Ion o de la poesía
La joven filósofa sucrense Ana Cecilia Ballerstaed reflexiona sobre la labor del poeta
La joven filósofa sucrense Ana Cecilia Ballerstaed reflexiona sobre la labor del poeta, partiendo de Platón y anclando en el pensamiento del filósofo francés Jaqcues Derrida.
Considerado uno de los escritos más breves que dejó Platón, el Ion es un diálogo que condensa la problemática de la poesía en su trama, la que, por cierto, es también abordada, aunque de un modo parcial, en diálogos posteriores como el Fedro o el Banquete. También llamado Sobre la Ilíada (Ion o sobre la Ilíada), el texto define la labor del poeta como entusiasmada o, si preferimos el sentido literal del griego, “endiosada”. Este adjetivo, tal como se evidencia, connota cierta referencia a una entidad divina, que en este caso es la Musa. El compositor de versos está entusiasmado (endiosado) porque la Musa lo posee, y, en este sentido, habita de alguna manera en él. Es en este estado, semejante a un trance o un delirio momentáneo, que el bardo podrá, finalmente, crear (recitar) el poema y no antes. Esta idea de la poesía como una inspiración proveniente de una otredad suprema es algo que ha pasado al imaginario colectivo de un modo natural y fluido, por lo que hasta hoy pervive como un concepto de uso común para describirla.
La premisa central de este estar entusiasmado o inspirado es la inconsciencia, que se asocia a la locura y al frenesí. El poeta pierde, en esos momentos, sus capacidades racionales para abandonarse de lleno a un llamado salvaje y divino en el que prepondera la intensidad sentimental de la representación poética. Con ello, el vate sería un simple artefacto de la Musa, gracias al cual el poema sería exhalado sin más. Esta concepción de la poesía resulta, evidentemente, algo peyorativa. En su lectura del Ion, el afamado poeta Goethe ya había advertido esta fisura platónica, denunciándola con ahínco e indignación, pues aquello supondría, naturalmente, que los poetas son “simples imbéciles” que crean su obra mecánicamente y sin reflexionar ni siquiera un minuto sobre ella. Sin embargo, el Ion no necesariamente encaja en esta descripción que se le asigna a la producción poética. En su libro Poesía y filosofía, en la sección final titulada “Ideas”, el romántico Schlegel esboza la figura del poeta como aquel que es capaz de sacrificar su propio yo en aras de la aparición de la infinitud, manifestada de alguna manera en su creación. En otras palabras, el artista es presa de un “entusiasmo de la aniquilación” que, consumado, resulta en el poema. Tal movimiento de entrega hacia este entusiasmo es voluntario, y por ende una decisión activa y racional del humano, que se presta al homicidio de su propio yo en favor de su futuro engendro artístico, que nace en su lecho de muerte. De esta manera, estar entusiasmado ya no sería una simple receptividad creacional-divina, sino una actividad estudiadamente aceptada y desarrollada por el mismo artista.
El referido entusiasmo activo puede también aplicarse de algún modo al Ion, cuando Sócrates dice, por ejemplo, que los poetas deben “hacer bien aquello hacia lo que la Musa le[s] dirige”, de ahí que algunos de ellos compongan ditirambos, otros, loas, danzas y epopeyas, y unos cuantos, yambos. La Musa guía, por consiguiente, al bardo, pero es él en última instancia quien se deja conducir por ella. La sabiduría del poeta radica, así, en la pasividad que éste pueda adoptar frente al endiosamiento que le sobreviene. Dejarse invadir por la presencia de la Musa y estar, finalmente, inspirado, no remite más a una instrumentalidad vacía e irreflexiva, sino a una destreza con posibles matices lógico-cognoscitivos que harían posible la creación del poema.
De cualquier modo, esta pasividad que el poeta incorpora dentro de sí en relación a la presencia de la Musa, evidenciada en la aparición del entusiasmo, parece insuficiente para explicitar el rol activo que en teoría debería caracterizarlo a medida que se compone el poema. Es entonces cuando el lenguaje entra en funciones para remediar y explicar esta deficiencia. El hermoso artículo del filósofo francés Jacques Derrida titulado “¿Qué es poesía?”, define esta actividad artística como un dictado: el dictado de la poesía. Para que éste sea efectuado, se hace necesaria una colisión, que involucra dos elementos, el corazón del poeta y la flecha mortal de la poesía, que, una vez enlazados en una herida mortal, crean el poema. El dictado, en efecto, nace del dolor propiciado por aquella mutilación, producto de la fatal cópula. Una “herida áfona” la ha llamado Derrida, que el poeta anhela aprender de memoria, como una liturgia sagrada. Sin embargo, dada la evidente imposibilidad de copiarla fielmente, pues carece de sonido, se procede a inventarla. La conminación de la poesía conlleva, de este modo, la invención de una composición (el poema) capaz de representar, de la manera más aproximada posible, la austeridad léxica del dictado, que, en su forma original, no es más que un deseo de exteriorización vocal producido por el dolor de la mutilación. Bajo esta lógica, diremos que el poeta derridiano crea a partir de un paradigma, que en este caso es el dolor del corazón que desea hacerse lenguaje. Que el bardo anhele aprender de memoria no debe, por tanto, tomarse al pie de la letra, sino como una alusión a aquello a partir de lo cual se crea algo. Si bien el lenguaje idílico, original y adánico del poema es el dictado, que, irónicamente, carece de voz (o al menos de una humana), su representación, aunque no idéntica, se le asemeja, y en este sentido guarda con él un vínculo. Así, el poeta, intentando “traducir” –palabra empleada por Derrida– el dictado otro de la poesía, inventa el poema en relación a él; lo que revela un tratamiento del lenguaje que va más allá del automatismo de un auténtico y mero dictamen. El bardo de Jacques Derrida es, en efecto, un creador y no un simple reproductor.
Que en el Ion el poeta trabaje con el lenguaje no es explícito, o al menos no del todo. Sin embargo, esta idea derridiana del vate como quien pone en letras humanas el dictado de lo otro resulta de alguna manera cercana a la que se expone, en general, a lo largo del diálogo. Siendo una suerte de “intérprete” de la Musa, el poeta debe ser, a través del poema, capaz de comunicar a su audiencia la intensidad del entusiasmo que esta divinidad le confiere como un don. En otras palabras, será el lenguaje de la composición poética el que establezca, finalmente, el lazo entusiasta entre sus oyentes (o lectores) y su propio creador; construyéndose así una red de conexiones humano-divina que Sócrates expone a través de una analogía magnética en la que la Musa representa al imán, el poeta, al metal primero, el cantor de poesía (rapsoda), al segundo, y el público, al tercero; todos ellos vinculados por el poder entusiasta que se desprende de la figura de la Musa. Pero aunque la mayoría dependa, efectivamente, de ella, es en última instancia el metal número uno, es decir, el compositor de versos, quien hace posible la expansión del furor artístico correspondiente, pues es él quien inventa para la Musa un lenguaje poético, preso como está por su inspiración. Esta “cadena de entusiasmos”, como la llama Platón, crece y se unifica gracias a la construcción lingüística del poema, única herramienta a través de la cual la intensidad divina de la Musa es capaz de contagiarse a los hombres. Ion, el joven rapsoda interlocutor de Sócrates en el diálogo, afirma sin vacilación alguna que su predilección por Homero debe su razón de ser al modo de poetizar que éste demuestra en sus creaciones literarias. Sus palabras, pensemos, plenas de aquella inspiración inexplicable, logran transferirse con naturalidad y significación a sus escuchas. Convertido en lenguaje gracias al incesante trabajo del poeta, el don de la Musa logra florecer más allá de la intimidad del individuo que lo posee, revelando en su trayecto una labor reflexiva, que, esencialmente léxica, es capaz de reflejar y encerrar en sí el entusiasmo y la autenticidad de la divinidad original en una composición.
*Ana Cecilia Ballerstaedt Sauma (Sucre, 1993), estudió Filosofía y letras en la Universidad Católica Boliviana. Actualmente cursa el Doctorado en Filosofía en la Universidad Católica de Chile (Santiago). Colabora regularmente en suplementos literarios de la prensa boliviana. De próxima aparición, Platón y la poesía será publicada por la Universidad Católica Boliviana.