Una ciudad en micro
Cazador de salva
Y por último, guardé el cuchillo, me puse las botas y el sombrero camuflado, recogí el arma y me despedí de la familia; tomé el micro A, me bajé en el Parque Cretácico, entré y disparé toda la munición que había llevado; doblé mi cuchillo de tanto clavárselo pero el desgraciado ni se movió.
Ismael Loayza Daza
Microcuento
A los bloqueadores
Cuando despertó, el micro todavía estaba allí.
Darío Ariel Torres Urquidi
Sucre
Y después de tantos años, aún no he visto nada.
Juan Cristóbal Llanos Revollo
No dormía sola
“Hazte de fama y échate en cama” –le dijeron–, y entonces se quedó dormida. Luego se le amontonaron los años volviéndose siglos; y aunque cada tanto parecía despertar, bostezaba y bostezaba sin lograr demostrar por completo su vieja reputación. De alguna manera parecía bastarle con los bostezos para mantener cierto lustre La Ilustre. Todos la esperaban; anhelantes aguardaban un verdadero sacudón que la despertara por completo. Ella también.
Alejandro González Romero
Taciturno
La gente de Sucre, entre sus quehaceres y aparatejos costosos, no detiene los ojos en nadie: ni el sujeto de traje y caminar petulante, ni el rokero estilo Guns N’ Roses. Sí, la Plaza es un lugar idóneo. De pronto aparece ella, hermosa y juvenil. Se sienta en el banco frente a mí; abre un libro y se sume en sus pensamientos. Yo la observo reclinado cerca de los leones. Ella no percata mi presencia. Los minutos pasan lentos. Finalmente me decido a decirle las palabras que he pensado expresarle todo este tiempo: !Quieta, esto es un asalto!
Adriana Brozovic Villa
Recuerdos
Mientras esperaban el taxi, la niña preguntó –Papá, ¿dónde besaste por primera vez a mami? En silencio, el padre trataba de recordar inútilmente si fue en el parque, en la plaza, o quizás en La Recoleta. En ese momento, muy cerca de donde se encontraban, pasó una pareja disfrutando un tocinillo. El padre sonrió al recordar, no donde la había besado sino a qué supo el beso.
Fernando Marcelo López Serrano
Callejones
No es fácil describir las decenas de sucesos del callejón de Santa Teresa. Basta decir que la Chuquisaca colonial la guardaba como nexo entre lo terrestre y lo mundano; contrapuesto con la fantasía popular que impregnaba su empedrado con relatos de azufre y muerte del señor de las patas de macho cabrío. En ese callejón, nació y se marchitó el amorío prohibido de Sor Juana de la Concepción y Tomás Alba, sacerdote dominico, que concluyó con la inesperada desaparición del curita; desesperada, Juana, se convirtió casi mágicamente en una de las cruces del callejón que ahora guía a los caminantes.
Róger Iván Cortés Michel
7:30
7:30. Iba tarde a clases; un libro hacía corto el viaje; el micro que abordé paseaba lentamente por la Capital, por un instante me perdí en la imagen de las casas. Ahí, cuando el micro giró por una esquina, vi su rostro; en ello encontré su mirada que se cruzó con la mía, el micro seguía avanzando. !Parada!, grité. Como todo un trapecista salí volando del micro para encontrarla; di vueltas, miré por todas partes, ya no estaba. ¿Fue todo una ilusión?. Hoy sigo abordando el micro a la misma hora, solo para buscarla. 7:30.
José Manuel Bustillos Flores
Eternamente
Alba en Surapata, Sica Sica y Churuquella entre niebla, amor y locura; olvidaron la razón del Inisterio, emprendieron la odisea traslativa de mayor misterio. Recordaron sus anhelos libertarios, invocaron a los charcas resollando osadía; calzaron montera y uncku phallado; de rodillas, confesaron a Guadalupe sus quimeras. De la mano de San Cristóbal; en número sagrado, fueron íntegras las patas recorridas; lunares encontrados en sus mejillas y besos bajo borrascas de cascarones perfumados; soñaron bendecidos: ciudad blanca. Añorando, despertó solitario, vivió y sucumbió en tinieblas, su corazón Munaypata: “Amarte fue, adivinar una estrella”; esperándola, contempló eternamente su tesoro, La Plata.
Andrés Mauricio Cortez Cueto
Home sweet home
Entró en la habitación arrastrando los pies por el cansancio. Se desvistió descuidadamente. Se tendió sobre la cama con los zapatones puestos. Posó la cabeza en la almohada y miró las manchas que la humedad había producido en el tumbado. Había sido una jornada plena. Aquel día, en la Asamblea, se resolvieron la Declaratoria de Independencia de Bolivia y la canonización de Juana Azurduy. Después se jugó un partido de fútbol que se vivió como una batalla épica. Satisfecho, cerró los ojos y soñó con ángeles en su cama reglamentaria del Hospital Gregorio Pacheco
Vadik Barrón
No estás solo
–¡Aquí hay algo! –¿Dónde? –Aquí, debajo de estas botellas rotas… –¡Es basura!. Qué feo que huele aquí…. hace mucho frío y no se ve nada. –¿Y qué quieres? Es la Glorieta, todo es antiguo. Parece una nota pero la letra está toda retorcida. –¿Qué dice? –Dice: “Mi sargento me encerró en las fosas del Castillo, castigado por indisciplina… no veo nada y grito sin parar ¡Gutiérrez! ¡Nelson! ¡Sáquenme de aquí! ¡Mi Sargento! ¿Hay alguien ahí que me ayude? Entonces, en la oscuridad, una voz retorcida y maligna me susurra al oído “No”.
Laura Cecilia Espindola Rissiotti
El loco Hoy te espero.
Tomo un helado y bajo al Rosedal. Minutos antes de tu llegada arrancaré el trébol más bonito que encuentre para regalártelo. “Los ritos son necesarios...” diría un zorro conocido mío. Te daré el poema que escribí el día que subí a lo más alto de la torre, cuando te vi llegar con tu uniforme blanco, pese a que dijiste que no volverías más. Te miré, y mirándote no vi a los guardias que me arrastraron de nuevo al Instituto. Hoy escapé de nuevo y tengo el trébol entre mis dedos... y te espero, aquí en el Rosedal.
María del Carmen Thompson Pérez
Bob
Sostengo la correa fuertemente, mientras corremos juntos por el parque en los límites de la realidad que rodea el viento. Bob me mira aún con dulzura. Jugamos como ya es costumbre, perdiéndonos de vista; corre atravesando la modesta Torre Eiffel que, a su modo, engalana este paisaje. Pero un día no regresa mas y el miedo da paso a la soledad. Por fin reaparece pero esta vez es otro el dueño. Al final entiendes que siempre has estado y estarás sola y saberlo sigue doliendo; creo que es mi culpa, por tratar a Bob como si realmente fuera un perro.
Karina Cerezo
La tarea
Era una tarde lluviosa, poco a poco la luz natural se iba apagando, poco a poco los faroles iban encendiéndose. Contra mi voluntad me encontré caminando, apresurado, por el parque Bolívar, buscando a través de la tenue luz y las gotas de lluvia sin encontrar a mi compañera. De pronto un apagón, un viento fuerte, las terroríficas siluetas de los árboles iluminadas por un violento relámpago, un trueno que ahoga un grito, un miedo que me congeló más que la lluvia, un loco peligroso suelto. Ella no había venido, después de tanto insistir, para que le prestara la tarea.
Jorge J. Barriga S.
Yo invoqué a la ciudad una vez
Yo invoqué a la ciudad una vez, como se invoca al destino o a la suerte, y lo hice a plena voluntad, con un ritual primitivo, cerrando los ojos y apretando los dientes, deseando… Estaba muy enamorada y era muy joven, el amor era un malestar estomacal más que un sentimiento; así que le pedí a la ciudad un encuentro fortuito y, como un zombie muy aseado,caminé sin rumbo fijo. El sol era inmenso y él !oh, pobre muchacho sonámbulo!, apareció caminando en la acera hirviente más improbable. Hola, le dije, y la ciudad me sonrió bien amarilla.
Eva Loayza Amusquívar
Te vi
Vi tu cabellera al viento, tus ojos grandes y tu cola batiéndose desordenada. Sonreías a todos y todos te saludaban felices al verte cruzar la calle. Me quedé paralizado. Desde la esquina parecías hablarme con los brazos en alto, saltando. Yo miraba atrás, a los lados, no había nadie. No estaba equivocado, en verdad me hablabas a mí… Levanté la mano para saludarte y todo oscureció; un dolor profundo invadió mi cuerpo, mientras una bocina retumbó en mis oídos. Así aprendí a hablar con las cebras.
Juan Pedro Debreczeni Aillón
León
Al paso, saltó sobre mí el enorme Rey Felino del Libertador Bolívar, quien me preguntó por el paradero del Mariscal de Ayacucho. Acorralado solo atiné a dar los saludos correspondientes; entendiendo esto el felino se esfumó, el Libertador regresó, yo desperté ¿Qué clase de saludo era el que me salvó?: “el saludo de los eternos vigilantes del tiempo.” Se escuchó un bramido y la ciudad despertó enfurecida.
Bismarck Villarroel Santillán
Cuento de 100 palabras
En aquel lugar la música del piano no cesa, en su casa de altos pisos con una azotea de cristales a partir de la cual él mira (desde su cama de sábanas blancas y otras veces en su silla rodante de inválido). Observa con el telescopio que ella le ha obsequiado al conocerse en un hospital, en las emergencias del accidente que sufrió y la dejó coja. Ella toca, y él nos observa, desconocidos para nuestras propias almas, como larvas desnudas nos debatimos en conquistar las estrellas mientras cae la tarde y los débiles faroles se encienden desde la Recoleta.
Miki Alcaraz Flores
Los cuadros que encontré
Eran de un amigo, un cronopio de bigote samurái. Habían escandalizado a la población en muchas ocasiones. Su autor había desaparecido repentinamente, y sólo nos restaron aquellos paisajes alucinados de la ciudad, que en nada diferían de lo real. Cuando los revisé, encontré algo que despertó mi atención: todos parecían las piezas de un rompecabezas. Así que los fui uniendo con la mayor calma del mundo. Pero al concluir, sorprendido, vi la imagen de la ciudad chorreándose. Su tinta se esparcía con una lentitud moribunda, abúlica. Ahora vivimos como en un rostro desfigurado.
Fabricio Callapa Ramírez
Alba Ciudad
Nací en una ciudad llena de fantasmas de dinosaurios, los sentí desde niña. Ellos me guiñaban los ojos. Al principio me asustaba, luego me acostumbré gratamente a ellos. Me encantaron con sus historias y leyendas sobre mi ciudad, que me acogió desde siempre. Dicen que uno no escoge donde nacer, que el lugar lo escoge a uno. Creciendo entendí por qué Sucre me había escogido, una ciudad tan amorosa quería ofrecerme todo lo que amaba y me haría feliz, mas no todo lo que necesitaba; es cuestión de pasión, no de precisar. Yo tan joven y de vuelta. De Sucre no podré alejarme.
Andrea Mercedes Martínez Caballero
Es complicado
Ella y yo éramos amigos, compartíamos muchas cosas: interesantes conversaciones, paseos interminables por las calles de Sucre, la música y, por supuesto, la literatura. Al principio nos unieron aquellas cosas en común y nuestra necesidad de libertad, de disfrutar la vida. Poco a poco fuimos construyendo una relación que no podíamos llamar amistad o amor simplemente; era más complicado que eso. Salir juntos, quedarnos a conversar horas y horas en el Parque Bolívar, algunas veces sacando fotos a los enamorados que vivían su amor en el Rosedal. Todo esto nos decía algo, pero ninguno quiso darse cuenta qué.
Eliana Soza Martínez
Doble dos
–Ámame por piedad– rogaba una sombra a un cuerpo semidesnudo.
Este, a su vez, deslizaba una copa por los labios y decía:
– ¿Amorcito, me compras un trago más?
–Pero si aún no terminas el que tienes entre las manos–, respondió la sombra.
–Sólo tengo dos y están ocupadas.
– ¿Y la copa que tienes contigo?
–Amorcito, estás viendo doble dos veces seguidas. Mejor me voy donde aquellos que no están tan borrachos como tú.
Xavier Valverde
Desencuentro
Sucreando andaba con el estómago lleno del cuchillo. En las bajos dominios de mi mente nicolaseando, así me caminaba. De tanto en tanto pensaba en el día que te conocí recoleteando por ahí, entre mesas y vasos. Estabas pancha, doña y señora del tu mundito personal, bebiendo sorbo a sorbo esas canciones sulckísticas, que para muestra basta un ratón. Así te recordaba, así te extrañaba. Sabía que me iba aplazear bien feo si no conseguía volverte a ver, tal vez hasta estirar una de mis patas, una de las tantas.
Christiam Avilés Vacaflores
*Este microcuento obtuvo el primer lugar del concurso “Sucre en micro”. El jurado que estaba conformado por los escritores Ramón Rocha Monroy, Homero Carvalho y Alex Aillón, reconoció la frescura y humor del relato que lograba mencionar algunos de los lugares más emblemáticos de la bohemia de la Capital de Bolivia.
Al pie de la letra
La profesora dijo: vivan el día como si fuera el último. Comió dos salteñas; dejó dos rosas blancas en el cementerio, rezó; comió sándwich de chola; manejó sin brevete, la pillaron, dio una coima de veinte luquitas; se sentó con los hippies a hacer manillas, le regalaron una; fue hasta la Recoleta a tomarse una foto, vio el atardecer. Pausa. Corrió hasta el parque, se mojó la cabeza en la pila; comió mondongo; se unió a la manifestación, gritó; se encontró con él, fueron hasta su colegio (católico, claro), subieron a hurtadillas a la terraza, hicieron el amor. Se mató.
Andrea Bravo Ramos
*Este microcuento obtuvo el segundo lugar del concurso “Sucre en micro”. El jurado estaba conformado por los escritores Ramón Rocha Monroy, Homero Carvalho y Alex Aillón, y reconoció el recorrido imaginario por la ciudad y el cierre efectivo de la historia.