Poemas de Matilde Casazola

Ediciones Andesgraund nos envía tres poemas de la muestra antológica de la colección "El Color de las Palabras", que se realizó en el marco del primer Festival Internacional de Poesía Joven “Jauría de Palabras”.

Matilde Casazola Matilde Casazola

Puño y Letra
Puño y Letra / 16/09/2019 02:43

Prójimo

7

En cualquier parte estás, espiándome

siguiéndome los pasos

con tus ojos enormes del asombro

de no encontrarme nunca llorando las cinco letras de tu nombre

tus cabellos oscuros

ni tus carnes maltratadas, machacadas

ni tus sueños deshilados para siempre

ni tu hambre portentosa, ¡ni tu hambre!

porque yo canto, me lavo los dientes

y sigo caminando sin mirarte.

Pero así somos todos, yo más, tú menos: personajes privados;

ahorramos lágrimas y sonrisas

por no morir definitivamente a cada paso.

Pero al final morimos, tú antes, yo después

y otros se encargan de olvidarnos,

de echar tierra y seguir bailando,

porque esa es la ley del juego.

Aunque no me lo creas, yo te amo:

me siento pariente de tus huesos

de tu modo de andar, de tu sonrisa,

de tu mano tratando de alcanzar inaccesibles paraísos.

Alquilo timidez, alquilo sueños y esperanzas

y llevo una fogata inapagable en mis entrañas

igual que tú.

 

Y te juro que te estoy buscando siempre,

en los periódicos, en letras pequeñitas;

cada vez que me miro en el espejo

y al rozarte por la calle con gesto indiferente.

Tú y yo en el fondo somos tan parecidos

como hermanos gemelos.

(¡Ah nuestro afán terrible de no acabar del todo!

¡Ah nuestro afán a veces de morir para siempre!)

Y vamos pasando en cínica comparsa

yo aquí, tú más allá, sin conocernos nunca

sin abrazarnos nunca

odiándonos, cachiporreándonos a obscuras

y riendo a carcajadas

de tu muerte lejana

de mi ausencia total y no advertida

y cayendo, cayendo 

sobre tu nombre y tus costillas,

sobre tu sombra hueca 

zapatenado, zapateando

y gozando farandulescamente en olvidarte

como si hubieran sido inútiles

tu devoción por la rosa y el sonido del agua

tu afán desesperado por aprender de memoria

la tabla de multiplicar

y tus paseos por la orilla del silencio

tan torturadamente majestuosos.

 

Pero al final, los dos iremos a parar al mismo sitio

y mi polvo y tu polvo se mezclarán y saldrán juntos a florecer

diciendo el himno puro aprendido en sus raíces.

 

LOS CUERPOS

I

Amo mis huesos

su costumbre de andar rectos

de levantar un semicírculo

para abarcar el cielo

de encadenarse en filigranas diminutas

para favorecer el movimiento;

amo mis huesos con sus curvas

sus salientes

y sus cuevas profundas.

Si hubiera sido insecto,

también habría amado mis antenas

como amo ahora mis ojos con sus cuencas

y mis manos inquietas

y toda esta estructura

en la cual vivo

en la cual soy completa.

Y le doy gracias al discutido Dios 

de creación perfecta o imperfecta 

de existencia absoluta

o no existencia,

le doy gracias 

en uso

de mi cuerpo y su esencia.

Al menos, comprendo mi intención: 

sé que era buena.

 

III

Eran dos ojos, dos hermanos 

que se daban la mano.

Eran dos ojos, dos paisanos 

que habitaban lugares cercanos.

Era un monte que había que cruzar 

que subir

para llegar de uno hacia el otro: 

una sola nariz, 

desafiante 

al medio de ambos.

Era una sola boca 

decidora

de frases incoherentes 

o bonitas, 

de frases hirientes 

que, como hormigas, 

negrean en su púlpito sagrado.

Eran también dos túneles 

a los costados:

dos orejas, tubos bien logrados.

Era un paisaje 

extraño, 

provocativo, 

dulce y áspero.

Ay las estrellas

que se encienden y se apagan.

Ay los cabellos

que enmarcan este cuadro.

Eran dos niños que crecían 

que no dormían no dormían 

para descubrir el lugar 

donde el tesoro está enterrado.

Era un rostro gentil 

y simétrico, 

sin saliente demás 

ni hueco.

Las arrugas vendrían después

y las heridas

profundas

que alterarían

sus ámbitos perfectos.

 

LA CIUDAD CERRADA

10

Detrás de los letreros 

hay gentes que respiran.

Grises gentes que se nutren 

de luz artificial, 

de mortal 

languidez

y sofocante espuma 

de palabras mil veces 

repetidas.

Detrás de los letreros 

están los verdaderos 

personajes de la vida

contorsionándose, asfixiados por el denso 

humo letal que expelen 

la industria y el progreso.

Hombres en camiseta

gordas mujeres de pisada lenta

barren la esquina

vacían ceniceros

inacabables

se acuestan agotados

espalda contra espalda

fijamente

mirando

el resplandor de incendio

que en la pared reflejan los letreros.

Día tras día

las fechas del almanaque caen

se desgranan

sobre su frente triste

cuadriculada

de espesa propaganda.

Jugándose su suerte

a un buen vaso de vino

al partido de fútbol

en la televisión de los domingos,

desprolijos y ufanos

los abatirá la muerte.

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