Medinaceli: Contemplación y camino de la Madre Tierra ante la crisis capitalista y el covid-19
El escritor Ramiro Huanca hace una lectura de la obra del novelista y crítico Carlos Medinaceli, a la sombra del tiempo del coronavirus.
La creencia de que el conocimiento no es algo que se crea sino que se recibe, hace que olvidemos interrogar el mundo a partir de lo que somos (Ospina, 2012). Esta idea pone en vilo la educación transmisiva y promueve un giro hacia la posibilidad de crear conocimiento preguntando situada y críticamente sobre el mundo. En este sentido,
cabe preguntar, ¿como comprender a Medinaceli en el contexto actual del covid-19 y la crisis de la modernidad capitalista antropocéntrica?
La capacidad contemplativa
Desde los primeros poemas escritos a sus 16 años (La alegría de ayer 1988) así como desde la fundación de Gesta Bárbara (1918), la contemplación del paisaje será una idea poética persistente a toda la obra de Medinaceli. La contemplación irá desde la mirada objetiva de “los asnos taciturnos, por el yermo, / interrogando el horizonte miran / a los lejos, con un mirar intenso” hasta el poema, el tiempo de “esta tarde no sé qué oro de ensueño tiene el ocaso” en el poema “Crepúsculo campesino”, en Medinaceli germinarán los inicios de una transmutación de la realidad. Medinaceli acostumbrará, como dice en La Chakañawi varios años después, a desplegar cierto poder de la mirada cuando Adolfo le dice a Claudina que “hasta las cosas que miras con solo eso llegan a tener una importancia extraordinaria, excepcional, se vuelven también hermosas como vos…Estoy loco por ti!” Será la mirada la que trastoque de diferente forma la normalidad de la realidad y la normalidad subjetiva de Adolfo, ya sea desde la poesía o desde la novela.
La mirada en la crítica literaria
Medinaceli escribió muchos artículos críticos de literatura, los cuales luego se publicaron en libros. Luis H. Antezana había dicho que Medinaceli es el fundador de la crítica literaria por la intención de construir una literatura desde el comentario riguroso de determinadas obras de la literatura boliviana y ponerlas en relación desde el mundo interior de cada obra. Eso es cierto, y es también más Medinaceli fue un crítico cultural del campo intelectual de escritores e intelectuales. Cuestionó la ausencia de nación y la posibilidad de constituirla desde la manera cómo se configuraban las subjetividades poética y narrativas, por ejemplo, en ciertas novelas a las cuales les otorgó un lugar y sentido crítico a En las tierras del Potosí y Raza de Bronce distintas a El Alto de las ánimas y Aguardientes, entre otras. Medinaceli observará con Maetzu que “nuestros personajes, poetas y escritores” se caracterizaban por la “incapacidad contemplativa que no le permite ver más allá de sus propias cosas”, diferencia abismal con cierto destellos narrativos en los personajes de La Chaskañawi, quienes podrán transmutar la mirada y las cosas en otra realidad y subjetividad.
Las cosas, los seres y la atmósfera sonámbula
Transmutar la realidad y las cosas por las enacciones del lenguaje novelesco implicará asumir el claroscuro del paisaje como una poética del equilibrio, la mesura, y el juego de colores que podía redefinir las relaciones sociales, la actitud frente a la naturaleza y la literatura: “O vemos todo rojo o todo blanco. Sin matices, sin medias tintas. Carecemos del sentido de la medida y el claroscuro”. Por ello afirmaría en Estudios críticos (1938): “Todo paisaje es un estado del alma, toda alma es un estado del paisaje. Cada paisaje engendra un ser distinto. Y un arte propio. ¿Cuál será la literatura que va a producir el medio andino?” Medinaceli solía contemplar los atardeceres, los crepúsculos, caminar lugares desde donde lidiar con la realidad e invertir la normalidad. El paisaje tendrá un devenir como escenario natural de coexistencia de diversos estratos y percepciones, una potencia transformativa. Se trataba de estar en relación y buscar más allá de la vinculación humana, relaciones extrañas en distintas atmósferas, tal como escribirá en su poema “La hora versátil”: “Con las cosas y los seres / mi espíritu forastero / quiere comunicarse…Los hechos pasan con un alma / completamente extraña: ¿somos unos aerolitos sin su órbita / vagamos en una atmósfera sonámbula?”
El camino del sentir y escuchar
La contemplación del paisaje que significaba cuestionar la realidad y dar un giro a su normalidad, también implicará una dimensión histórico-temporal que lo llevará a relacionar lo andino, el ande, como matriz de circulación entre pasado, presente y futuro, un palimpsesto entretejido por diversos estratos culturales e históricos que, para su tiempo, ponía en vilo la teleología moderna del capitalismo.
En varias obras encontrará la emergencia de lo andino, es así que en la poesía de Tamayo encontrará el sentido cósmico del paisaje. Y desde la línea de Roberto Prudencio, planteará que es la “infinitud espacial” y la relación con las montañas, los achachilas, deseando que lleguemos “nosotros algún día a poseer en verdad” esa “cultura autóctona”. Por ello, aludiendo a Gamaliel Churata, el porvenir del cambio social desde la literatura y el arte estaría en el “todopoderoso influjo cósmico”. Lo sustancial habría que buscarlo en la tierra y en el cielo americanos, es decir, en una célula social concreta. Estos dos elementos posibilitarán a Medinaceli en la línea de Prudencio a establecer un ámbito concreto: “En la tierra y en el cielo está el Ayllu –primitivo e indestructible cédula de organización social”.
Medinaceli es uno de los pocos escritores que menciona al ayllu como posibilidad no sólo de estructuración social sino de la cultura y la literatura. Y es aquí donde entra con mayor fuerza sus ideas respecto a la madre tierra. No sólo focaliza la estructura milenaria como posibilidad civilizatoria que integre dimensiones complejas de una sociedad, sino que inscribe una totalidad alternativa a la crisis de su tiempo, que ya premonizaba la actual crisis del capitalismo moderno. En Reivindicación de la Cultura americana (1975) planteará que es necesario desprenderse de las influencias externas, y orientarnos a un horizonte “post occidentalista” y conocer “el ancestro indígena”, pues “tenemos la obligación moral de conocer el alma de nuestros antepasados prehispánicos…el alma americana precolombina”, y ser lo que fuimos en el pasado. Hay una ética y una sabia-episteme no occidental, que va diseñando su andar en la contemplación de las montañas, en la valoración y escucha de los achachilas. Como dice en el editorial de la Revista Gesta Bárbara de 1921: “Quien no sabe interpretar el alma de la tierra y sentir el paisaje…no comprenderá jamás el refinado sentido estético ni escuchará las máculas lecciones de energía que encierra la grandeza salvaje de las montañas”. Toda su obra está permeada tanto de reflexión como de puesta testimonial de su caminar, de su viajar, de su contemplar las tierras andinas. Con toda esta experiencia se trata, también, de dar el giro al colonialismo norteamericano y “dejar de ser la South America como despectivamente nos apodan los yanquis. Esa liberación, ese encuentro del propio camino, el hallazgo de la originalidad ¿vamos a alcanzarlos, como hemos pretendido hasta ahora, volviendo los ojos a la Europa decadente de nuestro tiempo o buscando inspiración creadora EL SENTIDO DE VIDA, en el paisaje terruñero donde vivimos y somos en las tradiciones nativas de las culturas antiguas?”
La pregunta delinea el sendero liberador a transitar y para ello será importante hacer un giro de los ojos, el lugar local y la pluralidad de culturas desde donde somos: “Y aquí entra en escena la posibilidad de no transitar ese camino y llegar a ser más bien negadores de la madre, es decir, las culturas prehispánicas hemos llegado a rechazarlas a semejanza de aquellos “cholos refinados” que niegan a su madre. Cuando es la madre –la madre tierra en este caso–en la que está la estirpe prístina…y no el huachaferío de escritores e izquierdistas”.
Salida
Al invertir el orden convencional de la mirada y ejercer la escucha, Medinaceli va más allá del reducto humano y excede los límites del sujeto individual, y tiende a entrelazarlo al campo de la experiencia contemplativa, conciencia milenaria y sentido cósmico de vida, algo distinto al diseño biopolítico de los modos de producción capitalista que está acabando con el planeta. Para el filósofo Byung-Chul Han “parece que hemos perdido la capacidad para apreciar el aroma del tiempo” (2018), es decir entrelazar el pasado en un presente y futuro, pues se vive la angustia de ser hombre-rendimiento o trabajador fundido por la atomización del tiempo capitalista. En este sentido reivindica la capacidad contemplativa de morar el tiempo, detenerse. percatarse de la alteridad de la tierra, valorarla por los sentidos a diferencia de experiencia digital que “no pesa, no huele, no opone resistencia, pasas un dedo y ya está…Es la abolición de la realidad”.
Guardando diferencias con Han, Medinaceli de alguna manera ha señalado un ritmo ordenador del camino a transitar, demorarse y saber estar en el paisaje, escuchar a las montañas y sentir sus energías cósmicas. Es una alternativa al aceleramiento moderno. Ese aroma sustancial del tiempo también involucra a mitos, dioses y seres donde las cosas y acontecimientos no abortan la relación. Medinaceli ha señalado desde la literatura y la memoria de los pueblos andinos, el despliegue de una ontología relacional, un camino que permita interrogar al mundo a partir de lo que somos, un camino para devolverle al mundo su natural cauce, el camino de la madre tierra.