El Tigre de Moxos, un partido de tenis

Un relato alrededor del partido de tenis más importante de los últimos tiempos para Bolivia. Alex Aillón nos cuenta cómo fue que lo vio.

El Tigre de Moxos,  un partido de tenis El Tigre de Moxos, un partido de tenis

Alex Aillón Valverde
Puño y Letra / 13/05/2019 02:23

Me levanté a las seis de la mañana, justo cuando las montañas de la cordillera que abraza el horizonte de Sucre se tornan rojas por el resplandor del sol que se da de cabeza contra la bóveda del cielo, contra su cúpula abierta. 

Enseguida tomé el control remoto del televisro solo para darme cuenta, con horror y espanto, que mi servicio de cable de Entel no tenía ESPN. Millones de cosas pasaron por mi cabeza en ese nano segundo y mi grito se escuchó hasta el cráter de Maragua: ¡Entel, hijos de la gran p…!

No desesperé, enseguida eché mano a mi segundo recurso: la computadora, corrí y la abrí inmediatamente pero solo para darme cuenta, con estupor y una sonrisa huevona, que no sabía cómo conectarme con ningún stream en vivo. Entonces mi segundo grito fue hacia mis más profundos adentros: ¡Habrase visto, semejante pelotudo!

Ya desesperado, puse a funcionar el plan de emergencia tres. Me puse mis Nike comprados en el t´anta, un buzo y salí corriendo al gimnasio, el único lugar que a esa hora podía estar pasando el partido en alguno de sus diez televisores. No me defraudaron. Llegué y allí estaba. Algo a lo que nunca pensé asistir desde que veía los duelos clásicos de Jimmy Connors y Bjorn Borg, los desputes y broncas de John McEnroe con los árbitros, las bromas pesadas de Ilie Nastase, la potencia de Boris Becker, la máquina André Agassi (que luego se casó con otra máquina, Steffi Graf), y la aburrida parsimonia de Pete Sampras.

Un boliviano jugando un gran torneo de tenis. Una anomalía. Nuestra bandera flameando en el pabellón de la Caja Mágica en Madrid. Joder. Una boliviana gorda pintada de rojo, amarillo y verde bailando morenada (o lo que sea que bailaba) en la tribuna, rodeada de japoneses y caucásicos y gente con harta plata. Maravilla.

En el gimnasio nadie le da mucha bola al partido, en toda Bolivia nadie le da mucha bola al partido. Todos están ocupados en sus glúteos, sus pectorales, sus piernas, solo el dueño del gimnasio, cuando me ve un poco conmocionado en mi máquina, se acerca y me dice “tranquilo, solo es tenis, Alex”, y yo sigo preguntándome qué habrá querido decirme con eso ¿Que no entiendo nada de tenis? ¿Que porque soy negro no debería gustarme el deporte blanco? ¡Mother fucker! Sigo sinceramente muy preocupado por ese asunto. 

Les dije que llegué tarde. El primer set andaba medio igualado, pero me dicen que el boliviano estaba muy abajo y que ha podido subir hasta alcanzar al nipón, lo cual me da cierta exagerada esperanza. Me subo a una máquina de escalar o de esquiar o como se llamen, elijo la única que está libre y en la que la tele queda justamente arriba de mi cabeza, por lo cual a veces percibo, y otras no, si es que hay o no hay punto a favor o en contra. Ando con el cuello medio doblado, pero es lo que queda.  

Prendo la máquina dispuesto a sudar la camiseta con Dellien. Minutos después, en el fragor de la batalla, efectivamente, comienzo a sudar como un loco, llevo 20 minutos y el partido está que arde y mi máquina también.  Pienso: “Mierda, si Hugo puede, yo también y le voy a dar media hora más que de costumbre en su honor, terminaré muerto pero dejaré todo en la cancha.”

Mientras se va desarrollando el encuentro y yo voy descontando calorías de mi vasto tejido adiposo, me viene a la mente, y esto es verdad, el gran relato de David Foster Wallace sobre la final de Wimbledon entre Roger Federer y Rafael Nadal el 2006.

El autor de La broma infinita llegó a calificar así el encuentro: “Se enfrentan la virilidad apasionada del sur del Europa contra el arte intrincado y clínico del norte. Dionisos contra Apolo. Cuchillo de carnicero contra escalpelo. Zurdo contra diestro.”

Pensaba, a mi turno, cómo calificar lo que estaba viendo. En realidad no conozco el juego de ninguno de ellos. Tampoco me parece que tengan algo muy peculiar que los distinga, o al menos, eso creo. Juegan casi al mismo nivel. El resultado demostrará lo que digo. Aunque al final triunfará el carácter y experiencia de Nishikori. La verdad es que no estoy inspirado y Foster Wallace es tan exagerado que hasta se mató.

El japonés es mucho más serio que el boliviano. Eso demos por descontado. Es buen compatriota de Mishima (otro que se mató), el escritor y fundador del Tatenokai, una milicia privada creada con el fin de defender los valores tradicionales japoneses y devolverle la importancia al Emperador, su muerte por seppuku tuvo lugar tras finalizar el libro final de su tetralogía El mar de la fertilidad.

Dellien, en cambio, sonríe y eso es bueno porque demuestra que los bolivianos podemos ser cualquier cosa, un garabato, pero somos humanos, humanos de verdad, demasiado humanos. 

Ningún hábito serio como el de Nadal, en palabras de Foster Wallace, “de separarse del trasero los pantalones largos hasta la rodilla mientras hace botar la pelota antes del saque, su forma de echar vistazos cautelosos de lado a lado mientras recorre la línea de fondo, como si fuera un presidiario esperando que lo ataquen con un cuchillo de fabricación casera.”

Al final termina el partido y también yo termino, pero deshidratado. A Dellien lo veo a la noche en una entrevista como si no hubiera pasado nada, mientras yo ando con mis sueros orales todo el día. Perdimos, es cierto, pero en cambio yo recuperé mi fe en Bolivia. ¿Exagero? Al final me dirán como el dueño del gym “tranquilo, solo es tenis, Alex”. Pero nunca es solo tenis, Alex. Pendejos. 

¡Ah! y cuidado vuelvas a perder el próximo torneo “Tigre de Moxos” uya.

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