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La toma del manuscrito, un dechado de imaginación

Anunciando la puesta en vitrinas de la segunda edición de “La toma del manuscrito”, novela premiada de Sebastian Antezana, rescatamos el artículo de Martín Zelaya que nos introduce al corazón de la obra

La toma del manuscrito, un dechado de imaginación La toma del manuscrito, un dechado de imaginación

Martín Zelaya Sánchez
Puño y Letra / 21/03/2016 05:13

Anunciando la puesta en vitrinas de la segunda edición de “La toma del manuscrito”, novela premiada de Sebastian Antezana, rescatamos el artículo de Martín Zelaya que nos introduce al corazón de la obra que ahora edita Plural.

La obra ganadora del Premio Nacional de Novela 2007 sorprende gratamente por su frescura, dinámica y originalidad.

¿Cuántas novelas escritas por bolivianos no transcurren en Bolivia, o tienen al menos como personajes centrales a gente de este país? No conozco la respuesta precisa y no me aventuro a arriesgarla, pero entre mis limitadas lecturas ésta es la primera, de estas características, con la que me topo.

Partiendo de esto, La toma del manuscrito de Sebastián Antezana es ya original e innovadora. No es la única virtud de la obra ganadora del Premio Nacional de Novela 2007, un impecable ejercicio narrativo, pleno de buen gusto, tino y, ante todo, un desborde de imaginación y capacidad para sintetizar una amplia gama de conocimientos e intereses, en una compleja y poco convencional trama, o suma de tramas.

“La verdad es que si se leen todas seguidas —dice Javier Marías en el prólogo de sus Vidas escritas, donde recoge semblanzas, a partir de fotografías, de una veintena de escritores— estas brevísimas biografías, forman un relato más, seguramente no menos único y espectral que los otros”.

Historia(s)
 Una joven mesera raptada por un musulmán, llevada atada en un enorme odre por miles de kilómetros durante largos meses, y finalmente robada de su captor, violada y asesinada por una tribu salvaje. Un sacerdote ebrio que sigue una extraña prédica liberal.
Una bella mujer que se volvió alcohólica y libertina a sus quince años porque su padre, anticuario acomodado, despilfarró su fortuna tratando de comprobar durante años, y por toda Europa, la autenticidad de una pintura, presunta obra maestra, medieval.
Un adolescente enfermizo y católico recalcitrante que se regodea en su supuesta santidad y tiene un encuentro onírico delirante con San Francisco; y dos hermanos, mitad japoneses mitad ingleses, que triunfan cocinando manjares y con un show en el que se arrojan cientos de kilos de peces y mariscos son sólo algunas de las historias —casi una veintena— que Antezana cuenta en 430 páginas, en una impresionante demostración de habilidad para concebir, manejar y —casi en todos los casos— sostener con solvencia a sus personajes.
En ese aspecto, la obra recuerda además al estilo en apariencia desordenado, pero amenamente totalizador de Georges Perec (que el autor cita como gran influencia), y el extraño y sabroso compilado de personajes exóticos La sinagoga de los iconoclastas de Rodolfo Wilcock.

Explicación
De entrada, la idea de la que parte el argumento es atrayente. “Q”, el fotógrafo de una expedición de 11 adinerados ingleses e irlandeses al lago Victoria en la misteriosa y desconocida África de 1875, confeccionó un álbum con imágenes de cada uno de éstos, de varios de sus 16 guías aborígenes, y de algunos nativos, y elaboró notas referenciales de cada uno.
“Z” mató a “Q”, se quedó con el álbum, se obsesionó con los personajes y, luego de extraviar el material, recreó por escrito y minuciosamente cada instantánea, y adjuntó un manuscrito con los datos de “Q” y, sobre todo, con lo que él creyó las más adecuadas personalidades y vivencias de cada personaje. Preso y muerto “Z” por su crimen, el alijo de papeles fue a parar a manos de “S”, quien traduce los textos del inglés al español y de este modo hace de narrador —en uno de los planos— del grueso de las historias del libro.
Una vez explicado el origen de la historia, “S” reflexiona sobre la importancia de la traducción y el lado “detectivesco policial” de la literatura y se inicia lo que en realidad recién viene a ser la novela: decenas de breves capítulos hilados en la descripción de las fotografías de las que parte la biografía y aventuras de los retratados.
Las explicaciones que “S” hace al pie de página —cual si de un ensayo o libro de estudio se tratase— matizan y contextualizan las historias, en la generalidad de las veces acertadamente, aunque en ocasiones Sebastián quizás habría hecho mejor siendo fiel a su global planteo de dejar que la imaginación domine y se apodere, mediante cada lector, de su creación.
Los soliloquios del personaje de turno, la narración de “Z” sobre éstos, su coyuntura y circunstancias, y la omnisciente voz de “S” en los apuntes y tramado general son, entonces, los tres principales planos narrativos para tomar en cuenta.

Matices
Listas detalladas de gastos de un peregrinaje en busca de peritos de pinacoteca; inventarios de comestibles e ingredientes de comida oriental utilizados por dos hermanos para lanzarse entre sí (en más de una parte, el autor hace gala de sus conocimientos de chef, una de sus pasiones), y recapitulaciones de razones por las que un rico y pusilánime inglés desiste de lanzarse en una aventura a la conquista de África.
Homenajes velados a Jaime Saenz, Oscar Cerruto, Ricardo Jaimes Freyre y otros, en cuerpo de imaginarios autores de remotas naciones con características, obras y nombres adaptados y casi calcados a los de estos autores.
Una pormenorizada ponencia sobre la evolución y extinción de una especie de osos en cierta región del continente negro; una escabrosa narración de un periodista inglés que se vuelve caníbal y cocina platillos exóticos (hay recetas puntualizadas) con diferentes partes del cuerpo humano…
Antezana demuestra que más allá de intenciones intelectuales, capacitación y profesionalización, el verdadero quid de la lectura debe ser el placer. Leer su novela sólo con esta intención y sin otros preconceptos es un verdadero deleite.
Para cerrar. El autor no resistió y se inventó a Erica Loza, una mujer nacida en Potosí —la única y escueta referencia a Bolivia—, de padre indígena y madre inglesa, quien va al Viejo Continente en busca de su progenitora y se concubina con uno de los viajeros de la expedición.

SEBASTIÁN ANTEZANA EN BREVE
Escritor. Nació en México cuando sus padres Mauricio Antezana y la poeta María Soledad Quiroga estaban en el exilio. Estudió literatura en la UMSA y siguió una maestría en Inglaterra, ahora cursa un doctorado en la Universidad de Cornell.

Entrevistado por Liliana Carrillo sobre el origen de su novela ganadora del Premio Nacional de Novela, el autor explicó: “Nació de la idea de fusionar dos de las corrientes o subgéneros literarios que más me influenciaron en mi niñez y adolescencia: la novela de aventuras y la novela policíaca. Es a partir de éstas que se desarrolla un viaje a la vez fotografiado y narrado. La obra está destinado a ser una máquina paródica de otros autores y textos; también un homenaje a los grandes maestros Borges, Joyce, Flaubert, Saenz, Cerruto y otros”.

Es columnista de varios diarios y revistas y fue editor del desaparecido suplemento literario Fondo Negro del diario La Prensa. Ha publicado textos en varias antologías ha publicado la obra La toma del manuscrito y en 2011 publicó la novela El amor según.

 

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