Bolivia ha sido, durante dos siglos, un país de trabajadores: mineros, campesinos, comerciantes, artesanos, migrantes, mujeres en ferias, jóvenes en motocicletas repartiendo pedidos. Pero el salario y el empleo digno han sido esquivos para la mayoría. Dos siglos de historia muestran pocas luces y muchas sombras en el desarrollo del empleo y el salario, marcados por profundas transformaciones económicas, políticas y sociales que delinearon un camino accidentado, pero fértil en aprendizajes.
Inicio: trabajo sin salario y la herencia colonial
En 1825, el nuevo Estado boliviano emergía sobre las ruinas del orden colonial. El empleo, como hoy lo entendemos, era un privilegio de pocos. La gran masa de población indígena estaba sometida a formas de servidumbre, mitas y pongueaje. Los salarios eran escasos, inestables y muchas veces pagados en especie o en vales de consumo controlados por unos pocos. Se estima que los mineros indígenas cobraban 12 pesos anuales equivalente a 15 dólares actuales.
Durante gran parte del siglo XIX, Bolivia fue un país eminentemente rural: más del 80% de su población vivía del agro, muchas veces en condiciones de cuasi esclavitud. Como relata el historiador potosino Juan Churata: “Nos llamaban dueños de la montaña de plata, pero vivíamos en chozas de adobe”.
Siglo XX: sindicalismo, estaño y la revolución del trabajo
Fue recién en el siglo XX cuando el concepto moderno de empleo asalariado comenzó a tomar fuerza. La minería del estaño, impulsada por los barones del estaño como Simón Patiño, Carlos Aramayo y Mauricio Hochschild, consolidó una clase obrera minera que fue protagonista del cambio social.
El punto de quiebre llegó en 1952 con la Revolución Nacional. La nacionalización de las minas, la reforma agraria y la creación de la Central Obrera Boliviana (COB) dieron lugar al trabajador como actor político central. El salario mínimo fue institucionalizado y se consolidaron derechos laborales básicos: jornada de ocho horas, seguridad social y sindicalización.
Pero el ciclo de bonanza se agotó. En los años ´80, Bolivia enfrentó una de las peores crisis económicas de su historia. La hiperinflación llegó al 24.000% en 1985. El empleo formal colapsó. La Nueva Política Económica (NPE) impulsada por Víctor Paz Estenssoro corrigió los desequilibrios económicos y estabilizo la economía.
Del neoliberalismo al Estado Plurinacional
Durante las décadas de los ´90 y 2000, Bolivia vivió una reconfiguración del mundo laboral. La economía informal pasó a ser la principal fuente de ingresos para millones. Alrededor del 70% de la población ocupada se mantenía fuera del sistema formal hasta bien entrada la década de 2010.
En 2006, con la Bonanza y la configuración del Estado Plurinacional, se inició una nueva era: nacionalización de los hidrocarburos, incremento del salario mínimo (que pasó de 440 Bs en 2005 a más de 2.300 Bs en 2023), aumento del gasto público y ampliación de los beneficios sociales (Bono Juancito Pinto, Renta Dignidad, Bono Juana Azurduy). Bolivia vivió su “década dorada” entre 2006 y 2014, con tasas de crecimiento superiores al 4,5% anual.
Sin embargo, los retos estructurales del mercado laboral persistieron. En 2024, el 78% de la población ocupada aún trabajaba en condiciones de informalidad, sin acceso a la seguridad social ni jubilación. El desempleo abierto se mantenía relativamente bajo (alrededor del 4%), pero con alta precariedad. El salario mínimo real, aunque incrementado, seguía lejos de cubrir la canasta familiar básica, estimada en más de 3.000 Bs mensuales.
El empleo y el salario en Bolivia presentan características particulares que reflejan tanto su historia económica como su estructura productiva, social y política. En Bolivia el empleo es de “Alta informalidad laboral” entre el 75% y 85% de la población ocupada trabaja en el sector informal. Esta informalidad predomina en sectores como el comercio, la agricultura, el transporte y los servicios personales.
Sin duda, existe una brecha bien marcada entre sectores urbano y rural. En el área rural, el trabajo agropecuario es mayoritariamente de subsistencia y no remunerado. La informalidad rural es casi universal, y el acceso a servicios laborales formales es mínimo. En las zonas urbanas existe más empleo asalariado, pero aun así predomina el autoempleo y el empleo informal.
Las brechas de género son evidentes, las mujeres tienen menor participación en el empleo formal y ganan en promedio entre 20% y 30% menos que los hombres. Están sobrerrepresentadas en trabajos no remunerados, de cuidado o de baja calificación. También enfrentan barreras culturales, sociales y económicas para acceder a empleo formal de calidad.
El salario mínimo nacional en 2024 fue de aproximadamente 2.362 bolivianos mensuales (unos 340 USD), con ajustes anuales acordados entre el gobierno y la Central Obrera Boliviana (COB). El salario promedio real es bajo y está por debajo del costo estimado de la canasta familiar básica (más de 3.000 bolivianos en muchas ciudades).
Se evidencia una débil cobertura de seguridad social. Solo cerca del 30% de la población económicamente activa está afiliada a un sistema de seguridad social. El acceso a pensiones, seguro de salud y otros beneficios está limitado a trabajadores formales. Los trabajadores independientes, informales y rurales están prácticamente excluidos del sistema.
La estructura productiva limitada hace mucho más precario el empleo. Bolivia mantiene una economía poco diversificada, dependiente de la explotación de recursos naturales (hidrocarburos y minería), con escasa industrialización. Esta estructura limita la creación de empleo formal y de calidad en sectores de mayor valor agregado.
2025-2075: ¿trabajo digno o futuro incierto?
Al cumplir su Bicentenario, Bolivia se enfrenta al reto de diseñar un modelo laboral para los próximos 50 años. La inteligencia artificial, la automatización y el cambio climático modificarán profundamente el panorama del empleo. Se estima que el 30% de los empleos actuales podrían desaparecer para 2050 si no se generan políticas de reconversión laboral.
El desafío del Tricentenario será hacer del trabajo no solo un medio de subsistencia, sino un derecho que garantice bienestar, igualdad y dignidad. Porque como dijo Franz Tamayo: “El pan se conquista con sudor, pero la justicia se conquista con memoria.” [P]
* Iván Velasquez, doctor en economía