No callarán a Sergio Ramírez. Y a nosotros tampoco
Intento trabajar en esta tarde de septiembre. Debo hacer esfuerzos para no dejarme invadir por imágenes, voces y rostros de aquel 11 de septiembre de 1973
Intento trabajar en esta tarde de septiembre. Debo hacer esfuerzos para no dejarme invadir por imágenes, voces y rostros de aquel 11 de septiembre de 1973, cuando Salvador Allende murió en el palacio presidencial bombardeado mientras el exterminio de los que pedían justicia ocupaba Chile. Es una historia que llevo incrustada en los huesos. Preparo la entrevista que le haré mañana a Patricio Guzmán, autor del premiado documental La batalla de Chile, que rescata la historia de los mil días de Allende en el poder y que este fin de semana, 31 años después de recuperada la democracia, por primera vez será exhibido por la televisión de mi país. De pronto, siento el repiquetear incesante de mi celular.
La noticia viene de Nicaragua: el Ministerio Público ordenó el arresto del escritor Sergio Ramírez Mercado, Premio Miguel de Cervantes, exvicepresidente sandinista de su país. Al hombre respetado y admirado por su rol en la derrota del dictador Anastasio Somoza, en la construcción de la democracia de su país, y de un enorme talento literario, lo acusan de tres delitos: “actos que fomentan e incitan al odio y la violencia”, “conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional” y “lavado de dinero, bienes y activos”. Increíble.
Sergio Ramírez no calla. Desde algún lugar fuera de Nicaragua, respondió al acoso del presidente Daniel Ortega y su vicepresidenta y esposa Rosario Murillo:
En el año de 1977, la familia Somoza me acusó, por medio de su propia fiscalía y ante sus propios jueces, de delitos parecidos a los de ahora: terrorismo, asociación ilícita para delinquir, y atentar contra el orden y la paz, cuando yo luchaba contra esa dictadura igual que lucho ahora contra esta otra. Las dictaduras carecen de imaginación y repiten sus mentiras, su saña, su odio y sus caprichos. Son los mismos delirios, el mismo empecinamiento ciego por el poder, y la misma mediocridad de quienes teniendo en su puño los instrumentos represivos, y habiéndose despojado de todos los escrúpulos, creen también que son dueños de la dignidad, de la conciencia y la libertad de los demás. […] Soy un escritor comprometido con la democracia y con la libertad, y no cejaré en este empeño desde donde me encuentre. […] Las únicas armas que poseo son las palabras, y nunca me impondrán el silencio.
La incredulidad le abrió la puerta a la indignación del Consejo Rector de la Fundación Gabo, del que soy parte y donde he conocido por más de 15 años a Ramírez, uno de sus fundadores. Para todos quienes han participado en talleres, festivales y encuentros donde se entrega a los periodistas herramientas para perfeccionar la calidad de su trabajo, los rostros de García Márquez y Ramírez van juntos.
Un potente clamor de repudio al régimen de Ortega se despliega desde la red que ha construido la fundación y desborda más allá en distintos tonos y matices. Antonia Urrejola, presidenta de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos tuitea: “Ni Gabriel García Márquez habría imaginado una historia así. Porque, una vez más, vemos cómo la realidad supera cualquier ficción. Buen momento para recordar este libro: Adiós muchachos”, testimonio de su historia como miembro de la Junta de Gobierno y vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990.
El periodista Carlos Fernando Chamorro, director de Confidencial —cuyas oficinas fueron saqueadas y expropiadas por el régimen de Ortega—, quien con su equipo sigue haciendo periodismo de resistencia, nos informa: ordenan allanar la casa de Ramírez. Todos ellos hacen enormes esfuerzos para seguir el legado del periodista Pedro Joaquín Chamorro, padre de Carlos, asesinado por el régimen de Somoza en 1978. Cristiana Chamorro, hermana de Carlos Fernando, bien posicionada para las elecciones presidenciales de noviembre, está incomunicada y bajo arresto domiciliario desde junio, acusada de lavado de dinero. Como señaló Ramírez: “le han quitado sus derechos políticos, inhibiéndola sin que exista ninguna sentencia judicial condenatoria, para que no pueda ser candidata”.
Respondo mensajes. Uno de ellos me recuerda el jolgorio de los demócratas de América Latina cuando los sandinistas derrotaron a Somoza. Ante mis ojos irrumpe la figura imponente de Sergio en Managua, cuando entraron victoriosos en julio de 1979. Sergio escribió: “la euforia en el país era total, y al día siguiente, cuando se celebró el triunfo en la plaza de la República, bautizada como Plaza de la Revolución, la multitud estaba compuesta por gente de todas las clases sociales que llegaban a celebrar el fin de la tiranía, tras tanta sangre derramada, tanta muerte y tanta destrucción”.
De inmediato surge en mi mente la imagen de otra de las grandes que derrotó a Somoza: Dora María Téllez. Sergio recordó con admiración que a los 22 años la comandante Téllez fue una de los jefes guerrilleros que se tomaron el Palacio Nacional, negoció con Somoza la liberación de más de 60 presos políticos y dirigió la toma de León. Ahora Ortega la tiene incomunicada y presa. Sergio también denunció: “Fue golpeada y esposada, a pesar de que nunca opuso ninguna resistencia”.
Las denuncias de Sergio han sido incesantes desde 2018, cuando la dupla Ortega-Murillo desató la represión que dejó más de 320 muertos y llevó a más de 108.000 nicaragüenses a abandonar el país en busca de protección. A medida que las elecciones presidenciales están a solo un paso, la represión arrecia. Basta ver el registro creado por los nicaragüenses democráticos para saber que hay al menos 139 presos políticos, entre ellos varios periodistas. De la institucionalidad democrática solo quedan escombros.
Irrumpen en mi memoria imágenes de Managua, León y otras ciudades liberadas en una primavera que atrajo a García Márquez, Mikis Theodorakis, Susan Sarandon y a decenas de figuras públicas e intelectuales de todo el mundo. Han transcurrido más de 40 años. “De aquello de entonces, nada queda”, Ramírez sentencia. “El viejo sueño revolucionario convertido en una pesadilla de represión despiadada”.
El clamor de un basta al régimen de Ortega engrosa su caudal con nuevas voces. La escritora Elena Poniatowska alza su voz con fuerza: “Si todos nos unimos conformaremos un escudo contra Daniel Ortega, persecutor de Sergio Ramírez y de muchos valiosos luchadores de Nicaragua”.
La dictadura de Ortega no supo con quién se enfrentaba cuando arremetió contra Sergio Ramírez. No basta tener el control de las armas e imponer el terror en la población. Hay otros medios para luchar contra una dictadura. Bien lo sabe la escritora nicaragüense Gioconda Belli, autora de “Huelga”, ese impresionante poema que también declamábamos en las cárceles chilenas:
Quiero una huelga grande […]
Una huelga de ojos, de manos y de besos.
Una huelga donde respirar no sea permitido,
Una huelga donde nazca el silencio
para oír los pasos
del tirano que se marcha.