Cuento de navidad

¿Qué nos traerá el nuevo año? Se preguntaba Augusto mientras miraba las tensas y sudorosas caras de sus hijos, comiendo soplando, la sopa hirviendo del día a día. Por supuesto que aquella sopa estaba mal cocinada y...

Cuento de navidad

Cuento de navidad

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    Franz Santiago Rodríguez
    Puño y Letra / 25/12/2017 01:51

    ¿Qué nos traerá el nuevo año? Se preguntaba Augusto mientras miraba las tensas y sudorosas caras de sus hijos, comiendo soplando, la sopa hirviendo del día a día. Por supuesto que aquella sopa estaba mal cocinada y horriblemente sazonada. Él no sabía cocinar, pero debía hacerlo hasta que por lo menos se terminen los víveres. Mañana tenemos que comer picana, se decía a sí mismo, mientras sus ojos estudiaban todavía los rostros de sus hijos haciendo muecas desagradables.

    En esta ciudad no tenían familiares, y los conocidos lo odiaban, porque él siempre tuvo un temperamento insoportable. Solamente su esposa le había querido, pese a su mal humor, sus malos tratos, las golpizas y demás cuestiones que pasaban por su mente en estos instantes.

    Estaba tan de mal humor por lo horrible de la comida que al más mínimo murmullo de alguno de sus hijos, él hubiera reaccionado de la manera más tirana, déspota, como estaba acostumbrado a actuar. Los niños lo sabían, es por eso que ni siquiera miraban por encima de sus gorras harapientas.

    Mañana sería navidad, para estos niños quizás la peor navidad de sus vidas, pues coincidía con el entierro de su abnegada madre. Él les había prohibido llorar, entonces los pequeños no hacían otra cosa que tragarse todas aquellas congojas junto a esa asquerosa sopa, ambos sabor a hiel.

    Una vez hubo salido de su casa para regresar a su trabajo de zapatero, pudo recordar que estas eran las peores fechas, pues todos estrenaban zapatos por la navidad, y a nadie le importaba llevar sus calzados a ser reparados. Sentado en su puesto callejero solamente simulaba trabajar, pues creía ilusamente que así podría atraer a los clientes, además que le daba vergüenza decir que no tenía trabajo.

    Su esposa les hacía pasar una gran navidad todos los años, porque por lo menos esas épocas comían rico, entonces como suele pasar en las parejas recién separadas por la muerte, él echó a llorar, a sollozar con muchísimo disimulo: se hizo al dormido.

    La gente pasaba cantando villancicos, niños llenos de regalos, veía zapatos nuevos por doquier. Los de él estaban muy rotos y remendados.

    Noches frías y lluviosas, los niños comieron pan duro esa “noche buena” y él llegó borracho antes de que sonaran las campanas de media noche, con cualquier escusa para desquitarse con sus hijos, y reventarlos a palizas para desquitar ese terrible dolor que provenía de su impotencia por la muerte.

    Al día siguiente los niños como pordioseros salieron a buscar comida, él salió igual como pordiosero en busca de alguna bebida alcohólica. En la casa el más pequeño lloraba de hambre y porque extrañaba mucho a su madre, en resumidas cuentas lloraba por una causa más que por otra, el dolor de barriga que crujía pidiendo aunque sea el pan duro de la noche anterior, que ya no existía nada ni para las ratas.

    Los hermanos más grandes lograron conseguir algo de comer bailando chuntunquis. Otra lluvia más les hizo resfriarse; tos, escalofríos, fiebre, miedo, hambre, soledad. Volvieron a casa. El menor acurrucado en un rincón del cuartucho temblaba de vivir esa vida.

    Los demás estaban hartados de haber comido masas y de ver a tantos niños con regalos caminar contentos de los brazos de sus padres. La envidia es algo necesario para ellos, tratar de refugiarse en el concepto de que no son los menos afortunados, de que hay gente que está sufriendo peor. Y era quizás una verdad, pero también la realidad es que ellos lloraban abrazados porque no soportaban más, no aguantaban más esa terrible desdicha.

    Caía una fuerte tormenta en navidad, lluvia que se mezclaba con las lágrimas de los integrantes de esa casucha llena de soledad. Papá Noel es sólo para los ricos. En realidad a Dios no le gusta la navidad. Los corazones se ahogan.

    Navidad, navidad, esa noche él durmió ahogado por el alcohol sobre la vereda de una feria navideña, descalzo y con el cuerpo lleno de lodo negro, de rato en rato lloraba porque pese a su inconsciencia recordaba que su esposa los había desamparado, a sus hijos y a él, para siempre.

    Ese veinticinco de diciembre, un ángel acompañado de un coro de ángeles anunciaba cantando la muerte del niño Jesús, el más pequeño.

    Chillidos interminables y por las rendijas de la casucha desde el oriente se asomó la luz de una estrella inmensa y refulgente por unos segundos, luz con la que se miraron los rostros de los niños mayores, con los ojos rojos e hinchados cansados de llorar. Y los gritos devinieron al mirar el cadáver del más pequeño aplastado por unas vigas que se cayeron por culpa de la torrencial tormenta navideña.

    El pequeño había fallecido con la pena de su madre muerta, hambriento y con su padre extraviado. Y Dios se lo llevó porque el niño no merecía tanto dolor.

    Todavía recuerdo a mi hermanito Jesús muerto al lado mío y derramo una lágrima. ¡Es por esta razón que odio la navidad!

    Franz Santiago Rodríguez en breve

    (Sucre, Bolivia, 1985).- Poeta, artista plástico, músico y cineasta. En su poema ‘Ciénaga del gato’, escribió: “Soy el felino / Que acurrucado en la penumbra / Siembra pesares, mares / Hasta el paso en el espejo / Paseo dulce del gato inquieto. / Tambores le solicitan al hierro / Que sean los pies del cerebro / Que cubran su llanto con alheña / Y me mienten en dolor. / Soy el felino / Que acurrucado rompe el candado / Siembra pesares, bares / Hasta cuando ríe y... Leer más gusta / Obsesionado con tu voz / Y con vos me pierdo lejos / Mirando la raíz de tus cabellos / Torciendo razonamientos. / Soy el felino / Que amarrado pienso en el perro / Poeta que ha caído en la depresión / Para poder comer carne cruda / Y soy más perro que Laercio / Para renacer en virtud / Para que mis ojos vean más / Para que sienta todo, hasta lo trivial / Y vuelva al hediondo hueco / Que es la naturaleza que nos mira”.

    LIBROS

    Poesía: Delirio inconstante. Caprichos, manías y lucidez obscena (2008); Engusanados vientres al despertar (2010).

     

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