El viaje

Viajar, vivir e imaginar. Esta es la trilogía que nos ofrece este artículo que reúne varias visiones acerca de los viajes y que es guiado por la obra de Calvino, Cavafis, pasando por Borges, Saint Exupéry y Marco

El viaje

El viaje

Cavafis, el poeta

Cavafis, el poeta

Calvino, el fabulador

Calvino, el fabulador


    Puño y Letra/Alex Aillón Valverde
    Puño y Letra / 03/12/2018 01:51

    Viajar, vivir e imaginar. Esta es la trilogía que nos ofrece este artículo que reúne varias visiones acerca de los viajes y que es guiado por la obra de Calvino, Cavafis, pasando por Borges, Saint Exupéry y Marco Polo, en estos tiempos donde las experiencias se uniforman y pierden singularidad.

    Quizás no haya un poema que nos explique de mejor forma la naturaleza del viaje que es una vida y de una vida que es un viaje, que Ítaca del poeta alejandrino Constantino Cavafis.

    “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, /lleno de aventuras, / lleno de experiencias…”.

    Sin embargo, al parecer, ese hermoso comienzo ha dejado de ser aplicable a este acelerado e impaciente presente.

    En la actualidad, la naturaleza de los viajes y de la vida ha cambiado mucho. De los tiempos de los grandes exploradores, aventureros y descubridores de océanos y continentes, hemos pasado a ser los turistas y los exploradores cautivos del internet.

    Ahora todo es planificado. Todo es instantáneo. El viaje se realiza de las formas más seguras posibles. Los destinos son claros. Los hoteles son los mismos. Las estaciones iguales. El paisaje humano muy similar (blanco, pudiente, occidental). El mundo entero se ha convertido en un mall de experiencias reiteradas con marcas conocidas para los que no tienen problemas en desplazarse, para los que las fronteras no están cerradas, para los que no son los migrantes.

    El turismo es un acto depredador y la mayor parte de las veces discriminador. No sólo depreda los lugares y su ecología, distorciona las economías y las formas culturales de los pueblos, sino que también cierra territorios a las poblaciones locales como parte de una nueva forma de dominio sobre los espacios, un nuevo secuestro de parte del capital y su lógica de reterritorialización.

    Pero este no es el único problema, el turismo también depreda la imaginación, el descubrimiento del mundo de otras formas que no sean las mecánicas, las instituidas por la industria del dinero. Deteriora la relación con la naturaleza del viaje, que es descubrir, explorar, y en el camino del descubrimiento de las gentes, de los lugares, del mundo, descubrirse a uno mismo.

    Pero también, y entendido de esta manera, los viajes son una forma de relacionarse, una forma de diálogo con la realidad, y esas formas de relacionarse, si son mecánicas, nos alejan mucho más que nos acercan.

    En la historia, como lo hizo el Libro de las maravillas de Marco Polo, los viajes ayudan a la tolerancia, a la comprensión del y de lo otro, más allá de los estereotipos y toda la información errada y cosificante que se tiene ahora en este caótico y tantas veces mentiroso universo mediático.

    Cuentan que Marco Polo había oído que cuando el Gran Khan enviaba embajadores por el mundo, y estos no sabían, a su vuelta, hablarle más que de la misión para la cual habían sido designados, él los trataba de necios e ignorantes. Le agradaba más que le contaran de las costumbres y particularidades de las cortes extranjeras.

    Entonces, el viaje también es literatura. Los cuentos con los que los embajadores llegaban, los cuentos que Kubilai Khan prefería escuchar de Marco Polo, son, de alguna manera, su germen.

    El viaje necesita ser contado para ser un viaje. Debe ser compartido. Debe ser imaginado. Es parte de la cultura oral de los pueblos. El viaje se comparte alrededor de una mesa. Alrededor de una fogata. En la intimidad de la cama. e sparte de los reencuentros. El viaje es la fascinación de la vida, la fascinación de estar vivos o de haber sobrevivido a una larga aventura, y también, por supuesto, es la certeza de que algún momento llegamos o llegaremos irremediablemente a nuestra Ítaca.

    El viaje antes no se medía con la distancia, se medía con el tiempo, decía Borges, y es mentira que el mundo es cómo se encuentra o se nos lo muestra. Los mapas del mundo los hacemos cada uno. Nuestros viajes son, también, el mapa real del mundo, de la vida misma.

    “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara” (El Hacedor, de Borges).

    Entendida así la naturaleza del viaje y de la vida, no podemos sino recordar a Italo Calvino en su maravilloso libro Las ciudades invisibles, donde afirmaba que caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos. En este libro su guía (cicerone) camina siempre con la cabeza hacia atrás, su viaje es en la memoria, en el pasado. El zigzag es la forma de viajar en estas ciudades (como en la vida) que aparecen y desaparecen en un acto de construcción perpetuo con esa nueva mirada del camino recorrido.

    En Las ciudades invisibles Calvino retoma la voz de Marco Polo y es una apuesta por lo que puede ser, la complicidad de un Emperador agotado con un viajero experimentado que mezcla la realidad con la fantasía para crear parajes imposibles, urbes soñadas, ciudades construidas exclusivamente por la ensoñación, incapaces de ser retratadas, planificadas, medidas, censadas, porque son pura ficción.

    Viajar, vivir e imaginar son actos revolucionarios, son formas de resistir este momento donde al parecer el tiempo y la distancia se han diluido, donde todo lo queremos ya y más fácil y no apreciamos, como lo hacía otro gran viajero, Antoine de Saint Exupéry, el valor que le da la aventura y su exigencia a la vida.

    “Si al franquear una montaña en la dirección de una estrella, el viajero se deja absorber demasiado por los problemas de la escalada, se arriesga a olvidar cual es la estrella que lo guía”.

    Escribo esto al retorno de un viaje que me llevó por México y su maravillosa dramática geografía natural y humana. Todavía trato de regresar en cuerpo y alma a mi centro, a mi Ítaca, sin conseguirlo del todo. Esta es mi forma de agradecerles a todos quienes pasaron de manera breve pero luminosa por mi vida estas semanas y no olvidarme del fragmento maravilloso que habitamos en el tiempo y que, nuevamente, nos lo recuerda Constantino Cavaffis:

    “La obra de los dioses la interrumpimos nosotros, / torpes y apresuradas criaturas del instante”

    Ítaca de Constantino Cavafis

    Cuando emprendas tu viaje a Ítaca

    pide que el camino sea largo,

    lleno de aventuras, lleno de experiencias.

    No temas a los lestrigones ni a los cíclopes

    ni al colérico Poseidón,

    seres tales jamás hallarás en tu camino,

    si tu pensar es elevado, si selecta

    es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

    Ni a los lestrigones ni a los cíclopes

    ni al salvaje Poseidón encontrarás,

    si no los llevas dentro de tu alma,

    si no los yergue tu alma ante ti.

    Pide que el camino sea largo.

    Que muchas sean las mañanas de verano

    en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

    a puertos nunca vistos antes.

    Detente en los emporios de Fenicia

    y hazte con hermosas mercancías,

    nácar y coral, ámbar y ébano

    y toda suerte de perfumes sensuales,

    cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.

    Ve a muchas ciudades egipcias

    a aprender, a aprender de sus sabios.

    Ten siempre a Ítaca en tu mente.

    Llegar allí es tu destino.

    Mas no apresures nunca el viaje.

    Mejor que dure muchos años

    y atracar, viejo ya, en la isla,

    enriquecido de cuanto ganaste en el camino

    sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.

    Ítaca te brindó tan hermoso viaje.

    Sin ella no habrías emprendido el camino.

    Pero no tiene ya nada que darte.

    Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.

    Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

    entenderás ya qué significan las Ítacas.

    Calvino, el fabulador 

    Italo Calvino nació en 1923 en Santiago de las Vegas (Cuba). A los dos años la familia regresó a Italia para instalarse en San Remo (Liguria). Publicó su primera novela animado por Cesare Pavese. De 1967 a 1980 vivió en París. Murió en 1985 en Siena, cerca de su casa de vacaciones, mientras escribía Seis propuestas para el próximo milenio.

    La obra de Calvino indaga en el presente a través de sus propias experiencias en la Resistencia, en la posguerra o desde una observación incisiva del mundo contemporáneo; trata el pasado como una genealogía fabulada del hombre actual y convierte en espacios narrativos la literatura, la ciencia y la utopía.

    En Calvino lo mayúsculo y lo minúsculo van a ser sinónimos de lo visible y lo invisible, de aquello que percibimos sensorialmente y de lo que tenemos que contar que percibimos: la literatura empieza por tanto a tener para el escritor la función de expresar el mundo interior. Dos libros se hermanan en base a este concepto: Las ciudades invisibles (1972) y Palomar (1983).

    Cavafis, el poeta

    Noveno y último hijo de Petros Cavafis, un comerciante casado con Jariclía Fotiadis, hija de un mercader fanariota de diamantes.

    Vivió con su madre hasta que ésta murió, en 1899, luego con algunos de sus hermanos, y finalmente en soledad. Se le reconocen dos amores, y pasajeros, y no vivió acomplejado por su homosexualidad. Fue considerado el "poeta nacional de Grecia". No hizo una escuela, no tuvo discípulos aunque, en su época, gustó y mucho.

    Se dio a conocer internacionalmente a través de las referencias del estudio de E. M. Forster sobre Alejandría, Alejandría: Historia y guía (1923). Oponente a los valores tradicionales del cristianismo, la ética heterosexual, el nacionalismo y el patriotismo, en sus obras integra la historia con asuntos contemporáneos: 'El dios abandona a Antonio' e 'Itaca', escritos en 1911.

    Un renacimiento de su obra tuvo lugar con la publicación del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell(1957-1960).

    Constantino Kavafis falleció en Alejandría el 29 de abril de 1933.

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