la Casa Blanca se ha alineado a las pretensiones rusas, simbolizando esta decisión con escenas diplomáticas grotescas, presionando al régimen ucraniano a la firma de un Acuerdo de Paz bajo la garantía de Estados Unidos y la otorgación de facilidades exclusivas en la explotación de tierras raras y sus recursos en dicho país.
Nos encontramos en un momento de incertidumbre mayor por como Washington pretende alcanzar la paz, donde los daños colaterales pueden ser catastróficos para Occidente. ¿Podría esta nueva alianza entre Putin y Trump servir para aislar a China o distanciar Moscú de Pekín? ¿O finalmente convertir a Rusia en el gran mediador entre Irán y Estados Unidos?
EUROPA vs EEUU. Esta alianza histórica y estratégica está dañada, no hay que ahondar demasiado en antecedentes de esta relación, finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha tenido una marcada gravitación en el continente europeo desde un ámbito económico, político como militar. La variable Trump nuevamente señala un cambio de rumbo, más allá de las críticas conocidas del presidente americano a esta alianza, el desmarcarse del apoyo de la OTAN a Ucrania dibuja el golpe más duro a este tratado de defensa mutua.
El resultado de esta realidad ha diseñado dos caminos claros al interior de Europa, el primero es potenciar militarmente esta unidad con el fin de alcanzar una plena autonomía de defensa militar y el segundo, subirse al tren de las nuevas tecnologías, inteligencia artificial, robótica, telecomunicaciones y otras a fin de generar riqueza y tratar de aminorar el descontento de esas sociedades y la aparición de fuerzas de extrema derecha anti europeístas.
CHINA vs INDIA. No podemos dejar de mencionar esta rivalidad porque hablamos de los países más poblados del planeta. Las tensiones entre ambos países oscilan desde disputas territoriales y competencia económica como tecnológica. La India participa en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, conocido como Quad, con Estados Unidos, Australia y Japón, pese a los constantes reclamos de la China al respecto.
Todo parece que el efecto Trump permitirá privilegiar esa relación. La India viene restringiendo la presencia de capital chino y eso le permite avizorar una relación óptima con Estados Unidos. Mientras que la china impulsa la iniciativa de la Franja y la Ruta como una pieza fundamental de su política exterior. En tierra, el plan es construir un nuevo puente euroasiático y desarrollar corredores económicos entre China-Mongolia-Rusia; China-Asia Central-Asia Occidental; China–península de Indochina; China-Paquistán; y Bangladesh-China-India-Myanmar.
Alianzas Estratégicas
OTAN. Esta alianza pasa por un momento muy delicado, sin embargo, la presente crisis puede impulsar un nuevo enfoque de la misma. El liderazgo alemán encabezado por el futuro Canciller Merz de tinte ideológico de centro derecha ya anunció la voluntad de promover un gobierno con los socialdemócratas. Esta alianza puede impulsar el fortalecimiento de la OTAN buscando terminar con el paternalismo norteamericano. Los 32 miembros actuales, incluyendo las últimas incorporaciones (Suecia y Finlandia), pueden reinventar una alianza fundamentalmente con una visión europeísta, ya que, de estos 32 socios, 30 son europeos.
BRICS. Esta estructura en una respuesta al dominio estadounidense en el sistema financiero y comercial. Si bien fueron Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica los creadores de esta alianza, con el tiempo se han incrementado sus miembros, lo que de ninguna manera garantiza el éxito de sus propósitos. El mayor problema de esta alianza son sus asimetrías internas tanto de ámbito económico, político como ideológico, principal obstáculo para no convertirse en un bloque geopolítico.
AUKUS. Estados Unidos ha venido trabajando una estructura de seguridad poliédrica con sus aliados anglosajones. Australia, Reino Unido y Estados Unidos. Este pacto compromete principalmente a prestar toda la cooperación al país austral en materia de tecnología avanzada de defensa y fortalecimiento de sus capacidades militares. No hay que ser muy acucioso para entender que el mensaje es para China que se convierte en una amenaza en la región del indopacífico.
Nuevo rostro
El presente primer cuarto del siglo XXI, nos deja sobre todo incertidumbre, ¿llegará la paz en el conflicto ruso /ucraniano? ¿El costo de esa paz lo pagará sobre todo Europa y el país invadido? ¿Tenemos que asimilar que Gaza no será más territorio palestino? ¿Logrará Trump una alianza estratégica con Rusia a fin de debilitar a China? ¿Será la hegemonía tecnológica el principal objetivo geopolítico de las grandes potencias? ¿Seguirá siendo Latinoamérica el convidado de piedra en el rumbo de la globalización? ¿Será el Medio Oriente durante el presente siglo la región del conflicto permanente? ¿Será necesario repensar una nueva organización universal más efectiva y eficiente? ¿Será la tecnología de avanzada, junto a la inteligencia artificial, la oportunidad para generar riqueza a las naciones o, por el contrario, será el elemento que marque perversamente las diferencias entre los pueblos del mundo?
Son estas preguntas y muchas más las que no tienen una respuesta clara y mucho menos respuestas que den certidumbre y tranquilidad a la humanidad. Lo que sí queda claro, hoy como nunca antes, es la incertidumbre de un escenario global que parece se llenará de complejidades, tensiones y conflictos que configurarán un Nuevo Orden Internacional. [P]
Cisma en Occidente
Víctor Rico Frontaura, economista y experto en temas internacionales
Uno de los temas frecuentes en los debates de la geopolítica mundial es la disputa entre Estados Unidos y China por la hegemonía definida en términos económicos, militares y, sobre todo, tecnológicos. Aquellos que pronostican que China terminará por imponerse se basan en dos constataciones: uno, su acelerado crecimiento económico que, en promedio, alcanzó aproximadamente el 9% entre 1985 y 2019; y dos, el derrumbe del orden internacional basado en reglas e instituciones surgido después de la Segunda Guerra Mundial bajo el liderazgo de Estados Unidos.
Es evidente la espectacular transformación de China, luego de las reformas impulsadas por Deng Xiaoping a partir de 1978, que le ha permitido convertirse en la segunda economía mundial, erradicar la extrema pobreza y reducir la pobreza del 60% de su población a menos del 1%. Su poderío militar aumentó significativamente, particularmente en el ámbito naval. Mas aún, se ha colocado a la vanguardia de la innovación y las nuevas tecnologías con empresas de talla mundial tales como Tencent Holdings (videojuegos), Alibaba (comercio electrónico y logística), Huawei (telecomunicaciones) y ByteDance (TikTok).
También es cierto que el orden global vigente los últimos ochenta años se encuentra en una profunda crisis. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas es inoperante para cumplir su principal función que es el mantenimiento de la paz y la seguridad mundiales. Las agencias de Naciones Unidas están desfinanciadas y, en algunos casos, deslegitimadas. El Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y, en particular, la Organización Mundial de Comercio, perdieron relevancia. China ha propiciado la creación de instituciones financieras alternativas como el banco de los BRICS con sede en Shanghái y el Banco Asiático de Infraestructura ubicado en Beijing.
Sin embargo, Estados Unidos continua como la primera potencia militar y económica y la mayor fuente de innovación y de nuevas tecnologías.
George Modelsky, cientista politico polaco, profesor de la Universidad de Washington (1926-2014), uno de los teóricos de la geopolítica moderna, sostiene que un país que pretenda asumir un liderazgo hegemónico tiene que ser capaz de proponer innovación que provea orden y seguridad. Se entiende por innovación, el conjunto de ideas, instituciones y prácticas que definen la agenda geopolítica mundial y que sean aceptadas por la mayoría de los países. Eso ocurrió con Gran Bretaña en los siglos XVIII y XIX y con Estados Unidos en el siglo XX.
¿Está en condiciones Estados Unidos de reimponer un nuevo orden sobre las cenizas del antiguo? ¿Está en condiciones o más bien tiene la voluntad China de plantear una propuesta innovadora de un nuevo orden en el que sea la superpotencia hegemónica? Mi respuesta en ambos casos es No o si prefieren que sea más cauto, probablemente no.
Mis razones
Las guerras en Iraq y Afganistán han mostrado que la capacidad militar de Estados Unidos para intervenir en varios conflictos a la vez, es limitada. El quiebre con sus aliados occidentales, la Unión Europea y Canadá, sobre cómo encarar un eventual acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania que debilitará profundamente la Alianza Atlántica, muestra claramente que uno de los pilares del orden post Segunda Guerra Mundial dejó de ser prioritario para Estados Unidos. A partir de ahora Europa tendrá que asumir la responsabilidad de su seguridad y defensa. El presidente Macron ofreció extender su paraguas nuclear al resto de la Unión Europea. Por su parte, la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Van del Leyen, declaró que Europa se encuentra frente a un momento “existencial” y que debe estar preparada para defenderse. El fiasco de la reunión Trump-Zelensky y la subsecuente suspensión de la ayuda militar y de inteligencia a Ucrania, reflejan cuáles son sus nuevas prioridades. Por otro lado, las instituciones multilaterales se debilitarán aún más con la nueva Administración norteamericana.
Existe además en el Sur Global un claro sentimiento contestario con el orden vigente y el rol de Estados Unidos.
En el caso de China, su interés no pasa por reemplazar el viejo orden en su dimensión institucional. De hecho, participa activamente en algunas agencias de la ONU. Promueve organismos alternativos, particularmente financieros para equilibrar la influencia de Estados Unidos en las instituciones de Bretton Woods. Su objetivo es disputarle la hegemonía a Estados Unidos en todos los frentes y ampliar su presencia e influencia económica en el mundo a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (la nueva Ruta de la Seda) y de la diplomacia. Una estrategia que no tiene como sus fundamentos la promoción de la democracia y la defensa de los derechos humanos. En lo que se refiere a su relación con los países en desarrollo o con el denominado Sur Global, busca fundamentalmente la provisión de recursos naturales, materias primas y de alimentos para sostener su economía, además de influir en la no alineación de estos países con Estados Unidos. Relación que, en muchos casos, es asimétrica y violatoria de normas laborales y ambientales.
Nos encontramos, al igual que en otros periodos históricos, en la declinación de un ciclo hegemónico, que no vendrá acompañado por lo menos en el futuro previsible, por la emergencia de una nueva potencia hegemónica. Países como la India, Turquía, Arabia Saudita y algún otro, están intentando encontrar un espacio “autónomo” que les permita preservar sus intereses. El escenario actual y de los próximos años será de inestabilidad, incertidumbre y de recomposición de alianzas. En lo inmediato, se ha iniciado una guerra comercial que afectará el crecimiento y la inflación mundial. En la historia moderna nada bueno ha salido de este tipo de enfrentamientos. Esta vez no será distinto. Para México la aplicación de nuevos aranceles por parte de Estados Unidos, es un golpe demoledor para su estrategia de integración al mercado norteamericano a través del NAFTA (Acuerdo de Libre Comercio de Norteamérica) asumida en la década de los noventa.
El riesgo de un conflicto militar de alcance mundial cuyo detonador podría estar en Ucrania, Oriente Medio o el estrecho de Taiwán, no es descartable. Sería un error subestimar la insania de algunos líderes políticos.
En este cuadro de reordenamiento geopolítico signado por la inestabilidad, América Latina se muestra silenciosa como irrelevante. Lamentablemente, la utilización de los mecanismos de integración y cooperación como UNASUR y CELAC, para regionalizar agendas políticas nacionales y excluir a países que a través de movilizaciones ciudadanas o medios constitucionales desplazaron legítimamente a presidentes adscritos a la ideología dominante, le han hecho un daño profundo a la confianza y al espíritu de asociación en nuestros países. La tantas veces cacareada voluntad de construir la “patria grande” ha perdido, si alguna vez los tuvo, contenido y sentido estratégico.
Debemos recuperar el espíritu de cooperación e integración dejando atrás experiencias fracasadas, adoptando una visión renovada que tenga como ejes la cooperación y la concertación política por encima de las diferencias políticas e ideológicas y, la infraestructura e integración física. La paz, la democracia, los derechos humanos, el respeto a los principios del derecho internacional debieran estar en la base de este esfuerzo. América Latina además de ser un territorio de paz y libre de armas nucleares, tiene las condiciones y la legitimidad para ser un faro para la humanidad en la defensa de los valores universales y de temas globales como la agenda ambiental que afectan seriamente el futuro de nuestra especie.
En un mundo que se encamina a un orden multipolar inestable, con áreas de influencia e instituciones multilaterales debilitadas, nuestra región no puede situarse en la marginalidad. Debemos tener una voz en los asuntos globales y en la defensa de nuestra soberanía e intereses estratégicos. No hacerlo, no solo nos mantendrá en la irrelevancia, sino que puede poner en riesgo nuestra sobrevivencia como estados soberanos. [P]