Elogio de Ernesto Cavour
Quizás él ya no me recuerda, es lo más probable. La última vez que lo vi, fue como hace 30 años, yo era un adolescente y andaba emborrachándome en La Paz y no sé cómo fui a parar a las puertas de la Peña Naira
Quizás él ya no me recuerda, es lo más probable. La última vez que lo vi, fue como hace 30 años, yo era un adolescente y andaba emborrachándome en La Paz y no sé cómo fui a parar a las puertas de la Peña Naira. Allí me encontré con él, le di la mano, le dije quién era y dónde nos habíamos conocido. Él me miró asombrado, me abrazó y me dijo que me fuera a dormir y que me cuidara. No lo he visto más en persona.
Hace una semana me enteré de que Ernesto Cavour, el gran Ernesto Cavour, había ganado el Premio Nacional de Cultura, recordé el episodio que ahora les refiero, pero mi memoria viajó mucho más allá, más atrás en el tiempo.
Yo conocí a Ernesto Cavour antes de nacer. Mi madre me cuenta cómo alguna vez inclusive fueron a darle serenata con Los Jairas que eran amigos de mi padre. Pues sí, siempre mi padre. Don Eliodoro Aillón, en su exilio ecuatoriano, fue quien me presentó a Cavour cuando era niño en una de sus visitas a nuestra casa, pero yo lo conocí de verdad sobre un escenario, no recuerdo si fue en el Cine Universitario de Quito o en el Teatro Prometeo, lo que sí puedo asegurar es que para ese niño, ver a Cavour, el músico, fue como ver a un mago.
Un mago que podía hacer que sus charangos hablaran. Y no sólo que hablaran, sino que contaran historias, historias de bombardeos, de barrios, de panes y de un sinfín de cosas, y que todos tuvieran una personalidad, que todos expresaran un mundo. Han habido grandes charanguistas, es cierto, uno de ellos fue mi tío William Ernesto Centellas, pero creo que nadie ha sabido interpretar el espíritu de lo popular tan enraizado en este instrumentos que antes veíamos en todas sus formas, más a menudo, en las manos de alguien por las calles de nuestras ciudades.
Para mí, Ernesto Cavour fue el descubrimiento de un universo inmenso y generoso que nos regalaba un instrumento tan boliviano, quizás el más boliviano de los instrumentos en ese entonces, el charango. Sobra decir que para quienes vivimos el exilio, tener a un representante como el maestro Cavour, nos servía de ancla y refugio frente a la terrible herida de la distancia.
Ahora es merecidamente Premio Nacional de Cultura 2018, porque ha hecho un esfuerzo maravilloso y gigantesco por preservar y crear un espacio para el charango, es decir para este instrumento que es algo así como el corazón latente de la música popular boliviana.
Gloria a quien se lo merece, gloria a Ernesto Cavour, humilde artista de lo cotidiano, inventor de cuerdas y melodías, encantador eterno de los charangos del alma nacional.