Mundo explosivo

Mundo explosivo

Péndulo político Javier Viscarra Valdivia 01/04/2025 00:14
Ocho décadas después del nacimiento de la ONU, el mundo vuelve a encontrarse con el eco de sus fracasos.
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Ocho décadas después del nacimiento de la ONU, el mundo vuelve a encontrarse con el eco de sus fracasos. Creada en junio de 1945 en San Francisco para desterrar la guerra, la organización observa ahora, impotente, cómo el sonido de tambores bélicos se propaga con la cadencia de una onda. Reverbera en Eurasia, se desliza entre los callejones de Gaza, se expande por las trincheras ucranianas y amenaza con ampliarse al Estrecho de Taiwán o al archipiélago que disputan chinos y japoneses.

Como si el tiempo se plegara sobre sí mismo, en las últimas semanas ha circulado en algunas capitales europeas un video que parecería un eco de otros tiempos, una advertencia salida de algún manual de supervivencia de la Guerra Fría: proveerse de un kit para resistir 72 horas. Lo curioso no es el agua ni las latas de conserva, sino una radio de onda larga.

Pero no cualquier radio, sino aquellas que vibran en la frecuencia de 30-300 kHz (LW-Long Wave), con su alcance de cientos de kilómetros, su voz imperturbable en las madrugadas de navegantes y controladores aéreos. Para el pánico que se propaga a la velocidad de los satélites y las redes sociales, quizá haría falta algo más ambicioso: tal vez una radio de onda corta, de aquellas que aún capturan emisiones lejanas, saltando entre capas de la ionosfera, resucitando el sonido de un mundo analógico en medio del estruendo digital.

El temor ha encontrado su propia frecuencia. Heinz Bude lo describe con precisión en su ensayo sobre la sociedad del miedo; el pavor a un colapso repentino, la sospecha de que todo lo que creíamos estable pende de un hilo invisible. Los medios y las redes han hecho su trabajo, amplificando la sensación de que la gran conflagración mundial es ya una fatalidad en espera de su detonador.

Y en medio de todo, casi en tono surrealista, el video de marras habla de la radio en el kit de supervivencia. Última trinchera de la voz humana cuando todo lo demás se apague. Casi de película.

Trump, el chispudo

El subtítulo no es un elogio a la desenfrenada espontaneidad del personaje, pero desde que llegó a la Casa Blanca en enero de 2025, Donald Trump ha tenido la capacidad de encender la chispa de la guerra, aunque en los papeles se presente como el gran pacificador.

En el bombardeo a Gaza, el presidente estadounidense ha sido indiferente ante la tragedia humana y se ha mostrado abiertamente partidario de la virtual desaparición del pueblo palestino en ese territorio que hoy Israel bombardea de manera inclemente, a pesar de haberse acordado una tregua con intercambio de rehenes.

Este conflicto ha desencadenado otro en Yemen, en el mar Rojo, una arteria vital del comercio global. Allí, donde los barcos cargados de petróleo y mercancías atraviesan la delgada línea que separa la estabilidad del caos, los hutíes han convertido el estrecho de Bab el-Mandeb en un campo minado invisible. Misiles surcan el horizonte como presagios de tormenta, mientras en las embajadas se hacen cálculos de hasta dónde puede llegar la furia de un conflicto que se ramifica como una enredadera venenosa.

Ucrania

Tres años de guerra han convertido a Ucrania en un tablero de ajedrez donde cada pieza es un territorio, un recurso, una deuda impaga con la historia. Las promesas de paz que hace poco susurró Washington se desvanecen entre el estruendo del ataque de drones y la febril danza de los mercados que otean el botín: tierras raras, cereales, rutas energéticas. Rusia empuja sus fichas con la brutalidad del hierro; Estados Unidos responde con la frialdad de los contratos y las presiones comerciales.

Zelensky, atrapado en esta partida, ha visto cómo la geopolítica lo reduce de estadista a peón. Su visita a la Casa Blanca, que terminó en el mayor bochorno diplomático del siglo, fue la prueba de que en este juego él no reparte las cartas. Moscú ha trazado sus líneas rojas en Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, mientras que Occidente, con su retórica de apoyo inquebrantable, ha dejado claro que las fronteras se negocian en mesas que el líder ucraniano no preside.

Europa y la OTAN

Europa, con su viejo instinto de equilibrio, observa desde la barrera, esperando una invitación que nunca llega. La OTAN murmura amenazas en voz alta, pero su nuevo secretario general, Mark Rutte, ex primer ministro neerlandés, parece más un pregonero de advertencias que un artífice de soluciones. Desde Varsovia, lanza promesas de represalias devastadoras si Rusia toca a Polonia, pero el Kremlin responde con una sonrisa ladeada, recordándole que la guerra fría nunca se ha extinguido del todo, solo cambió de temperatura.

Entretanto, las capitales europeas sopesan sus dilemas: mantener la apariencia de fortaleza o admitir que su papel es el de testigos de una tragedia que se escribe en otras latitudes. Lavrov, con su ironía corrosiva, ha insinuado que Groenlandia, con sus riquezas aún sin explotar, podría convertirse en la grieta que haga tambalear la Alianza. Un chiste que, en los pasillos de Bruselas, no suena tan descabellado.

Naciones Unidas: la voz ausente

Y mientras todo esto ocurre, la ONU, en su grandiosa irrelevancia, sigue recitando discursos que se pierden en el aire, como ondas de radio en frecuencias muertas. Su secretario general, con su mirada grave y sus llamados a la paz, parece un profeta sin seguidores en un mundo que ya no cree en redenciones. La diplomacia, ese arte de conjurar tormentas antes de que rompan en tempestad, se encuentra hoy sin herramientas y sin eco.

El reloj avanza, las señales son claras y, sin embargo, la historia sigue su curso, indiferente a las advertencias. O quizás, simplemente, sintonizada en otra frecuencia. [P]

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