El quinto elemento

En uno de sus textos más conocidos, Ochos brazos para abrazarte, el escritor inglés-paquistaní Hanif Kureishi relata un episodio escolar de su adolescencia. Corría 1968, Hanif tenía 13 años.


Sergio Pujol
Puño y Letra / 21/03/2016 05:18

En uno de sus textos más conocidos, Ochos brazos para abrazarte, el escritor inglés-paquistaní Hanif Kureishi relata un episodio escolar de su adolescencia. Corría 1968, Hanif tenía 13 años. En la clase de música, el profesor Hogg se propuso destruir a The Beatles, y para ello, en lugar de elegir “Love Me Do” o alguna otra de las primeras canciones del grupo, optó por la orquestal “She´s Leaving Home”. Puso a rodar el disco y al cabo de una tensa escucha colectiva arremetió sin piedad frente a sus indefensos alumnos: esa música jamás pudo haber sido creada por The Beatles. El argumento de la crítica era simple. Los cuatro bárbaros no tocaban ninguno de los instrumentos que allí se escuchaban. Eran unos impostores, sin más vueltas. “El señor Hogg nos dijo que Brian Epstein y George Martin habían escrito las canciones de Lennon y McCartney. Y que en sus discos los que tocaban eran músicos de verdad.”

En cierto modo –su modo aristocrático, o quizá adorniano de entender el mundo de la música– Hogg tenía razón. Sin la participación de Martin, “She´s Leaving Home” sería un esmirriado valsecito, nunca la irónica alusión a los ya lejanos tiempos eduardianos. Fue gracias a Martin que allí sonó un noneto de arpa y cuerdas: cuatro violines, dos violas, dos chelos y un contrabajo. Con la ayuda de Mike Leander y el técnico Geoff Emerick, Martin armó una suerte mash-up analógico en el que el cuarteto pop quedaba desnudo de su propio instrumental y rodeado de música de cámara. Los Beatles tenían un enorme talento, pero quizá fueron geniales gracias a Martin y los estudios Abbey Road, allí donde este empleado jerárquico de Parlophone/EMI, que les había dado la gran oportunidad discográfica en 1962, puso al servicio de la música pop toda su sapiencia. Y toda su astucia: el propio Martin contaba que, en materia tecnológica, los estudios de grabación de Inglaterra estaban aun muy por detrás de los de Los Ángeles, donde trabajaba su admirado Nelson Riddle.

La noticia de la muerte de Martin ha generado una masa periodística y crítica de gran volumen que tiende a acentuar este tipo de hallazgos. Hace años que sus aportes a la excelencia beatle son objeto de ponderación, pero la muerte reactualiza blasones. En su curriculum como asesor artístico del cuarteto —también lo fue de otros artistas, algunos tan brillantes como John McLaughlin— Martin pudo incluir, con orgullo, “Penny Lane” (con el solo de trompeta barroca), “I´m The Walrus” (con las voces interpeladas por violines y chelos), “In My Life” (con un breve solo de piano… ¡por el propio Martin!), “Eleanor Rigby” (con su doble cuarteto de cuerdas), “A Day In The Life” (con los 40 músicos en glissando), “Tomorrow Never Knows” (con sus loops, melotron y juegos con los micrófonos) y el primer tour de forcé del cuarteto más uno: “Yesterday” (con un cantante de rock, Paul McCartney, sin rock a la vista). En realidad, hubo mucho más. La decisión de que “Please Please Me” fuera al frente, en busca de su destino de grandeza, cuando nadie, salvo quizá Brian Epstein, apostaba a que Los Beatles duraran algo más que un amor de verano también fue obra de George Martin. Salvo la intromisión final de Phil Spector (en términos musicales, su némesis), él siempre estuvo allí.

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