Amar la caída

Alex Aillón presentó este fin de semana, en el marco de la Feria Internacional del Libro, su último libro, Pr(o)emas. La crítica y poeta ecuatoriana, María Auxiliadora Balladares nos ofrece un panorama de la obra de Aillón Valverde, uno de los escritores más visibles de su generación.

Amar la caída Amar la caída

María Auxiliadora Balladares
Puño y Letra / 20/09/2021 21:02

Amar la caída es el sentido primordial del arte poética que propone Alex Aillón en P(r)oemas. Los cuadernos del feis. Se trata de elogiar una disposición del cuerpo y del espíritu que, más que a la gracia, se entregan a la experiencia mundana. Su ámbito es el del exceso, así como el de la ternura: es el bohemio alcoholizado y el ironista radical, pero también el niño que adora a sus padres, el hombre melancólico y sensible. En estos poemas, Alex hace un recorrido de sus mapas afectivos, se mira en la edad madura y puede escribir sin aspavientos y sin reservas. La voz poética enuncia sus ideas sobre la vida sin pesos ni reticencias. Incluso el hecho de que el espacio primero de sus reflexiones haya sido una red social –esa exposición definitiva– nos permite asegurar que nada es más importante para el poeta que la vida desplegada en ellas. 

Se refiere con soltura a la vejez, al abandono, al amor. Activa la memoria de las ciudades que ha habitado de la mano del deseo por una mujer y, como contrapunto a esa disgregación, en el cierre, se vuelca sobre un imaginario social que brinda pistas alrededor de lo que significa ser boliviano: las formas cotidianas de habitar la nación, de hablar, de comer, de intuir, de pensar. Alex Aillón no se ahoga en sus preocupaciones profundas (que no son pocas), sino que nada hacia ellas, las rodea y alumbra las tinieblas con su palabra.

Tres textos de P(r)oemas

UN ARTESANO

Soy un artesano. Hago poemas para que cualquiera los use. No los hago para museos, los hago para las ferias, para los mercados, para que sean frutas de cambio. Poemas como mangos, piñas, bananas, chirimoyas. Me especializo en hacer poemas de todos los colores y formas. Algunos salen panzones, como aves del paraíso. Otros delgados, con el paciente ánimo de un faquir. No tengo la fórmula exacta, es solo un oficio. Mi padre los hacía, yo también los hago. Andamos buscándonos la vida, mis poemas y yo, aunque habitualmente es la vida la que nos encuentra saltando de felicidad en alguna esquina. Entonces nos observa con ternura y tristeza, mientras se aleja poco poco, como el vuelo de una mariposa, dejándonos un suspiro en el aire.

 

MI MADRE Y LOS DURAZNOS

Miro a mi madre tomar los duraznos y pelarlos con cuidado, uno tras otro, mientras me los entrega desnudos, cortados, para que apenas me los lleve a la boca. Entonces me habla de los días, de cómo los gatos engreídos se han apoderado de su sillón, de cómo mis hermanos le han hablado o le han dejado de hablar, de qué debo hacer, de qué no debo hacer. Miro a mi madre, maravillado, atravesado repentinamente por una saeta melancólica, y por ese milagro que seguramente tiene que ver con eso que llamamos amor, ella ha vuelto a ser joven y yo he vuelvo a ser niño, mientras uno a uno los duraznos me son entregados, como obsequios dulces y jugosos, como me ha sido obsequiada la vida, cada una de sus horas, cada uno de sus instantes, por las mismas manos y por la misma sonrisa.

 

UN CAFÉ

Puedo medir mi vida en tazas de café. Recuerdo que tomé un café cuando llegaste, que tomé uno cuando te fuiste y tomé otro para entender que no regresarías. También tomé uno viendo llegar aquella tormenta de ceniza, en aquella ciudad, frente a aquel volcán. Pienso en un café cuando quiero entender la muerte de las cosas simples. Para recordar que sólo somos fragancia, humo y olvido. Pienso en un café. Sin azúcar, por favor. Gracias.

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