Candidatos: Una de cal y otra de arena

Candidatos: Una de cal y otra de arena

Péndulo político Eduardo Leaño Román 08/07/2025 02:55
En el escenario electoral boliviano, los candidatos han retomado el habitual guion de campaña: prometer con firmeza y pulir su imagen ante la opinión pública.
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En el escenario electoral boliviano, los candidatos han retomado el habitual guion de campaña: prometer con firmeza y pulir su imagen ante la opinión pública. Más allá del brillo retórico, lo que verdaderamente distingue a cada aspirante son sus atributos personales: virtudes repetidas con entusiasmo en cada aparición mediática y debilidades cuidadosamente colocadas bajo la alfombra. En este contexto, la expresión “una de cal y otra de arena” cobra especial sentido, al reflejar la mezcla —a veces armoniosa, a veces caótica— de luces y sombras que componen el retrato de cada figura política. Esta columna se propone explorar los rasgos sobresalientes de los candidatos que lideran las encuestas electorales en nuestro país.

Jorge Quiroga Ramírez. Regresa a la política como un líder experimentado y polémico, con pasado presidencial y varias candidaturas, ahora bajo el frente LIBRE. En un país polarizado y ávido de cambio, su retorno genera tanto expectativas como críticas.

Cal. Entre las virtudes que no se cansa de subrayar, Jorge Quiroga destaca una sólida hoja de vida en la administración pública y un repertorio diplomático digno de vitrina. Haber sido presidente —aunque brevemente y por sucesión— le habría dejado, según él, una comprensión casi cartográfica del aparato estatal. Su formación como ingeniero es presentada como la llave mágica para una gestión supuestamente más técnica y menos contaminada por esas molestas ideologías. En el plano internacional, se atribuye un papel casi de centinela democrático, firme defensor de los derechos humanos cada vez que la región entra en crisis. Para sus entusiastas seguidores, no cabe duda: Quiroga es una especie de brújula política infalible, capaz de encontrar soluciones prácticas en el caos, aunque algunos aún se pregunten si la brújula apunta al futuro o simplemente gira en círculos.

Arena. Sin embargo, la figura de Jorge Quiroga no flota precisamente en un mar de unanimidades. Sus críticos —y no son pocos— no pierden la oportunidad de recordarle que, pese a su currículum brillante, parece tener cierta alergia al contacto con las bases populares y los movimientos sociales, lo que dificulta ese pequeño detalle llamado "arraigo electoral". Con frecuencia se le acusa de ser más vocero de las élites que intérprete del pueblo, una suerte de político de salón más cómodo en foros internacionales que en asambleas vecinales. Su historial en las urnas tampoco ayuda a despejar dudas: candidato frecuente, victoria esquiva. Desde que dejó la silla presidencial —en calidad de reemplazo— no ha logrado reconquistarla por mérito propio, lo que lleva a preguntarse si su propuesta realmente logra sintonizar con el pulso del país o si es solo un eco tecnocrático. Aunque su discurso sea impecablemente racional, muchos votantes siguen esperando que, además de razones, les ofrezca emociones.

Samuel Doria Medina. Empresario de renombre y político de amplio recorrido, regresa al ruedo presidencial liderando la alianza opositora UNIDAD. Con un perfil que combina una notable carrera en el mundo empresarial y varias tentativas políticas, se presenta como un candidato con un currículum que no pasa desapercibido, despertando a la vez fervores y más de una ceja levantada entre los votantes.

Cal. Entre los atributos que suelen destacar Samuel Doria Medina, sin duda, es su éxito como empresario. Considerado uno de los grandes nombres del sector privado boliviano, su paso del directorio a la tarima política se presenta como sinónimo de eficiencia y dominio económico. Su propuesta gira en torno a fórmulas empresariales para gobernar el Estado, bajo la premisa de que, si supo manejar negocios, seguro sabrá manejar el país. Su imagen de “gerente del Estado” resulta especialmente atractiva para quienes sueñan con un gobierno más parecido a una junta de accionistas. Además, su perseverancia electoral —casi heroica— lo mantiene como un rostro familiar en las campañas, demostrando que si algo no se le puede negar es constancia. Su defensa firme de la propiedad privada y de la inversión extranjera le suma puntos entre los círculos que prefieren los mercados libres antes que las plazas llenas.

Arena. La figura de Samuel, aunque levantada sobre sólidos cimientos empresariales, muestra grietas visibles cuando se la examina desde el plano político. Para muchos, su trayectoria parece la de un edificio bien diseñado, pero con entradas restringidas: elegante, funcional, pero lejos del alcance de quienes habitan las zonas más olvidadas del país. Sus reiteradas candidaturas presidenciales han sido como proyectos ambiciosos que nunca pasan de la maqueta: con planos llamativos, promesas de modernidad y buenas intenciones, pero sin el respaldo suficiente para erigirse. A ello se suman cuestionamientos sobre los materiales con los que edificó su fortuna, dudas que, aunque él afirma haber sellado con documentos legales, siguen siendo tema de inspección pública. Y si bien su discurso técnico busca ser un manual de construcción estatal, para muchos carece del diseño emocional necesario para inspirar.

Andrónico Rodríguez. Incursiona en el escenario político como una figura que, pese a su juventud relativa, ha sabido posicionarse con fuerza dentro del ajedrez político nacional. Desde su rol como presidente del Senado y su liderazgo en las organizaciones cocaleras del Chapare, se ha forjado una imagen de continuidad con sello propio: heredero del MAS, pero con aspiraciones de independencia discursiva. Ahora, bajo la sigla de Alianza Popular, se lanza a la contienda presidencial en un país que camina entre el hartazgo de lo viejo y la cautela frente a lo nuevo.

Cal. Entre los aspectos fuertes que Andrónico Rodríguez resalta de sí mismo, destaca su origen y arraigo en las bases sociales del MAS, particularmente en las federaciones de cocaleros del Trópico de Cochabamba. Esta conexión directa con los movimientos sociales y el sector indígena-campesino le otorga una legitimidad y un respaldo popular considerable, que es el corazón del voto duro del MAS. Su juventud, en contraste con otras figuras políticas más longevas, es vista como un activo, simbolizando una renovación generacional y una nueva energía para el proyecto político. Andrónico es percibido como un líder que ha emergido desde abajo, con un profundo conocimiento de las realidades de su región y de las demandas de los sectores populares. Su elocuencia y capacidad para movilizar a las masas, heredada de su rol dirigencial, son también puntos a su favor, demostrando habilidad para comunicarse y conectar con el sentimiento de su base. Para muchos, representa la continuidad del "proceso de cambio" sin la figura omnipresente de Evo Morales, pero manteniendo sus principios fundamentales.

Arena. La imagen de Andrónico Rodríguez no está exenta de críticas y desafíos importantes. Una de las más recurrentes es su limitada experiencia en la gestión pública a nivel ejecutivo o en la administración de un Estado complejo. Su trayectoria se ha centrado más en el liderazgo sindical y legislativo, lo que genera interrogantes sobre su capacidad para asumir las riendas del poder ejecutivo y manejar los desafíos económicos y sociales que enfrenta el país. Otro punto de crítica significativo es su estrecha asociación con la figura de Evo Morales. Si bien esta conexión le otorga respaldo dentro del MAS, también lo vincula directamente a las controversias y polarizaciones del anterior gobierno, lo que podría restarle votos en sectores que buscan una ruptura con el pasado reciente. Asimismo, su base de apoyo, aunque sólida, es percibida por algunos como regionalizada o dependiente de un sector específico (el cocalero), lo que le plantea el reto de ampliar su discurso y su propuesta para incluir a un electorado más diverso, urbano y de clase media. Finalmente, su juventud, aunque es una ventaja, también puede ser vista por otros como una falta de madurez o experiencia política para liderar una nación.

Así, el menú de candidatos ofrece sabores ya conocidos con nuevas presentaciones, como si bastara cambiar el empaque para renovar el contenido. Jorge Quiroga regresa con su brújula calibrada, aunque aún sin un mapa claro hacia las urnas; Samuel Doria Medina insiste en aplicar fórmulas empresariales a una realidad que no acepta balances trimestrales; y Andrónico Rodríguez encarna la juventud del proceso de cambio con manual del viejo liderazgo incluido. En suma, cada postulante ofrece una mezcla predecible de cal para la estructura y arena para el disimulo, confirmando que, en política, como en albañilería, no siempre importa con qué se construye, sino qué tan bien se disimula la grieta. [P]

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