Homenaje a Matilde Casazola

Con regocijo me sumo a este homenaje a Matilde Casazola porque en ella se representa la nueva generación de escritoras que tantas páginas bellas hoy producen. Pero sobre todo porque ella simboliza la poesía.

Homenaje a Matilde Casazola Homenaje a Matilde Casazola

Virginia Ayllón
Puño y Letra / 26/12/2016 05:24

Con regocijo me sumo a este homenaje a Matilde Casazola porque en ella se representa la nueva generación de escritoras que tantas páginas bellas hoy producen. Pero sobre todo porque ella simboliza la poesía.

Como hace mucho, como casi siempre, parece innecesario hablar de la poesía, sobre todo en un mundo resplandeciente, que ha borrado las fronteras físicas y nos promete el ingreso a la cultura universal, a su cine, a sus libros, a su deporte, a sus finanzas. Toda una feria de grandes ofertas y cada una precedida de hermosos carteles y letreros, joyas del marketing a las que es casi imposible huir.

Parada ante tales luminosos letreros, Matilde, reflexiona:

Detrás de los letreros/ hay gentes que respiran./Grises gentes que se nutren/ de luz artificial/, de mortal/ languidez/y sofocante espuma/ de palabras/ mil veces repetidas//Detrás de los letreros/ están los verdaderos/ personajes de la vida/contorsionándose, asfixiados por el denso/ humo letal que expelen/ la industria y el progreso/(…)/Jugándose su suerte/ a un buen vaso de vino/ al partido de futbol/ en la televisión de los domingos,/ desprolijos y ufanos/ los abatirá la muerte (Poema 10 de La ciudad cerrada).

Hay momentos de este mundo que pueden explicar diversas ciencias y nos maravillan los estudios biológicos, químicos, sociológicos, antropológicos y aún históricos. También nos conmueven los grandes esfuerzos de pedagogos, sicólogos y educadores por desentrañar esas zonas en las que parece se puede formar seres felices. Nos trastornan y nos impresionan los alegatos de amorosos seres que vuelcan asustados su mirada al desastre del planeta y del orbe. Y casi ya sin asombro, vemos cómo nuestra geografía incluye, casi como las piedras o las calles, voces y gritos colectivos que reclaman y advierten de su existencia. Más, aún, pasan ante nosotros, cada vez con mayor prisa, ejecutivos y ejecutivas, directores, técnicos y pensadores que afanan sus fuerzas para traernos el mundo global y llevar el nuestro a eso inasible que se llama globalización. Industriosos gerentes y gerentas que con apasionamiento y verdadera fe en la mundialización, por ejemplo de la cultura, trabajan día a día para dar de baja los argumentos que Benjamin, Adorno y Horckheimer esgrimieron contra la industrialización de la cultura, allá, en pleno Holocausto.

Es decir, si algo tiene nuestro actual mundo es un cúmulo de fuerzas humanas para explicar nuestro paso por este planeta. Todo su conocimiento es una cifra de lo mejor del ser humano y su pasión por las preguntas nos ennoblece a todos. Por eso la lectura de un libro de física, biología nuclear o de sicoanálisis puede ser una experiencia estética tan prodigiosa como la de una obra literaria porque en su centro están los seres que se preguntan y buscan, ansiosamente y callados las respuestas, que han de ser puestas en una sola materia prima: el lenguaje.

No está equivocado por tanto el entrañable poeta francés Yves Bonnefoy cuando afirmaba que “En las dudas de Hamlet, en sus angustias, es donde la modernidad encontró su suelo más fértil”, es decir, acotamos nosotros, es en la palabra poética donde están las más profundas explicaciones de la modernidad.

La poesía, por tanto, tiene un territorio propio, digamos, un rincón típico, poco llamativo, casi agreste: es el escondrijo, la guarida de las explicaciones más hondas. Tal vez por eso asusta porque el grito de la angustia humana se torna en este lugar de retiro en murmullo, el lenguaje de la poesía es el silencio y el ruido su antípoda.

Dice el poeta orureño Eduardo Nogales, en su hermoso ensayo La errancia de los anfibios, que Ocurre silencio, que es lo verdadero, cuando se presenta la plenitud de la forma y el fondo sin distinción”, en cambio lo literal, lo lineal leible, lo fácil de entender es la arrogancia del afuera del signo, es el cadáver del silencio… No dice la palabra, dice el silencio.

En un mundo donde el ruido nos ha ganado somos seres de la extrañeza, buscando, ciegos, nuestras más antiguas razones. Las tecnologías de la información no han conjurado nuestra soledad, la han hecho aún más aterradora, te hablo, te quiero, te amo y detesto on line, mi voluptuosidad, mi carnalidad se pierde en la maraña de cables y el like es la cifra de mi felicidad. Las supercarreteras de las finanzas no nos han hecho más felices y el horror de la guerra es un titular de prensa que discurre tranquilo junto a los luminosos letreros de la feria global.

No estaba loco nuestro amado Arturo Borda cuando decía que este es un mundo que no nos espera, uno en el que nadie espera a nadie. Hemos hecho este resplandeciente mundo, lo hemos construido como el espacio del desarraigo. La sociedad sucumbirá si la poesía se extingue, dice Ives Bonnefoy y con su generoso verso Matilde nos anuncia que eso que nos salvará será un verso del silencio: “Yo escribiré un mensaje sobre el viento/ con letras de la tarde/ tientas de agua/ y puntos de silencio”.

Resguardarnos en el silencio, ir cansados a ese lugar de retiro en el que nos esperan las angustiosas preguntas y quizá también las respuestas es, como dice Octavio Paz, volver a la madre:

Llévame, solitaria,

llévame entre los sueños,

llévame, madre mía,

despiértame del todo,

hazme soñar tu sueño,

unta mis ojos con aceite,

para que al conocerte me conozca (Octavio Paz, “La poesía”)

Gracias.

 

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