La Flor Roja en la Chiquitanía
Un breve repaso por la literatura de Quiroga y Kipling para acercarnos a la relación siempre tensa entre el hombre y la naturaleza.
“Aquí se cuenta la historia de un tigre que se crio y educó entre los hombres, y que se llamaba Juan Darién. Asistió cuatro años a la escuela vestido de pantalón y camisa, y dio sus lecciones correctamente, aunque era un tigre de las selvas; pero esto se debe a que su figura era de hombre, conforme se narra en las siguientes líneas”.
Así comienza el cuento de Horacio Quiroga, en el que se explica, a partir de la historia de Juan Darien, la terrible división entre los valores de la naturaleza y los valores de la civilización. La amenaza siempre latente de la destrucción de la selva y sus criaturas a manos de los humanos, la selva que para Occidente ha sido siempre acompañada por el signo de la muerte y la locura. En su tiempo lo supieron, en medio de la fascinación y el miedo, Francisco de Orellana o, como bien sabemos, el mismo Quiroga.
Hay parecidos entre la obra de Quiroga y la de Rudyard Kipling, autor de el El libro de las tierras vírgenes, o como lo conocemos El libro de la selva. Sus personajes, Mougli y Juan Darien, nos quieren hablar desde las mismas tensiones y preocupaciones.
Mougli, el humano que se cría entre los lobos, con su repetida afirmación de «Soy un lobo», encarna precisamente ese conflicto que en ambos casos se resuelve con su retorno al origen: Juan Darien a su condición negada: “Ahora, a la selva. ¡Y tigre para siempre!”; y Mougli seguirá un destino del que no puede escapar ya que al final «el hombre siempre vuelve al hombre».
El fuego juega un papel central. Poder, división y miedo.
Para Kipling es la “Flor Roja”.
“Dirígete de inmediato a las chozas de los hombres, allá en el valle y coge una parte de la Flor Roja que allí cultivan; con esto podrás contar en el momento oportuno con un apoyo más fuerte que yo, o que Baloo, o que el de los que bien te quieren en la manada. ¡Anda! ¡Ve a buscar la Flor Roja! Con la expresión "Flor Roja", Bagheera quería significar el fuego; pero así hablaba porque en toda la selva no hay ser viviente que desee llamar el fuego por su nombre. Un miedo mortal se apodera de todas las fieras ante él, y para describir lo que tal pavor les causa inventan cien modos distintos.”
En tanto que en Juan Darien el fuego se describe en estos términos:
“Los tigres retrocedían espantados ante el fuego. Pero el tigre les dijo: – ¡Paz, hermanos! Y aquéllos se apaciguaron, sentándose de vientre con las patas cruzadas a mirar. El juncal ardía como un inmenso castillo de artificio. Las cañas estallaban como bombas, y sus gases se cruzaban en agudas flechas de color. Las llamaradas ascendían en bruscas y sordas bocanadas, dejando bajo ellas lívidos huecos; y en la cúspide, donde aún no llegaba el fuego, las cañas se balanceaban crispadas por el calor”.
No se defiende lo que no se ama, no se ama lo que no se conoce.
Mi padre conoció la Amazonía boliviana a fines de los 60, cuando fue a ayudar al entonces rector, el mítico Hernán “Bigotes” Melgar, que parecía un personaje salido de Cien años de soledad, a organizar la Universidad del Beni. Una de las fotos más lindas que hay en el acervo familiar es la de mi padre y mi madre, jóvenes, navegando con mi hermano mayor, Omar, en una canoa, maravillados por la belleza y grandiosidad del rio Ibare. Yo todavía no existía.
No sé si mi padre conoció alguna vez la Chiquitanía cruceña, quizás no haya tenido la oportunidad de hacerlo. Pero sentía un amor entrañable por la naturaleza. Por nuestra naturaleza. Ésa que él conoció. Porque ¿cómo se puede defender y amar algo que no se conoce? Este amor nos lo transmitió más tarde a nosotros, por intermedio de la literatura.
Juan Darien de Horacio Quiroga fue su primer intento por acercarnos a esa otra realidad, esa realidad que está lejos de la ciudad, esa realidad noble, establecida por las leyes no de los hombres, sino del cosmos. Luego vendría la obra de Kipling y el resto de los cuentos de la selva de Quiroga. Supongo que Don Eliodoro sabía el impacto que un regalo tan simple, en apariencia, podía ocasionar en nuestra vida, al final era un tesoro el que nos regalaba, algo que nos iba a proteger de las miserias del mundo el resto de nuestros días.
Ahora veo arder la Chiquitanía sin remedio. Una Chiquitanía donde pasé algunos de los días más felices de mi vida con una mujer a la que quise mucho. La "Flor Roja" devora todo lo que encuentra a su paso. Devora su vida, su belleza y su equilibrio. Cosas importantes, esenciales, sin las cuales, al final terminaremos por acabar con la paciencia con que nos ha cobijado este planeta, milagroso y generoso.
Estos días he visto el futuro y está cubierto de ceniza. No hay viento. Nada se mueve. Nada canta. La memoria de lo que fuimos, de lo que fue la vida, es tan solo silencio.