Los gatos no tienen miedo

Los árabes admiran a los gatos, desdeñan a las mujeres y a los perros porque son afectuosos y hay quienes piensan que el afecto es un indicio de debilidad. Tal vez lo sea. No soy muy cariñoso que digamos.

Los gatos no tienen miedo

Los gatos no tienen miedo

Charles Bukowski en breve

Charles Bukowski en breve


    Charles Bukowski
    Puño y Letra / 14/05/2018 02:38

    Los árabes admiran a los gatos, desdeñan a las mujeres y a los perros porque son afectuosos y hay quienes piensan que el afecto es un indicio de debilidad. Tal vez lo sea. No soy muy cariñoso que digamos. Mis mujeres y novias se quejan de que no comparto el alma y entrego el cuerpo como un puritano... pero volvamos a los malditos gatos. Los gatos no tienen nada en cuenta, por eso cuando atrapan un pájaro, no lo sueltan. Son un claro ejemplo de que cuando los elementos de la naturaleza entran en juego no hay nada que hacer. El gato es un diablo hermoso, nunca mejor dicho. Algunas mujeres y algunos perros acaban cediendo, pero los gatos, joder, seguirán ronroneando y bebiendo leche mientras las paredes de su casa se desmoronan a su alrededor. Son capaces de devorarte una vez muerto aunque hayan pasado toda la vida contigo. Una vez un anciano murió solo, no tenía mujer, pero sí gato. Al cabo de varios días el pobre empezó a apestar, no era culpa suya, claro, eran los restos que tendría que haber enterrado algún alma caritativa, y al gato le gustó aquel olor a carne muerta, y cuando los encontraron el gato estaba debajo del colchón, pegado como una lapa, y lo había atravesado con las garras para alimentarse, y no pudieron arrancarlo de allí de ninguna de las maneras, así que tuvieron que tirarlo junto con el maldito colchón. Supongo que una noche de luna llena el rocío y las hojas disimularon aquel olor a muerte y el gato por fin cedió.

    No busques espíritus ni dioses en los gatos, Shed. Un gato representa la maquinaria eterna, como el mar. No se acaricia el mar aunque sea bonito, si acariciamos lo gatos es porque se dejan. Los gatos no tienen miedo, acaban entre el oleaje y las rocas e incluso durante una lucha mortal no piensan en nada salvo en la majestuosidad de la oscuridad.

    **

    Las fábricas, las cárceles, los días y las noches de borrachera, los hospitales me han debilitado y zarandeado como a un ratón en la boca de un gato: la vida.

    **

    No me gusta que el amor sea una orden, una búsqueda, tiene que venir a tu encuentro como un gato hambriento a la puerta de tu casa.

    **

    ¿Tenéis gato? ¿O gatos? Cómo duermen, tío. Duermen 20 horas al día y siguen siendo hermosos. Saben que no vale la pena entusiasmarse por nada. La siguiente comida. Y matar algo de vez en cuando. Cuando los elementos me atenazan y paralizan, me limito a mirar a mis gatos. Tengo 9. Miro a uno de ellos, dormido o medio dormido, y me relajo. Escribir también es mi gato. La escritura me ayuda a plantarle cara a todo. Me apacigua. Aunque sólo sea durante unos instantes. Luego se me cruzan los cables de nuevo y vuelta a empezar de cero. No entiendo a los escritores que dejan de escribir. ¿Qué les apacigua?

    Charles Bukowski en breve

    (Andernach, 1920 - San Pedro, California, 1994) Escritor estadounidense. En la línea del anticonformismo californiano de la generación beat y utilizando un lenguaje agresivo y una temática marginal, a menudo obscena o violenta, elaboró una obra singular, entre cuyos títulos destacan El cartero (1971), Escritos de un viejo indecente (1969), Ordinaria locura (1976) y Música de cañerías (1983).

    El elemento autobiográfico es en el fondo el aglutinador del conjunto de la obra de Bukowski, quien se empeña en magnificar, incluso con recursos cómicos, su condición de bebedor y mujeriego empedernido, de habitante de submundos relacionados con sus numerosos empleos y ambientes deportivos como el de las carreras de caballos, el boxeo o el béisbol. Sus relatos describen siempre realidades degradadas (en realidad, incluso sus novelas no son más que secuencias de narraciones breves unificadas por un yo narrador), reflejo de la monstruosidad de ciertos ámbitos de las ciudades norteamericanas, especialmente Los Ángeles.

    POEMAS

    Una gata ronda la escalera de incendios de hierro

    es amarilla como el sol

    y nunca ha visto un perro por esta zona

    de la ciudad y, joder, está gorda,

    llena de ratas y restos de Harvey’s Bar

    y he estado subiendo por la escalera de incendios

    para ver a una mujer en el hotel,

    y ella me enseña cartas de su hijo

    que está en Francia, y es una habitación pequeña

    repleta de botellas de vino y tristeza,

    y a veces le dejo algo de dinero,

    y cuando bajo por la escalera de incendios

    veo a la gata de nuevo,

    se restriega contra mis piernas y

    me sigue

    mientras camino hacia el coche,

    y cuando arranco tengo cuidado

    Aunque tampoco mucho:

    es lista, sabe

    que el coche no es su amigo,

    y un día fui a ver a la mujer

    y había muerto. No estaba allí,

    la habitación estaba vacía, me dijeron

    que había sido por una hemorragia,

    la habitación estaba en alquiler.

    estar triste no sirve de nada, bajé por

    los escalones de hierro y allí estaba la gata.

    la cogí y la acaricié, pero

    no era la misma gata, tenía el pelaje áspero,

    y la mirada furtiva, la arrojé al suelo

    y se fue corriendo y me fulminó con la mirada

    subí al coche

    y me marché.

    **

    Te perdiste una pelea de gatos el gris estaba

    cansado agitando la cola sin parar e hizo el tonto

    con el negro que quería que le dejaran

    en paz y entonces el negro

    persiguió al gris le dio un zarpazo el

    gris maulló dolorido

    se marchó corriendo se paró se rascó la oreja

    jugueteó con una hoja que colgaba huyó

    derrotado y urdiendo planes mientras

    uno blanco (otro gato) corría al

    otro lado de la valla persiguiendo un

    saltamontes justo cuando alguien disparaba a

    Kennedy

    **

    Mi gato se cagó en los archivos.

    se metió dentro de la caja naranja de

    Golden State Sunkist

    y se cagó en mis poemas

    en los originales

    que guardo para los archivos universitarios.

    Ese crítico negro, rechoncho y de una sola oreja me había dado su veredicto.

     

     

     

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