La ley del deseo

Antes de la publicación de un libro con sus escritos póstumos, anunciado para octubre de este año, se reedita el Libro del anhelo, el emotivo último poemario que publicó en vida Leonard Cohen.

La ley del deseo

La ley del deseo

Un poema del Libro de los anhelos

Un poema del Libro de los anhelos


    Martín Pérez
    Puño y Letra / 25/06/2018 07:03

    Antes de la publicación de un libro con sus escritos póstumos, anunciado para octubre de este año, se reedita el Libro del anhelo, el emotivo último poemario que publicó en vida Leonard Cohen. 

    Cuando una década atrás le dió la bienvenida a Leonard Cohen en el Salón de la Fama del Rock & Roll, Lou Reed subió al escenario con un ejemplar del Libro del anhelo bajo el brazo. De allí leyó el poema “Cosa”, en el que Cohen se apasiona y se resume: Soy esta cosa que necesita cantar. Un verso con el que comienza y termina el poema, y que convoca inmediatamente al canto en su idioma original, al rimar de manera sencilla pero contundente “thing” con “sing”. “Canto, luego existo” parece decir Leonard, que inmediatamente precisa que ese canto es tanto hacia Dios –o “G-d”, como escribe en inglés– como hacia esa “otra cosa” de su amada. (el “pelo inferior”, aclara un verso más tarde, por si hiciera falta). Confesional, devocional y sexual, así es el poema que eligió leer Lou al llamar a su lado a Leonard en representación del rock, que bien podría suscribir semejante enumeración. Y también es así el Libro del anhelo, un fascinante poemario en el que el canadiense lamenta y celebra al mismo tiempo sus creencias y sus limitaciones, al reunir dibujos y versos que retratan tanto su época en el monasterio como su posterior aceptación de que no estaba preparado para los rigores de la vida espiritual.

    Publicado originalmente en el 2006 –dos años antes de aquel ingreso al Salón de la Fama–, y cuya reedición en castellano se acaba de distribuir en las librerías locales, el Libro del anhelo estuvo escribiéndose durante unas dos décadas y fue el último que Cohen publicó en vida (para octubre de este año se anuncia el póstumo The flame, con prólogo de su hijo Adam). Fue un sucesor tan demorado de El libro de la misericordia, que apareció en 1984, que los amigos de Cohen habían rebautizado al Book of longing –su nombre original– como Book of prolonging, ya que el poeta no hacía más que prolongar una y otra vez su fecha de entrega. Hay incluso un breve poema en el libro que hace referencia a esa demora: “Puedo aguantar mucho sin hablar/ hasta que las aguas se desbordan/ y rompen el dique”/ Así pude retrasar este libro más allá/ del final del siglo veinte.

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    El compositor Philip Glass, que musicalizó varios de los poemas del libro en una obra del mismo nombre, recuerda que la primera vez que les pegó una mirada su autor aun no habia ingresado al monasterio en el que se recluyó al finalizar la desgastante gira presentando The future, en la que confesó terminar necesitando beber tres botellas de vino antes de salir a escena. Por entonces, Cohen ya llevaba dos décadas sumando zen a su judaísmo, siguiendo las enseñanzas de su maestro japonés Hoshu Sazaki Roshi. Se dió cuenta, dijo, de que Roshi tenía 90 años, y él estaba cumpliendo 60: era ahora o nunca. Así fue como decidió entrar al monasterio a tiempo completo, para ponerse al servicio de su maestro. Cinco años más tarde, cuando dejó a Roshi para irse a la India, siguiendo la voz de un nuevo maestro, Cohen ya había reunido gran cantidad de canciones y poemas, que terminarían apareciendo en los dos discos que editó después de salir de monasterio y antes de la publicación del Libro del anhelo, Ten new songs (2001) y Dear Heather (2004). Por entonces dos grandes cambios habían sucedido en su vida: la depresión que parecía atormentarlo desde siempre se había desvanecido, y descubrió que su representante le había robado todos sus ahorros. Funcionaron como prólogo para el prolífico último acto de su vida, donde sacó un disco tras otro y estuvo de gira casi permanente, realizando conciertos cada vez mas multitudinarios. Pero antes necesitó vaciar los cajones, cumplir lo que consideraba su deuda con la literatura, y sacarse de encima ese libro pendiente.

    Casi como si estuviese respondiendo al estricto rigor formal de su predecesor, un impecable libro de oraciones, el Libro del anhelo disfruta de una libertad que por momentos convoca a la sonrisa. Todo parece caber en él –dibujos, autorretratos, poemas manuscritos–, y su autor se debe haber divertido armándolo. Está tan lleno de guiños que, al resumirlo en una entrevista como una reflexión irónica sobre la vocación religiosa, Cohen llegó a agregar que en realidad no se trataba de poemas, sino de bromas. “¿Entonces el Libro del anhelo es un libro de chistes?”, se vió obligado a preguntar el entrevistador. “Todo es un chiste”, fue la inmediata respuesta de Cohen, cuyas bromas siempre han cortado hasta el hueso. Sin embargo, cuando le preguntaban directamente de qué se trataba el libro, se excusaba enseguida. “Los que tienen que decirlo son los críticos y lectores”, decía, y apuntaba que algunos consideraban que era sobre la edad tardía, el deseo y la vida interna de los ancianos, mientras que otros lo consideraban una autobiografía enmascarada. Leonard no podía con su genio y agregaba: “Tiene una historia enterrada, que funciona como prólogo del entierro de su autor en el futuro”.

    A dos años de su muerte, mas allá de sus bromas y de sus guiños, de sus pistas autobiográficas y sus recurrentes referencias al sexo oral, el Libro del anhelo se lee efectivamente hoy como una despedida cómplice, un largo adiós compasivo, emotivo y en voz baja. Y aunque aparece apropiada en la nueva edición española la elección de uno de sus autorretratos matutinos para ilustrar la portada, se extraña el dibujo del pájaro de la edición original, elegido personalmente por Cohen. “Lo que me gusta de ese dibujo es que lo había descartado, y no parecía servir para nada”, explicó alguna vez. “Pero yo reciclo incesantemente mis borradores, y es maravilloso cuando algo reaparece. No deberíamos descartar nunca nada, y me refiero también a personas o ideas. Es realmente verdad que no se debe perder la fe en nada ni nadie”, decía entonces Leonard, el poeta venerado que cada mañana se miraba en el espejo, se dibujaba rápidamente y después escribía una frase acorde a lo que le sugería esa imagen. Un rito que explicaba diciendo que, si tenía algún valor, era porque no invitaba a ninguna reflexión profunda ni le hacía daño a nadie.

    Un poema del Libro de los anhelos

    POR UNAS CUANTAS CANCIONES

    Por unas cuantas canciones

    en las que hablaba de su misterio,

    las mujeres han sido

    excepcionalmente amables

    con mi vejez.

    Hacen un rincón secreto

    en sus ajetreadas vidas

    y me llevan allí.

    Se desnudan

    cada una a su manera

    y me dicen:

    “Mírame, Leonard

    mírame por última vez”.

    Después se inclinan sobre la cama

    y me tapan

    como a un niño tiritando de frío.

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