El Genio Salvaje revisitado
Tenía 42 años cuando falleció de un paro cardíaco en Ginebra, Suiza, mientras jugaba un partido de fútbol. Era el 28 de enero de 1980. A partir de ese día Alfredo Domínguez se convertiría en un mito para la música nacion
Tenía 42 años cuando falleció de un paro cardíaco en Ginebra, Suiza, mientras jugaba un partido de fútbol. Era el 28 de enero de 1980. A partir de ese día Alfredo Domínguez se convertiría en un mito para la música nacional y una gran influencia para muchas generaciones de artistas de la escena nacional como internacional. Sobre su legado nos hablan Oscar García, Fernando Arduz, Marcelo González y Marco Moya.
Cuerdas ajenas, manos propias
Oscar García
Se ha dicho harto sobre Alfredo Domínguez, sobre su color, sobre su origen, sobre su pluma en la aduana, sobre su acumulada piel de bronce, sobre sus pómulos al borde de la erupción. Importa pero termina por no importar.
De pronto se convierte en un asunto tan peligroso como el pechito de cientos de seres transparentes rapados, derramando virtudes inventadas sólo con el arenoso argumento del valor de la piel y su color. Por eso no importa. Puede ser verde el ser y tener en dos conceptos básicos el conocimiento del mundo. Puede ser una buena persona, un genio en el ámbito de los números, un buen ratero, un amante excepcional, un cocinero creativo o un perfecto bruto que se hace pescar. O una mascota agachada.
El caso es que Domínguez y su obra, que no se separa –separar la obra del ser (autor) es un asunto complicado. Hay quienes dicen que no importa. Se puede ser un mal bicho con una obra conmovedora. Dicen. Habrá que ver, habrá que oír-, se termina definiendo como un resumen de las creaciones misteriosas de la naturaleza. Se sabe de qué están hechas, se mira la forma, se desliza la mano por las texturas pero siguen siendo estas creaciones misteriosas.
La obra de Alfredo Domínguez tiene características semejantes. Expresa sin lugar a dudas una imperiosa necesidad expresiva, una puntual impaciencia y sobre todo la saludable obsesión, que toma forma en el sonido articulado.
Se trata de elemento y decisión. Elemento cultural y decisión cultural en el ámbito de una elemental lectura del comportamiento de las sociedades y sus tránsitos -plagados de préstamos y de influencias. La guitarra es un elemento ajeno, el qué hacer con ella fue su decisión. Parece fácil. No lo es.
Porque una decisión cultural implica mucho riesgo, una serie de asunciones que pasan por el territorio y su entorno sonoro, por sus comidas y sus infinitas bebidas. Por los rostros multicolores que su visión fue guardando en la medida en que sus lágrimas lo permitieron. Decisión hecha de la suma de hábitos y querencias que se tradujo en búsqueda y ésta en técnicas inventadas. En traducciones sonoras de un país que desde hace rato que estaba necesitando hablar su lengua y para ello recurrió a la guitarra, antigua cordófona que transitó desde hace cientos de años por disímiles territorios en el mundo.
Domínguez supo decidir, sobre seis cuerdas, cosas de alturas, texturas, ritmos, modos de ataque, dinámicas e intensidades, siempre en relación a su ser y a su entorno. En esa actitud radica una decisión cultural propia. El resultado es una obra cuyo compromiso con el lenguaje musical es una marca. Es una firma.
No se limita este lenguaje a simples imitaciones de las sonoridades externas, son más bien traducciones cuya carga emotiva convierte a cada gestualización sonora en una especie de unidad de sentido porque nos conduce (a la tierra, al pasado, a los olores, a las pieles) al centro y nos devuelve luego hacia la esfera con una profunda y auténtica muestra de quiénes somos y cómo nombramos al mundo, desde aquí, sin necesidad alguna de sentirnos acomodados en la reaccionaria trampa de las músicas del mundo.
Una invitación, a la creatividad
Fernando Arduz Ruiz
A veces me pregunto qué hubiese pasado si Alfredo se hubiese dedicado a la lectura del pentagrama y a dar conciertos con obras del repertorio académico… ¿en qué medida su obra hubiese desarrollado otros elementos que no están presentes en ella?, ¿su creatividad se hubiese visto afectada de algún modo?
Pienso que todo tiene una razón de ser: Alfredo Domínguez al ser rechazado por el maestro de la guitarra académica, siguió su propio camino autodidacta con una genial creatividad musical llena de efectos y recursos técnicos que hacen de la guitarra un mundo de timbres insospechados, que no los iba a hallar en la música “clásica” sino en las entrañas de Bolivia.
El legado de Alfredo Domínguez para los concertistas de la guitarra boliviana, está en la invitación a seguir explorando y desarrollando nuevas posibilidades del instrumento para expresar la esencia sonora de nuestro país. Y esta experiencia también es absolutamente válida para ser aplicada a otros instrumentos y a la vida misma, porque la creatividad es un regalo divino que confirma que el hombre está hecho a imagen y semejanza de su Creador. El reto está en saber usarla para bien.
Domínguez para todos
Marcelo Gonzales
Alfredo Domínguez es una de las cúspides más sobresalientes que se distinguen en la música popular de nuestro país y el continente. Por un lado fluyen sin detenerse, con un fuerte caudal, incluso creciente hasta nuestros días, sus altos trabajos como guitarrista. Por otro lado, se hace sentir como un cancionista de habilidades finas, complejas, que se interna en la observación y coronación del modo propio de belleza humana y natural que se manifiesta en su patria, como todo gran creador de canciones latinoamericano. Es como si se convirtieran en símbolos patrios, pero no los de un civismo a veces desgastado, que nunca estará de más revalorar, si no verdaderas representaciones, obras artísticas de la patria en movimiento, en evolución. Todo ser humano individualizado, termina siendo también un símbolo. Con Parra, Avilés, Yupanqui, Zitarrosa, Da Viola, Casazola, Uquillas, Durán y Alfredo Domínguez, como siempre entre tantos otros pero no demasiados por mencionar, ocurre tal fenómeno. Se acercan al ser mismo, a la idea misma de la patria que cantan y a la que cantan. Son como los instrumentos de un demonio de la estética al que no hay referéndum ni montaña de basura que pueda invadir. Su música transita por encima, incluso de ellos mismos. Quizás allí radica una de las ventajas de ser músico, ese vínculo religioso con un universo de formas invisibles pero que vibran desde adentro, más que desde lo exterior. Volviendo a Domínguez: Se sabe que además era pintor y un gran arquero, estuvo en puertas del profesionalismo del fútbol, cercano a vestirse de celeste. Me imagino a un chango vivo y habilidoso, un Mercurio tupiceño con la danza y la soltura del andino de los valles entre sus manos y pies, pero amigo del silencio, la observación introvertida y detenida de lo circundante, pupila atenta en una tierra de cerros marcianos, viejas historias bolivianas y achumas.
Para terminar: Qué orgulloso me sentía cuando importantes guitarristas, de tantos que pasaron por el Consevatorio dando clases magistrales, como Cristoph Jaggin (Suiza) y Gustavo Kantor (Argentina), destacaban los efectos (golpes, armónicos, roces, etc.) que Domínguez lograba con tanta naturalidad en la guitarra. Ahora, ya más entrado en años, dolores y experiencias, ese recuerdo me lleva a reafirmar un pensamiento que anda revoloteando entre mis huesos hace tiempo: Aquí en Bolivia somos o tenemos la capacidad de llegar a ser una potencia de la cultura y el arte, esté quien esté en el trono. Solo es cuestión de dejarnos de tanta macana y enfocarnos en lo importante: Una educación humanista y ética alejada de todos los prejuicios, dogmas y engaños de ciertas formas religiosas, científicas y sociopolíticas, tan desgastadas en la actualidad que dan sueño. Amigo, amiga que no escuchaste a Domínguez aún, o que lo escuchaste muy superficialmente: pon a sonar "Feria", "Fiesta" "Juan Cutipa" o "Por tu senda" y evidéncialo con tu propia alma: hay un mundo frondoso y colorido, una Realidad con mayúscula, esa de la que hablaba Sáenz, por explorar y explotar. Ponte las pilas.
Domínguez
Marco A. Moya Porcel
Cuando se escucha su nombre se estremecen los acordes de la música boliviana, se inflan los sentimientos más bellos al escuchar su sentida voz que muestra paisajes del altiplano, valle y oriente; a veces bien rasgueado y abatido en el alma lanzo gritos a la realidad reinante que afligía su chagado corazón, otras veces utilizo la ironía para alegrarnos con el sí señora (mítica canción que nos guiñaba sonrisas cuando con este oficio de músico pisábamos el viejo mundo).
Desde su natal Tupiza y sus dedos floreció una nueva forma de re interpretación de la guitarra en el folklor boliviano, dicen que tenía otros amores como la pintura de la que lastimosamente no conozco solo la portada que hizo el 1966 cuando integro la mítica agrupación Los Jairas (cargo que heredó y compartió del gran guitarrista Julio Godoy) o el futbol razón por la cual el gran Liber Forti espeta ‘’Puede haber miles de futbolistas, pero el único guitarrista puedes ser vos‘’.
Lo cierto es que cambio las estructuras del folklor a través de su guitarra con una pulcritud exacta, sus paisajes sonoros reflejan un alto y noble espíritu que trascienden hasta nuestros días.
A decir del maestro Julio Godoy con quien compartió en su segunda patria (Suiza) este gran personaje fue un samaritano de la vida que mediante su música y sencillez re invento la música de Bolivia y Latinoamérica.
Fue autodidacta de oficio, pero en un principio interpretaba a la perfección el repertorio guitarrístico de la época (Francisco Tárrega - Manuel de Falla) y como quien gambetear esa rigurosidad interpretaba sus obras.
Su composición guitarrística desde hace mucho tiempo y gracias a los espíritus de la música se viste de frac en diversos escenarios y conservatorios del mundo, cabe resaltar el aporte de Fernando Arduz Ruiz quien a lo largo de muchos años transcribe a Alfredo Domínguez a la universal partitura; también es valorable el alto aprecio diversos eximios intérpretes como Piraí Vaca, Héctor Osaki , Manuel Monroy Chazarreta, Juan Carlos Cordero, Tincho Castillo, Harold Beizaga y otras constelaciones que nos llevan a la morada donde anidan las melodías de Alfredo.
Es grato recordar a este gran músico y pensador melómanos, discófilos y militantes musicales disfrutamos todavía de la existencia de este gran ser y su arte.