Joan Margarit: "El poema es un espejo cuyo reflejo nos consuela"

El poeta catalán Joan Margarit (Sanaüja, Lérida, 1938) es el flamante Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante de los países de lengua española y portuguesa. Publicamos una entrevista realizada por El Cultural donde Margarit habla de las bondades de la vejez, "libre y tranquili

Joan Margarit Joan Margarit

ANDRÉS SEOANE
Puño y Letra / 13/05/2019 02:20

El poeta catalán Joan Margarit (Sanaüja, Lérida, 1938) es el flamante Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante de los países de lengua española y portuguesa. Publicamos una entrevista realizada por El Cultural donde Margarit habla de las bondades de la vejez, "libre y tranquilizadora", de la imposibilidad de una democracia inculta y de su obsesión por descubrir por qué escribe poemas.

A comienzos del verano pasado, recibía el poeta Joan Margarit (Sanahuja, Lérida, 1938) el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, quizá el galardón más importante en este ámbito, en cuyo fallo el jurado destacaba la calidad de su poesía y la fuerza lírica de su lengua catalana. "Soy el primer español que lo gana en 15 años y ni a los catalanes les ha interesado nada, ni a los castellanos tampoco. Ha pasado absolutamente desapercibido", se lamenta el poeta, que utiliza esta historia para eludir hablar de la espinosa cuestión catalana. "Yo sigo mi propio camino, que en general me cuesta mis peajes, tanto aquí, en Madrid, como allí". Claras han sido sus frases de los últimos meses, cuando ha asegurado que cada vez es "más partidario de la inteligencia y menos de los sentimientos" o que nunca ha visto "ninguna independencia que no se haya hecho sin muertos". 

Política aparte, la noticia es que la editorial Austral reedita las obras completas de Margarit, Todos los poemas. (1975-2015), que incluyen hasta su penúltimo poemario, Amar es dónde. "El día que este libro en constante crecimiento incluya mi último trabajo es porque me habré muerto", bromea. Con motivo de esto y de su 80 cumpleaños, charlamos en la madrileña Residencia de Estudiantes con un poeta de hondura humana y espiritual que afronta la vejez con "naturalidad, libertad y contentamiento", que es incapaz de olvidar, aunque "ya sin sufrir", el mundo que dejará atrás, y que todavía hoy pretende rebuscar en su infancia el origen de una obsesión que le ha acompañado toda la vida, la poesía. Algo que hará en unas memorias fechadas para el próximo otoño, que huyen de la anécdota, y en las que pretende encontrar la raíz de por qué escribe poemas. 

Pregunta.- A punto cumplir una edad tan redonda toca echar la vista atrás, ¿cómo se ve la vida desde la altura de los 80 años?

Respuesta.- No se ve muy diferente, las edades en realidad son todas iguales. No imagines que a los 80 se ven grandes terrazas con unas vistas impresionantes. Pero sí aumenta el sentido común y se relativizan cosas como la muerte y todo ese guiñol que la rodea. La vida no sabe nada de todo esto, un día se acaba y adiós. A esta edad no hay teatro, el teatro se monta a lo largo de la etapa central de la vida, la que yo llamo siempre "la etapa del lío". Es un lío necesario en el que te has de creer todo: la política, la importancia de hacer una cosa y no otra, las leyes, las ideas... son verdaderas sandeces, pero sandeces necesarias, imperativos para vivir en sociedad y que la especie se perpetúe. Pero en la vejez ya sabemos de qué va todo, estas cosas se ven y se comprenden, pero no se participa de ellas, uno marca su distancia, y se está muy bien ahí. Sabiendo que se acaba, claro, si no sería terrorífico también.

P.- Esto en cuanto a la vida, pero ¿a nivel poético cómo ve este paso de los años, influye en lo que escribe y en cómo escribe? 

R.- No, no hay ningún cambio más allá del evidente, porque claro que influye, como también influye la potencia de la juventud y de la sensualidad a los 21 años. Te llega un chiquillo de esa edad y lo primero que te enseña son poemas de amor hasta que le dices: "déjalo ya, tranquilo. Mastúrbate, y escribe de otra cosa". Pero no puede, porque está en un momento en el que aquello es su vida. Y ciertos temas, como la vejez, son en este momento los míos, porque están acordes con lo que es mi vida. Pero no tiene ninguna significación especial, no voy a ver profundidades que no haya visto antes. Tengo mi visión de siempre, pero como ya he visto muchas cosas, simplemente las tengo mejor clasificadas que cuando tenía 20 años. 

P.- Precisamente la vejez, es el tema central en sus últimos poemarios, especialmente en su última obra, Un asombroso invierno, ¿qué le asombra hoy del invierno de la vida? 

R.- Me asombra en primer lugar estar aquí, además en buenas condiciones. Estar aquí habiendo perdido muchas cosas, pero no las suficientes como para desvanecerme. Por lo tanto, poder hacer frente a esta pérdida, porque a su vez hay ganancia, que consiste en un aumento de lo que yo llamaría buenas cualidades: la tolerancia y el contentamiento, que no se parece en nada al conformismo. 

P.- Últimamente se habla sobre el envejecimiento de la sociedad y la repercusión que esto tendrá a todos los niveles, desde la economía a la política. ¿Qué puede tener de positivo y negativo ser una sociedad más longeva? 

R.- Creo que el mayor problema que tenemos hoy en día y tendremos en los próximos años no es de longevidad, sino de cultura. Hasta donde sabemos hay dos extremos de sociedad, dictadura y democracia. Los regímenes políticos tienen unas exigencias durísimas para ser constituidos. Si quieres una dictadura, necesitas un ejército y una policía de cojones al servicio de un núcleo muy cerrado de poder. Sin esto no hay dictadura. Ahora bien, si nos vamos a la democracia, la pregunta es: ¿se puede armar una democracia con población inculta y analfabeta funcional? Esa es la pregunta que debemos plantearnos ahora. Tenemos una clase política muy ligada al gran poder económico, y que no parece que apueste en absoluto por la cultura. 

P.- Asegura que la vejez da la libertad de que no existe un después, una edad posterior que juzgue. Desde esta premisa, ¿cómo es su relación con el presente? 

R.- Es la única edad que sabe que no será juzgada. Mi relación con el presente es como debe ser. Cuanto menos futuro hay, más poder tiene el presente. De joven, cuando tienes todo el futuro del mundo el presente no vale de nada, te pasas el día proyectando lo que harás. Eso no existe para mí. Si me apuran mucho, hago planes para esta noche. Pero pensar por ejemplo en el verano que viene, al revés, me pone muy nervioso. No quiero perder tiempo hablando de un momento en el que a lo mejor ni existo. Todo esto es muy tranquilizador. 

P.- ¿Y su relación con la memoria, material que nutre muchos de sus poemas? 

R.- La memoria es siempre investigación, porque el recuerdo nunca acabas de interpretarlo. Por ejemplo, publicaré ahora en septiembre un libro de mis memorias de infancia, adolescencia y primera juventud, pero no para recordar si fui a tal sitio o hice tal o cual cosa. Es una especie de intento de contestar a una pregunta muy simple: ¿de dónde salen mis poemas? O, dicho de otra manera, ¿por qué yo he escrito esos poemas y no otros? No tengo más que un sitio donde buscar. En el lío no, ahí ya todo serán mentiras o anécdotas, y yo quiero buscar la verdad.

P.- Defiende que el poeta, a diferencia de otro tipo de escritores, debe hablar solo de lo que tiene en su interior, ¿por qué entiende la poesía como autobiográfica? 

R.- En el poeta es verdad del todo cuando lo que hay en los poemas está sacado de aquí dentro, no puedo sacar cosas de fuera, hacer un poema sobre este árbol de aquí. Si este árbol sale en mi poema es porque se ha metido en mi interior y ahí lo he descubierto, no allá fuera. El poema debe salir de las cosas que uno tiene en su intimidad, que son millones, la mayor parte porquerías, guarradas, estupideces, tonterías… De ahí se han de buscar esas perlas universales. El artista es quien tiene inspiración, la capacidad que no tiene todo el mundo de, mirando todo ese vasto interior, encontrar ahí el poema. Pero tiene que ser dentro, buscar fuera vale para las novelas, pero ¿qué tiene que ver la poesía con la prosa? La poesía no es de letras ni de ciencias, si se parece a algo es más bien a la música, está en otro territorio. Pero como su fin es las palabras se la empaqueta con la literatura. 

P.- Dentro de sus obras completas, ¿qué libro le recomendaría a alguien que nunca haya leído a Joan Margarit para iniciarse en su poesía? 

R.- Joana, porque es un libro que encierra la idea del riesgo y la dureza de una cosa que aparentemente es fácil y cómoda, como es un libro de poemas. Cuando yo supe que mi hija moriría, que los siguientes meses simplemente iba a vivir esto, me encaré con la poesía y dije, "si hasta ahora me has servido, o lo hace en estas condiciones o nunca más escribo una sola palabra". Lo cual quiere decir que me dispuse a sobrevivir escribiendo no unas memorias o un dietario, sino un libro de poemas, es decir, hice lo que todos los poetas dicen que no se puede hacer: escribir en caliente un poema sobre un tema así. A mí no me interesaba lo que no pudiera escribir en caliente. 

LOS PREMIADOS

Antes que Joan Margarit, han recibido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana los poetas Gonzalo Rojas (Chile), Claudio Rodríguez (España), Joâo Cabral de Melo Neto (Brasil), José Hierro (España), Ángel González (España), Álvaro Mutis (Colombia), José Ángel Valente (España), Mario Benedetti (Uruguay), Pere Gimferrer (España), Nicanor Parra (Chile), José Antonio Muñoz Rojas (España), Sophia de Mello Breyner (Portugal), José Manuel Caballero Bonald (España), Juan Gelman (Argentina), Antonio Gamoneda (España), Blanca Varela (Perú), Pablo García Baena (España), José Emilio Pacheco (México), Francisco Brines (España), Fina García Marruz (Cuba), Ernesto Cardenal (Nicaragua), Nuno Júdice (Portugal), María Victoria Atencia (España), Ida Vitale (Uruguay), Antonio Colinas (España) y Claribel Alegría (Nicaragua).

Tres poemas de Joan Margarit 

Nuestro tiempo

Cuando nos dimos cuenta, ya estaba en las ventanas, 

como para quedarse. Pero ahora

nada nos ilumina sino esa vaga niebla.

A veces, una luz desgarradora.

El nuestro fue otro tiempo mucho más inocente:

Todavía en las obras celebrábamos

cuando, sin accidentes, la estructura

Llegaba a lo más alto y se cubrían aguas.

Vivíamos en calles

a las que les sentaba bien un nombre

Como el de las Camelias.

Entre las azoteas, cada noche

se encendían las luces

del ático de nuestra juventud.

Entre las voces suaves y lejanas,

alguna vez, se oye un grito de pánico.

Pero una herida

Es también un lugar donde vivir.

De Un asombroso invierno (Visor, 2017)

SER VIEJO

 

Entre las sombras de los gallos

y los perros de patios y corrales

de Sanaüja, se abre un agujero

que se llena con tiempo perdido y lluvia sucia

cuando los niños van hacia la muerte.

Ser viejo es una especie de posguerra.

Sentados a la mesa en la cocina,

limpiando las lentejas

en los anocheceres de brasero,

veo a los que me amaron.

Tan pobres que al final de aquella guerra

tuvieron que vender el miserable

viñedo y aquel frío caserón.

Ser viejo es que la guerra ha terminado.

Es saber dónde están los refugios, hoy inútiles.

UN CUENTO

 

No digas nada, Joana,

tan sólo escúchalo y no digas nada.

Íbamos caminando en la lluviosa

mañana por el pueblo adormecido,

entrábamos despacio

por una larga calle de adoquines

que no llevaba hacia ninguna parte.

Los niños nos llamaban con canciones

para acercamos al canal, que viésemos

su casa reflejándose en el agua.

Te gustaba, ¿recuerdas?,

ver a los niños. Al marchamos

quedaban sus caritas pegadas al cristal,

sus voces apagándose en el agua.

Llegamos tarde. Demasiado. Tanto

que siempre volveremos separados:

ese es el precio por haber podido

entrar dentro de un cuento.

Y qué suerte encontrarte ahora aquí,

de madrugada, convertida en patio:

esto quiere decir que todo el tiempo

estabas junto a mí en la oscuridad.

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