Le Fakin Taco Taco

El escritor Oscar Martínez, colaborador de Puño y Letra, nos anuncia la presentación el 10 de agosto en la FIL La Paz, de su nueva criatura, el libro Crónicas del llokalla jailón, bajo el sello editorial Sobras Selectas.

Le Fakin Taco Taco Le Fakin Taco Taco

Oscar Martínez
Puño y Letra / 22/07/2019 04:56

El escritor Oscar Martínez, colaborador de Puño y Letra, nos anuncia la presentación el 10 de agosto en la FIL La Paz, de su nueva criatura, el libro Crónicas del llokalla jailón, bajo el sello editorial Sobras Selectas. Martínez nos envía uno de los trabajos que componen este nuevo aporte a la literatura nacional.

En el Tarkus todo es rock no más, rock clásico y Bock, combinación ganadora para los inviernos. Y tantos inviernos que te pasas en la más absoluta soledad, sin saber en qué gastar tu plata de jueves a sábado —los domingos sí sabes, gastas pues en disipar el ch’aki en el cine o en el fútbol—, entonces, decides invertir tus ganancias en darle sentido a tus noches, tropezando de boliche en boliche, sea el año que sea, en la Belisario Salinas.

Y si te gusta la Belisario es porque siempre ha estado ahí y porque siempre has estado ahí. Y te ves en esa calle en tu versión de veinticinco, de veintiséis y de todas las edades desde que te gusta el copete. Te ves, por ejemplo, con el pantalón medio ancho, piercing en la lengua y polera Abercrombie, estampado de bicho dientudo y perverso, pero temblando como perro baldeado porque te han afanado la chaqueta en una de las bancas de la plaza Abaroa, entrando al Fucking Taco. Intentas darte modos para convencer al greñudo de la puerta que no estás borracho, sino contento, bien contento. Y él te mira sin mirarte, limándose las uñas, mientras apoya su pie en la pared a modo de hacer una tranca. No se reciben rebalses del Dragon Fly, te dice. Y vos, le respondes, No pues papacho, cómo pues —en ese entonces no se decía “bro”—, no me gustan los boliches jailones. Luego, de la nada llegaba el seguridad al que le decían el Jimbo, con mala cara y peor actitud Si haces quilombo, te va a sacar a patadas. Y vos Ya, ya, ya, ya. Sí, sí, sí, sí. Pero solo piensas que lo único que puede salvar tu noche es ir a pedir una ponchera, usar el ring de box y quedar bien con esa loquita, que odia que le digas “loquita”, pero sabes que está ahí, vibrando por UNIT y el ya demasiado buen tipo que dicen que es su vocalista

Entras. Los mismos de siempre. El gordo con lentes que terminará yéndose solo. El metalerín que siempre está sentado en las gradas del Quinto, fumando y hecho al interesante: el flaco de los tatuajes que luego se convertiría en el primero en legalizar las fumadas poderosas, ahí mismo, en el Quinto, luego de volverse tatuador. 

Lo desafías a un gringo a romperte por una ponchera llenita de sandía y vodka y, por supuesto, por el honor, vale decir, para ser observado por la loquita que odia que le digas “loquita”. Te haces mirar con desprecio. Casi se podría decir que el gringo ese te subestima. Right now?, te dice, mientras se saca la polera Guess para exhibir a propósito sus abdominales bien marcados, y se pone los guantes rojos. Vos en cambio ya estás empezando a criar panza. ¿Y ahora?, te dices en silencio, mientras a la vez te persignas mentalmente porque qué vergüenza hacerlo delante de todo el mundo. Desde ese entonces, ya te estaba empezando a gustar esto de perder y olvidar:, una cosa es acostumbrarse a perder y otra es  pues perder vergüenza a hacerlo.

Tus dos cuates te dan ánimos. Has cagado, te dicen, pero dicen también que van a lanzar la toalla cuando ya no puedas más, que eso es válido, y que lo cortés no quita lo valiente. Por esos años no habías leído a Roberto Bolaño. Faltaba poco para que Bolaño se muera, sí, pero ya habías escuchado eso de que hay un momento para escribir poesía y otro para boxear. Vos estabas en tu época de hacerte pegar y de olvidar. Sientes el primer uppercut en la mandíbula, miras borroso cómo el resto de los marines del periodo pre Evo da alaridos en inglés, ves todo dar vueltas y vueltas, y la llokallada de la esquina USFA, los que habían ido a ver a UNIT, piden a gritos con arengas locales que te levantes, que no seas maraco. ¡Levantate, vamos, levantate —en ese entonces tampoco se hablaba de deconstruir la masculinidad—, no seas maraco!

No te acuerdas exactamente qué fue lo que pasó. Esa noche ha cambiado tantas veces y con tantas combinaciones posibles. Quizá mucho antes de ponerte muy gallo, estabas haciendo como que tocabas el riff de “Smell like revolution / and taste like evolution”, y la gente vibrando con UNIT y los gringos más allá, rapados, con sus collares con chapas metálicas brillosas, bajo el juego de luces, todos rodeados de cien mil minas que los encuentran divinos y vos, ahí, negro acomplejado desde siempre, haciéndote al rockerillo marginal. Beware of the dog, viejo, una huevada, ¡una mierda! Y les miras feo y un gringo medio tojpi aplasta una lata de chela en su cabeza ¿Estás hablando de mí? Yo saber español. Mi padre Puerto Rico. ¿Qué dice este?, vos. Y tu cuate Creo que piensa que lo estás jodiendo.

Levantas la mirada. Ha llegado la hora de la verdad. Estás ahí para perder, para olvidar. Repites eso que te ha dicho ese músico barbudo, poeta y cocainómano. Los hombres como vos y como yo, estamos hechos de derrotas, eso nos hace grandes. Por la ventana, a través de los cristales coloniales mugrosos, se ve caer la lluvia finita. La gente corriendo para guarecerse de la tormenta, agua que parece fragmentarse como el rocío que sale de un atomizador gigante, debajo del farol de luz ámbar que da a la Belisario.

Esa es la última imagen que queda y vuelve de diferentes formas. Lluvia finita, farol de luz, melancolía. Luego todo es olvido. Excepto, claro, cuando pasas por la puerta de un Honguito. Te antojas un vacío o un lomito. Vuelve el recuerdo del dolor de tu mandíbula, que duró meses o quizá años. La derrota, el recuerdo de la derrota que te ha marcado de por vida, puede más. Metes las manos en los bolsillos y te vas al Mechanical. Total que ya no hay Marines y los recuerdos son menos dolorosos ahí… subiendo esas graditas en espiral, rumbo a la derrota, otra forma de felicidad.

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