Un día en la vida de Ricardo Piglia
Emilio era un errante, sin hijos, sin hogar, sin anclaje, sólo atado a una oscura convicción?ridícula, estaba claro?[…] por la que se había jugado la vida…
Emilio era un errante, sin hijos, sin hogar, sin anclaje, sólo atado a una oscura convicción−ridícula, estaba claro−[…] por la que se había jugado la vida…
Ricardo Piglia, Los diarios de Emilio Renzi
Al terminar de leer la tercera y última entrega de Los diarios de Emilio Renzi (2017), la obra póstuma de Ricardo Piglia (1941-2017) queda la sensación de que no será lo último que leeremos de él. A pesar del largo periodo que abarcan (41 años), da la impresión de que son más las cosas que se quedaron afuera de las que se consignan. Los diarios, subtitulados Un día en la vida, se inician en 1976, año del golpe militar en la Argentina. Este hecho inaugura otra forma de escritura, otras formas de vivir y percibir la realidad. Piglia denomina este periodo como “Los años de la peste”, invirtiendo la metáfora de la enfermedad nacional propagada por los gobiernos autoritarios para justificar la represión (aún en democracia), la intervención asesina. Para Piglia, por lo contrario, la peste emerge como efecto de los crímenes del poder, se propaga como una plaga que contamina todo espacio externo e interno de un país y sus habitantes. “La espera es un infierno y tiene la estructura de la paranoia, todo se llena de signos”, escribe Piglia, “por momentos pienso que todos los que cruzo en la ciudad son asesinos en potencia”.
Entre 1976 y 1982, Los diarios describen ese estado de paranoia, el vivir a salto de mata, a la espera de ese Ford Falcon que habría de desaparecerte. Al mismo tiempo, sigue los avatares de la escritura de una novela, Respiración Artificial (1980), que subsume las maneras de escribir con la espada de Damocles pendiendo sobre tu cabeza. Respiración se escribe con los discursos de distintos géneros, ecos de personajes que, desde otros tiempos y geografías, dan cuenta tangencialmente de la barbarie de la dictadura. De allí sus referencias a Sarmiento, a Gombrowicz, a Hitler y Kafka que se encuentran en uno de sus pasajes más célebres. Aparece la noción del fracaso como un motor extraño de la narración, leemos, con personajes que son una mezcla de quijotismo y de cansancio.
Los diarios, una vez más, revelan, la lucha del escritor consigo mismo, con la sensación de la derrota, de que las ideas no encuentren la forma, de que la ambición de escribir sea vencida por la necesidad de comer y, en esos años, por la necesidad de esconderse o la tentación de huir del país. En los diarios de Piglia/Renzi, como había sucedido con uno de sus modelos escriturales, Cesare Pavese, irrumpe el fantasma del suicidio, al que finalmente no se entrega.
A partir de 1982, una vez recuperada la democracia, Los diarios abandonan las anotaciones fechadas de una escritura cronológica. El cambio obedece al temor de que los cuadernos se conviertan en una suma de eventos sociales y anécdotas, en un tiempo en el que los escritores (él mismo a raíz de su ganada fama) se han convertido en figuras mediáticas, gestores políticos y opinadores profesionales que, en muchos casos, se sirven de la escritura para saltar a otros ámbitos de visibilidad, en un escenario comunicacional multiplicado y liberado de la represión. En Los diarios, Piglia/Renzi evade los peligros de la fama, de que las entradas de diario se banalicen y hablen de sí mismo, de los escritores en vez de la escritura. Antes, escribe Piglia, “podíamos circular en los márgenes, como parte de una contracultura, ahora somos 'figuritas' de un escenario empobrecido”.
Así, los diarios dan un giro estilístico, abandonan el “yo” autobiográfico, ya que la experiencia ética, indica Piglia, no puede expresarse en el lenguaje de los hechos de un diario personal, sino en la ficción, “en la novela como género post-trágico”. Piglia/Renzi adopta una narración en tercera persona como una forma de alejarse de sí mismo, de acercarse a la narración novelesca de su propia vida.
Los diarios diluyen el flujo temporal, concentrándose en pasajes que iluminen otros días similares, que puedan confundirse con meses o inclusive años. En estas entradas Piglia nos transporta a las largas temporadas en el extranjero dedicadas a la enseñanza. Como otra de sus pasiones, a la par que leemos algunas de sus propuestas teóricas, asistimos a la elaboración de una estética del ensayo literario: “No quiero hacer periodismo cultural, pero tampoco quiero hacer crítica académica (atada a saberes externos), en los dos casos hay jerga […] busco encontrar la forma de hacer lo que llamo 'la crítica del escritor'”, hecha desde un lugar inestable y cambiante.
Hacia el final, después de 15 años fuera, se narra el regreso a la Argentina. A diferencia de otros escritores, Piglia no se concibe en otro lugar en el mundo, tampoco se piensa como un lector cuya única patria sea la literatura. Por lo contrario, a pesar de los viajes, Los diarios refuerzan el indisoluble vínculo ciudad-literatura, Buenos Aires como el origen univoco del escritor y su escritura: “…la memoria estaba fija en cada lugar de esa zona inolvidable donde había armado su campamento, sus tiendas de campaña, […] si ya había contado su vida en los cuadernos que llevaba de un lado a otro, la clave era la cartografía del espacio de su mente. El mapa [de la ciudad] como su autobiografía”.
Finalmente, en una sola página (que podría condensar años), Renzi/Piglia narra los estragos de la enfermedad que lo consume. No hay melodrama ni patetismo, tal vez porque la enfermedad, a pesar de anunciar el próximo final, paradójicamente también cumple el gran anhelo de muchos escritores, el de abandonar el cuerpo, sus necesidades primarias, las de vestido o placer, de las anfetas de toda vida para permanecer despierto, para ser solamente una mente que piensa y una mano que escribe. Así parece sentirlo el narrador: “Siempre quise ser sólo el hombre que escribe” / “No puedo ya vestirme solo, así que me hecho confeccionar […] una túnica que me cubre todo el cuerpo […]con dos lazos para atarla. Tengo dos atuendos; mientras uno se lava, uso el otro […], no necesito nada más”/ “La enfermedad como garantía de lucidez extrema”.
Los diarios, dependiendo de quién los lea, puede ser el testamento del triunfo de la voluntad para lograr escribir una obra representativa. Por otro lado, también puede ser la narración del fracaso, de las desapariciones y los silencios, de la ausencia de relaciones y personajes de un paisaje emotivo alternativo (o convencional), que a los diarios no concurren porque no se les dio la oportunidad de existir.
SALINAS EN BREVE
Alex Salinas Arandia (Chuquisaca, 1975) es PHD en literatura por la Universidad Stony Brook de New York. Ha sido catedrático en el Erskine College en Carolina de Sur. Su trabajo crítico se edita en varias publicaciones especializadas en literatura en América Latina.
Ha trabajado desde la academia, El nuevo proyecto nacionalista de la literatura de la Guerra del Chaco en Bolivia. Tesis (Maestría en Estudios de la Cultura. Mención en Literatura Hispanoamericana). Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Área de Letras. En tanto que su disertación doctoral en la Universidad Stony Brook de New York se titula: Entre las montañas y el agua. Una aproximación a la literatura boliviana del siglo XX.
Salinas además es autor de libros de poesía y narrativa. En la actualidad, además de sus actividades académicas, prepara la publicación de una nueva novela en Bolivia.