El consagrado escritor boliviano Ramón Rocha Monroy recuerda la figura de Marcelo Quiroga Santa Cruz desde un punto de vista crítico y, faltaba más, político.
El 17 de julio de 1980 hubo luto en la izquierda por el asesinato de Marcelo. No tuvimos tiempo de medir la dimensión de la tragedia porque estábamos ocupados en salvar el pellejo.
A mí el golpe me había tocado en Oruro, donde fui como jurado del premio de cuento de la UTO y arrastré conmigo a René Bascopé Aspiazu, quien también era jurado. Al amanecer del 17 nos enteramos del golpe, que había comenzado en la guarnición militar de Trinidad y René consiguió irse en la última flota rumbo a La Paz, donde tenía que ir a una reunión en la COB. No lo vi más hasta que logré llegar a la sede de gobierno para asilarme en la embajada de México.
Cuando logré salir al exilio, y en esto los militantes exiliados no me han de dejar mentir, todo el DF tenía letreros que decían Rulfo, porque le iban a dar el premio nacional de cultura al célebre escritor. Recuerdo esto porque se preparó un homenaje a Marcelo al cual asistió Rulfo, habló pese a que era muy parco y dijo que esa muerte le recordaba lo que dijo Obregón: que no hay militar que aguante un cañonazo de miles de dólares. Aquella noche hubo una condena del ejército y una explicación del Presidente López Portillo, quien debió ordenar el retiro inmediato de todos los letreros que dijeran Rulfo. De este modo, no le dieron el premio; pero el acto tuvo una tensión máxima cuando habló el sucesor de Marcelo y nos fustigó a todos los grupos de izquierda porque éramos culpables de su muerte debido a que no quisimos seguirlo.
El sucesor de Marcelo hablaba con un tono radical desde la izquierda. Era nada menos que Cayetano Llobet, cuya conducta política posterior conocemos.
René Bascopé era del Partido Socialista y se refería a otro sucesor, muy joven pero formado con mucho rigor, y no quiso decirme su nombre, pero quiero creer que se refería a Roger Cortés, a quien hoy lo encontramos como columnista de un matutino paceño cuyo ladrido contra el proceso de cambio es uniforme, tan uniforme que habría que rugir como un león o trinar como un canario para hacerse escuchar.
Pienso que Marcelo superaba con mucho a los militantes del PS, que luego se convirtió en PS Uno, uno y el universo, como Marcelo. Pero debo confesar que por mis orígenes nunca confié en los señores, y Marcelo era uno de ellos. Milité como un mes cerca de él atraído por el amor de una muchacha a quien le regalé un anillo de oro con una chispita verde. Cenábamos en casa del líder, y mientras éste hablaba a los postres sobre la revolución, mi amada se quitaba el anillo con chispita y lo guardaba en la cartera seducido por una esmeralda gigante que lucía Cristina, la esposa del líder. Ésta le informó que era una esmeralda antigua y el líder interrumpió su perorata para aclararme que esa esmeralda había pertenecido a Lucrecia Borgia, como decía el certificado de autenticidad, y que era regalo de aniversario. Todo en medio de un Picasso auténtico y otros detalles que hablaban del gusto exquisito de Marcelo: unos Gauloises, un Le Monde Diplomatique cuando sólo se editaba en francés y otros testimonios que figuraban allí como al azar. Marcelo era sobrio en el vestir, pero si uno examinaba su ropa usaba tweed inglés, camisa sin corbata pero italiana, como los zapatos. Así lo vi en un programa de debate de TV Universitaria, cuando llevaba afiches de su partido bajo el brazo y estudiaba dónde podían ser pegados para provocar mejor efecto. Una preocupación que debieron absolver sus militantes, pero no lo hicieron.
Respeto la memoria de Marcelo, así como la actitud de algunos militantes socialistas que nunca traicionaron su adhesión al movimiento popular; pero sospecho que algunos otros sentían adhesión por él porque era un señor. Quizá por ello se volvieron filogonistas o pasaron a las filas del gonismo, como ocurrió con algunos militantes de ese Partido. Goni era otro señor. Recuerdo a uno de ellos, diputado nacional porque era suplente de Marcelo a su muerte, y luego, ya convertido en gonista, Prefecto del Departamento. Pasada la euforia me dijo: A ti te consta cómo he servido a mi país. Bonita manera de servirlo.
Pienso que Marcelo odiaba al MNR del 52 y en general al nacionalismo revolucionario, pues quería liquidar el ideologema NR y sustituirlo por el socialismo. Él y otros señores de izquierda o de derecha dieron la espalda a la historia boliviana, en particular a la revolución del 52. Algunos piristas se refugiaron en la universidad pública y desde allí ignoraron esa avenida o riada del 52, que arrastró árboles y vacas muertas; pero el cauce de sus aguas al final derivó contra la nación.
Sin embargo, el ideologema NR ha sido sustituido por otro, el Plurinacionalismo Revolucionario (PNR), el aporte más genuino de nuestra historia al pensamiento americano. Entretanto, el socialismo, como toda ideología eurocéntrica, tiende en los hechos a desaparecer.
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