Vadik: “Sucre me llena el corazón, y arruina mi hígado”
Conversamos con Vadik Barrón, poeta y cantautor ruso/orureño, quien nos habla de los premios, los desplazamientos, la poesía y, cómo no, de Sucre.
Vadik Barrón es músico y es poeta. Ha ganado los tres premios más importantes de poesía en Bolivia, a saber el Yolanda Bedregal, el Franz Tamayo, y el último, el que le faltaba, el Edmundo Camargo, que lo ganó el 2021. El poeta nacido en Rusia tiene una larga relación de amor con Sucre, a la cual ha compuesto una canción para su institución superior, el Instituto Siquiátrico, que se llama, como no podía ser de otra manera, “Hotel Pacheco”. Para retomar nuestro diálogo inacabable con Vadik Barrón, el poeta y el músico, le lanzamos al vuelo tres preguntas:
1.- Tienes los tres premios más importantes de la poesía boliviana. Del Yolanda Bedregal al Edmundo Camargo, dinos, ¿cuál ha sido la distancia poética recorrida?
V.B. Ha sido un aprendizaje constante, un diálogo permanente conmigo mismo, con el mundo como experiencia y como concepto, y con el paso irrefrenable del tiempo sobre el cuerpo y la mente. He intentado transmitir ese proceso. Y ha sido un placer, hay que decirlo, porque escribir me parece una consecuencia natural del goce de leer, y es una suerte que te publiquen, que te lean, que te den reconocimiento, mediático y económico, porque está bien jodido que te paguen por escribir. Así que sobre todo este camino significa la fortuna enorme de crecer y aprender ante los ojos de la gente que nos lee. Aunque sea poquita. Y los premios se celebran. Como la vida, donde tampoco se gana todos los días.
2.- Te moviste de La Paz a Cochabamba, antes caminaste por Berlín una temporada, ¿ahora dónde andas? El desplazamiento físico y emocional, el viaje, qué papel juega en tu obra tanto poética como musical.
V.B. Siempre me atrajo el viaje, la distancia, lo nuevo, el empezar de cero. Y lo mucho que puedes aprender de ello: la adaptación, el anonimato, la identidad, la nostalgia, los afectos. Y sin planearlo me fui moviendo de Oruro a La Paz, a la Habana, a Sao Paulo, a Berlín, ahora a Cocha, donde me siento un poco jubilado por "la calor". Creo que esa dislocación, como dices ya sea física o emocional son materia prima para generar arte. Si estás en ello. A mí me ha dado mucho que procesar y decir. De alguna forma me siento un poco fuera de lugar adonde quiera que voy, pero ya se ha hecho parte de mi vida.
3.- La última vez que nos vimos fue en un boliche de Sucre, una noche en la que se celebraba el cumpleaños de Charly García y fue una guitarreada interminable con muchos amigos que fueron a verte y a escucharte. Sucre te quiere, ¿qué relación sientes que tienes con esta ciudad?
V.B. Lindo es pues Sucre. Entrañable por las grandes amistades que he tenido la suerte de cultivar estos años. Siento que algo muy interesante y original surge de allá en cuanto al arte y la cultura. Una estética de alto vuelo que no llega a valorarse en su dimensión exacta por esa manía del eje troncal y la flojera de viajar 12 horas. Y he encontrado un público muy receptivo a lo que hago. No en todas partes terminas el concierto y te vas a farrear con la audiencia que está conformada por gente que admiras y quieres. Esa es la ciudad de Sucre con la que me quedo y a la que vuelvo feliz. Sucre me llena el corazón y la panza, y arruina mi hígado, y le debo historias memorables.
Un poema de Mosaico, ganador del Edmundo Camargo
UNA CASA
He aquí una casa:
un poco un búnker,
un poco un exoesqueleto de piedra.
Mitad país de las fantasías,
mitad domicilio legal.
Una casa se erige sobre el hielo calloso,
despues del prolongado bostezo del fuego
o junto a un hormiguero industrioso.
Una casa es la puerta abierta de un abrazo
o la paz de los pestillos pasados.
Una casa, como la alondra o la caguama,
migra en los mapas concéntricos del tiempo,
flota como un globo aerostático
sobre la acuarela del horizonte
y aterriza sin estruendo en un páramo asolado.
Los habitantes de la casa
abren la puerta y hallan su lugar en el mundo,
o no,
y entonces retornan a la penumbra de la rancia casa,
y hallan su lugar en el mundo,
el amparo del silencio,
el justo recoveco de la sombra,
la soledad anatómica.
Una casa es ante todo un cuerpo,
una sensación, un anhelo vital.
Una casa existe en nuestra imaginación
todas las tardes de aves cantarinas
y sus muros nos abrigan,
su luz interior nos previene de las fieras,
su aroma a cocido penetra cada bocanada de aire.
Una casa es la expresión de un deseo combado,
la irrefrenable proliferación de los huesos en la fecunda tierra.