Fuerte Apache: un cuento de hadas latinoamericano
Wim Kamerbeek se lanza al análisis de “Fuerte Apache”, uno de los biopics estrenados por Netflix que cuenta la vida y ascenso del futbolista argentino Carlos Tévez.
Se decía de Luis Miguel que su serie biográfica (“biopic”) era un truco publicitario para posicionar al cantante en el “mainstream” de la escena musical de nuevo. Aunque la serie nos probó que Luis Miguel es, con sus altos y bajos, su vida algo errática y sobre todo trágica (por la muerte del padre y la desaparición misteriosa de la madre) un “ícono” en la música latinoamericana, también presenciamos una inteligente interacción de Netflix con el usuario: el hecho que, a medida que se desarrollaba la serie, también se revelaban aspectos privados poco conocidos del cantante, nos mantenía expectantes a la serie pero, más importante, al ser una serie biográfica de un cantante todavía vivo y con una infancia en medio de pobreza, incertidumbre, un padre machista, una madre abnegada, inmigrantes y en dictadura, creaban una suerte de “cercanía” con el cantante. Parecía que ese “Sol de México”, conocido por sus excesos, era como cualquier latinoamericano, propenso al trago y “luchador”, por eso de que ser pobre y vivir en adversidad parece -como en el fútbol- promesa de un destino mayor.
Es el Barrio, loco
“Fuerte Apache” desarrolla casi la misma lógica: un niño con miles de adversidades que parecen tan latinoamericanas (inseguridad, educación deficiente, narcotráfico, etc.) se convierte en una estrella mundial. Que las relaciones familiares parezcan un poco más complejas que el caso de Luis Miguel no complica en nada la trama, más bien, la simplifica: no, la madre verdadera que no puede criar a Carlos Tévez y que se da al trago y a la droga no le da un toque dramático a la serie, en realidad, su personaje funciona para crear ciertas oposiciones entre la vida de Tévez (una tía/madre comprensiva y abnegada, un tío/padre que, a diferencia del barrio, trabaja y no es violento, un abuelo orgulloso de su apellido y otro tío que se “reforma”, en otras palabras, una familia bastante funcional y más parecida a un ideal de clase media argentina) y los mini carteles de droga que rodean el Fuerte. En otras palabras, en la serie hay una oposición más que notoria entre la vida ideal, romántica, casi “normal”, de clase media argentina personificada en la familia de Tévez -aunque con un padre que sufre por llegar a fin de mes y con 4 hijos- y una clase popular desempleada y joven -porque así nos muestra una suerte de “vulnerabilidad”- personificada entre los jóvenes aspirantes a narcotraficantes. Es como una mirada desde la clase media (alta) argentina, sus miedos y sus prejuicios, sus aspiraciones y desencantos, que conversa con un espectador de clase media (alta) latinoamericana que ha visto o ve, ha escuchado o escucha, el peligro que la acecha, aunque fuera de su entorno inmediato. Quizás sea por esto que una artista trans de Fuerte Apache, La Queen, dice que la serie recurre a prejuicios y no refleja lo que se vive en el barrio, de “gente trabajadora, humilde y sencilla”.
La serie no nos revela, como quisiera su director, la vida en una “villa miseria” argentina. No apela al talento de Tévez para explicarnos su éxito como futbolista, tampoco a los problemas con los que un niño talentoso de Fuerte Apache convive con compañeros de otros barrios y otras clases en las divisiones inferiores de Boca Juniors, aunque el mejor amigo –El Uruguayo- permanece en conflicto con algún padre de familia en las divisiones inferiores de Vélez Sarsfield (al que la serie llama “Liniers”). En todo caso, el director de la serie interpela al espectador con una mirada paternalista sobre las clases populares bonaerenses: son chicos talentosos, pero problemáticos –es el barrio-, la línea entre una vida digna y la delincuencia es, a lo largo de la serie, cada vez más delgada. Para esto, el fútbol en divisiones inferiores parece hasta un dispositivo ideológico al servicio de un poder que no vemos en la serie: los entrenadores y su relación con El Uruguayo reflejan esto a cabalidad, sienten “pena” y “comprenden” ciertas mentiras (que El Uruguayo es huérfano y no puede conseguir firmas de sus padres o apoderados para continuar con su carrera como futbolista) y quieren “ayudar”. La única forma en que El Uruguayo puede escapar de toda esta cápsula es corriendo, transgrediendo: la escena en que aspira algo como cocaína en la ducha luego de la derrota en la final contra Tévez y, abruptamente, el entrenador entra y quiere “hablar” con él, para que El Uruguayo salga corriendo del complejo deportivo de Liniers nos explica la capacidad, digamos, abrumadora de la mirada del director –quien sea que sea, quizás “Torneos y Competencias”, o sea, TyC Sports o Clarín-, una que quiere “corregir” a una clase popular que solo puede escapar corriendo.
Pero el amor es más fuerte
Existen, entonces, dos narrativas en tensión a lo largo de la serie: una, sobre el “barrio”, hombres y mujeres a los que la muerte los motiva, dos, sobre el amor, que parece una suerte de metarelato que soluciona todo. Hago la diferencia entre metarelato y narrativa porque, como se ve al final de la serie, en la que –spoiler alert- mejor amigo y narcos mueren entre ajuste y ajuste, la narrativa sobre el amor somete a la del barrio. Si, en verdad Carlos Tévez es producto de tanto amor y tanta estabilidad, esto desmentiría la imagen que los periodistas deportivos argentinos hacían de él en su debut en Boca, su paso por Corinthians o Inglaterra, la de un “futbolista aguerrido”, condicionado por una vida dura, reflejada en un estilo agresivo y problemático en sus orígenes.
Al hacer esta diferencia entre dos narrativas, no quiere decir que los personajes de la serie se dividen entre “buenos” (la familia de Tévez, los entrenadores, padres de familia y compañeros) y los “malos” (niños problemáticos con ganas de dinero fácil y amenazados por la muerte, en todo momento). Aunque esta es, seguramente, la intención superficial de Torneos y Competencias, digamos que la serie nos presenta que el amor es la solución a todo, como un orden, y que para restablecer este orden, se puede jugar con la muerte, coquetear con ella. Al abuelo de Tévez, deprimido y en cama, solo le mueve el “orgullo”: arreglar las cuentas con el hermano de uno de los narcos que ha atacado y casi matado a uno de sus hijos, también, escapar de una muerte segura es para el hermano de uno de los narcos, el refugio en la iglesia del barrio –hay una escena, tan clásica de series y novelas latinoamericanas, en la que habla con una imagen de Jesús y le pregunta “por qué le hace esto”-, en todo caso, la interrelación entre amor y muerte es presente a lo largo de la serie.
Pero la simplificación de la serie, que ya parece un buen libro de autoayuda, radica en el mensaje: que el amor soluciona todo, incluso los antagonismos sociales. Los dos últimos capítulos, en los que el “mal” muere (El Uruguayo, su hermano, los jóvenes narcos y sus novias interesadas, los que no debutan en la “primera” en Córdoba y se quedan en el camino, etc.), refuerzan este mensaje tan simple. Es que el amor, aunque no tenemos la certeza, no da de comer a los pobres ni a los aspirantes a futbolistas y narcos en una villa miseria.