El racismo ha sido una de las costumbres políticas que ha transitado a lo largo de toda la historia boliviana. Se une al uso centenario de la discriminación de sectores indígenas y populares por parte de las oligarquías o aristocracias. Si hace más de un siglo las aristocracias discriminaban a los indios, en el siglo XX los sectores populares urbanos, los mestizos populares discriminaban a quienes vienen del campo; así pues, el signo de la discriminación no es algo peculiar a las aristocracias. Y la mayor sorpresa es que en el siglo XXI, al influjo de las ideas del gobierno de Evo Morales que intentaron racializar la política, se produce el fenómeno inverso, pues campesinos o indígenas discriminan a los pobladores urbanos, a quienes, según ellos, tienen la piel blanca.
La obra de Gabriel René Moreno resuma una idea aristocrática del poder, de discriminación a lo popular; Alcides Arguedas es el arquetipo de las ideas de discriminación al indio, pues él cree que estos son el problema en Bolivia; por su parte Franz Tamayo reivindica a los indígenas, no obstante, pone peros de discriminación al mundo mestizo, a los cholos.
En el inicio del siglo XX los liberales realizaron una reforma de la educación que tendía a “civilizar” a los bolivianos, en especial a los indios, formando sus mentes y sus cuerpos con una nueva gimnasia europea. Para ese efecto contrataron una misión belga encabezada por George Rouma para fijar los contenidos de la futura educación boliviana. Por su parte, Carlos Medinaceli, con La Chaskañawi, realiza una reivindicación de los mestizos eludiendo los criterios racistas de los otros dos autores. Sin ese trío de intelectuales, es difícil entender la política y la cultura política del siglo XX.
La cultura del despojo y de la victimización está presente en la mentalidad de los bolivianos. La cultura del saqueo se liga a la de la victimización; siempre somos víctimas de alguien, de la conspiración de otros; no poseemos la capacidad de analizar las limitaciones o errores propios; no, los culpables siempre están afuera, no somos nosotros. La Guerra del Pacífico la perdimos, según el saber popular, por los excesivos intereses económicos de los chilenos; la Guerra del Chaco la perdimos, según los bolivianos, por los intereses de los imperialismos y sus empresas petroleras, es decir que hay una ceguera a lo que hicimos los bolivianos.
En la política doméstica, el poder y los políticos dicen que no cometen errores, sino que otros son culpables de los desaciertos de los gobiernos. Nos va eternamente mal por culpa de otros. Fue una idea reiterativa del poder: durante el gobierno de Evo Morales, la de presentarse como víctima de los ricos, de los k’aras, del imperialismo o del neoliberalismo. Pasaron años de un gobierno del MAS, pero este, en lugar de reconocer sus fallos, explicó que todos sus tropiezos fueron culpa del imperialismo, del neoliberalismo; que, por ser un país pobre, esos poderes nos humillaron siempre, que lo hacen desde hace siglos y que lo seguían haciendo. Una vez caído Morales, él no acepta errores, solo explica que fue la conspiración del imperio la que lo sacó del poder.
En la política boliviana, la autocrítica no tiene cabida. Los políticos no tienen la capacidad de aceptar sus errores; no lo hicieron hace dos siglos y siguen cometiendo ese pecado. Quien no mira sus propios errores, país que no realiza una autocrítica de sus acciones y conductas, difícilmente podrá avanzar.
La idea de la revolución socialista estuvo presente en la política boliviana desde que se produjo la Revolución Rusa, en 1917. Se desarrolló con las variantes correspondiente a lo sucedido en la China de Mao y con los sucesos de la Revolución Cubana. Esas ideas influyeron en la práctica de varios partidos de Bolivia y del ELN. Buena parte del movimiento obrero adscribió a esas ideas, así como también las clases medias radicalizadas; desde los 60 del siglo XX, muchas ONG aceptaban la idea de la revolución socialista y trataron de seguir ese camino. Los partidos de izquierda, desde los años 30 del siglo XX, adscribieron a esas ideas. La llegada de la Revolución Cubana aumentó en las clases medias, en especial en sectores de la juventud, las ideas ligadas a la aceptación de la revolución socialista.
El concepto de la feudal burguesía es trascendental de 1940 en adelante; así se definió al poder de esa época, no hay certeza plena sobre quién lo usó primero, pero, tanto los partidos marxistas como todo el nacionalismo revolucionario lo utilizaron para definir al Estado oligárquico que tuvo vigencia hasta 1952. Otro de los conceptos políticos que definieron al Estado oligárquico es el de la rosca, que expresaba cómo el poder estaba encerrado en un círculo pequeño circunscrito a los poderes de la tierra y del manejo de la minería, los mismos que fueron explicados por el concepto de la feudal burguesía. Pero si este articulaba feudalismo y capitalismo, por la misma vía transitaba el rescate de la idea de desarrollo desigual y combinado que usaron los pensadores trotskistas para analizar la sociedad boliviana; tanto Lora como Ayala Mercado fundaron sus análisis en la utilización de ese concepto.
También los pensadores del nacionalismo revolucionario, incluido Paz Estenssoro, apelaron a esa categoría. En el caso de René Zavaleta, su conocida idea de Bolivia como sociedad abigarrada es una variante del desarrollo desigual y combinado, pero él habla del abigarrado simultáneamente al uso de la categoría centralidad proletaria. Es que en un tiempo Zavaleta estaba con la idea de la revolución socialista, por lo cual privilegiaba el rol del proletariado como sujeto histórico que haría las transformaciones. Su centralidad proletaria se remite a la importancia que para él tenía el proletariado minero. Tanto el desarrollo desigual y combinado como el abigarrado al cual hacemos referencia condujeron a la idea de un partido policlasista, que era opuesta a la centralidad proletaria. Fue Tristán Marof uno de los primeros que apostaban por esa línea. El MNR fue el partido que con más fuerza impulsó la idea del partido policlasista: bajo ese manto ideológico realizó la revolución de abril y el gobierno revolucionario del MNR.
Hay dos documentos trascendentales para la historia política de Bolivia en el siglo XX. Por un lado, la Tesis de Pulacayo (1946) que señala que el camino estratégico del movimiento obrero es el avance hacia el socialismo mediante una revolución proletaria. Después de la Revolución, la COB tomó como suya esa Tesis; sus ideas han estado presentes en el imaginario del movimiento obrero y de las clases medias radicalizadas hasta fines del siglo XX e inicios del siglo XXI.
La contratesis es el Manifiesto a los Electores de Ayopaya, documento político del MNR escrito por Walter Guevara. Ese texto no propone el socialismo, sino que, sin negar la lucha de clases, apunta a una revolución democrático burguesa, realizada con base en el impulso de un partido policlasista. Quizás la Tesis de Pulacayo haya tenido más impacto ideológico en el pensamiento de las izquierdas y, en especial, de los trabajadores mineros, pero los lineamientos del manifiesto de Walter Guevara Arze son los que se plasmaron en la Revolución de 1952, es decir que esta Tesis tuvo un valor práctico de importancia. No obstante, las ideas de ambos están entrecruzadas, no en vano todo lo relativo al poder dual o al cogobierno MNR-COB es la historia de los primeros años de esa Revolución; justamente por eso, muchos dirigentes trotskistas, militantes del POR, practicaron el entrismo, ingresaron al MNR con la intención de radicalizar la Revolución para que ella transite de lo democrático burgués hacia el socialismo. No obstante, el MNR absorbió a los entristas y la Revolución no se radicalizó; los exporistas se emenerrizaron.