Jorge Suárez. Obra Reunida
Jorge Alberto Suárez nació en La Paz el 26 de marzo de 1931 y murió en Sucre el 27 de julio de 1998. Fueron sus padres Alberto Palacios y Emma Suárez. Cursó sus estudios en el Colegio San Calixto de su ciudad natal.
Jorge Alberto Suárez nació en La Paz el 26 de marzo de 1931 y murió en Sucre el 27 de julio de 1998. Fueron sus padres Alberto Palacios y Emma Suárez. Cursó sus estudios en el Colegio San Calixto de su ciudad natal. Muy temprano, a principios de la década de 1950, parte juventud y parte rebeldía, viaja circunstancialmente a Cochabamba y decide permanecer ahí con la intención de estudiar derecho en la Universidad Mayor de San Simón. Estudios que no completará, dedicando sus capacidades al periodismo, algo que, desde entonces, le ocupará hasta el fin de sus días.
Aunque, circunstancialmente, se arraiga en la Llajta, a la larga no permanecerá allí por mucho tiempo. En cierta forma, este primer desplazamiento es como un signo de su posterior destino, inquieto y errante, con algunas pascanas más o menos constantes (Cochabamba, Santa Cruz) de por medio. A la larga, todo indica que Suárez no podía estar quieto. Al seguir su vida, por ejemplo, al principio uno lo encuentra en La Paz, ciertamente, pero, muy pronto, está, como mencionamos, en Cochabamba y, luego, lo tenemos de vuelta en La Paz; después lo encontramos en México, en la Argentina, Chile, en el Perú, alguna vez en Cuba o recorriendo Europa (España, Suecia, la antigua URSS), luego otra vez en Cochabamba y La Paz, después en Santa Cruz y, finalmente, en Sucre, ciudad donde fallece. Se puede decir que, en el fondo, Jorge Suárez no tuvo una residencia fija.
Los avatares de la política no son ajenos a esos cambios de —a menudo— precarias residencias. Al respecto, por ejemplo, luego de ejercer como embajador de Bolivia en México (1970-1971), será nombrado embajador en la Argentina y, ahí, ante el golpe de Estado de 1971 en Bolivia, renuncia al cargo y se exilia en Chile, de donde, luego, pasará al Perú. Después de un largo periplo retornará al país recién en 1976. Pese a ese sino errante, sin embargo, hay dos constantes que, aquí y allá, siempre acompañan a esos desplazamientos, se trata de su pasión y profesión, el periodismo, y de su destino, la literatura. Desde sus primeros trabajos para El Pueblo y sus colaboraciones en El Mundo, en la década de 1950, hasta la dirección de Correo del Sur (Sucre), en los 90, pasando por, entre otros, la fundación y dirección de Jornada (1964-1967), sus labores en El País (Santa Cruz) o Los Tiempos (Cochabamba), es casi imposible imaginarlo ajeno a ese universo de linotipos, noticias, reportajes, crónicas, editoriales y, en fin, de cotidianas —también, a su manera, precarias— ediciones matutinas o, en algún caso, vespertinas; desde ya, en sus años de exilio —“obviamente”— también trabajó como periodista, tanto en Chile como el Perú. No solo la prensa escrita ocupó sus afanes, pues también, en torno a 1986 hasta 1989, dirigió para la televisión el programa de investigación y difusión documental Más allá de los hechos, que produjo en colaboración con Mario Politti para la cadena boliviana ATB (Asociación Teledifusora Boliviana). Y, siempre, junto al periodismo escrito (o televisivo), ahí también sucede, pausada aunque incesante, su labor literaria.
Desde ya, Suárez consideraba que ambas tareas —periodismo y literatura— eran, para él, complementarias. Dos formas de escritura, dos formas —diría— de “habitar el mundo”. Además, en su caso, hay varios nudos entre esos dos universos verbales. Uno de los más evidentes es su permanente dedicación a los suplementos culturales, desde sus tempranas entregas a El Mundo (Santa Cruz), en la década de 1950, hasta el final con el Correo Literario de Correo del Sur (Sucre, 1995-1998), que prolonga la labor que había empezado en el Correo Literario de Los Tiempos (Cochabamba, 1992-1993), pasando por la dirección del Suplemento Cultural de El País (Santa Cruz, 1980-1981). En suma, sea como colaborador o director de esos suplementos, esa dedicación al periodismo cultural indica claramente la afinidad que —para Suárez— existía entre periodismo y literatura, más aún si recordamos que, por estos lares, los suplementos culturales, en general, frecuentan, sobre todo, las diversas facetas de la producción literaria; de ahí, por ejemplo, los explícitos Correo Literario (nuestro subrayado) que dirigió tanto en Cochabamba como en Sucre. Sin embargo, si buscáramos un ejemplo todavía más directo de esta relación entre periodismo y literatura, en lo formal, es decir, en una manera de hacer periodismo no en prosa sino directamente en verso, nada más elocuente —se diría— que las (pícaras) crónicas rimadas que, a fines de la década de 1950, Suárez le dedicó a los quehaceres de la política boliviana en El Mundo, crónicas periodísticas que, en este caso, fueron luego compiladas por el autor en el libro Los melodramas auténticos de políticos idénticos (1960). Pese a que, en principio, estas crónicas (también) pertenecen a la (enorme) producción periodística de Suárez, se ha decido incluirlas en este volumen literario por su forma verbal, ciertamente y, de paso, para no perder la oportunidad de contar con una muestra harto explícita y diversa del humor que Suárez frecuenta a lo largo y ancho de su obra y que, vía el verso, es un permanente puente entre sus labores periodísticas y literarias.
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El otro gallo es la obra más publicada de Jorge Suárez: en la presentación del libro para la Colección 15 novelas fundamentales, Dora Cajías señala cinco ediciones previas y, posteriormente, Plural Editores (La Paz) la reimprimió una vez más en 2010. Cuenta, además, con una excelente traducción al inglés realizada por Gregory Rabassa para la antología de cuentos The Fat Man from La Paz (2000), compilada por Rosario Santos. Además, existe una versión para teatro, escrita —dirigida y representada— por Luis Bredow (1992). Muy a lo Suárez, aunque es uno de los mejores logros de la ficción contemporánea por estos lares, a El otro gallo no le faltan toques clásicos. Por ejemplo, genéricamente, bien podría asociarse con la picaresca española, con obras como —digamos–—El lazarillo de Tormes (1554) o La vida del buscón (1626) o, ¿por qué no?, más cerca, con Paquito de las Salves.
Argumentalmente, si los libros de caballería desquician a don Quijote, las películas mexicanas del cine Victoria bien podrían haber desquiciado, a su vez, al futuro Bandido de la Sierra Negra. Empero, no hay que ir tan lejos: el epígrafe de La vida es sueño (1635), de Calderón de la Barca, y que abre el libro, ya sugiere esa relación; claro que, en El otro gallo, no solo la vida sino también la muerte es (solo) un sueño. Contextualmente, en el palimpsesto de los relatos de Luis Padilla Sibauti, ahí van y vienen tanto la “Santa Cruz de antaño” como la que empieza a transformarse después del 52, no en vano uno de los personajes ya tiene intereses en Guabirá… Por ahí, genéricamente, se diría que las ficciones que llenan las charlas en la Cabaña de Benicia son las que permiten un (indiscernible) desplazamiento de la narrativa costumbrista a la narrativa urbana y viceversa, donde, además, todo transcurre como si el ayer y el hoy fueran un único tiempo con sentidos alternos; también, siempre genéricamente, culipi de por medio, El otro gallo no anda lejos de la “narrativa alcohólica” –llamémosla así– que, significativamente, desde Aguafuertes (1928) de Roberto Leitón hasta, digamos, Felipe Delgado (1979), recorre la literatura boliviana, pasando —obviamente— por La Chaskañawi (1947) de Carlos Medinaceli.
Estamos en 1982 y en Santa Cruz. Indicativamente, estos serían el lugar y el momento en los que surge (públicamente) la narrativa de Suárez. (Corrección: en rigor, surge su narrativa en prosa, porque Suárez ya habría también narrado en verso). Significativamente, esa oferta narrativa se irradia más allá de los posibles lectores, pues, además, a partir de 1983, Suárez se hace cargo del Taller de Literatura que promueve y ofrece la Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche. Todo sucede, ahí y entonces, como si Suárez volviera a los tiempos clásicos donde el arte era también una pedagogía en la que el maestro, en la práctica del oficio, trasmite su saber a los discípulos. A la larga, su labor –“su magisterio”, habría que decir– se traducirá materialmente en la compilación de cuentos Taller del cuento nuevo (1986), resultado decantado de esa labor.
Sin embargo, más allá de ese producto colectivo relativamente inmediato, todo indica que sus clases y su capacidad de contagiar una fuerte pasión por la literatura tuvieron un impacto imperecedero no solo entre los discípulos inmediatos sino en toda una generación que, de una u otra manera, se articuló con ese taller y sus clases, una generación que, luego, no cesará de escribir o perseguir –libremente, por supuesto– las sendas propuestas o indicadas por Suárez. Empero, esa tarea no terminó ahí; más adelante, ya arraigado en Sucre a partir de 1995, continuará con ese tipo de enseñanza en la Universidad Andina Simón Bolívar de esa ciudad y, a la manera del taller cruceño, el impacto de Suárez y sus enseñanzas entre los participantes fue, por lo visto, muy semejante. Aunque escribió el prólogo, Suárez no alcanzó a ver la publicación de Al borde de la razón (1998), libro que compila los cuentos resultado de ese taller.
La mejor muestra de esa “doble” dedicación e impacto es, seguramente, el volumen de homenaje que, en 2010, le dedicaron sus discípulos tanto de Santa Cruz como de Sucre: Patasca y cerveza helada. La novela Las realidades y los símbolos se publicó póstumamente (2001); la prologa Homero Carvalho y Mirella Suárez ofrece una nota de agradecimiento. Suárez trabajó ese manuscrito durante muchos años, por lo menos desde 1982, cuando residía en Santa Cruz: sus discípulos del Taller de Cuento y otros amigos recuerdan las confidencias que, en noches de charla, solía compartir sobre esa “obra en gestación”. Cuando aceptó la oferta para trabajar en Correo del Sur de Sucre, Suárez afirmaba que, entre otros motivos, había aceptado ese trabajo y destino porque la proverbial tranquilidad de la Ciudad Blanca le permitiría acabar la novela. ¿La acabó o no? Su intenso compromiso no solo con el cotidiano Correo del Sur a su cargo sino, además, con la Universidad Andina sugiere que Sucre, pese a su proverbial tranquilidad, lo tuvo bastante ocupado. En fin, no podemos saber cuánto avanzó. Con todo, independientemente de su posible versión final, nos queda una “obra en producción” que, probablemente, ya estaba en las últimas etapas de su elaboración, pues su linealidad narrativa (contextos, personajes, la trama y sus acontecimientos), salvo algunos (posibles) saltos, no ofrece mayores problemas de lectura. Por otra parte, como siempre sucede con este tipo de publicaciones, las y los lectores, casi necesariamente no pueden evitar ejercitar sus propias capacidades de discernimiento, es decir, no pueden evitar preguntarse, aquí y allá, si se encuentran ante la versión final o ante su proceso de elaboración, algo que, pese a las posibles incertidumbres, implica una muy activa –bienvenida– coparticipación en la constitución del texto en cuestión.
Quienes han comentado esta novela suelen destacar que en ella convergen la política (como crónica y trama) y el periodismo (por medio del protagonista), variables que, sin duda, podemos asociar con el autor, pero, claro, siempre bajo la sombra de la literatura, porque no hay que olvidar que, como detalla una escena de la novela, pese a las variables comunes, en el fondo, siempre se trata de cumplir el contrato que entretienen el autor y el personaje… Esta compilación (Jorge Suárez. Obra reunida) no agota, ciertamente, su obra amplia. Desde ya, ahí queda a la espera su (amplia) obra periodística; además, como anotamos, también (nos) esperan algunos manuscritos inéditos. Toda literatura –como algunas vidas– es, en el fondo, inagotable. De todas maneras, estamos seguros de que, en lo que sigue, lectoras y lectores podrán sospechar por qué Suárez tendía al infinito que canta y cuenta. No podemos dejar estas notas sin agradecer a todos aquellos que nos ayudaron, desde La Paz, Sucre, Santa Cruz y, aquí, en Cochabamba, a perseguir la vida y obra de Jorge Alberto Suárez. Los errores y falencias que puedan existir son, por supuesto, nuestra responsabilidad.
Comienza la semana CIS-BBB
Con cinco actividades vinculadas a los libros, arriba a la capital del país la semana CIS-BBB, organizada por la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) y el Centro de Investigaciones Sociales (CIS) de la Vicepresidencia.
La primera propuesta es la visita a los puntos de venta de ambas instituciones culturales en la Plaza 25 de Mayo, donde se podrá adquirir sus libros a precio de costo. Los stands estarán desde el martes 20, hasta el viernes 23.
El miércoles 21 se presentará: Jorge Suárez. Obra reunida. Desde las 19.00, en el Auditorio ABNB.
Para el jueves 22 de marzo: la presentación de los libros del CIS: Sistema judicial boliviano. Estado de situación (desde las 16.00 en el Salón del Tribunal Departamental de Justicia) y la investigación Mujeres bolivianas: desde el Parlamento, hasta la Asamblea Legislativa Plurinacional (desde las 19.00 en la Casa de la Libertad.
Por último, el viernes 23 de marzo se tiene preparado un conversatorio sobre el libro de la BBB Ni con Lima, ni con Buenos Aires, de José Luis Roca (desde las 18.00, en el Auditorio ABNB).
Un poema de Jorge Suárez
EL CAMINANTE
Fiel monólogo, lengua demorada
en la miel del recuerdo, pero en vano:
todo recuerdo es un licor lejano
y toda evocación es siempre nada.
Nada, la red febril de tu mirada
captura solo el humo del verano
y la piel que acaricias en tu mano
es ya tacto sin luz. Acongojada
por tanta sombra, sus farolas verdes
prende la calle taciturna. Muerdes
tu soledad, tu soledad, tu grito,
mientras que va dejando tu pisada
rosas de polvo, sobre la calzada,
camino de la muerte, al infinito.