
De encuestas, oráculos y pitonisas
La encuesta, un instrumento de investigación de las ciencias sociales, ha adquirido una inusitada importancia política en Bolivia. Hace algún tiempo atrás, en las filas opositoras surgió la iniciativa que ella determine el binomio presidencial para hacerle frente al MAS. Se esperaba que una cifra, un dato, un número, hiciera lo que no podían los hombres: ponerse de acuerdo para salvarse a si mismos de la extinción. Durante varios meses esta idea estuvo flotando en los debates políticos y en el ambiente mediático, hasta que Tuto Quiroga tuvo un choque de individualismo y de un día para otro no solo que negó la validez de la encuesta, sino que cargó contra ella, considerándola una trampa urdida por su nuevo contrincante Samuel para sacarlo de la competencia electoral.
La magia de las encuestas es que pueden dar certidumbre en tiempos recios. Si en la antigüedad una pitonisa decía lo que iba a pasar, aunque nunca pasara, en en estos tiempos postmodernos y digitales son las encuestas las que dicen lo que va a ocurrir, aunque sus predicciones no se cumplan o muy raramente. La encuesta ya no solo es el espejo en que se mira una realidad presente, sino el oráculo donde se vislumbra el futuro.
Hace una semana atrás Unitel presentó los resultados de una encuesta de preferencia electoral en vista a las elecciones presidenciales de agosto venidero. La misma generó un revuelo pasajero entre los analistas que, por primera vez, veían que ningún candidato de las filas del partido azul estaba en los primeros lugares sino dos opositores. A partir de ahí se hicieron una serie de proyecciones en las que incluso se llegó a pronosticar la progresiva pero segura desaparición del MAS y un balotaje entre dos candidatos opositores.
En el marco de las posibilidades todo pronóstico es verdadero, pero también puede ser falso. Por ello y por un poco rigurosidad lógica creo que es importante preguntarse sobre la validez de las encuestas en asuntos políticos y electorales. La duda es pertinente porque ellas se equivocaron varias veces, dejando al traste su capacidad predictiva. Doy como ejemplo un par de ellas: para las elecciones presidenciales bolivianas de 2020 se hicieron un total de 10 encuestas y todas pronosticaron que se daría un balotaje entre Carlos Mesa, el candidato de Comunidad Ciudadana, y Luis Arce, del Movimiento al Socialismo. Arce lograría un 28,7% de los votos y Mesa un 19,7%. El día de las elecciones sucedió lo impensable, Luis Arce ganó con el 55% de los sufragios frente a un Carlos Mesa que logró un 29%. Por su parte, en los Estados Unidos el año pasado se realizaron elecciones presidenciales y todas las encuestadoras vaticinaban una votación muy pareja entre Kamala Harris del Partido Demócrata y Donald Trump del Partido Republicano. Nada de eso ocurrió, Trump venció con claridad, ganado incluso entre la población latina a la que tanto había llenado de insultos.
No es serio decir que las encuestas no sirven, pero tampoco lo es decir que las mismas son infalibles, menos que pueden predecir el futuro. Lo primero que debe quedar claro que la aplicación de las encuestas “mediante dispositivos móviles” (léase celulares) tiene varios sesgos de información como el que no se tiene certeza de quien está al otro lado de la linea telefónica, ni si la persona está prestando la atención debida al llenado de la boleta. Lo segundo es que las encuestas normalmente dejan por fuera a un amplio segmento de pobladores rurales o de segmentos pobres. Y, finalmente, no toma en cuenta que las personas están cansadas de los políticos y de la política, no tienen candidato a quien seguir o no los conocen, por tanto, no responden o responden “cualquier cosa”.
En Quito, durante mis estudios doctorales en ciencias sociales de FLACSO, tuve la suerte de presenciar una defensa de tesis cuyos tribunales eran unos académicos norteamericanos de rostros duros y adustos que, para mi sorpresa, no hacían preguntas respecto a los hallazgos o resultados de la tesis de la postulante, sino que indagaban en cómo se habían logrado los datos. Sus interrogantes apuntaban a la metodología, no a sus resultados. Esa lógica me parece saludable en relación a las encuestas que irán apareciendo en los meses venideros, más aún cuando hoy en los medios de comunicación abundan los adivinos y las pitonisas. [P]