
Las posibilidades electorales de la oposición
Las elecciones del 17 de agosto de 2025 vienen gestándose desde hace tiempo. Tal vez el punto de partida fue marzo de 2023, cuando, tras décadas de estabilidad, se habló de un dólar preferencial para exportadores. Fue entonces que comenzó a resquebrajarse el modelo económico que durante años había sido presentado como exitoso.
Al principio, la crisis no tuvo el estrépito habitual. Pero con el paso de los meses y la progresiva desaparición de dólares, la situación se fue tornando más compleja. La principal virtud del régimen del MAS, desde Evo Morales hasta Luis Arce, eran los números positivos: crecimiento por encima del promedio regional, exportaciones en alza, millones saliendo de la pobreza y baja inflación. Todo ello sostenido, según se decía, por un “mar de gas” bajo nuestros pies. Cambiar de rumbo parecía innecesario e incluso insensato.
Sin embargo, el ciclo favorable llegó a su fin. El gas comenzó a agotarse, los contratos de venta se redujeron, los ingresos cayeron, y la inversión pública se retrajo. El espejismo desapareció de la vista de más de 11 millones de bolivianos que, atónitos, vieron cómo la estabilidad se desmoronaba. Entonces sí, se habló de CRISIS con mayúsculas, y comenzaron las búsquedas de culpables.
Ese fue un momento clave en términos electorales. Por primera vez en casi 20 años, los opositores —duros y moderados— percibieron que el “gigante” tenía pies de barro. Luis Arce, que alguna vez fue el mejor calificado entre los colaboradores de Evo Morales, ya como presidente observó impotente el derrumbe de su popularidad. Mientras tanto, el MAS se fracturaba en varias facciones que se disputaban los restos de un proyecto político que alguna vez prometió una transformación profunda.
Así comenzó la elección, sobre el vacío que dejaba el MAS, al final del ciclo de prosperidad y al inicio de la que muchos consideran la peor crisis económica de la historia. Las cifras son elocuentes: entre 2013 y 2024, las reservas internacionales cayeron de 14 mil millones de dólares a menos de dos mil. Un epitafio para un modelo que vivió, en gran medida, de las apariencias.
En medio del colapso, surgieron nuevas propuestas. Frases como “yo se los dije” o “esto iba a terminar así” se volvieron comunes, y se comenzó a gestar un nuevo escenario político. Figuras como Jorge Quiroga y Samuel Doria Medina, ambos con perfil técnico y experiencia, se posicionaron como posibles soluciones ante la crisis. También apareció Manfred Reyes Villa, alcalde de Cochabamba, con fama de buen gestor, imagen renovadora y sin un discurso frontal contra el MAS. A pesar de su veteranía política, se presentaba como alternativa.
Pero si la población buscaba renovación, lo que recibió fue una oferta dominada por los mismos nombres de siempre. Esa contradicción tal vez explica por qué ni las primeras ni las últimas encuestas muestran una adhesión clara hacia algún candidato. Doria Medina, Quiroga, Reyes Villa e incluso el emergente Chi, no superan el 20% de intención de voto. Todos comparten el peso de representar lo tradicional, un lastre que impide conectar con una ciudadanía que busca cambio.
Así las cosas, el futuro de la oposición y del desenlace electoral gira en torno a figuras con cierto desgaste. El intento de unidad ya es cosa del pasado. Duró poco o quizá nunca fue real, a juzgar por las diferencias constantes entre sus principales impulsores. Jorge Quiroga es señalado como uno de los mayores responsables del fracaso de esa iniciativa. Ahora, cada quien debe demostrar quién es el menos débil —más que el más fuerte— para llegar con posibilidades a agosto.
La elección será como las de antes, con múltiples candidaturas. Doria Medina ha logrado armar una estrategia más efectiva: ha forjado alianzas con sectores progresistas, sumado liderazgos femeninos y abierto espacio a colectivos ciudadanos sin representación. Su apuesta es clara: distanciarse tanto del MAS como de una derecha que hoy está desdibujada.
Quiroga, tras el fracaso del bloque opositor, se replegó a Santa Cruz, su bastión natural, aunque también compartido con Doria Medina. Allí se siente cómodo con los sectores más duros, con los que han cavado más profundas trincheras regionales. En el occidente, corre el riesgo de diluir lo poco que conserva, y si nada extraordinario ocurre, podría quedar relegado al olvido político.
El caso de Reyes Villa recuerda a 2002: fuerte expectativa inicial seguida de una sensación anticipada de derrota. Esta vez no hay guerra sucia, pero sí estrategias limitadas. Tras romper con Chi, Reyes Villa parece más interesado en negociar un lugar en el próximo gobierno, sea cual sea, que en ganar. Ha evitado confrontaciones, incluso con el MAS, cuidando su perfil negociador.
En medio de este escenario poco alentador, tal vez el análisis político ha olvidado lo más importante: la ciudadanía. Al final, será el pueblo el que decidirá. Y, como en muchas otras ocasiones, probablemente el voto no será por la mejor opción, sino por la menos resistida, la que parezca más capaz de unir y ofrecer soluciones mínimas. Otra vez, el futuro se construirá con nombres del pasado. Es lo que hay. [P]
Las oposiciones en su laberinto
Edgar Iñiguez Araujo, politólogo
Para esta campaña electoral, las oposiciones han realizado un intento de conformación de un frente en el contexto de una estrategia de unidad y aglutinamiento que permita vencer al Movimiento al Socialismo, partido hegemónico que gozaba de una amplia preferencia electoral. Sin embargo, este frentismo o intenciones de unidad han ido menguando y mostrando sus limitaciones a medida que pasaba el tiempo. Los liderazgos que han tratado de construir la unidad, tuvieron una respuesta limitada y modesta frente a este intento, de tal manera que la oposición en la actualidad muestra nuevamente un conjunto de fracturas y polarización que se creían superadas.
¿Cuáles son las razones para la existencia de estas profundas limitaciones en los intentos de construcción de unidad en la oposición boliviana y sus posibles consecuencias? En realidad, las oposiciones políticas han mostrado características y falencias estructurales históricas que hacen al propio sistema de partidos en Bolivia y que pese a los años de democracia lastran la convivencia de los bolivianos.
Veamos.
En primer lugar, está el personalismo cuando no caudillismo, es decir, la existencia de un liderazgo ya sea carismático o con poder económico, o simplemente con terquedad equina, en torno al cual se estructuran un conjunto de equipos y seguidores funcionales que clientelarmente actúan en la política. Estos equipos no están realmente nucleados por una amalgama política ideológica o de principios, solo tienen intereses compartidos acompañados de conocimientos tecnocráticos electorales pragmáticos para llevar adelante estrategias de marketing que acompañan el decisionismo discrecional del liderazgo pese a la existencia de requisitos legales y electorales.
En segundo lugar, está el efecto demostración y discursivo adoptando la posición de unidad y el nucleamiento de la oposición política. En efecto, grandes sectores de la sociedad, han demandado de los partidos políticos de oposición al MAS, la conformación de un frente amplio que sea capaz de competir y ganar electoralmente, al oficialismo, que en un determinado momento se presentaba como un partido hegemónico. Sin embargo, las constantes disputas y pugnas internas del partido oficialista, han dado como resultado la percepción de que éste se encuentra en profunda crisis y que por lo tanto no tendría el caudal de votos que demostró tener en gestiones electorales anteriores. Esto ha desmotivado la unidad y ha menguado las posibilidades reales de construirla, de tal manera que la unidad o las posibilidades de construir un frente único opositor, han sido más bien discursivas y de efecto demostración más que una intencionalidad real de fondo.
Por lo anteriormente analizado se infiere que el panorama político de las oposiciones y del bloque oficialista popular, estarán nuevamente fragmentados, es decir, mostrará varias opciones electorales sin que exista una clara opción nítida de oposición mayoritaria. Ello implica que la esperanza de contar con un partido de oposición o un frente de oposición hegemónico, se diluye frente a los intereses personales que han primado en toda esta época de negociación y la subestimación del contrario, es decir del MAS.
Pero no olvidemos que los desafíos no son solo electorales, de corto plazo, sino también y sobre todo, de largo plazo y de gestión para lo cual deben estar preparados los líderes opositores. En efecto, las circunstancias económicas son tan graves y estructurales que abarcan no solo al sector financiero, sino al sector real de la economía, haciéndose necesarias soluciones que abarquen temas estructurales y profundos. Es necesario un cambio de modelo; del presente centrado en el estatismo con un alto nivel gasto público, a un modelo centrado en la exportación y en la disminución drástica del gasto del Estado. Esta necesidad de reorientación es inherente a la economía y trasciende la óptica ideológica, bajo la cual se ha manejado la economía, es decir, tendrá que llevarse a cabo (pese al costo político) por el próximo gobierno.
El panorama económico de Bolivia se encuentra gravemente lastrado por la existencia de datos macroeconómicos más que preocupantes e inquietantes que hacen suponer la necesaria la implementación de un modelo alternativo al estatista-populista, que ha malgastado los recursos del Estado boliviano. La implementación de un modelo alternativo implica la existencia de una política que tendrá efectos sociales no deseados, profundos en la sociedad boliviana. Esta política pública no será sostenible si es que el futuro gobierno no dispone de gobernabilidad en el legislativo y muestra una alta fragmentación que posibilitará su oposición en las calles.
En suma, parece que el sistema político boliviano, visto desde la perspectiva de las oposiciones o desde la perspectiva del oficialismo, otra vez ha mostrado sus limitaciones y sus grandes problemas de personalización, clientelismo, patrimonialismo y desideologización, que dificultarán la consecución de un nuevo panorama económico y social en Bolivia que sea más esperanzador para todos. [P]