La utopía revolucionaria como única realidad del arte

Publicamos el texto presentado por el autor en la Feria Internacional del Libro de La Paz, en la presentación de una nueva edición de Literatura y Revolución de León Trotsky

La utopía revolucionaria como única realidad del arte La utopía revolucionaria como única realidad del arte

José Mendoza, Vladimir Mendoza
Puño y Letra / 17/08/2015 06:50

El contexto
Trotsky publica el ensayo Literatura y revolución en julio de 1924. El año de su publicación está rodeado de un trágico contexto y en su contenido hay una impactante paradoja; sus líneas convocan a la construcción histórica de un nuevo arte “henchido de una confianza ilimitada en el porvenir” pero su autor está a punto de ser derrotado por la burocracia estalinista del partido bolchevique que lo terminará expulsando del Partido, exiliando del país y difamando internacionalmente.

El esfuerzo intelectual que Trotsky entrega en Literatura y revolución, no refiere, como él mismo lo aclara, a un tratado sistemático sino más bien al diario de un consumidor de arte en busca de conclusiones políticas. No es la mirada de un especialista o tratadista de estética, aunque antes de un mero aficionado habla un hombre de Estado, un revolucionario profesional en puesto de poder cuyo interés supremo es profundizar las consecuencias de la transformación social. Trotsky habla desde el ángulo más complejo (y tal vez, privilegiado) de todos: el de un personaje que está influyendo decisivamente en la modificación de las relaciones humanas de toda una época histórica. Intentar una polémica alrededor de la perspectiva de construir socialmente un arte que fortalezca la transformación cultural que ha abierto la revolución de octubre, supone en Trotsky realizar una revisión crítica de las “herencias” literarias que dejó Rusia antes de la revolución y también de lo que surtió como resultado de ella; aquí el autor identifica un “arte de transición” que sin ser la expresión genuina de las aspiraciones revolucionarias se ha constituido alrededor de su eje. Aquí hace referencias críticas al futurismo, al conocido simbolista Alexander Blok, al formalismo y a otras vanguardias.

Sin embargo, no hay corriente cultural con la que Trotsky se muestre más crítico que con el fenómeno post-revolucionario del Proletkult (o tendencia de la “cultura proletaria”). La razón de la encendida polémica contra la “cultura proletaria” es evitar que la revolución convierta las expresiones artísticas en una manifestación del programa del partido. En palabras del propio Trotsky: “El marxismo ofrece diversas posibilidades: evaluar el desarrollo del arte nuevo, seguir todas las variaciones, alentar las corrientes progresistas por medio de la crítica; apenas si se le pueda pedir más. El arte debe labrarse su propia ruta por sí mismo. Sus métodos no son los del marxismo. Si el Partido dirige al proletariado, no dirige los procesos históricos. Sí, hay dominios en que dirige directa, imperiosamente. Hay otros en que controla y alienta, algunos en que se limita a alentar, otros incluso en que no hace más que orientar. El arte no es un dominio en que el Partido esté llamado a dirigir”.

Emprender batallas culturales: ganar a los artistas para la revolución…

Está claro que el contexto del libro es diametralmente diferente al de la época en la que vivimos; no estamos en medio de una revolución y la clase obrera del siglo XXI está todavía lejos de su tradición organizativa de lucha. Ni las vanguardias artísticas están en auge y el arte ha sido reducido, en gran parte, a ser un aparato funcionalizado por el capitalismo. Por primera vez en la historia el capitalismo ha desarrollado los instrumentos de producción capaces de facilitar la reproducción técnica de los productos culturales y establecer como universal la reproducción técnica del arte, dando como resultado maquinarias de producción cultural que los filósofos de Frankfurt han llamado industrias culturales.

En la literatura este desarrollo fue anterior al capitalismo, pero la internacionalización del mercado le da otra característica distinta, el consumo se extiende y los medios de producción cultural se sofistican de modos inauditos. Y si este fenómeno parecería ideal porque aparejaría una importante socialización (y “democratización”) de la producción cultural, el control privado de la producción y distribución de la literatura, el cine, la música, etc. invade el mercado con cosas como la “literatura basura”.

El capitalismo mantiene a las grandes mayorías empobrecidas no sólo materialmente sino espiritualmente, porque idiotizar con el consumo de telenovelas o periodismo amarillo, es igual a empobrecer. El arte del gran consumo ha sido reducido a ser un arma para alienar (en el sentido marxista del término), y al mismo tiempo, como medio de generación de divisas para un puñado de ricos dueños del monopolio. El monopolio del control mercantil ha degenerado al arte volviéndole cada vez más estéril, vacío y carente de significado humanizador, tanto que incluso los artistas empiezan también a sentir la decadencia y cada vez están más inquietos. Pero su descontento debe fundirse a la perspectiva del cambio social. La solución a los problemas de arte no se encuentra en el arte, sino en la sociedad.  “El ruiseñor de la poesía - escribió Trotsky- al igual que la lechuza, ave de la sabiduría, da señales de vida sólo después del crepúsculo.” Las revoluciones son siempre muy locuaces. Las masas, obligadas durante mucho tiempo a guardar silencio, de repente encuentran su voz. Se produce una oleada de discursos, oradores callejeros, cuestionamiento y discusión en todas partes: en las calles, fábricas, barracones del ejército... De repente, la sociedad adquiere vida. Este nuevo espíritu de libertad y experimentación, inevitablemente encuentra su reflejo en el arte y la literatura.

La crítica revolucionaria del arte debe encaminarse a “encontrar  un  terreno  para  reunir  a  los  defensores revolucionarios  subjetivamente  de  su  contenido  social  e  individual,  que  haya  hecho  pensar  el sentido  y  el  drama  a  sus  revolucionarios  del  arte,  para  servir  la  revolución  por  los  métodos  del arte  y  defender  la  libertad  misma  del  arte  contra  los  mismos  usurpadores de  la  revolución. Estamos  profundamente  convencidos  que  el  rencuentro  sobre  este  terreno  es  posible  para  los representantes  de  tendencias  estéticas,  filosóficas  y  políticas  posiblemente  divergentes.  Los marxistas  pueden  marchar  aquí,  mano  con  mano,  con  los  anarquistas,  a  condición  de  que  los unos  y  los  otros  rompan  implacablemente  con  el  espíritu  policial  reaccionario…”, el fin “La  independencia  del  arte  para  la  revolución,  la  revolución  para  la liberación definitiva del arte”.

VLADIMIR MENDOZA MANJÓN EN BREVE
Psicólogo. Docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Mayor de San Simón, profesor de filosofía. Activista social y ex- dirigente del Magisterio Urbano. Publicó libros como "El indigenismo posmoderno del MAS"; "Descolonización, interculturalidad y socialismo". De este último extractamos el siguiente párafo.

"Los indígenas que apuestan por el capitalismo como forma de vida se sobreponen, a veces violentamente, sobre los que se quedan al margen del mercado. La quimera de la complementariedad y reciprocidad entre modelos económicos diversos es sólo eso, puesto que hasta ahora, y en un contexto económico internacional altamente favorable, el Estado plurinacional ha potenciado la acumulación extractiva (nacional pero sobre todo extranjera) y también la de aquella burguesía indígena que hace negocios en medio de la frontera invisible de la formalidad e informalidad. La recursividad del relato oficial ha servido como soporte ideológico de aquellos segmentos de la sociedad en ascenso económico, que anteriormente, la retórica estatal reprochaba y menospreciaba."

Etiquetas:
  • utopía
  • revolucionaria
  • realidad
  • arte
  • Compartir:

    También le puede interesar


    Lo más leido

    1
    2
    3
    4
    5
    1
    2
    3
    4
    5
    Suplementos


      ECOS


      Péndulo Político


      Mi Doctor