Poemas de Matilde Casazola
Ediciones Andesgraund nos envía tres poemas de la muestra antológica de la colección "El Color de las Palabras", que se realizó en el marco del primer Festival Internacional de Poesía Joven “Jauría de Palabras”.
Prójimo
7
En cualquier parte estás, espiándome
siguiéndome los pasos
con tus ojos enormes del asombro
de no encontrarme nunca llorando las cinco letras de tu nombre
tus cabellos oscuros
ni tus carnes maltratadas, machacadas
ni tus sueños deshilados para siempre
ni tu hambre portentosa, ¡ni tu hambre!
porque yo canto, me lavo los dientes
y sigo caminando sin mirarte.
Pero así somos todos, yo más, tú menos: personajes privados;
ahorramos lágrimas y sonrisas
por no morir definitivamente a cada paso.
Pero al final morimos, tú antes, yo después
y otros se encargan de olvidarnos,
de echar tierra y seguir bailando,
porque esa es la ley del juego.
Aunque no me lo creas, yo te amo:
me siento pariente de tus huesos
de tu modo de andar, de tu sonrisa,
de tu mano tratando de alcanzar inaccesibles paraísos.
Alquilo timidez, alquilo sueños y esperanzas
y llevo una fogata inapagable en mis entrañas
igual que tú.
Y te juro que te estoy buscando siempre,
en los periódicos, en letras pequeñitas;
cada vez que me miro en el espejo
y al rozarte por la calle con gesto indiferente.
Tú y yo en el fondo somos tan parecidos
como hermanos gemelos.
(¡Ah nuestro afán terrible de no acabar del todo!
¡Ah nuestro afán a veces de morir para siempre!)
Y vamos pasando en cínica comparsa
yo aquí, tú más allá, sin conocernos nunca
sin abrazarnos nunca
odiándonos, cachiporreándonos a obscuras
y riendo a carcajadas
de tu muerte lejana
de mi ausencia total y no advertida
y cayendo, cayendo
sobre tu nombre y tus costillas,
sobre tu sombra hueca
zapatenado, zapateando
y gozando farandulescamente en olvidarte
como si hubieran sido inútiles
tu devoción por la rosa y el sonido del agua
tu afán desesperado por aprender de memoria
la tabla de multiplicar
y tus paseos por la orilla del silencio
tan torturadamente majestuosos.
Pero al final, los dos iremos a parar al mismo sitio
y mi polvo y tu polvo se mezclarán y saldrán juntos a florecer
diciendo el himno puro aprendido en sus raíces.
LOS CUERPOS
I
Amo mis huesos
su costumbre de andar rectos
de levantar un semicírculo
para abarcar el cielo
de encadenarse en filigranas diminutas
para favorecer el movimiento;
amo mis huesos con sus curvas
sus salientes
y sus cuevas profundas.
Si hubiera sido insecto,
también habría amado mis antenas
como amo ahora mis ojos con sus cuencas
y mis manos inquietas
y toda esta estructura
en la cual vivo
en la cual soy completa.
Y le doy gracias al discutido Dios
de creación perfecta o imperfecta
de existencia absoluta
o no existencia,
le doy gracias
en uso
de mi cuerpo y su esencia.
Al menos, comprendo mi intención:
sé que era buena.
III
Eran dos ojos, dos hermanos
que se daban la mano.
Eran dos ojos, dos paisanos
que habitaban lugares cercanos.
Era un monte que había que cruzar
que subir
para llegar de uno hacia el otro:
una sola nariz,
desafiante
al medio de ambos.
Era una sola boca
decidora
de frases incoherentes
o bonitas,
de frases hirientes
que, como hormigas,
negrean en su púlpito sagrado.
Eran también dos túneles
a los costados:
dos orejas, tubos bien logrados.
Era un paisaje
extraño,
provocativo,
dulce y áspero.
Ay las estrellas
que se encienden y se apagan.
Ay los cabellos
que enmarcan este cuadro.
Eran dos niños que crecían
que no dormían no dormían
para descubrir el lugar
donde el tesoro está enterrado.
Era un rostro gentil
y simétrico,
sin saliente demás
ni hueco.
Las arrugas vendrían después
y las heridas
profundas
que alterarían
sus ámbitos perfectos.
LA CIUDAD CERRADA
10
Detrás de los letreros
hay gentes que respiran.
Grises gentes que se nutren
de luz artificial,
de mortal
languidez
y sofocante espuma
de palabras mil veces
repetidas.
Detrás de los letreros
están los verdaderos
personajes de la vida
contorsionándose, asfixiados por el denso
humo letal que expelen
la industria y el progreso.
Hombres en camiseta
gordas mujeres de pisada lenta
barren la esquina
vacían ceniceros
inacabables
se acuestan agotados
espalda contra espalda
fijamente
mirando
el resplandor de incendio
que en la pared reflejan los letreros.
Día tras día
las fechas del almanaque caen
se desgranan
sobre su frente triste
cuadriculada
de espesa propaganda.
Jugándose su suerte
a un buen vaso de vino
al partido de fútbol
en la televisión de los domingos,
desprolijos y ufanos
los abatirá la muerte.