En el aniversario del “Chueco” Céspedes

Este 6 de febrero se recordó otro aniversario más del nacimiento de uno de los escritores centrales para entender la Bolivia del siglo XX, Augusto Céspedes.

En el aniversario  del “Chueco” Céspedes En el aniversario del “Chueco” Céspedes

Puño y Letra
Puño y Letra / 11/02/2019 10:45

Este 6 de febrero se recordó otro aniversario más del nacimiento de uno de los escritores centrales para entender la Bolivia del siglo XX, Augusto Céspedes. Puño y Letra quiso rescatar la memoria de este narrador nacido en Cochabamba y la importancia de leerlo en este tiempo al parecer ya tan lejano de la literatura del autor de El Pozo. Respondieron a nuestro llamado los escritores Ramón Rocha Monroy, Homero Carvalho y Claudio Ferrufino.

 

El Chueco Céspedes - Ramón Rocha Monroy

Hace pocos días fue el aniversario de Augusto Céspedes Patzi y convocó en mi memoria lo que sé y conocí del Chueco, como le decían sus amigos, aunque no tenía deformación física alguna, pero caminaba y bailaba de costado, como un alfil. Por eso. Fue amigo cotidiano de mi tío Germán Monroy Block desde antes de la fundación del MNR, ambos fundadores y militantes. Le decía Bismarck y era su contertulio.

Mi hermano lo conoció mucho; yo, gracias a él, concurría a las tenidas de caballeros y me sentaba a la diestra del Chueco. Por eso lo recuerdo. Era la despedida de soltera de mi prima Cristina y el Chueco narraba anécdotas con el tío Germán sobre la guerra. De pronto, mi papá le dijo: Pero no negará, doctor, que el general Peñaranda fue un gran hombre y un gran conductor de la guerra. El Chueco se inclinó a mí y me dijo: “¿Quién es este viejo cojudo?” ¿Qué le iba a decir si era mi papá, un militar honesto, de frontera, que había permanecido tres años en el frente de batalla?

Mi recuerdo más antiguo se remonta a 1970, en La Paz. Mi tío me urgió a llevarle una nota al Chueco y yo volé a su vieja casa de la calle Potosí, creo, donde hoy se alza un supermercado. Subí al segundo piso, abrí una puerta y allá encontré a los “wawaministros” de Ovando discutiendo la nacionalización de la Gulf, pero sobre todo siguiendo los consejos del Chueco. Le di el papel y me fui, pero eso me sirve para recordar no sólo al literato sino al periodista combativo, el albacea de Sergio Almaraz y de Petróleo en Bolivia, que había leído ese y otros libros y quería nacionalizar la Gulf en memoria de su buen amigo. Por supuesto que estaba, entre otros, Marcelo, Mago Baptista, José Ortiz Mercado…

Muy temprano, junto a Carlos Montenegro, Augusto Céspedes contribuyó a tipificar a la Rosca minero feudal y a los "Barones del Estaño" desde el diario La Calle, una hazaña porque era un diario independiente y probablemente no pagaba sueldos o éstos eran muy poco. Pero Céspedes se destacó también en el Parlamento, con agudas críticas al régimen de Peñaranda sobre las gestiones de su canciller Alberto Ostria Gutiérrez, que nos hicieron arrodillar frente al Brasil; críticas agudas como todas las que él pronunció.

El 20 de diciembre de 1943, ya fundado el MNR, asumió la Presidencia Gualberto Villarroel, tildado desde entonces como nazifascista por una izquierda cegata, que seguía las instrucciones de Stalin a través de la Tercera Internacional. Cegata a tal punto que el 21 de julio de 1946 colgó al Presidente y a varios de sus seguidores, con lo cual se inició el sexenio, que culminó en la revolución de 1952, pero también el fin del partido de izquierda que se derrumbó en 1950 con ministros de la Rosca.

Luego de 1952, Céspedes fue nombrado Presidente del LAB. No lo veo tras de un escritorio sino con un sombrero alón y un mono en el hombro, al sol en el patio de su casa redactando su columna diaria. Luego fue embajador en Italia y en su juventud conoció a Rita Hayworth y se retrató con ella. Lo vi así en París, en 1980, cuando me alojé una semana en su casa y lo vi acompañado por Chelita Postigo, su fiel esposa, y la hija de Chela, Luisa Siles, que por entonces era una adolescente. Era embajador en la UNESCO y me mostró en la sede un cuadro gigantesco que constaba de dos triángulos, uno azul y otro verde, y me preguntó qué me parecía. Le dije que una huevada y lo vi haciendo un gesto de aprobación. Había costado millones ¿y qué significaba? El arte moderno puede ser glorioso pero también camina al filo de la navaja de la impostura. Gobernaba el país el Dr. Walter Guevara Arze. En una entrevista en Canal 7 le preguntaron si él era el autor intelectual de los fusilamientos de Chuspipata, cuando gobernaba Villarroel y contestó socarrón: “Si yo hubiera sido el autor intelectual, hubiera mejorado la lista en cantidad y calidad”. Ese era el militante combativo detrás del literato.

 

Augusto Céspedes, el narrador - Homero Carvalho Oliva

Augusto Céspedes fue de esos milagros que suceden, de cuando en cuando, en las literaturas nacionales, una personalidad cuya obra y vida sigue y seguirá objeto de estudios. Creo que entre sus libros se destaca Sangre de mestizos, relatos de la Guerra del Chaco. Un conflicto en el que durante tres años (1932-1935) Bolivia y Paraguay se desangraron empujados por empresas transnacionales que se disputaban un territorio petrolero. Eduardo Galeano dice “Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa. Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco”.

Murieron cerca de 50.000 bolivianos y 40.000 paraguayos. La guerra es uno de los temas recurrentes de la literatura y la del Chaco fue motivo de novelas, poemas, canciones, ensayos y cuentos creados por escritores de ambos países. Entre los narradores se destacan dos de ellos, uno paraguayo, Augusto Roa Bastos /Asunción 1917-2005) y uno Boliviano, Augusto Céspedes, nacido en Cochabamba en 1904 y fallecido en La Paz en 1998, ambos escritores fueron protagonistas de esa guerra. Al término de la misma, Augusto Céspedes salió junto con un grupo de intelectuales, que conmovidos por la tragedia y con un grande sentimiento nacionalista, fundaron un partido político que años más tarde, en 1952, realizaría la llamada Revolución Nacional.

Los dos augustos fueron grandes escritores y en la madurez de sus vidas explotó el Boom de la literatura latinoamericana con los nombres ya conocidos, entre ellos el del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, no así el de nuestro compatriota, cuya obra tenía suficientes méritos y calidad literaria para que su figura formara parte de esa generación que cambió el rumbo de la literatura en lengua española.

Jaime Iturri, periodista y escritor boliviano, afirma que “Si Carlos Montenegro fue el ideólogo, el “Chueco” fue el luchador desde la pluma, desde la tinta y el papel”. Son muchos los libros como El dictador Suicida, Metal del Diablo, polémico libro sobre los barones del estaño que fue quemado en 1947 durante una manifestación en su contra. Además de otros títulos que prueban su afiliación sin ambages a la causa revolucionaria.  

Publicó un libro de cuentos Sangre de Mestizos, relatos de la guerra del Chaco. Entre los cuentos de este libro, publicado apenas se firmó el armisticio, en la que participó como soldado, se destaca el cuento “El Pozo”, uno de los más importantes de la literatura boliviana que figura entre los cien mejores relatos de la literatura universal y entre los veinte seleccionados por Germán Arciniegas para "The Green Continent". Tal vez sea, merecidamente, el cuento boliviano más antologado y con mayor número de traducciones.  

Piero Castagneto afirma que “uno de los más famosos cuentos bolivianos inspirados en esta guerra es “El Pozo”, de Augusto Céspedes, que relata la obsesiva excavación de un grupo de soldados sedientos en busca de agua. Como para corroborarlo, un veterano de esa nacionalidad recordaba un episodio parecido, donde sus compañeros esperaban el anuncio de "¡agua…!", quizá "con mayor intensidad con la que resonara después la palabra ¡paz!". El líquido elemento es un factor que por sí solo resume el carácter de esta contienda, librada hace siete décadas en el corazón de América”.

René Zabaleta Mercado, uno de los más importantes intelectuales bolivianos de la segunda mitad del siglo XX, afirma que “El Pozo es el otro yo de la trama. Esta se compone de actos pero el Pozo es siempre sólo una potencia, una latencia. Son dos líneas (la suerte de los hombres alrededor del Pozo y la suerte del Pozo mismo) cuya unidad se resuelve dialécticamente: los contrarios se unen en la muerte cuando ya no es importante encontrar agua”.

El cuento toma la estructura de un diario de campaña escrito por el Suboficial Boliviano Miguel Navajas entre el 15 de Enero al 7 de Diciembre de 1933. El militar va tomando apuntes de lo que será su nueva misión: cavar un pozo para saciar la sed de sus compatriotas, dicen que si se cava lo suficiente se acaba por llegar al infierno y es allí donde nos sitúa Céspedes: “Esta tierra del Chaco tiene algo de raro, de maldito.”

A medida que leemos el diario acompañamos a Navaja a revivir la tragedia que nos va contando, día tras día. Por momentos el relato alcanza ribetes poéticos: “Otra vez el calor. Otra vez este flamear invisible, seco, que se pega a los cuerpos. Me parece que debería abrirse una ventana en alguna parte para que entrase el aire. El cielo es una enorme piedra debajo de la que está encerrado el sol.”

Céspedes no solamente narra la miseria de la guerra, sino que nos permite atisbar otros dramas tan propios de los seres humanos. A través del cuento también nos podemos dar cuenta de la discriminación social, en un fragmento el suboficial Navajas dice: “He destinado 8 zapadores para el trabajo. Pedraza, Irusta, Chacón, el Cosñi, y cuatro indios más.”, por supuesto que es evidente los de “cuatro indios más”, es decir los indios no tienen nombres como los blancos o mestizos, son los “nadies”, los anónimos, los “carne de cañón”, sirven para incrementar las cifras de muertos y desaparecidos. Los indios no les interesaban a los oficiales como a la sociedad tampoco.

 

El Chueco - Claudio Ferrufino

El Chueco Céspedes… Antonio Terán Cavero me decía el año pasado algo como que yo era el heredero de aquel ácido que lo caracterizó. De su humor. Pues qué decir si no que a mi manera me siento honrado. Me gusta, como a él, vapulear poderosos. Es un gusto aparte.

¿Su importancia? Mucha. Literaria y política. Supo enhebrar ambas para ejercer su talento y ejercitar sus fobias. Sabía hacerlo bien. Representó una época; nadie mejor que él. El conflicto del Chaco, del lado nuestro, lo tiene como testigo imprescindible. El famoso cuento del absurdo pozo en el frente chaqueño es brillante joya literaria boliviana: Kafka en el desierto.

 

 

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