
Evo Morales, el bloqueador bloqueado
Evo Morales y sus seguidores pretenden ardientemente hacer estallar la represa social, es decir, que todo el malestar flotante y contenido socialmente, ocasionado por la crisis económica, deje de ser flotante y aterrice los pies en las calles poniendo en jaque al gobierno. El objetivo es manifiesto: que Evo saque beneficio de ese estruendo social logrando, gracias a esa presión social debidamente cabalgada por su movimiento político, habilitar su candidatura.
¿Es posible que se presente esa conflictividad articulada socialmente y canalizada políticamente?
Mirando las noticias en los medios de comunicación y las redes sociales, da la sensación térmica de que esto puede ser probable, pero no es ni sociológicamente ni históricamente posible. Sencillamente porque Evo Morales y los suyos generan más susto que miedo: el susto es una reacción exagerada ante un hecho negativo (los anuncios de movilizaciones y bloqueos asumen este aspecto), mientras el miedo está enraizado en una coalición de factores negativos. Y de este acompañamiento es que Morales carece para remover el tumulto de las aguas sociales.
Guiarnos por el retrovisor
Nada como mirar los antecedentes para orientarnos en el presente. Es cierto que “cuando se inicia un cambio de coyuntura, cuando a un periodo de bienestar relativo sucede la amenaza de un empobrecimiento general, la situación se vuelve peligrosa para los poderes establecidos”. Es correcto lo que señala el historiador Patrick Boucheron en su estudio ¿Por qué nos rebelamos? Las movilizaciones y los bloqueos anunciados por Morales pueden ocasionar un incremento de malestar social, perjuicios y sufrimientos, pero no será adverso para el gobierno de Arce, sino desfavorable para el propio Morales: en esta coyuntura crítica y por tornarla más crítica, la ciudadanía lo visualizará no como parte de la solución, sino como parte sustantiva del problema.
En cambio, en el ciclo de 2000-2006, sucedió exactamente lo contrario. Evo Morales y el MAS fueron vistos como la solución para un modelo de gobernabilidad agotado, un descenso sistémico generalizado (todo iba para abajo, la economía, ante todo, la credibilidad de los partidos tradicionales, los rendimientos institucionales; mientras la pobreza y la precarización iban al alza) y una conflictividad irresuelta. En ese ciclo se abrió una brecha entre dos veredas políticas: la de los partidos tradicionales, que representaban un statu quo sesgado a favor de unas minorías y contrario a las mayorías nacionales. Y en la vereda de enfrente: el MAS, un símbolo de esperanza alternativo, que abogaba precisamente por esas mayorías precarizadas y subalternizadas. Sus banderas lucían portentosas y novedosas: Asamblea Constituyente, Estado plurinacional, nacionalización de los hidrocarburos, nuevo contrato social y economía industrializadora estatal. Esto permitió que la conflictividad nacional se canalizara contra el gobierno de Sánchez de Lozada y propiciara su caída. Iniciando el principio del fin de la partidocracia “neoliberal” como de su modelo de Estado.
Hoy la situación luce de idéntica manera, por paradoja histórica: el MAS, en todas sus facciones, representa un statu quo sesgados a favor de unas minorías y contrario a las mayorías nacionales azotadas por una multicrisis nacional (los datos recogidos por las encuestas son la evidencia palpable). Sus banderas yacen raídas: la Constitución ha sido pisada, una y otra vez, por el propio MAS y Evo Morales con una determinación inclaudicable; el Estado plurinacional es una cáscara vacía de contenidos y prácticas reales; los hidrocarburos administrados por YPF tienen a esa institución en apuros cotidianos y ante un inminente colapso; el nuevo contrato social resultó en un estado de polarización permanente que disocia la sociedad, sin lograr ni pretender cohesionarla; y una industrialización que produjo cifras rojas e ineficiencia de manera industrial y fort import.
¿Puede ser visto entonces Evo Morales como la solución a este problema?
Coalición de protesta
Evo Morales necesita de manera imperiosa hacer masa crítica, o sea, lograr que el dedo que representan los cocaleros chapareños, se junte con el dedo que representan los alteños, los aimaras del altiplano, las villas paceñas y, para acabar de conformar un puño acerado, los gremiales a nivel nacional, los transportistas y los obreros. Luego lograr que este puño se cierre con radicalidad… si lograra hacerlo, por supuesto que si consiguiera golpear sobre la espalda del gobierno le podría partir el espinazo y conmocionar todo el edificio social y político.
¿Se logrará esta unión destructiva?
Para empezar el MAS ya no es un movimiento unificado, sino descuartizado como Tupac Katari entre tres caballos briosos: el gobierno de Arce, poniendo en la tarea todos los recursos del Estado; la facción del propio Morales; y la facción de Andrónico Rodríguez. Esta reciente escisión representa un golpe mortal, y Morales lo sabe, por eso se opuso a capa y espada contra la candidatura de su natural delfín. El gobierno de Arce lo invalidó judicialmente, pero la postulación de Andrónico lo invalida justo en buena parte de su base social. Lo debilita, descoyunta y desenergiza. Morales ya no cuenta con su maravilloso instrumento monolítico y mortífero. Eso es parte de un verano que hoy luce otoñal. Esto, por una parte.
Por otra parte. Los alteños parcialmente fueron cooptados prebendalmente por el gobierno de Arce. Otra porción abreva en la alcaldía de Eva Copa. Y ya se sabe que el Alto es a cualquier gobierno lo que la kriptonita a Supermán: lo debilita y paraliza. En este caso, El Alto más bien está refrenado para poner al gobierno contra las cuerdas e indiferente a la (mala) suerte judicial y electoral de Evo Morales. Esto ya se evidenció en la marcha traccionada por Morales en septiembre de 2024, donde buscó el mismo objetivo: hacer posible su candidatura. Y se tuvo que ir con un palmo de narices, para darse otro con los 26 días de bloqueo. En otras palabras: Evo y los suyos, no logran pescar en el río revuelto de la crisis, porque ese río, en su caudal mayoritario, está orientado y orillado en el bando opositor a todo lo que de cerca o de lejos tenga el sello del MAS. Y ese caudal espera las elecciones de agosto, para hacer posible el cambio a través del voto pacífico. De ahí que ese colectivo esté instalado en una impaciente paciencia.
Doble bloqueo
Evo Morales en su aspiración electoral está bloqueado por el gobierno de Arce y los dictámenes judiciales. Morales y los suyos piensan que pueden romper ese candado con la convulsión social. Podrían, como se vio, si fueran otros tiempos, donde los vientos jugaron a su favor y no en su contra como soplan hoy. También está bloqueado por sectores sociales gravitantes que le dan la espalda, pues miran hacia las elecciones de agosto y otras figuras políticas como símbolos de la regeneración política. Es evidente que esas fuerzas sociales hoy lucen descontentas, pero lo están precisamente y, sobre todo, contra el propio Morales, como el símbolo condensador del MAS, de su descalabro total y de la multicrisis nacional.
Por tanto, las movilizaciones y bloqueos de este mes de junio, son las pataletas de Evo Morales y los suyos, enérgicas, agresivas, pero pataletas, al fin y al cabo, de un ahogado político y social. [P]
El Alto, cazador de oportunidades
Felipe Imaña Romero, conflictólogo
El contexto boliviano en los últimos años ha estado marcado por la polarización política. Factores como el deterioro de la economía, la inequidad, la corrupción, incremento de niveles de pobreza, los cuestionamientos sobre la gestión gubernamental, la insatisfacción con los procesos electorales previos, como las dos últimas elecciones generales (2019 y 2020) y las elecciones judiciales de 2024, además de la tozudez de intereses de poder personal e insistencia de sectores de la población para que Evo Morales sea inscrito como candidato a las próximas elecciones generales han contribuido a un ambiente de incertidumbre, desconfianza e incremento de tensiones entre distintos sectores sociales y políticos.
El Alto no está al margen de este panorama.
La ciudad de El Alto, desde sus inicios acogió a personas procedentes de distintos lugares de Bolivia, con énfasis los “relocalizados de las minas” y pobladores del altiplano, situación que conllevó un crecimiento acelerado en las dos últimas décadas del Siglo XX y que continuó, aunque en menor medida, en las primeras dos décadas del Siglo XXI. Los habitantes de El Alto lucharon para obtener la atención del Estado, muchas veces expresando sus demandas con medidas de presión.
Migrantes mineros y de zonas del altiplano predominantemente aymara hablante de Bolivia reprodujeron patrones culturales sociales de sus zonas de origen y repertorios de acción colectiva sindical y comunitaria, lo que derivó en una participación e incidencia activa en la política nacional además de capacidad de movilización con énfasis en la primera década del siglo XXI, así, es considerada un punto neurálgico para comprender las dinámicas del país.
El Alto poseía una sólida composición social, puesto que la estructura organizacional se fue tejiendo entre zonas y distritos y consideraban a sus representantes como los intermediarios de respuestas a demandas expuestas a diferentes niveles del Estado.
El cambio de siglo estuvo acompañado por un periodo complejo de crisis social y desencanto con la política en base a pactos partidarios (conocida como “democracia pactada”) y el modelo neoliberal, confluyendo en un apoyo electoral a alternativas que se mostraban cercanas a lo popular, de esta forma, El Alto se constituyó en uno de los bastiones electorales fuertes del Movimiento Al Socialismo (MAS) en general y de Evo Morales Ayma en particular, aunque la tendencia sufrió quiebres en la preferencia electoral a nivel municipal donde la alternancia partidaria ha estado presente regularmente.
Tendencias electorales previas de El Alto no garantizan un abrumador e incondicional apoyo a Morales en su afán de volver al poder, aunque es innegable que aún tiene la simpatía en parte de la población alteña; la disminución del apoyo va de la mano con el desencanto sobre la práctica política del MAS y de Morales, práctica que ha llevado a la injerencia en la vida interna de organizaciones sociales alteñas, núcleo de la otrora capacidad de toma de daciones colectivas relativamente autónomas, que han ocasionado pugnas internas y división, llevando a la desorganización y despolitización de la población expresada en la disminución de espacios para la participación efectiva, por ejemplo, en la toma de decisiones en el uso de recursos públicos en las zonas y elección de representantes legítimos, disminución de credibilidad e incluso desconfianza en dirigentes y líderes sociales, así, se ha debilitado el tejido social, por ello no es de extrañar la relativa pasividad de El Alto frente al incremento constante del costo de vida, la crisis energética y la deficiente gestión pública vivida en el último lustro.
Bajo lo expuesto, la población de El Alto se puede decantar hacia varios escenarios probables y aprovechar oportunidades generadas desde la crisis del contexto actual, entre ellos aprovechar el contexto para fortalecer pragmáticamente su posición, pues, sectores sociales de El Alto podría buscar alianzas con otros movimientos sociales a nivel nacional, fomentando una red de apoyo que potencie sus demandas y les brinde una plataforma más amplia de influencia política frente a los partidos políticos, alianzas e intereses particulares en pugna por el poder político.
Podría darse un entrelazamiento de la dinámica de conflictos nacionales con luchas sociales locales específicas, es decir, El Alto podría centrarse en cuestiones locales que afectan directamente a su población, como el acceso a servicios básicos, empleo, vivienda, educación y salud, esta situación puede marcar un ingreso intenso o no a la conflictividad nacional como fuera en otrora.
El Alto podría aumentar sus demandas de mayor participación en la toma de decisiones políticas, buscando influir en la agenda nacional, en la práctica implica que su apoyo a alguna fuerza podría estar supeditada a la posibilidad de mayor representación en el futuro gobierno central e influencia en elaboración de políticas públicas que afecten a sus intereses y necesidades.
Otro escenario probable está vinculado a su histórica relación con lo popular, así, la población alteña puede mantener una alineación con fuerzas políticas vinculadas a organizaciones sociales representativas de sectores populares e indígenas; la propia ciudad podría convertirse en un centro de organización y movilización, apoyando causas que abogan por la atención a necesidades de sectores marginados.
La ciudad de El Alto, actualmente presenta un tejido social debilitado, pero con un potencial de articulación pragmática por encima de los niveles dirigenciales locales y una memoria histórica de movilización y participación política que no ha que subestimar, continúa siendo un actor clave en la conflictividad social y la escena electoral boliviana; la capacidad de El Alto para (re)organizarse y expresar sus demandas puede ser de alta influencia en la construcción del futuro cercano de Bolivia. [P]