La etnicidad es un factor clave en la segunda vuelta y el reto es canalizarla sin tensiones
El experto en etnicidad Rafael Loayza señala que hay una “correlación positiva entre la identidad étnica y el voto hacia corrientes del movimiento popular”; la socióloga Gabriela Canedo sugiere a las tres principales fuerzas políticas buscar consensos en la diversidad.
Bolivia late con muchas identidades y, en este inédito balotaje, la etnicidad vuelve a ser un factor decisivo. Más allá de los candidatos, lo que está en juego son visiones de país atravesadas por ciertas rivalidades que la democracia debe transformar en diálogo y unidad, en lugar de división y confrontación.
Según el último censo de 2024, al menos un 38,7% de los 11,3 millones de bolivianos se autoidentifica con alguna de las 36 naciones indígenas reconocidas en el país. Este peso demográfico no pasa desapercibido en las campañas: ambos candidatos buscan seducir a ese electorado, conscientes de que la identidad continúa siendo un factor que define adhesiones, marca discursos y puede inclinar la balanza en la segunda vuelta electoral.
Lo importante es que las urnas sean un lugar donde se diriman estas divisiones y fracturas históricas y que los partidos que van al balotaje vean estas diferencias como una oportunidad para crear algo en común y que no sea para profundizar la división, comenta la socióloga y docente de la Universidad Mayor de San Simón, Gabriela Canedo.
La socióloga agrega que las tres principales fuerzas políticas en la Asamblea Legislativa son opositoras al Movimiento Al Socialismo (MAS) y lo ideal es que se abran caminos de diálogo para lograr consensos entre todos y buscar “fortalezas en la diversidad”.
La identidad en la política
Canedo explica que la división entre “indígenas y k’aras o blancos” “ha hecho mucho daño” y que ha causado una polarización en torno a la identidad indígena, que además ha sido parcialmente “instrumentalizada” de forma política por el Movimiento Al Socialismo (MAS) en anteriores años.
Esta polarización se nota, por ejemplo, en las publicaciones y comentarios en las redes sociales en los que predominan ciertos rasgos étnicos y la asociación de indígena con el partido oficialista en tono de insulto. Una situación que puede abrir heridas entre bolivianos y ahondar más en la división que acercar al diálogo y la unidad.
Ahora que la alianza Libre de Jorge ‘Tuto’ Quiroga y Juan Pablo Velasco, y el Partido Demócrata Cristiano (PDC) de Rodrigo Paz y Edman Lara siguen en la contienda electoral deben tomar en cuenta el “empoderamiento político” de los indígenas para esta próxima votación, indica Canedo.
Cambios en el voto indígena
Por su parte el sociólogo y experto en temas de racismo y etnicidad, Rafael Loayza, sostiene que hay una “correlación positiva entre la identidad étnica y el voto hacia corrientes del movimiento popular” y que según una tabulación entre la intención del voto y la autoidentificación étnica de los votantes en la primera vuelta electoral, al menos un 88 % de personas que votaron por PDC se autoidentificaba étnicamente, mientras que cerca del 80% de los votantes por Libre se adscribían como “no indígenas”.
Loayza añade que el comportamiento electoral ha cambiado en estas elecciones. Antes el voto indígena era “proactivo”, es decir, se apoyaba a un candidato en quien realmente se creía. En estas elecciones, en cambio, predomina el voto “reactivo”, orientado a bloquear a los “k’aras y a los de derecha”.
El factor Lara
En la primera vuelta electoral el PDC alcanzó el 32,06% de los votos válidos, la alianza Libre obtuvo el 26,07%, mientras que el MAS que gobernó por dos décadas el país obtuvo el 3,17 % de la votación, el porcentaje más bajo en 20 años. Un dato importante en estas elecciones fue el voto nulo promovido por el expresidente Evo Morales, que alcanzó un 19,78 %. Cochabamba fue uno de los departamentos donde obtuvo la mayoría de los votos nulos, lugares donde antes ganaba el MAS y que tiene una característica demográfica indígena y popular.
Ese porcentaje de votación en esta segunda vuelta electoral puede ser captada por los candidatos. Un estudio de Ciudatos Lab muestra la forma de campaña presencial, sin contar el espacio digital, que utilizó cada candidato en la primera vuelta. La campaña de Libre estuvo marcada por carteles y banderines. En cambio PDC fue el que menos campaña hizo a través de esos medios. En Cochabamba, por ejemplo, Tuto Quiroga se enfocó en captar más los votos de barrios de la zona norte, donde vive la clase media, y visitar algunos mercados, mientras que Rodrigo Paz y Edman Lara fueron a lugares y barrios más populares.
Canedo señala que este voto indígena encuentra una “fuerte autoidentificación” con Lara, el candidato a vicepresidente por PDC por el “trabajo hormiga” que hizo de ir a visitar diferentes poblaciones, provincias del país, por su discurso contra la corrupción y por la cercanía con la gente de clase popular.
Además, manifiesta que el apoyo hacia Lara tiene que ver con que las personas pueden reflejarse en él y esta autoidentificación indígena y de clase popular pesa más que las propias propuestas de Gobierno cuando las personas tienen que elegir por quién votar.
Identidad como desafío democrático
Este balotaje pondrá a prueba si la política boliviana puede superar la lógica de “indígenas versus k’aras” que marcó etapas anteriores, para abrir un espacio en el que la diversidad sea reconocida como un valor democrático compartido. El reto es que las urnas se vuelvan un espacio donde se puedan superar las diferencias y que sea el comienzo para tejer acuerdos en medio de la pluralidad.
La verdadera fuerza del país radica en reconocer y respetar su diversidad, transformando las identidades en puentes que permitan trabajar en conjunto hacia un futuro inclusivo. Convertir la pluralidad cultural en motor democrático no debe ser una tarea exclusiva de tiempos electorales: es un camino que exige diálogo constante, respeto mutuo y voluntad de encuentro.
El balotaje no solo decidirá quién gobernará Bolivia, también pondrá en juego si la sociedad está dispuesta a trascender los muros de la confrontación étnica para abrazar la posibilidad de una democracia más amplia, donde todas las voces cuenten y ninguna identidad quede relegada.