L a sola mención de una escalada nuclear en el conflicto entre Rusia y Ucrania parece el argumento de una novela distópica. Sin embargo, cada vez que la guerra entra en una fase de estancamiento o de tensión renovada, el espectro de esa posibilidad vuelve a asomar. Remota, pero no descartable. Inquietante, aunque no inminente. Lo cierto es que la retórica nuclear se ha instalado como una forma de presión diplomática, una herramienta de disuasión y, también, como un recordatorio del abismo que separa la guerra convencional del desastre irreversible.
Rusia mantiene una doctrina nuclear oficialmente defensiva, pero con márgenes de interpretación lo suficientemente ambiguos como para permitir el uso táctico en caso de una "amenaza existencial". Vladimir Putin y otros altos funcionarios rusos han aludido en reiteradas ocasiones a esa posibilidad, sobre todo cuando el conflicto se aproxima a líneas consideradas vitales por Moscú, como la región de Crimea. Aunque no hay señales concretas de que se esté preparando un ataque nuclear, el solo hecho de que este lenguaje sea empleado con frecuencia indica el nivel de tensión y deterioro del sistema de disuasiones tradicionales.
Ucrania, por su parte, ha intensificado sus ataques en profundidad. El más reciente, el 1 de junio 2025, conocido como "Operación Telaraña", golpeó cuatro bases aéreas rusas, incluyendo instalaciones estratégicas en Siberia. Más de 70 drones sincronizados por inteligencia artificial lograron destruir o dañar bombarderos de largo alcance. Se trató, según el propio Zelensky, del ataque más efectivo contra la aviación rusa desde el inicio de la invasión. El mensaje fue claro: Ucrania puede alcanzar el corazón logístico ruso.
Esa capacidad ofensiva ha reforzado el apoyo occidental, aunque bajo una nueva lógica. El presidente Donald Trump, en su segundo mandato, ha reformulado la relación con Kiev. Si bien continúa el respaldo material, el discurso ha cambiado: Washington exige resultados, control del gasto y mayor autonomía europea. Para la actual administración republicana, Ucrania es importante, pero no vital. La contención de Rusia se reinterpreta dentro de un paradigma más aislacionista y transaccional, que deja a Europa con mayor peso sobre sus espaldas.
Europa, por su parte, se mantiene formalmente firme en su apoyo a Ucrania. Alemania, Polonia, Francia y los países bálticos han aportado armas, fondos y asistencia humanitaria. Pero el bloque también enfrenta sus propios límites: el desgaste político interno, el temor a una guerra prolongada y el impacto económico de las sanciones a Rusia han generado fisuras y cautelas. La retórica unificada de Bruselas contrasta con las diferencias entre gobiernos. La creciente presión migratoria, la inflación y las elecciones internas han puesto en evidencia las grietas de una unidad que ya no es tan sólida.
En ese contexto se han producido los recientes encuentros en Estambul. Si bien se logró avanzar en cuestiones humanitarias, como el intercambio de prisioneros heridos y la devolución de cuerpos, el núcleo del conflicto está lejos de resolverse. Rusia exige que se reconozcan como propias las regiones ocupadas —Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia— y por supuesto Crimea. También que Ucrania renuncie formalmente a ingresar en la OTAN. Kiev, por su parte, reclama un alto el fuego inmediato y la retirada total de las tropas rusas de su territorio, incluyendo las zonas anexadas.
Las posiciones son irreconciliables. Y para Rusia, Volodímir Zelensky ni siquiera es un interlocutor válido, pues considera que su mandato constitucional ha expirado. En ese escenario, una cumbre entre Putin y Zelensky no solo parece lejana, sino que es, por ahora, inviable.
La guerra se adentra en su fase más peligrosa, una combinación de estancamiento militar, escalada tecnológica, agotamiento internacional y cierre diplomático. La amenaza nuclear no es un arma lista para ser usada, pero tampoco un simple recurso retórico. Es un límite que se prueba constantemente. La comunidad internacional tiene la responsabilidad de contener esa deriva antes de que lo impensable deje de serlo. [P]
* Javier Viscarra Valdivia, abogado, diplomático y periodista