Ernesto Cardenal en la memoria

Ernesto Cardenal, el poeta rebelde, el que recibió la prohibición “a divinis”, impuesta en 1983 por el entonces papa Juan Pablo II con el argumento de que no debía ocupar “cargos políticos”, ha sido “absuelto”.

Ernesto Cardenal en la memoria Ernesto Cardenal en la memoria

Puño y Letra
Puño y Letra / 25/02/2019 20:09

Ernesto Cardenal, el poeta rebelde, el que recibió la prohibición “a divinis”, impuesta en 1983 por el entonces papa Juan Pablo II con el argumento de que no debía ocupar “cargos políticos”, ha sido “absuelto”. El religioso fue ministro de Cultura durante el primer gobierno sandinista, aunque ahora es un acérrimo enemigo del régimen. El autor de Salmos, Cántico Cósmico y Oración por Marilyn Monroe, estuvo en Santa Cruz el 2014 invitado por la Feria del Libro. Aprovechamos esta oportunidad histórica para recordarlo en la pluma de Gabriel Chávez Casazola, Gustavo Rivero y de la mexicana Lina Zerón, amiga personal de Cardenal.

 

Ernesto Cardenal, el gran poeta y amigo

Lina Zerón (desde Coyoacán)

Hace cuatro años en su cumpleaños 90 estuve con Cardenal en el Archipiélago de Solentiname, día en que también se celebraba la reapertura de la capilla, en esa capilla él oficiaba la misa campesina. Yo le pregunté si creía en Dios y él me respondió: “Dios duerme todos los días conmigo en la hamaca. Diario me levanto en la madrugada y rezo una o dos horas, medito, me cuestiono por qué nos abandonó a sus hijos en la tierra, porqué renunció a ser nuestro Dios, porque permitió que hiciéramos solos los cambios en el mundo. Sí creo en Dios, pero nos dejó solos, por eso tantas guerras, por eso la inquisición, las cruzadas…”

Ahí en el archipiélago es donde el profeta, más que sacerdote, escribe, la Teología de la Liberación (con orientación marxista) y el Evangelio en Solentiname, motivo por el cuál fue sancionado por el Vaticano.

El Papa Juan Pablo II vino a México en el año 1983 y después pasó a Nicaragua y justo cuando lo recibieron en el aeropuerto, el presidente sandinista, Daniel Ortega, y sus Ministros, entre ellos, Ernesto Cardenal, Ministro de cultura, Wojtyla se para frente a Cardenal, él se arrodilla, le pide la bendición y trata de besar su mano, y Juan Pablo II la levanta y lo reprende fuertemente, con el dedo índice siempre levantado, por su injerencia en la revolución de Nicaragua y el Evangelio de Solentiname y aceptar un cargo público, siendo sacerdote, sin embargo y a pesar de su castigo “A divinis” en 1984, que le prohibió oficiar misas y administrar los sacramentos por apoyar la revolución sandinista, él siguió dando su misa campesina en Solentiname, bautizando niños a su manera: “… que salga el capitalismo y el consumismo del cuerpo de este niño y entre la doctrina marxista” decía.

Este año fui a Managua por su cumpleaños 95 que fue el 20 de enero y el 21 estuve charlando nuevamente con él, en compañía de Luz Marina, su asistente de toda la vida, nos dijo: “ya estoy muy cansado, ya no quiero seguir, no quiero que nadie me vea, es impúdico mostrarse así ante los demás”.

Ella y yo estamos en comunicación diaria, y coincidimos en que lo único que mantenía con vida al poeta era la espera por el perdón de la iglesia católica para irse tranquilo.

Ya se había estado organizando desde Nicaragua que el Papa Francisco se enterara de su caso y le levantara el castigo, se realizó toda una estrategia para ello y por fin, este 18 de febrero, Monseñor Julio José Báez, visitó a Ernesto Cardenal en el hospital para darle el “Comunicado de la Nunciatura Apostólica, donde se dice que El Santo Padre ha concedido con benevolencia la absolución de todas las censuras canónicas impuestas al Reverendo Padre Ernesto Cardenal…” quien sonrió con gusto.

Este año iniciaremos la Fundación Ernesto Cardenal, que se está organizando en México para apoyar a todos los jóvenes de escasos recursos para estudiar y a los niños con cáncer. Cabe decir que casi todos los ingresos del sacerdote, poeta, teólogo, escultor, científico, son donados para que los niños enfermos de cáncer tengan más oportunidades de salvarse y mejor calidad de vida, así como atender a la juventud del Archipiélago de Solentiname para darles educación profesional, cosa que ha resultado muy bien.

Se inicia un nuevo ciclo de tranquilidad espiritual en la vida del sacerdote, poeta, revolucionario, artista y hombre Ernesto Cardenal, esperamos no sea ya muy tarde. Agradezco a la vida haberlo conocido en su ser más íntimo y me quedo en lo personal con un consejo que Cardenal me dio: “Nunca caigas en la poesía de la elite, hay que escribir para comunicarse con el pueblo, con la gente, por eso hay que hablar en un lenguaje comprensible, hay que ser sencillos, directos, sensibles con su realidad”.

Ernesto Cardenal en Santa Cruz

Gustavo Rivero

Lo primero que conocí seguramente fue su Oración por Marilyn, en uno de los textos escolares. Unos años más tarde, en una entrañable biblioteca de alguien que había navegado por las procelosas aguas de la teología de la liberación, di con algunos libros de poemas de Cardenal.

Cardenal, Casaldáliga, Fuerbach, Marx cohabitaban en esa biblioteca. Y la poesía de Cardenal me marcó a fuego para siempre. Pasó de inmediato a mi breve lista de poetas favoritos. Fue, pues, uno de los héroes de mi juventud y tuvo una poderosa influencia en la evolución de mis ideas estéticas y políticas.

De manera que su llegada a Santa Cruz era algo emocionante. Cardenal, ya una más que consagrada bestia mitológica de nuestra cultura, casi EL POETA por antonomasia, iba a darse una vuelta por la ciudad. 

Tuve entonces oportunidad de ver, en más de una ocasión,  a Cardenal (¿Cuántos años tenía cuando vino? ¿Setenta? ¿Ochenta? ¿Mil?) observando con expresión indescifrable los sucesivos y exhaustivos y extenuantes homenajes que de manera oficial y extra oficial se le iban rindiendo a lo largo y ancho de nuestro municipio y más allá.

Uno de esos almuerzos a los que el protocolo obliga a asistir, se realizó en un lejanísimo lugar a donde se llegaba atravesando un extenso camino de tierra, bastante irregular. De manera que la pequeña movilidad en la que nos desplazábamos, se agitaba considerablemente. Todos los que estábamos en el pequeño automóvil, Cardenal incluido, coincidimos en que aquél recorrido ponía al límite la resistencia física de cualquier anciano venerable.

Pero entre las exigencias protocolares, con sus reincidentes ceremonias y distinciones interminables, el poeta pudo también ofrendarnos su palabra. En un amplio salón de la Feria del Libro, repleto de gente, Cardenal empieza a hablar de la vida y de la muerte de Laureano y su palabra es tan joven y cálida, directa y sin mucho protocolo ni ceremonia, y suena tan entrañablemente sincera y lo que dice es tan triste pero tan bello que no me sorprende cuando entre el público veo a una muchacha llorando.

Uno o dos días después, en pequeño espacio de un centro cultural, varios jóvenes y viejos, integrantes de un taller de poesía, leen sin reparo sus textos a Cardenal, que los escucha con expresión siempre indescifrable. Al fin, después de que todas  y todos han leído ya sus versos, Cardenal toma brevemente la palabra y se oye entonces otra vez esa voz vital y límpida, severa, implacable. Una voz que estaba ahí desde antes de un mayo del 68, y que sigue aquí mucho después, nunca envejecida, predicando sobre la verdad y la justicia, diciendo, ahí, en ese pequeño centro cultural, que los celulares y el coltán, que los celulares y los niños del Congo y Sony y Motorola y el New York Times.

Ahí estaba, mi héroe de la juventud, más joven que nunca, desafiante ante los nuevos Somozas y sus crueles huestes renacidas. Estaba y está, todavía, pronunciando su poesía que resuena fuerte y claro a pesar del ensordecedor bramido de nuestro siglo. Quien tenga oídos para oír, que oiga. 

Cardenal, hidrógeno enamorado

Gabriel Chávez Casazola

Hay poetas que dejan tras de sí la estela de un solo poema y éste es suficiente para redimirlos del olvido común.  Si apenas hubiera escrito “Oración por Marilyn Monroe”, el nicaragüense Ernesto Cardenal (1925) ya estaría salvado.  Incluso si nadie le hubiera contestado el teléfono a “la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar” y que, en la platinada hora de su muerte, se presentaba ante Dios –así la imaginó Cardenal– “sin ningún maquillaje / sin su Agente de Prensa / sin fotógrafos y sin firmar autógrafos / sola como un astronauta frente a la noche espacial”.

“La película terminó sin el beso final. / La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono / y los detectives no supieron a quién iba a llamar”, anota más adelante en el poema sobre Marilyn. Ahora es el poeta quien se encuentra cerca del beso de la muerte y a muchos comienza a darnos la impresión de que se va el último gran nombre de la poesía latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX.

Escrita la línea anterior, me detengo y reflexiono sobre lo que acabo de decir. ¿Es Cardenal un gran poeta en el mismo sentido en que lo eran Gelman, José Emilio Pacheco o Parra, muertos en los últimos años?

Es verdad que su obra poética es irregular: a lo largo de los años fue de más a menos y tiene no pocas depresiones de terreno. Sin embargo, su poesía alcanza también inobjetables cimas como su reescritura de los Salmos en clave social y política; sus cantos místicos de largo aliento, atravesados por el asombro cósmico y científico (no en vano se declara hidrógeno enamorado); sus poemas trapenses de Kentucky; o, más lejos, en su prehistoria juvenil, los soberbios epigramas a Claudia (soberbios por arrogantes más que por excelsos: “De estos cines, Claudia, de estas fiestas, / de estas carreras de caballos, / no quedará nada para la posteridad / sino los versos de Ernesto Cardenal para Claudia / (si acaso) / y el nombre de Claudia que yo puse en esos versos / y los de mis rivales, si es que yo decido rescatarlos / del olvido, y los incluyo también en mis versos / para ridiculizarlos”). 

Debemos recordar también su faceta de traductor de clásicos griegos y de poetas norteamericanos como Pound, Merton y los Beatniks; de hecho, Cardenal fue uno de los ‘introductores’ de la poesía de EE.UU. en Iberoamérica, no sólo con su célebre antología preparada en colaboración con José Coronel Urtecho e inicialmente publicada por Aguilar, sino sobre todo con el ejemplo de su propia escritura, en buena parte vertida en poemas narrativos extensos, ricos en referencias y guiños a la cultura popular.

Además, bien miradas las cosas, simbólicamente se trata de un poeta muy poderoso, no sólo por haber hecho, creo, la poesía justa en el tiempo justo y en el lugar necesario, sino también por sus sucesivas auras de niño rico y bohemio converso al catolicismo e ingresado a la trapa en Kentucky; de sacerdote converso a la revolución, fundador de Solentiname y ministro de Cultura sandinista; de acerbo crítico de Ortega y enfermo reconciliado con su Iglesia in articulo mortis.

Además, casi todo eso lo hizo con su memorable boina negra en la cabeza, jeans gastados y barba de profeta; el mismo atuendo con el que llegó a Bolivia cuando lo invitamos a un encuentro en Santa Cruz en 2014 y el mismo look con el que año tras año recibía a los poetas que asistíamos al Festival de Poesía de Granada, donde lo conocí en 2011.  En uno de esos festivales escribió Eduardo Chirinos el poema “El sol que todo lo puede”, con el que quiero cerrar estos apuntes: 

“Fue el día del entierro del engaño y la mentira. / Todo Granada estaba en las calles y el carnaval / incluía –por supuesto– a los poetas: en lo alto / de un carruaje recitaban versos a las nubes, /a los pájaros, a las aguas de un lago que resiste / heroicamente la contaminación. Y allí estaba. / Con sus cabellos blancos y su boina negra. Ojos / que han visto a Dios en el humo de la marihuana, / de los volcanes azules de Nicaragua, velando / entre la confusión. En él no había confusión. / Era el mismo muchacho que escribía versos / para Claudia, el seminarista que nos presentó /a Pound, el jovencito poeta asomado a la / ventana donde enloqueció Alfonso Cortés. / Todo Granada estaba en las calles. / Músicos, danzantes, bailarinas. Y el sol, / que todo lo puede, reclamando silencio. / En un rincón estaba Marilyn. La reconocí / entre la multitud. Llevaba gafas oscuras. / Me hacía adiós con una mano”.

Tres epigramas

5.

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:

yo porque tú eras lo que yo más amaba

y tú porque yo era el que más te amaba.

Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:

porque yo podré amar a otras como te amaba a ti

pero a ti no te amarán como te amaba yo.

6.

Muchachas que algún día leáis emocionadas estos versos

y soñéis con un poeta:

sabed que yo los hice para una como vosotras

y que fue en vano.

7.

Esa será mi venganza:

Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta famoso

y leas estas líneas que el autor escribió para ti

y tú no lo sepas.

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