Restituirnos la autoría del mundo, escuchar a Lucrecia Martel
Una contradicción: Hoy el cine como forma artística está divorciado del público masivo y, sin embargo, no ha habido mejor época para disfrutar del cine y aprender sobre cine. No sólo por los tantos libros y películas disponibles gratis en internet, sino también porque si antes era impensable tener la oportunidad de escuchar a un maestro, ahora basta con escribir su nombre en YouTube y, si se tiene suerte, encontrar una o varias clases con él. O ella.
Es el caso con Lucrecia Martel.
Alguien ha dicho que Martel es una pensadora que se hizo cineasta para hacer visibles (y audibles) sus ideas, y cuando uno la escucha hablar de su trabajo, entiende por qué. Sus ideas sobre cine (y, por extensión, sobre la especie humana, el tiempo y la política) son de una agudeza sorprendente, y las expresa con calma y claridad, esforzándose mucho por ser comprendida.
Después de escuchar varias de sus charlas, una va dándose cuenta de que hay una serie de ideas a las que regresa una y otra vez, para refinarlas, para iluminar ciertos aspectos (que en otros casos había mantenido en la sombra), o para reelaborarlas allí donde las había dejado en anteriores ocasiones. Aunque no estoy seguro de que ésa sea la intención de Martel, uno puede tomar estas ideas como lecciones. Como una invitación a escucharla, aquí dejo las más importantes para mí:
- Pensar primero en el sonido, incluso antes de comenzar a escribir el guion. Que la banda de sonido defina lo que necesita aparecer en pantalla, y no al revés. El sonido es lo inevitable en el cine. La espectadora puede cerrar los ojos para no ver, pero no puede cerrar los oídos para no escuchar. Todas hemos sido conscientes de esto al ver una película de terror – muchas todavía guardamos en la memoria la ‘imagen sonora’ de un machetazo.
- Usar el sonido para quitarle solidez a la imagen, para volverla menos obvia, más indeterminada. Si el sonido se usa sólo para enfatizar lo que ya está en la imagen, está subutilizado. En general, necesitamos sólo unos segundos para darnos cuenta de qué estamos viendo – encontrar la referencia de la imagen que aparece ante nosotras. Podemos, por el contrario, pasar minutos escuchando un sonido antes de identificar su fuente sonora, si es que logramos hacerlo. Por ejemplo, Martel cuenta como, para enfatizar la idea de infancia en una escena de La niña santa, recurrió al sonido de un patio de escuela primaria, aunque no tenía ninguna relación explícita con lo que aparecía en la pantalla.
- En el cine el silencio no es la ausencia de sonido, sino el sonido que la espectadora no espera escuchar asociado a una imagen.
- La narración cinematográfica estándar, basada en una sucesión lineal de acciones vinculadas por una relación causal evidente, es sólo una posibilidad entre otras. El problema es que se ha vuelto hegemónica y, como tal, clausura otras formas de narrar. Nuestra tarea es buscar otras formas narrativas, inventarlas.
Una posibilidad: imaginemos el tiempo no como una línea que avanza (usualmente en dirección izquierda-derecha), sino como un volumen expandiéndose. Los acontecimientos de la película serían partículas suspendidas en este volumen. Establecer relaciones entre estos acontecimientos es un ejercicio más exigente que el ejercicio que plantea la contigüidad lineal.
Y, como una puede apreciar en cuanto se dedica de lleno a eso, el ejercicio de establecer relaciones de causa-consecuencia entre acontecimientos es también un ejercicio de política. En ningún lugar aparece esto más claro que cuando se habla de la pobreza en un país. ¿Una es pobre porque quiere? ¿Son las circunstancias las que provocan la pobreza?
Otra posibilidad: pensar la narración como una idea que va diluyéndose en un líquido. Así, la narración puede discurrir reiterando de manera elusiva los atributos de una idea o un acontecimiento. En La mujer sin cabeza, el personaje principal cree que ha atropellado a un niño o a un animal, sin nunca llegar a estar segura de si esto ha pasado realmente. Esta idea se irá reiterando en casi todas las escenas de la película, ya en los diálogos, el diseño sonoro o en las imágenes, sin nunca ser evidente del todo.
- Pensar el cine no como un medio para revelar información definitiva sobre el mundo, sino como una herramienta para desestabilizar nuestra percepción organizada de la realidad. Para encontrarle las grietas. Para recordarnos la arbitrariedad de su estructura. Ésa es una de sus mayores potencias.
De lo anterior se sigue que las películas pueden restituirnos el reconocimiento de nuestra autoría del mundo. Por ahí podría encontrarse una salida a la pasividad y la impotencia política que nos dominan la mayor parte del tiempo.
- Darse reglas propias. No someterse de manera absoluta a las formas y a las técnicas de otros. No buscar un cine autorreferencial, anclado en la cinefilia, sino un cine abierto, sensible a las perturbaciones producidas por el mundo. Esto significa: derivar nuestros procedimientos narrativos de nuestra propia experiencia[1].
[1] Una de las formas que encontró Martel para hacer esto fue prestar atención al habla regional del norte argentino, que, como otros acentos populares, no aparecía en el cine argentino hasta los noventa. En otra ocasión hablaremos de este tema.