Bolivia, ¿qué país le dejas a la generación del tricentenario?

Bolivia, ¿qué país le dejas a la generación del tricentenario?

Péndulo político Richard Mamani Vedia/CORREO DEL SUR 07/08/2025 15:06
Bolivia llega a su fiesta de 200 años con la billetera casi vacía, los nervios de punta y la sensación de que su futuro es una página en blanco.
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Bolivia llega a su fiesta de 200 años con la billetera casi vacía, los nervios de punta y la sensación de que su futuro es una página en blanco. Tras la bonanza del gas, arrastra una economía en terapia intensiva y un país partido en dos, y quizá más. Entonces, los asistentes a la fiesta se preguntan: ¿Qué celebramos?

Para el historiador Robert Brockmann, la respuesta es casi un epitafio: “Soy terriblemente pesimista sobre el futuro de nuestro país”.

El analista Gonzalo Mendieta opta en cambio por el optimismo y la esperanza: “(Bolivia) es un país con un futuro promisorio. Y ya hay más gente que sabe hacer cosas que antes no sabíamos hacer”, destaca, en referencia a la actual composición de la economía. 

Por su lado, el politólogo Gustavo Pedrazas ofrece un diagnóstico clínico: el subdesarrollo boliviano tiene nombre y apellido: tres “matrices” cancerígenas –económica, política y educativa– que nos mantienen girando en el mismo lugar. 

Mediante estas tres voces, en este aniversario, revisamos la situación del país, lo que se ha logrado construir en estos 200 años y la herencia que se deja a las futuras generaciones.

 

Robert Brockmann,

historiador

P: ¿Qué sensación le provoca este festejo?

R: Mira, nuestro Centenario fue un desastre. Y nuestro Bicentenario, un desastre. Soy terriblemente pesimista sobre el futuro de nuestro país. Yo creo que ya ha pasado el mejor momento de Bolivia, que ya ha sido todo lo bueno que podía ser. Económicamente, quizás hemos estado mejor en los 2010, con motivo de la cosecha de Evo Morales de los esfuerzos hechos por todos los gobiernos de la democracia pactada. Yo creo que esos 20 años han sido el mejor momento político de nuestro país, donde se ha creado institucionalidad, etc. Pero después todo ha ido para abajo y ahora estamos ante unas elecciones que no inspiran a nadie. No hay un proyecto de país. 

P: ¿Diría que el país aprovechó el auge de las materias primas?

R: Creo que ha sido una maldición que este país haya sido “bendecido” con tantos recursos naturales, porque eso ha hecho que las respectivas élites, durante su tiempo, se hayan dedicado al extractivismo. Nunca hemos industrializado. Mira, te voy a decir una cosa: la verdadera riqueza no se explota, no es algo que se extrae del suelo: la verdadera riqueza se crea. Eso es lo que han hecho Japón, Alemania, Suiza, lo que hace Estados Unidos... Nosotros nos hemos dedicado simplemente al extractivismo: primero con la plata, después con el estaño y, luego, con el gas. Y esto del litio se pinta mal también (…) 

P: Como país hemos probado la República, hemos padecido las dictaduras, hemos vivido la democracia y, recientemente, el Estado Plurinacional. Sin embargo, parece que seguimos siendo un estado en construcción? o inacabado. ¿Qué dice usted?

R: Yo creo que Bolivia es un país naturalmente federal. Tenemos geografías y mentalidades muy distintas. Mínimamente, deberíamos ser un país con fuertes y auténticas autonomías, si es que no directamente federal. Y esa fue la gran estafa del siglo XX. Tuvimos una guerra civil que La Paz ganó contundentemente, pero que, llegado el momento, no implementó el federalismo, y todo lo que se hizo fue centralizar absolutamente todo en La Paz. Y eso claramente no funciona. Y otra cosa: ¿somos un Estado Plurinacional? Sí, lo somos, pero forzadamente también, porque recordemos que hemos tenido una Guerra del Chaco, y esa guerra nos ha dado como legado la Revolución del 52. El legado de la Guerra del Chaco fue el reconocimiento (de vernos) como una nación. Sí, somos criollos, mestizos, indígenas, cada uno será lo que se siente, pero sobre todo éramos bolivianos. A partir del Estado Plurinacional, sobre todo, somos aymaras, somos lecos, somos yuracarés… Eso me parece una grandísima desgracia, un retroceso gigantesco. Yo creo que debemos volver al tema de que todos somos bolivianos. Y esta visión del MNR, de la Revolución, me parece que era la correcta: todos somos mestizos en diferentes grados. No hay aquí gente pura indígena, no hay aquí gente pura blanca; todos somos mestizos en un grado u otro, en temas de sangre o en temas de cultura. Y eso es lo que deberíamos cultivar. Ese es nuestro mínimo común denominador que, los últimos 20 años de gobierno, han socavado. Entonces, estamos llegando a los 200 años, entrando a la tercera centuria, divididos, atomizados, pensando que somos otra cosa. 

P: Y a propósito de eso, ¿cree que la polarización es una simple lucha por el poder o esto refleja visiones de país que ya no pueden coexistir en un mismo techo?

R: Te diría que esta polarización étnica y cultural, que ha vivido el país, viene cocinándose desde los años 70, pero ha sido exacerbada por la mentalidad indianista. Y, por el otro lado, también hemos tenido la “Nación Camba”. Entonces, se han cultivado (estas visiones) y las cosas han sido llevadas a los extremos por cada grupo. Es una cosa que fue cultivada, no fue algo natural (…)

P: ¿Y quién o qué proyecto de país estuvo más cerca de construir un país unitario de verdad?

R: Es una pregunta interesante (…) Ha habido ciclos de 20 años: 20 años de gobierno conservador, en el siglo XIX; 20 años de gobierno liberal, en el siglo XX; luego el proyecto neoliberal, la Revolución Nacional… Esos han sido proyectos de verdad. Han durado ciclos de 20 años. El ciclo del MAS también ha durado 20 años. El del MAS fue un proyecto divisivo, polarizador, disociador. Pero era un proyecto. Los liberales y los conservadores también tuvieron esos proyectos, pero ninguno ha cuajado (…)

P: ¿Es esta famosa llamada “democracia de las calles” que nos mantiene en una permanente inestabilidad o una inestabilidad cíclica?

R: Sin duda. Porque la democracia pactada, desde los 80 hasta el 2005, fue una democracia buena. Esto que tan despectivamente los masistas califican como el “pasanaku democrático”... ¡Caramba, así funciona en todas partes del mundo! Los partidos ganan elecciones con el 20 % o 30 %. En nuestro caso, Paz Estenssoro y Banzer ganaron con el 35 %, aproximadamente, y han sido gobierno. Tuvimos transiciones pacíficas de poder, se creó institucionalidad, hasta que todo esto se fue gastando, y el poder de las calles, como tú dices, los ha sustituido: los llamados movimientos sociales. Y el gobierno del MAS ha sido un gobierno de corporaciones, de intereses de corporaciones. Ahora, eso también se ha agotado. Pero ahora yo no veo que tengamos el entusiasmo que teníamos cuando se agotó el ciclo de la UDP (…)

P: Y viendo todos estos factores, ¿qué nos queda por rescatar?, ¿qué nos une como país?

R: Es una gran pregunta que deberíamos habernos hecho siempre. Nos une una cosa negativa: que no somos peruanos, que no somos argentinos, que no somos otra cosa. Como que no nos queda otra que ser bolivianos. Un poco eso es lo que veo. Hay un hermoso ensayo de un filósofo francés, Ernest Renan, que se titula “¿Qué es una nación?”. Y en este ensayo él dice por qué una nación no puede fundarse en la raza, la lengua, la religión o las fronteras. Todas tienen sus negativos. Entonces dice: “Ser una nación es el querer seguir siéndolo”. Que todos o la mayoría de sus habitantes quieran seguir siendo una nación, tener recuerdos comunes, haber hecho cosas comunes y querer seguir haciéndolas. Yo no sé si estamos en esa etapa (…) El desánimo de la nación es espantoso. Todo está en su punto más bajo (…) De repente hemos tocado fondo y es el momento de saltar hacia arriba. Quisiera creer eso, ojalá fuera ese el momento. 

 

Gonzalo Mendieta,

abogado y analista político

P:¿Qué país les está dejando Bolivia a sus hijos?

R: Yo creo que un carisma muy especial; un pueblo complejo, luchador, trabajador, con una historia difícil, pero apasionante; y un pasado que nos ha enseñado a salir de grandes dificultades. Y creo que Bolivia es un país que, a pesar de sus crisis, tiene un futuro promisorio (…) Creo que en el país ya hay más gente que sabe hacer cosas que antes no sabíamos (…) Vemos industrias en Santa Cruz, en El Alto, en Cochabamba, en Tarija.... O sea, el futuro no se pinta mal y no soy nada agorero respecto a nuestro porvenir.

P: ¿Diría que es un paciente que sufre una crisis de identidad múltiple?

R: Yo diría que estamos en la construcción de un proyecto común y que, obviamente, un país como el nuestro tiene algunas dificultades de partida. Primero, una geografía muy extensa, muy diversa (…) Por lo tanto, tiene personalidades distintas y, a veces, eso viene junto con los prejuicios que tenemos unos con otros. Si a eso le sumamos el asunto étnico (…) Creo que tampoco es tan anormal que, en una sociedad moderna, compleja y plural, convivan dos proyectos opuestos o estén obligados a hacerlo. Eso lo vemos también en otros países.

P: Y en el campo de la economía, ¿diría que Bolivia repite un patrón recurrente de dependencia con las materias primas?

R: Sí, creo que nuestra dependencia de los recursos naturales trae consigo también la maldición de la elefantiasis de nuestro régimen público. Cuando hay altos ingresos, la política se dedica a ganar clientela para mantenerse. Es un ciclo que ha sido frecuente en otras partes de nuestro continente. Después de un boom mal manejado, viene una tremenda crisis. Eso nos ha pasado varias veces. Obviamente, la rentabilidad de los recursos naturales hace que, cuando estamos viviendo el boom, dejemos de hacer otras cosas alternativas porque, prácticamente, todos nos dedicamos a conquistar la renta o el excedente de los recursos naturales y abandonamos otras actividades productivas. Sin embargo, no creo que estemos en la situación, por ejemplo, de los venezolanos, que son casi monodependientes.

Nosotros, en parte gracias al “Plan Bohan” de los años 40, dejamos de “comer estaño”. En esa década, se decía que Bolivia solo comía del estaño. Y creo que ahora comemos de los hidrocarburos, de la minería y del agro. Y de algunas cosas menores que hacemos. No es lo ideal, pero tampoco nos hemos quedado en lo mismo.

P: ¿Y qué me dice del modelo de Estado? ¿Es hoy Bolivia un Estado inacabado?

R: Sí, creo que no hemos terminado de construir un orden que nos conforme a todos. Creo que era Santo Tomás el que decía que “la paz es la tranquilidad de un orden”, y eso nos falta construir de modo permanente. Por otra parte, sinceramente, no creo que haya que sentir vergüenza por las peripecias de nuestra historia, porque es una historia muy nuestra. En ella hay próceres, abogados, villanos, dirigentes sindicales, curas, militares… Esa es nuestra sociedad también. A ratos me disgusta que traten de que Bolivia se parezca a Noruega. No somos noruegos: somos bolivianos y latinoamericanos, y en nuestra historia común están todos estos personajes y estas peripecias. Como decía Gabriel García Márquez, en el libro sobre Bolívar, cuando este está hablando con un francés, que insiste en la necesidad de reproducir el orden europeo, Bolívar le contesta: “Déjennos vivir nuestro Medioevo en paz”. Entonces, sin ir al extremo de querer que todo sea peculiar, creo que hay que aceptarse como lo que uno es, como el producto de su propia historia, y no sentirse apocado por eso. Por el contrario, creo que hay suficientes razones para sentirnos bien.

P: ¿Y en cuanto a la polarización? Parece que es algo que no nos deja coexistir… 

R: Diría que se entremezclan cosas. Creo que el país mató tempranamente ciertas instituciones que, incluso, venían desde la Colonia y que le permitían, en otros tiempos, tener una mejor armonía. No digo que fuera perfecto. Por ejemplo, la existencia de los cacicazgos, abolida por los liberales de la Gran Colombia –por Sucre y todos ellos–, que querían implantar un régimen liberal-rusoniano en un país que todavía vivía un orden totalmente premoderno. Entonces, sinceramente, creo que la polarización, sí, revela ciertos desajustes, pero porque nuestra institucionalidad, a ratos, no refleja exactamente cómo nos conducimos.

Recuerdo la famosa frase de Aristóteles que se traduce más o menos así: “la ley debe parecerse a la República, no la República a la ley”. Y creo que hemos pasado buena parte de estos 200 años, tratando de que la República se parezca a la ley. Claro, eso no va a suceder nunca. Quizás, con un poco más de humildad, en algún momento, nos animemos a construir, a partir de lo que somos, de nuestros ritos, de nuestras persistencias e, incluso, de nuestros defectos, un mundo que se asemeje a nosotros.

P: A propósito de eso, Bolivia se caracteriza por sus movilizaciones en las calles. ¿Usted cree que es un factor permanente de inestabilidad?

R: Gabriel René Moreno tenía una frase que me gusta citar. Él se preguntaba: “¿Somos pobres por ser revolucionarios o somos revolucionarios por ser pobres”. Creo que hay algo de eso. Por otra parte, no es ajeno al sistema político latinoamericano. Esto ya lo detectaron algunos estudios en los años 60 y, con las recurrencias que hemos visto en los últimos 20 años, podemos ver que hay cosas que se repiten. Nominalmente, tenemos un sistema que asigna ganadores, según las elecciones, etc. Pero también el juego y el despliegue de fuerzas en la calle, la intención de embarrarle el gobierno al contrincante, someterlo a presiones, las presiones de las corporaciones, los gremios y los sindicatos son parte activa de nuestra política. Entonces, creo que, en algún momento, hay que tratar de ver cómo institucionalizamos un poco más eso, porque esa es la institución real. Es decir, nos gustan las elecciones, pero también nos gusta la contención callejera.

P: Finalmente, ¿qué cree nos une todavía como país y qué nos hace viables?

R: Primero, creo que hay una identidad real. Presumo que ni usted ni yo podríamos pasar por europeos, norteamericanos, chilenos, argentinos, peruanos o brasileños a estas alturas. Creo que eso muestra que, pese a todos sus problemas y a su Estado inacabado, componemos un mundo peculiar, propio, distinto, con una vocación de creación. Además, somos una especie de confederación de pueblos en las altas cumbres andinas y en la Amazonía. Entonces, creo que eso nos hace estar forzosamente destinados a construir un proyecto común. No creo que ninguno de nosotros, por más que alguna vez se hable del separatismo, pudiera convivir en otro Estado y con otra comunidad nacional, a estas alturas. Me parece difícil.

 

Gustavo Pedrazas,

analista político e investigador

P: ¿Qué hizo Bolivia en estos 200 años y qué herencia deja?

R: Sí, bueno, el tema es gigantesco. Creo que tenemos que ver tres matrices para explicarnos cómo estamos. Primero, la matriz económica. Desde nuestro nacimiento como República ha sido extractivista y, en los últimos años, eminentemente informal (…) No hemos podido salir de la matriz extractivista de los recursos naturales que se agotan, son cíclicas y dependen de los precios internacionales.

Y como la política va siempre abrazada de la economía, los ciclos económicos se cierran cuando concluye la bonanza del recurso que estamos explotando. Eso pasó con la plata, con el estaño y, ahora, con el gas natural. Obviamente, cuando concluye la bonanza y el ciclo de bienestar y el de buenos precios, se cierra el ciclo de nuestra economía y también el de la política. Esa es una de las razones por las que creo que nos mantenemos en los círculos constantes de la economía extractiva y la política inestable.

La segunda matriz es la política. Nuestra matriz política está absolutamente desinstitucionalizada (…) Esto nos impide generar procesos de planificación a largo plazo y tener un sistema judicial independiente que acompañe este proceso de desarrollo. El sistema judicial siempre ha sido manipulado, sometido al poder político. Por lo tanto, lo que caracteriza al sistema judicial boliviano y a otras instituciones del Estado es la debilidad. La tutela del partido sobre las instituciones del Estado ha sido siempre la característica (…).

El MNR, en su tiempo, los partidos que hicieron pactos, en su momento, y después el masismo, siempre tuvieron una gestión institucional alineada al partido, más que alineada al interés público (…)

Esa es la otra matriz a tomar en cuenta. Hay un libro que ilustra, con mucho rigor científico, esta afirmación: Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James Robinson, cuyos autores fueron galardonados con el Premio Nobel. Esto quiere decir que el tema institucional es vital para el desarrollo de los Estados. Nosotros tenemos ese gravísimo problema: la ausencia de instituciones fuertes. Las instituciones del Estado son manipulables, débiles, prebendales y funcionan en torno a intereses del partido y de grupos dentro de los partidos.

P. ¿Y cuál es la tercera?

R. La otra matriz, que es también de alta relevancia para el desarrollo a largo plazo, es la educación, la ciencia y la tecnología, que van juntas. No tenemos un sistema educativo fuerte, no lo hemos tenido. Por lo tanto, no tenemos un desarrollo científico y tecnológico que se base en el conocimiento, y el conocimiento es la principal herramienta del desarrollo. ¿Y cuál es el cimiento? ¿Dónde se cultiva eso? En la educación primaria, secundaria y universitaria, y no la tenemos. Contamos con un sistema educativo igualmente manipulado por el partido, totalmente descuidado y con presupuestos miserables (…).

P: ¿Y qué otro factor incluiría usted?

Un factor que ahora se siente con mucha más agudeza: la energía. Nuestra matriz energética es igualmente obsoleta, no la hemos cambiado, no tenemos una matriz energética renovada. Seguimos usando los combustibles fósiles como la principal energía que mueve la producción, la construcción, el transporte público, etc. Cuando se cae la capacidad de extracción de recursos fósiles, se cae la economía (…).

P: ¿Qué me dice de la división que enfrentamos?

R: Sí, adicionalmente hay que reconocer que hay otros temas, quizá más controversiales, que creo tienen mucho que ver. Estos temas controversiales e históricos tienen que ver con la fractura territorial de nuestro país. Bolivia nació como República con una fractura territorial entre Oriente y Occidente, que no se ha logrado superar. Este tema persiste y se ha mantenido a lo largo de la historia. Me parece que la construcción de un Estado nacional, desde las regiones, nos va a ayudar mucho. Es decir, desconcentrar el poder, darle autonomía a las regiones, a los ecosistemas, a la producción, a las economías territoriales. Potenciar las energías que hay en cada uno de los territorios le puede dar mucha más fortaleza que concentrar los recursos y centralizar el poder, como ocurre ahora.

P: ¿Es un ejemplo la economía cruceña?

R: Creo que la economía cruceña, el modelo de desarrollo cruceño, es una irrefutable evidencia de cómo puede desarrollarse una región cuando existe capacidad productiva, reconociendo que los recursos naturales son abundantes en el departamento de Santa Cruz. Pero es muy difícil hablar de reproducir el modelo. O sea, no podemos trasladar el modelo de desarrollo cruceño a otros territorios del país porque las condiciones y los ecosistemas son distintos. Yo creo que cada región tiene su particularidad y tendría que desarrollarse en función de sus potencialidades. No se puede tener ganadería extensiva en las tierras alta,s ni se pueden cultivar allí los ‘commodities’ que se exportan desde Santa Cruz. Pero creo que el turismo, por ejemplo, los cereales andinos y otro tipo de potencialidades, como la tecnología y los nodos tecnológicos, en tiempos tan desafiantes, me parece que también deben ser tomados en cuenta en las tierras altas.

Como estos analistas, miles de bolivianos reflexionan hoy y festejan los 200 años de Bolivia. Las discusiones y reflexiones arrojan un balance complejo y sin un pronóstico definitivo. Las conclusiones son una mezcla de un Estado centralista y rentista que se resiste a morir y una sociedad diversa y resiliente que busca nuevos caminos. 

La pregunta que flota en el aire no es si Bolivia es viable –200 años de historia, con sus triunfos y desastres, lo confirman–, sino qué modelo de país prevalecerá. 

La herencia está sobre la mesa, con sus deudas y su capital. La tarea de la generación del Bicentenario no es solo administrarla, sino decidir si quiere seguir acumulando pasivos o, por primera vez en mucho tiempo, empezar a construir activos sólidos para el tricentenario.

 

El INVENTARIO DEL BICENTENARIO 

Al llegar a este hito, Bolivia se mira al espejo y se hace la pregunta inevitable que toda familia se hace al pasar de una generación a otra:

¿Qué hemos construido juntos? ¿Y qué herencia, con sus tesoros y sus deudas, les estamos dejando a los que vienen? 

EL ACTIVO: LA RIQUEZA INAGOTABLE

Qué hemos hecho: Hemos vivido sobre un cofre con tesoros. Nacimos de la plata del Cerro Rico, que financió imperios. Nos definimos por el estaño que nos metió de lleno en las guerras y la geopolítica del siglo XX. Flotamos sobre un mar de gas que nos dio una bonanza sin precedentes. Y ahora soñamos con el litio, el oro blanco del futuro. Somos un resumen geológico y biodiverso del planeta.

Qué heredamos (el activo): Un capital natural descomunal. Una fuente de riqueza potencial que sigue ahí, bajo nuestros pies, como una promesa perpetua.

EL PASIVO: LA CONDENA DEL EXTRACTIVISMO

Qué hemos hecho: Nunca hemos sabido qué hacer con el tesoro. Cada ciclo de auge ha sido un espejismo. La riqueza extraída no construyó una economía diversificada, sino élites corruptas y un Estado adicto a la renta. Generó enclaves de modernidad rodeados de pobreza, conflictos sociales y una devastación ambiental que recién empezamos a medir.

Qué heredamos (la deuda): Un modelo mental dependiente. Una “cultura de la lotería” que nos impide pensar el desarrollo más allá del próximo pozo o salar. Dejamos una economía frágil y una herida ecológica que las futuras generaciones tendrán que pagar.

EL ACTIVO: LA RESISTENCIA INDÓMITA

Qué hemos hecho: La historia oficial la escribieron las élites criollas, pero la historia real la protagonizó un pueblo que se negó a desaparecer. Desde las rebeliones indígenas y las guerrillas hasta las marchas por la dignidad y las guerras del agua y del gas. La sociedad boliviana ha demostrado una capacidad sobrehumana para resistir, para organizarse desde abajo y para luchar por la inclusión.

Qué heredamos (el activo): Un tejido social resiliente. Una vocación por la lucha por los derechos que es nuestro motor de cambio más potente. La vitalidad de las culturas originarias no como pieza de museo, sino como fuerza política y social viva.

EL PASIVO: EL PACTO ROTO DE LA CONVIVENCIA

Qué hemos hecho: Nunca hemos logrado vernos como iguales. El racismo y la discriminación han sido el pecado original de la República y persisten. El regionalismo ha tensado el país hasta casi romperlo. La polarización actual no es nueva, es la manifestación más reciente de nuestra incapacidad para construir un “nosotros” que incluya al que piensa, luce o vive diferente.

Qué heredamos (la deuda): Un país fragmentado. Dos, o quizás más, Bolivias que conviven en el mismo territorio pero desconfían profundamente una de la otra. Heredamos la grieta, la desconfianza como forma de hacer política y una peligrosa intolerancia al otro.

EL ACTIVO: LA BÚSQUEDA PERMANENTE DE LA UTOPÍA

Qué hemos hecho: Bolivia ha sido un laboratorio político. No nos hemos conformado. Tuvimos una de las revoluciones más profundas del continente en 1952, que intentó crear una nación mestiza. Soportamos dictaduras y las derrocamos. Abrazamos el neoliberalismo y luego lo enterramos con una rebelión popular. Creamos un “Estado Plurinacional”, un experimento único en el mundo para intentar saldar la deuda histórica con los pueblos indígenas.

Qué heredamos (el activo): Una vocación de cambio. No somos un país resignado. Heredamos la audacia de intentar reinventarnos, de buscar un modelo más justo, aunque en el camino hayamos cometido errores garrafales.

EL PASIVO: EL ESTADO FALLIDO

Qué hemos hecho: Nunca hemos construido un Estado de Derecho sólido. El Estado no es visto como el garante de los derechos de todos, sino como el botín del grupo que gana el poder. La justicia es la pieza más codiciada de ese botín. Las instituciones son débiles, permeables a la corrupción y al cuoteo. El caudillismo, de izquierda o de derecha, ha primado sobre la construcción institucional.

Qué heredamos (la deuda): Una institucionalidad de papel. Un esqueleto estatal que no inspira confianza ni garantiza imparcialidad. Esta es quizás la hipoteca más pesada, porque sin reglas de juego respetadas por todos, cualquier proyecto de país, por bienintencionado que sea, está condenado a la inestabilidad y al conflicto.

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