Y la lluvia caerá…
La lluvia es un acontecimiento poético. Publicamos siete escritos que celebran su advenimiento en septiembre. Escriben los chuquisaqueños Fabricio Callapa, Rosario Barahona, Gabriel Chávez Casazola, Gabriel Salinas, Alex Salinas y Micaela Mendoza.
La lluvia es un acontecimiento poético. Publicamos siete escritos que celebran su advenimiento en septiembre. Escriben los chuquisaqueños Fabricio Callapa, Rosario Barahona, Gabriel Chávez Casazola, Gabriel Salinas, Alex Salinas y Micaela Mendoza. Les acompaña la voz de uno de los escritores colombianos más grandes y menos recordados del siglo pasado, Álvaro Mutis.
Mudanzas
Rosario Barahona
De una u otra manera la lluvia lo es todo en la vida.
He aquí que para salvarme de ésta, será necesario dejar caer los pedazos de mis ojos grandes, aquéllos que faltaron, trozos revolucionarios que fueron puestos a prueba en forma de lágrima, agua salada de mar o agua de lluvia, qué mas da.
Deberé quizá, cortar mis largos cabellos sin asomo alguno de pena, para luego, dejarlos crecer nuevamente.
También la lluvia, cual niña pícara, escondida en mis recuerdos como compás de ingeniero, marcando siempre puntos cruciales, murallas, ciclos.
Es verdad que la lengua de la lluvia todo lo sabe. Sabe de los temores, los analiza, luego los sopesa, como verdadera profesional de la naturaleza humana.
Por eso, cuando escampe no estaré triste, abriré pues mi balcón, miraré mi jardín poblado de chulupías, pájaros bohemios que persistentes cantan y cantan todas las madrugadas. Os diré un secreto: para salvarme de la lluvia, tendré que ser como las chulupías y entonces cuando haga uso de mi libre albedrío, cantaré, cantaré, lo prometo.
Cuando me otorgue a mí misma el derecho a no ser siempre fuerte y poseer mi buen talón de Aquiles, yo sé que la lluvia vendrá conmigo, conforme pasen los años y aunque el camino sea escabroso, ella regresará, lo sé con exactitud, vendrá con una brisa recia que hará revolotear mis cabellos ya crecidos, mojará mi cara, nos sentaremos siempre bien la una a la otra, aunque a ratos discurramos por trivialidades.
Entonces, me quitaré los zapatos de tacón, correré descalza a través del césped, tiraré a la basura los paraguas para siempre, me embeberé de lluvia, jugaré con las chulupías mis juegos de infancia - Pasará que pasará, el hijo del rey se quedará- luego, -cual rutina salvadora- abriré el balcón nuevamente, me sentaré tranquila en mi mecedora de mimbre, mirando hacia el jardín y me remendaré el corazón, éste que me basta, éste que me traiciona.
De mis ojos grandes ya no lloviznarán revoluciones, de las cuales no sé cómo he salido invicta. Para no arriesgarme, me tornaré pacífica, riego de huerto, eco de rondas infantiles, garúa tornasolada, tenue, lluvia.
La lluvia es una canción del loveless
Fabricio Callapa
Alguien ha descubierto que la música para los días lluviosos lleva por título sometimes. La lluvia cae y borronea todo desde la ventanilla de un micro, te musita su letra entre la violencia de sus gotas, la tierra que arrastra, el resplandor cobrizo de las nueve de la noche, las ruedas levantando el agua de los baches, las calles remendadas de alquitrán y adoquines como dientes chuecos. Cada gota que salpica al vidrio, que el chofer limpia y coloca detergente para siquiera ver adelante, te suena a la combinación de tus audífonos y el ruido alrededor. Rostros difusos de personas cerca de alguna luz, todos brillan en tonalidades distintas y se ausentan en silencio a sus móviles. Es un paseo al sueño, a regresar a casa con una mueca de cansancio, levantando el rostro en la calle tras bajar del micro, recibiendo las gotas, sintiendo la canción, consumándose en un circuito eterno y frío. A la lluvia le gusta el shoegaze, es su género favorito.
Lluvia
Alex Salinas
Había olvidado las líneas
de esta ciudad bajo la lluvia,
una que se hace esperar
aunque sabemos que llegará
precedida del impacto
y la penumbra.
Corremos entonces,
escapamos del agua
que se cuelga de las laderas
tal cual tules o fábulas.
Transcurre la ciudad,
lentamente encendida
y yo observo a sus mujeres
todas convertidas en vos:
una que se alisa el cabello,
otra que corre detrás del autobús,
con el paraguas y la mochila a cuestas,
otra más con el novio de la mano, mojada,
sin que mucho parezca importarle.
Todas son vos,
inclusive aquella que desde
su automóvil me mira y ríe
y yo pienso que eres vos
Y con ella me rio.
Y el autobús nos conduce a todos
como nave de los locos,
silenciosos y absortos,
por sobre la ciudad inundada
y los charcos que otra vez
reúnen la miseria
que correrá ligera
hacia el Amazonas.
A lo lejos brillan azules las montañas,
regeneradas,
faroles del tiempo eterno,
de la ciudad y sus sorpresas,
como vos que pisas
al amanecer las calles,
y de la luz haces la esfera
de esta ciudad que ríe y fluye.
Los patios son para la lluvia
Gabriel Chávez Casazola
Los patios son para la lluvia
cuando ella cae despiertan sus baldosas,
abren los ojos del tiempo sus aljibes.
Y entonces los patios cantan.
Un canto hondo,
en un idioma arcano
que hemos olvidado pero que comprendemos
cuando cae la lluvia sobre los patios
y volvemos a ser niños que oyen llover.
Bajo la lluvia todas las cosas son renovadas en los patios
y cuando escampa el mundo huele a recién hecho, a sábado de Dios, a primavera.
El canto de los patios en la lluvia borra el dolor del universo y susurra el dolor del universo
por las lluvias perdidas, por los patios
perdidos, por los cantos perdidos,
por ti y por mí que bailamos
bajo la lluvia de Bizancio
arcanas danzas
con movimientos hondos e indescifrables
en los patios de la memoria.
Por ti y por mí que bailamos
que llovemos
que despertamos las estaciones mientras
el patio canta
porque la lluvia es para los patios,
esos indescifrables.
Lluvia
Gabriel Salinas
La ciudad se siente diferente desde cada ventana. Paisajes espectrales de sombras perezosas. La lluvia es un delirio que transfigura sustancias, borra el horizonte, aniquila cerros y edificios, moviliza seres y máquinas. Se escurre por los cristales como si el mundo se derritiera por completo. La lluvia activa todo el escenario, espectáculo inverosímil, el protagonista es el movimiento en esencia. Quietud, sombra pálida, convoca al misterio que guarda la libertad, para desplazarse por el mundo. Sólo el pensamiento viaja tan rápido, intentando divorciarse del cuerpo, pobre envase que debe resistir y callar a pesar suyo la rebelión perdida del espíritu. Por eso, cada ventana se siente diferente desde la lluvia, un alma perdida tras los marcos. Las gotas que se deslizan por el asfalto, ahogadas en la eufórica corriente, como si fueran la sombra errante de una hoja marchita al desprenderse del árbol levemente arremolinado por el viento, fuerza total e inmanejable que se evapora tan sólo tocarla.
Visita de la lluvia
Alvaro Mutis
Llega de repente la lluvia, instala sus huestes, minuciosos guerreros de seda y sueño.
Salta gozosa en los tejados, desciende por los canalones en precipitada algarabía;
comienza la gran fiesta de las aguas en viaje que establecen su transitorio dominio y de la mano nos llevan a regiones que el tiempo había sepultado, al parecer, para siempre:
allí nos esperan
la fiebre de la infancia,
la lenta convalecencia en tardes de un otoño incesante,
los amores que se prometían sin término,
los duelos en la familia,
los húmedos funerales en el campo,
el tren detenido ante el viaducto que arrastró la creciente,
los insectos zumbando en el vagón donde nos sorprendió el alba,
las historias de piratas codiciosos, de malayos que degüellan en silencio, de viajes al Polo, de tormentas devastadoras e islas afortunadas;
nuestros padres, jóvenes, mucho más jóvenes que nosotros ahora, que la lluvia rescata de su parda ceniza sin edad, de su callado trabajo mineral
e irrumpen vestidos de risa y gestos juveniles.
Qué bendición la lluvia, qué intacta maravilla su paso sorpresivo y bienhechor que nos preserva del olvido y de la mansa rutina sin memoria.
Con qué gozo transparente nos instalamos en su imperio de palios vegetales y con cuanta construida resignación la escuchamos callar pausadamente, alejarse y regresar por un instante, hasta que nos abandona en medio de un lavado de silencio, de un ámbito recién inaugurado que invade el presente con sus turbias materias en derrota, su cortejo de pálidas convicciones, de costumbres donde no cabe la esperanza.
Recordemos siempre esta visita de la lluvia. Cerrados los ojos, tratemos de evocar su vocerío y asistamos de nuevo a la victoria de sus huestes que, por un instante, derrotan a la muerte.
Premoniciones de agua
Micaela Mendoza Hägglund
Desarrollé la conciencia
de las tempestades
amortiguando lluvias
entre los nudos de mis cabellos
Supe que había recogido
a las hijas del relámpago
cuando la tormenta
ahogó todos los espasmos
Salí del huracán
entonando réquiems
de destierro planetario
como quien celebra su huida
detonándose a sí misma
en meteóricas semillas.