Los vagos

Alex Aillón Valverde Alex Aillón Valverde

Alex Aillón Valverde
Puño y Letra / 06/05/2019 23:36

Ser poeta es como tener la peor de las mal formaciones. Es ser lo que no se debe ser. Una curiosidad, una abominación, una alucinación. Cuando el poeta tiene la necesidad de precisar su ocupación—decía Wislawa Szymborska— se inventa cualquier cosa antes de ser descubierto. A Brodsky lo declararon “parásito”. Aún hoy, cuando hemos descubierto que ser humano no es algo por lo que debamos sentirnos orgullosos, ser poeta es peor que ser humano. Vaya defecto el de la poesía. Pensar obsesivamente las cosas. Escribir dos párrafos. Volver a la cama. Mirar el techo. “Arder en preguntas”. Pudiendo hacer otras cosas —cosas productivas— como asaltar un banco. O tirarte de un avión. Sin paracaídas. Por ejemplo.

Recuerdo que mi padre nos veía a mí y a mis amigos sin hacer nada, solo hacíamos lo que mejor puede hacer un muchacho, vivir, tratar de traducir lo que es vivir. Y nos decía, “son unos badulaques, unos hermosos badulaques” y se iba sonriendo, supongo que aprobaba esa situación porque sabía que luego la vida sería tan cabrona como para convertirnos en policías, banqueros, o políticos.

Nuestras sociedades son, pues, como lo escribía Habermas, “sociedades fundadas sobre el trabajo”. En tanto que el buen Thoreau nos decía que “sería glorioso ver a la raza humana en calma por una vez. No hay nada excepto trabajo, trabajo, trabajo.”

Una tragedia ver a la mayoría de nuestros congéneres condenados a la soledad tan concurrida de las oficinas. Colmenas de colmenas sobre colmenas.  

El pobre Kafka sabía mucho de ello:

“La oficina es un obstáculo para la creatividad... La escritura y el trabajo no pueden conciliarse porque el centro de gravedad de la escritura se sitúa en lo profundo, mientras que la oficina se queda en la superficie de las cosas. Entre esos dos mundos hay un vaivén continuo, un proceso que acabará conmigo.” Y así fue.

Bienaventurados los que huyen del trabajo porque de ellos será el reino de la libertad. Algún día los vagos gobernaremos el universo y será un universo fantástico, mágico, como lo pensó Alan Moore.

“Creo que la magia es arte, y que el arte, sea la música, la escritura, la escultura o cualquier otra forma es literalmente mágica. El arte es, como la magia, la ciencia de la manipulación de símbolos, palabras e imágenes para lograr cambios en la consciencia... en efecto, lanzar un hechizo [cast a spell, en inglés] es simplemente deletrear, escribir [to spell], manipular palabras para cambiar la consciencia de las personas. Por ello creo que el artista o el escritor es lo más cercano en el mundo contemporáneo a un chamán”.

Por lo que a mí respecta, ya lo dije alguna vez. Hace tiempo me jubilé de los trabajos útiles —de esos que generan ganancia y tarjetas de presentación y angustia y soledad. Ahora me dedico con mucha paciencia a cultivar jardines inaprensibles como nubes, abecedarios elusivos como ratones, palabras mal habladas, majaderas. Es maravilloso el privilegio de desperdiciar la vida en estos trabajos inútiles, mientras veo cómo el reloj avanza y el mundo se diluye bajo el manto de los días grises y su maquinaria nebulosa y perfecta.

Al final “un escritor es alguien que no teniendo nada que hacer, encuentra algo para hacer”.

Otra vez Thoreau.

 

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