La bandera de Chile

Un viaje al Tea Party, encuentro de poesía transfronteriza en Arica, termina en una meditación sobre los límites de las banderas y los nacionalismos.

La bandera de Chile La bandera de Chile

Alex Aillón Valverde
Puño y Letra / 15/08/2016 06:57

La bandera de Chile se abre y se repliega imponente sobre el morro de Arica, como desafiando el infinito. En este caso, el océano es el infinito.
Es una imagen sobrecogedora, con una carga patriótica y nacionalista que no requiere de mayor explicación ni elementos. La bandera de Chile es un monumento en sí misma. Tal pareciera que va a despegar como una arma cargada de futuro, como decía de la poesía Gabriel Celaya, aquél olvidado poeta español.

Pero la bandera no sólo es un arma cargada de futuro, sino y quizás y sobretodo, es un arma cargada de pasado.  

Junto a mi, frente al Océano Pacífico de la costa ariqueña, que vio la bandera de Chile, victoriosa, flamear durante la guerra con Bolivia y Perú,  está Elvira Hernández, la poeta y símbolo de la resistencia en la época de la dictadura pinochetista. La misma que escribiera:

“A la Bandera de Chile la tiran por la ventana/ la ponen para lágrimas en televisión/ clavada en la parte más alta de un Empire Chilean/ en el mastil centro del Estadio Nacional/ pasa un orfeón pasa un escalón/ dos tres cuatro/ La Bandera de Chile sale a la cancha/ en una cancha de fútbol se levanta la Bandera de Chile/ la rodea un cordón policial/ como a un estadio olímpico (todo es estrictamente deportivo)/ La Bandera de Chile vuela por los aires/ echada a su suerte.”

Y claro, la Bandera de Chile es el contenedor emocional de muchas chiles, no sólo de una. Es un campo en disputa. La bandera de Chile es el teatro de operaciones donde se libra la batalla por la historia, la palabra, la memoria. Esa es la Bandera de Chile que Elvira nos enseñó a ver, y viéndola, quizás, aprendimos también a ver la complejidad de la nuestra.

Llegamos a Arica, la trifrontera de Chile, Perú y Bolivia, invitados por el poeta Daniel Rojas Pachas, para el Tea Party, un festival de poesía transfronterizo que reclama las virtudes de la ex/centricidad, de las formas de hacer poesía, cultura y vida en las otras chiles que no son Santiago.

Por supuesto, a más de estas otras chiles territoriales, hay las otras chiles culturales que también buscan su lugar en la bandera: los mapuches, los rapa nui -su colonia de ultramar-, los diaguitas, los kawéskar y, por supuesto, su población aymara.  No olvidemos sus inmigrantes. Y las minorías sexuales. Y los estudiantes. Lo eternos excluidos de esa bandera. De todas las banderas.

Dijo Jorge Luis Borges, que el exceso de banderas es uno de los problemas del mundo, porque después de una bandera siempre hay un soldado marchando, un arma, una bomba. Es cierto, las banderas son una forma de negación del otro envuelta en la ilusión de la inclusión.

Pero un poema puede también ser una bandera. Una bandera abierta, sin formas, sin color. Qué sino la poesía nos enseña que los lenguajes nacionalistas son limitantes, petrifican el movimiento de la vida, lo extinguen. La tarea del amor y de la poesía es dar a luz criaturas infinitas, con la capacidad de recorrer el infinito.

Aquí recuerdo la bandera de  José Emilio Pacheco, su Alta Traición a México.

No amo mi patria./ Su fulgor abstracto/ es inasible./ Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos,/ bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia,/ montañas/ -y tres o cuatro ríos.
Aquí recuerdo a Nicanor Parra que escribió lo que es Chile.

Da risa ver a los campesinos de Santiago de Chile/ con el ceño fruncido/ ir y venir por las calles del centro/ o por las calles de los alrededores / preocupados-lívidos-muertos de susto / por razones de orden político/ por razones de orden sexual/ por razones de orden religioso/ dando por descontada la existencia / de la ciudad y de sus habitantes:/ aunque está demostrado que los habitantes aún no han nacido/ ni nacerán antes de sucumbir/ y Santiago de Chile es un desierto./Creemos ser país / y la verdad es que somos apenas paisaje.

 Aquí recuerdo a todos los amigos poetas que se dieron cita en Arica (donde conviven caóticamente tres patrias), para decirles que algunos bolivianos, admiramos a sus poetas, no a sus ejércitos, admiramos a sus pueblos, no a sus gobernantes, admiramos la imperfecta bandera de Elvira y creemos que esas son las banderas por las que vale la pena luchar. Por las que vale la pena, alguna vez, llamarse: hermanos.

QUÉ ES EL TEA PARTY (DANIEL ROJAS PACHAS)
El Tea Party es un festival de poesía que busca reunir a autores de larga trayectoria y voces emergentes en una zona geográfica que por muchos años se ha considerado una trifrontera con un pasado bélico preponderante y una zona de migraciones conflictivas y contrabandos, nuestra idea es resemantizar esas nociones y entender la macrozona andina que forman Perú, Bolivia y Chile como un espacio de encuentro para el arte, un núcleo de mestizaje, sin romanticismos añejos o cargados por un folclore mal entendido para vendérselo al turista, lo nuestro es una propuesta de calidad en que circulan libros, editoriales y estéticas arriesgadas que están movilizando la poesía latinoamericana. En ese sentido hemos tenido invitados geniales y este año no fue la excepeción: Roy Siguenza, Elvira Hernández, Alex Aillón, Mauro Gatica, Franco Osorio, Domingo de Ramos, Amaranta Caballero, Juan Malebran, Marianna Espezua, Gonzalo Geraldo, Fanny Campos, Claudia Pardo, Mauro Gatica, Juan Romero Vinueza, Kreit Vargas, entre otros.
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