Periodismo y Literatura La palabra se hizo carne
Podríamos comenzar con un lugar común, el origen de todo está en el chisme, sobre todo el chisme que tiene que ver con las mujeres, más que nada con las mujeres enamoradas, las bellas pecadoras, las tentadoras.
Podríamos comenzar con un lugar común, el origen de todo está en el chisme, sobre todo el chisme que tiene que ver con las mujeres, más que nada con las mujeres enamoradas, las bellas pecadoras, las tentadoras. Desde el inicio de los tiempos, cuando aparece la palabra como una idea para comunicar, los seres humanos se dedican a difundir chismes sobre sus familiares, sus vecinos, sus amigos o sus imaginaciones.
El chisme es la base de todo lo que hoy nos preocupa en tesis, seminarios, talleres y coloquios. Quizá lo más originario que sobre vive, por lo menos en nuestra región, sean los vallenatos caribeños que llevan de pueblo en pueblo las historias de romances clandestinos, las nuevas viudas, los muertos en la vereda. Como bien envidiaba Gabriel García Márquez, son esos autores- anónimos hasta el torrente de Rafael Escalona- quienes combinan con certeza geografía, poesía y noticiero manteniendo un estilo preciso y sencillo.
El triángulo del relato tiene en un vértice a la literatura/narrativa, en el otro ángulo a la historia y en el tercero al más reciente, al periodismo, y se nutre casi simultáneamente de esas tres puntas. Por ello parece inútil separar esas vertientes porque continuamente encontraremos que se tocan, se juntan, se entreveran y en muchas ocasiones es difícil definir si un texto es ficción, realidad, actualidad.
Como recordábamos al principio, en cada siglo las preocupaciones están marcadas por las mujeres, por Eva- si tomamos la Biblia-, por Helena- si queremos seguir a Homero-, o por Sherezade con sus mil y un cuentos.
Amor y sus infinitos vericuetos de celos, triángulos, incestos, venganzas, y su sombra, el odio, las guerras, las rivalidades, las enemistades, concebir la vida y morir. Una biografía histórica de cualquier héroe moderno parece tan antigua como la del mítico Ulises.
Quizá las mayores diferencias estén marcadas en los tiempos narrativos; la ficción busca una unidad y mejor si es un momento; la historia puede abarcar un milenio y el periodismo necesita un ancla en la actualidad, el tiempo presente, presente.
También suelen diferenciarse las herramientas y el uso de las fuentes, pero actualmente el periodismo literario, la biografía novelada, la historia sin pie de páginas y como proceso, la no ficción, son formatos que mezclan todos los ingredientes. Siento que volvemos al origen, contar chismes. No importa ya tanto la verdad como el interés humano y la sensación que puede suscitar un relato.
LA PALABRA HECHA CARNE
Ese “contar chismes” no es otro asunto que utilizar la palabra que diferencia a los humanos como los únicos mamíferos capaces de comunicar ideas y no exclusivamente intuiciones.
La palabra es el mayor misterio en la historia de la civilización, aunque sea el misterio más antiguo y más común. “El Verbo se hizo carne”, es decir la palabra, “santificado sea tu nombre”. Se conoce la dificultad de los pueblos primitivos orientales para designar con una palabra a la divinidad, por lo que ni siquiera se consideraban vocales. La cábala juega sus escondites con “aleph” y el consiguiente abecedario.
El esoterismo- los gnósticos milenarios- los estonios y el cristianismo primitivo desarrollaron todo un engranaje para relacionar al microcosmos- creación y el macrocosmos- muerte, la tierra y las estrellas con la palabra.
A veces olvidamos que la comunicación con la Divinidad es sobre todo a través de la “oración”, cuyo poder es capaz de mover montañas o detener cataclismos.
Los primeros narradores, casi todos mitológicos, respetaron ese valor supremo que la pérdida del asombro en siglos posteriores ha banalizado, como ha burlado la promesa o el juramento, mucho más el compromiso y el honor.
Desde ahí se desprendieron los diferentes formatos: la llamada literatura con el drama o la comedia, la tragedia; la poesía con sus muchas variables; el cuento, la novela. La historia se transformó en una ciencia con determinados atributos, sobre todo en la búsqueda de “fuentes” primarias para respaldar aquello que se defiende como “realidad”.
El más joven, el periodismo, más ágil, más preocupado por la rapidez que por la belleza o por la verdad, por los hechos que por la reflexión, potenciado al infinito con el invento de la imprenta y en la última centuria con muchas otras nuevas tecnologías.
CRONISTAS ASOMBRADOS
Para aterrizar esas líneas introductorias en nuestro territorio, tal como demarca el título de este simposio, el triángulo literatura-historia-periodismo hunde sus raíces desde la llegada de los seres que sabían leer y escribir, al inicio del Siglo XVI.
El periodista y literato Luis Ramiro Beltrán, estudioso del desarrollo de la comunicación en Bolivia, sitúa a los quipus y a los chasquis como los pioneros reportajes en Los Andes. Sin embargo, por razones metodológicas y de espacio, dejaremos a ese grupo de lado y nos centraremos en la palabra impresa, la que carga tinta fresca.
En cambio, insisto en nombrar a los primeros cronistas, aquellos que llegaron con los conquistadores ibéricos como los primeros historiadores, literatos y periodistas de nuestro territorio y que, curiosamente, marcan temas y estilos. Tengo algunos trabajos sobre ello. Los autores, a pesar de escasos conocimientos universitarios, narran escenas que anteceden al realismo mágico que caracterizó a la literatura latinoamericana durante el “boom” del Siglo XX. Describen ríos, mares, montañas y pantanos como parte de lo imposible; o persiguen a la fuente de la juventud como el objetivo de una larga travesía.
Además, las crónicas reportan asuntos que han inquietado al continente desde hace 500 años y que siguen como titulares en la prensa moderna: la tenencia de la tierra; la situación de los indígenas; la difícil interculturalidad; las instituciones caóticas; la falta de justicia; los excesos del amor; el mestizaje como un torrente y las eternas luchas civiles.
Estas crónicas son fuentes primarias de información, usadas por historiadores y por literatos, pero poco conocidas por los periodistas.
Era costumbre, desde las primeras expediciones de conquista, contar con músicos y escribientes acompañando a la infantería. Los primeros historiadores, también los narradores/literatos, son aquellos que dejaron testimonio de las epopeyas, los héroes y sus amantes.
Desde el primer viaje de Cristóbal Colón, a mediados de 1492, tanto el navegante como sus auspiciadores reales, contrataron en la tripulación a un cronista que apuntara los hechos. Escritos que se complementan con el propio diario de Colón que anota jornada a jornada recorridos y sorpresas que pueden ser leídos como noticias actuales.
Sólo cambia el formato, de papeles amarillentos al intangible Internet, pues los asuntos son casi siempre los mismos.
Los cronistas consignaron con sus plumas urgentes los detalles de la geografía- el lugar-, cada vez más asombrados porque la bravura de las olas, la densidad de la floresta o el tamaño de las montañas excedían con largueza todo aquello que conocían y por ello escribían tan afectados como lo haría hoy un reportero acompañando un viaje a Marte.
Después llegaron los sustos, cuando conocieron a los protagonistas, a esos “quiénes” que pasaron de la amabilidad inicial a responder con envenenadas flechas a la violencia europea. Los cronistas aún en su reproducción no neutral de esos primeros choques, nos dan elementos para entender la dificultad de escribir sobre “el otro” y para entender un mundo “nuevo”, densidad que tampoco el periodismo moderno logra superar.
Los tiempos de unos y de otros eran diferentes. Una data, 12 de octubre de 1492, no tenía ninguna relación con los ciclos acumulados en el calendario maya o en las observaciones astronómicas realizadas a lo largo del continente, sea desde Copacabana, Cuzco o Chichen Itza. Entonces, los tiempos, las fechas, que pusieron los cronistas, son “sus años” y no las marcas climáticas que apuntaban los sacerdotes aztecas entre los equinoccios, los solsticios o los eclipses.
Esa construcción de tiempos diferenciados, a veces paralelos, a veces contradictorios, acompañó durante siglos, las noticias locales, desde la siembra más sencilla hasta la complejidad de una visión del mundo. Es un ejemplo muy útil para comenzar a de-construir la imposibilidad de compaginar las urgencias de unos con la calma de otros.
Ese “cuando” de las crónicas ya nos anuncia las distancias entre los que llegaron y los que habitaban el continente. Quinientos años después, los periódicos registran problemas en la implementación de proyectos carreteros, por ejemplo, porque los apuros de un modelo de desarrollo, “progreso” no coinciden con otras ideas de la felicidad.
Los mayores tropiezos de los cronistas se dieron cuando intentaron registrar ese “qué” y ese “cómo”. Sus esfuerzos alcanzaron en algunos casos a mostrar un panorama mayor y son las crónicas imprescindibles para el nacimiento del periodismo latinoamericano, con sus fortalezas y con sus debilidades.
Uno de ellos, guerrero y escritor, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, es un ejemplo de ese asombro ante la inconmensurabilidad del paisaje, del miedo a lo desconocido y, a la vez, un relato pionero sobre las plantas con poderes mágicos que provocaban alucinaciones diabólicas. Los cronistas de esas centurias ya se preocuparon por las drogas, por la coca, por el peyote, por las adormideras que hasta hoy ocupan titulares en nuestra moderna televisión.
El caso de Bartolomé Arzans Orzúa y Vela es la vida y obra de un personaje más cercano y conocido en la historia de Bolivia, concretamente de la Villa Imperial de Potosí, cuyo rico cerro de plata fue el eje articulador de la Audiencia de Charcas y de la nueva república.
Nacido en Potosí en 1674 murió en la misma ciudad en 1736 sin concluir su obra “Historia de la Villa Imperial de Potosí” que había iniciado en 1705. Su hijo Diego escribió los últimos ocho capítulos. La obra sólo interesaba a su autor y él no la dedicó al rey, al virrey o a otra autoridad, como sus colegas cronistas, ni tampoco se ocupó de conseguir su publicación. Guardó celosamente el manuscrito. El libro recién fue encontrado a inicios del Siglo XX y fue la tenacidad de Gunnar Mendoza, entonces director del Archivo Nacional, junto a su colega y amigo Lewis Hanke, la que permitió su publicación con notas de estudio en 1965, con el auspicio de una universidad estadounidense.
Se presume que existen dos copias, una de las cuales fue empeñada por Diego para conseguir apoyo económico de un cura, que fue enviada al Rey y que estaría en España aunque la corona no se interesó en editarla, ni en tiempos republicanos. El otro ejemplar fue comprado en 1877 para ser publicado en Europa, algo que no sucedió, hasta la adquisición por parte de un coleccionista, quien la donó a la Brown University y fue la base para los esfuerzos de historiadores que la difundieron primero parcialmente y luego completa y con notas de estudio. Actualmente, el estado boliviano la considera una de las narraciones fundamentales de la historia nacional y hay nuevas y bellas ediciones, llenas de apuntes y notas.
Los literatos bolivianos consideran el texto como el primer libro de autor boliviano, pero no están de acuerdo en su catalogación. Para algunos podría pasar como una ficción de lo fantástico, donde los ángeles bajan a defender a un pecador o un Cristo revela el adulterio de una bella moza. Indudablemente también hay que considerarlo el primer reportaje sobre estas tierras y el primer ejemplo de periodismo literario.
PERIODISMO Y LITERATURA Guadalupe Cajías, Carlos D. Mesa, Jaime Iturri y Roberto Navia se reunieron bajo el tema de “Periodismo y la literatura boliviana”, entre el 30 al 31 de julio en Cochabamba. Cuando Truman Capote afirmó que el periodismo era literatura hecha a la rápida, no quiso decir que ésta tenía menos valor; por el contrario, era su par en las artes, una actividad fundamentada en principios cualitativos similares pero que requiere destrezas específicas del escritor, como reacciones veloces, un instinto refinado, una capacidad de razonamiento preciso y una agudeza mental que permitieran no solamente extraer el valor de la noticia de un hecho, sino proporcionarle a esta la forma exacta con la que debe ser tratada. Para el periodista, es imprescindible desarrollar una sensibilidad particular a la palabra, para concederle a su texto ciertas virtudes como la economía del lenguaje, profundo sentido de ética, sensibilidad humana y, fundamentalmente, narrativa. |
LUPE CAJÍAS EN BREVE CAJIAS, LUPE (La Paz, 1955) es periodista, historiadora y autora de 17 obras que van desde el análisis de los contenidos en medios de comunicación a las biografías de personajes históricos del Siglo XX y a la narrativa de ficción sobre mujeres en las luchas sociales, distinguida por el Premio Eric Guttentag. Es columnista en los principales periódicos bolivianos y colabora con revistas especializadas. Preside actualmente la Asociación de Periodistas de La Paz, fue presidenta de la Asociación Nacional de Periodistas y dirigente sindical de la prensa, activista de Derechos Humanos y Delegada Presidencial Anticorrupción. Es catedrática en la UCB y en post grados de periodismo en otras universidades. Ha dado conferencias en Europa, Estados Unidos y América Latina y fue invitada por más de 20 países, incluyendo China y Corea. |