UNA CARTA A SUCRE

Concluida la última versión del Festival de Cine y Derechos Humanos en Sucre, el cineasta Edgar Soberón le envía una carta a la ciudad, la misma que con gusto publica Puño y Letra en su presente edición.

UNA CARTA A SUCRE UNA CARTA A SUCRE

Édgar Soberón Torchia
Puño y Letra / 29/08/2016 00:59

Quiero contarte, querida Sucre, de emociones y pasiones nuevas que despertaron en tan solo siete días de poner pie en tu suelo: la primera impresión fue similar al cine-espectáculo de vivos colores y pantalla gigante, como aquella Polyvisión de Abel Gance, al constatar que mis ojos de 65 primaveras bien vividas, aún son capaces de ser inocentes otra vez y deleitarse en la pureza de un paisaje tan hermoso, árido, de ladrillos, ocres y dorados contra un límpido cielo azul. Viajando por curvas y laderas hacia el valle que te acoge, me percato de que no hay cámara más fiel que el ojo propio para aprehender la magnificencia de una naturaleza mágica y mítica, llena de inspiraciones, espíritus y una férrea historia como la tuya.

A esa impresión primera le sucedieron un encantamiento y luego otro y otro de bellos rostros de indígenas casi deidades, sonrisas francas, mujeres de sombreritos coquetos, manos que pedían monedas, oleadas de alumnos por tus calles alrededor de la Plaza de la Libertad y el recibimiento cálido de don Humberto Mancilla, presidente del Festival de Cine de Derechos Humanos de Sucre, y la introducción al elegante Luis Bredow, la inquieta Tata Amaral y los demás miembros del jurado. En la noche, la inauguración y las primeras imágenes del cine de Derechos Humanos: la voz del americano nativo del Brasil que añora los cantos de grillos que le anunciaban la lluvia y el andar pausado de Samuel, sobreviviente en cimas desprovistas del glaciar ancestral, evaporado por el calentamiento del globo. Nos agasajó luego el municipio, con música, danza de pies descalzos sobre piedra y cena gourmet.

En el transcurso de los días, querida mía, continuó la revelación de poderosas imágenes en movimiento de violaciones al derecho a la tierra, al agua, a la libertad, la salud, la felicidad y la vida, el derecho a preservar el patrimonio y a rescatar nuestra memoria, en retratos de Chile, Perú, México, Bolivia, Guatemala y Brasil, mientras Humberto nos hacía subir y bajar las cuestas a foros, charlas y encuentros con la gastronomía chuquisaca, Tata me llevaba en busca de una copa y Luis casi de la mano me guiaba al consultorio de un prestigioso oftalmólogo (que detectó un cuadro alérgico de la costa panameña, que se escapó conmigo hacia tus cimas).

Y en ese proceso se inició una rebeldía en mi interior hacia el cine inane que me ofrecen la cartelera hollywoodense, los festivales de alfombra roja, las carpetas de proyectos que buscan fondos y que, casi por regla, terminan en productos que esconden la interpretación oportunista de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se burlan de nuestras esencias, nuestras culturas y legados, que se regodean en la violencia gratuita y la obsesión erótica, de espaldas a nuestras propias voces, a nuestro derecho al cine como vía de autorrepresentación para librarnos del mal de ojo de tantas conquistas adversas a una vida íntegra y digna en el planeta. Fue como un despertar rancio, una toma de conciencia trasnochada pero, creo yo, todavía a tiempo: y no es que yo estuviera ajeno a los derechos humanos o que fuera ignorante de ellos. Simplemente postergué durante mucho tiempo dar el salto, y abogar por su defensa de modo decidido.

Y te cuento, Sucre, que al regresar a Panamá tu exorcismo cobró efecto. Hallé oídos dispuestos a escuchar mi relato de la cita contigo, con tu gente, tu fiesta del cine, tu proyecto del archivo y la escuela de cine de Derechos Humanos, con tu vocación y tu misión. Y gracias a la pureza de ese propósito, trabajaremos acá, en mi país, por un proyecto de festival inspirado en los ideales de Humberto, Katia, sus colaboradores de Pukañawi y todos los Alejandros conocidos y por conocer. Y tal como lo prometí en la clausura del festival, con voz quebrada y ojos lacrimosos, Sucre querida, me esforzaré en años futuros en dar mi aporte por el cine de los Derechos Humanos.

EDGAR SOBERÓN TORCHIA EN BREVE
Panamá, 1951. Dramaturgo, cuentista, guionista, crítico de cine y director teatral. Estudió teatro en Puerto Rico, cine directo en Francia y guion cinematográfico en Cuba. Autor de guiones para cortos y documentales; de las teleseries panameñas Solteras (1999) y El abuelo de mi abuela (2003), y los largometrajes La estación seca (Panamá, 2012), Molina’s Ferozz (Cuba, 2010), La Yuma (Nicaragua, 2009), Talento de barrio (Puerto Rico, 2008), Solarix (Cuba, 2007) y La consagración de la primavera (Alemania, 2004). Fue editor de Me alquilo para soñar de Gabriel García Márquez, de 33 ensayos de cine y de Los cines de América Latina y el Caribe; es autor de Hijo de Ochún y La historia de Dorita Kiñones y otros feminismos (cuentos), Un siglo de cine y Breve historia del cine panameño (historia del cine) y Pedro Navaja y otros éxitos del hit parade (teatro). Fue director de Cultura y profesor de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de Los Baños (Cuba), y profesor de la Escuela de Arte Teatral de la Universidad de Panamá. Ganador del Premio Nacional de Literatura de Panamá en cuento y teatro. Preside la Fundación Centro de Imagen y Sonido de Panamá.
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