Con permiso de Franz

El escritor chuquisaqueño radicado en España desde hace muchos años, Raúl Teixidó, presentará en Sucre su nuevo libro este viernes en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, a las 10:30.

Con permiso de Franz Con permiso de Franz

José María Baptista
Puño y Letra / 12/10/2021 20:30

El escritor chuquisaqueño radicado en España desde hace muchos años, Raúl Teixidó, presentará en Sucre su nuevo libro este viernes en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, a las 10:30. En este número de Puño y Letra, publicamos los artículos de José María Baptista y de Alejandro Pereyra Doria Medina que desmenuzan “Con permiso de Franz”.

Creo, por su generosidad y la finura de su espíritu, que no hay mejor dealer de cultura que mi amigo Teixidó. Siempre dadivoso tratándose de libros, películas y sugerencias, encontrarse con él para tomar un café entraña el peligro de volver a casa cargado de material de ocio deleitable: una buena novela policiaca o tal vez un DVD con la promesa de un director desconocido. A este desprendimiento congénito nuestro autor añade una conversación atenta y una entereza de ánimo notable, incluso en tramos amargos de la vida.

Es un amigo heredado de mi madre, Beatriz, de tiempos en que ellos eran estudiantes de derecho en Sucre y jóvenes auxiliares en la Corte Suprema. Según recuerdo la anécdota, en medio de unas montañas de legajos judiciales ella sacó un día una novela de Albert Camus y Raúl, viéndola, se dijo, “esta es de los nuestros”. Creo que esa afinidad inmediata puede explicarse ya que a veces un libro es como una contraseña, un pasadizo secreto e indestructible que abre puertas entre uno y los demás. Ella dice que no han salido grandes abogados por estar hablando de libros y películas en vez de prestar atención a los juicios, pero ahora Raúl tiene oportunidad de defenderse.  

Mi amistad con él comenzó mucho después, de una forma inusual que ahora quizá viene al caso. Cumplidos los veinte, yo asociaba una cara (por las fotos de contratapa) a un escritor amigo de mis padres, un tal Raúl Teixidó, quien luego descubrí, extrañado primero y luego agradecido, sentía tal entusiasmo por el autor de La metamorfosis, que cada año enviaba por correo, en el afán de compartir su pasión, ediciones de cuentos y aforismos, biografías o ensayos sobre su obra. Tendremos al menos ocho o diez de esos libros en casa. Yo, inmerecido beneficiario de aquellos envíos, a la par que descubría a Kafka, comencé a sentir simpatía por ese hombre que desde Barcelona nos hacía regalos como si fuera un tío aventurero y extravagante. Cuento esto porque quiero decir que para mi, a partir de esa circunstancia particular, Kafka y Teixidó siempre han sido indisociables. 

Al mudarme a esa ciudad años más tarde descubrí que no era ni un extravagante ni un aventurero al uso, pues en todo caso sus aventuras suceden en un plano más intelectual y por lo general menos sórdido que la vida real. También descubrí que es un lector omnívoro, y a pesar de ello, puede decirse que sus lealtades profundas permanecen inalterables frente las embestidas del tiempo. Hay escritores y temas que lo obsesionan y han trazado hasta cierto punto, el signo de su vida. Una de estas figuras tutelares, ahora lo sabemos todos, es Franz Kafka, a quien Teixidó dedica este libro como si le pusiera en las manos su última moneda. 

La primera parte se compone de textos muy breves: “Aforismos, divagaciones y sueños”, en los cuales trata con ironía y un manejo sobrio de la paradoja cuestiones que Teixidó gusta de abordar en la literatura y en la vida, como el sentimiento de extrañeza ante un sistema irracional y opresivo o el persistente sueño de volver al tiempo de las oportunidades perdidas, poder contar la nostalgia de lo que nunca pudo ser. Hay entradas más luminosas que otras, incluso alguna optimista, pero en varias asoma el desaliento, principalmente por el olvido que “nos engullirá a todos, como una ciénaga”, como sentencia el padre déspota, personaje que nadie duda, remite al propio padre de Kafka. 

Los kafkianos o kafkólogos recordarán que, en algún lugar de su diario, un Kafka críptico se hace una advertencia: “También tú tienes armas”, escribe. En uno de estos aforismos, de los que se tensan hacia lo afirmativo, Teixidó le da un colofón a esa frase rematando: “una página en blanco es un enemigo a batir”. En todo caso, ambos saben que su arma frente a la vida es la escritura. Más de uno de estos personajes (como su autor) se lamenta por su supuesta “incapacidad para afrontar la vida”, pero en verdad quien escribe estos cuentos ha entendido que la única manera de afrontarla es escribiendo, que la única liberación posible es mediante la escritura. 

Entre las virtudes mayores de este libro, veo la brevedad y la concisión. El conocimiento profundo del autor homenajeado y sus procedimientos se ve en el uso de una prosa directa y descarnada, que puede llegar a ser cruel en ciertos relatos. Pienso en “El mal menor”, en “Niños” o “En el lago”, donde además se subvierten conceptos amables y un felino asustado se convierte en un antropófago voraz, los niños se vuelven animales brutales y los vacacionistas de verano, violentos verdugos. La elipsis, por otra parte, es un recurso utilizado a menudo y con inteligencia. De hecho, la elipsis y la síntesis son dos procedimientos decisivos en estos relatos breves, pues neutralizan todo ripio innecesario y esconden los nexos de lo que quiere mantenerse oculto. Cada decisión elíptica fortalece la superficie visible del texto, como en el cuento “Mutación”, en el que no se cuenta la transformación del personaje en roedor hasta la última línea. Los silencios oportunos delimitan, resaltan por contraste lo que sí se ha declarado: “hace unos años, sufrí en carne propia un horrendo e inexplicable percance que me apartó del mundo” (p.37).  

De esto trata también lograr la consabida atmósfera kafkiana. Además de echar mano a la fauna del asfalto como personajes (ratones, topos, insectos) o duplicar escenarios característicos de su imaginario que facilitan la percepción de un poder opresivo, como una corte, unos juzgados o un enclave militar, el narrador impregna sin cesar el aire que respiran sus personajes de un sentimiento de angustia y una sensación de soledad y fragilidad.

El buen oficio de Teixidó sale a relucir en la hechura de sus personajes, que no son presentados morosamente: más bien actúan. Una descripción precisa basta para echarlos a andar. Luego, la economía de lenguaje acompaña sus acciones (siempre irrevocables) hasta el desenlace lógico o ilógico de la historia, que muchas veces es la muerte. 

No es casual, conociendo a su autor, que varios de estos cuentos tengan a un protagonista de “edad mediana” o de treinta y cinco o cuarenta años. Tipos modestos y bonachones que están en medio del camino de la vida y de repente ven trastocada su existencia por una transformación: un viaje, un cambio de trabajo o la muerte de alguien cercano. Igual que en la vida real. A partir de ahí el sendero se bifurca, una decisión es tomada y por tanto otra posibilidad se cancela, y de ese imposible yo, fantasmal y paralelo, puede brotar, como dice Teixidó, una pesada carga: “remordimientos, nostalgia, incertidumbre”.  

Sin embargo, llevar esa carga no significa una capitulación ante la vida. Otro aforismo dice: “Aceptar el mundo tal como es implica una peculiar forma de heroicidad, ajena a mi naturaleza”. Aquí el autor se divierte e ironiza invirtiendo la cobardía por el heroísmo, siempre en sintonía con su naturalidad, pero también aparece la prueba de que todavía hay insatisfacciones crónicas que le exigen una respuesta, y un sentido ético inexpugnable en sus acciones y su escritura.

Un bonus de este breve libro, pues la intertextualidad siempre enriquece cualquier lectura, es que funciona como una caja de resonancias donde se escuchan ecos de otros escritores influidos por la estela del escritor de Praga. En un cuento como “Mutación” veo condensadas las fantasías ratoniles de Sam Savage, en “La Fortaleza”, el absurdo de Dino Buzzati e incluso en relatos como “Habitación 21”, sombras de viejos cineastas como el francés Henri- Georges Clouzot. 

Para terminar con altura, algunos aconsejan una cita y yo quiero hacerlo con unos versos de Fernando Pessoa, otro personaje kafkiano, que me recuerdan a Teixidó y lo que ha hecho con este libro: “Para ser grande, sé entero: nada/de lo tuyo exagera o excluye. Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres/ En lo mínimo que hagas. /Así en cada lago la luna toda/brilla, porque alta vive”.

 

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