De la naturaleza y el amor

Ernesto Flores Meruvia nos envía un artículo sobre la presentación del libro “Historias quechuas de la naturaleza y el amor. Para tenor y piano”, de Daniel Álvarez Veizaga, y sobre su concierto estreno.

Presentación del libro “Historias quechuas de la naturaleza y el amor. Para tenor y piano”

Presentación del libro “Historias quechuas de la naturaleza y el amor. Para tenor y piano”

Presentación del libro “Historias quechuas de la naturaleza y el amor. Para tenor y piano”

Presentación del libro “Historias quechuas de la naturaleza y el amor. Para tenor y piano”


    Ernesto Flores Meruvia
    Puño y Letra / 14/02/2022 00:03

    ¿Cuánto de amor hay en la naturaleza? ¿Cuánto de natural hay en el amor?

    A bien de la humanidad, no hay respuestas definitivas. Pero el impulso humano exhorta un acercamiento. Y no existen puentes más perfectos que los de la música y la poesía. El libro de Daniel Alvarez Veizaga, “Historias quechuas de la naturaleza y el amor. Para Tenor y Piano”, es una invitación a pasar por esos puentes que acercan a tales ideas complejas. Desde sus cinco obras ofrece una gran cantidad de visiones, imágenes, sentidos y sentimientos sobre el amor y la naturaleza, entre otras cuestiones.

    Publicado por la Editorial 3600 y con el patrocinio de los esposos María Teresa Rivera y Jan H. Stahlie, el libro se presentó el jueves 27 de enero de 2022 en la ciudad de La Paz, a la vez que tuvo lugar un concierto magnífico en el que se tocaron las cinco obras para tenor y piano que se pueden encontrar en la publicación de Daniel. Como invitado especial del recital se contó con la presencia del tenor Carlos Diego Sarmiento Flores El libro constituye el numero XXXIII de la colección “Compositores Bolivianos”. Asimismo, en palabras del director de la editorial, Marcel Ramirez, es, formalmente, la primera publicación de un texto de tipo musical, siendo también la segunda obra publicada en lo que va del año 2022. Con un aforo completo, entre los invitados se encontraban renombrados músicos como los compositores Gastón Arce Sejas, Patricia Bedregal Velasco y Ramiro Soriano Arce, de quien se interpretó Cueca para Simeón, además de la eximia pianista Grace Rodríguez Radic. El presidente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (institución patrocinadora), Luis Oporto Ordoñez, también estuvo presente.

    A invitación del propio protagonista, tuve la dicha de estar el día de la presentación y concierto que se realizó en el salón Tiwanacu de la cancillería. Recuerdo que al sentarme y abrir el programa quedé especialmente asombrado. Vino una sensación de satisfacción anticipada, puesto que el repertorio escogido para esa noche era de exquisito gusto. La primera parte arrancó con la sonata para piano Les Adieux de Beethoven. Una lectura sumamente acertada de Daniel para la interpretación, pues fue una ejecución soberbia, impulsiva y humorística. El humor, que es a veces tan difícil de captarlo, en Beethoven es un rasgo de belleza. El desliz que Alvarez hacia entre las notas, sobre todo del primer y tercer movimiento, me parecieron proporcionar un discurso provocador al público: una invitación a hervir la sonrisa para sus adentros. Porque el humor artístico, el buen humor, no contagia risa y, usualmente, tampoco dibuja una sonrisa; sino que actúa como una pluma que cosquillea el temperamento. El manejo del coraje fue también notable, tanto en la sonata como en el Estudio Trascendental Mazeppa de Liszt que seguía el programa. En los momentos de súbito cambió de dinámica o frenético silencio uno sentía como el tren de la ejecución lo acercaba al precipicio, pero Daniel no dejaba caer los vagones al abismo. Se entendía, pues, que el silencio podía llegar a ser la nota más importante de la música. Para finalizar, la maravillosa Cueca para Simeón de Ramiro Soriano Arce fue tocada de tal manera que ambientaba una atmosfera especialmente conocida y nueva a la vez. El sustrato atávico que traía la cueca a la cancillería jugó el papel de un perfecto punto final para la primera parte y un enlace estratégico de preparación al público para la segunda, en la que vendrían las cinco obras compuestas por Alvarez.

    Intillay (Arawi) es una obra que trata del Dios Sol. Al escucharla, en el concierto, se pudo sentir principalmente tres temáticas: del ardor, del brillo o luminosidad y del bien que trae consigo a la vida. Oyendo los arpegios de la música uno se imagina los rayos, cual flechas penetrantes, como dice el poema. Los especiales acordes que se van dando son el brillo, y la vida que se enciende de su santo ardor y postrera savia es reflejada en el canto recitativo de Diego.

    Luego llegó Qanmikanki (taki). al que calificaría de una confesión sufrida de amor, una total entrega ante una figura aparentemente inalcanzable: la más hermosa de las flores, la más pura de las aves, el resplandor supremo de todas las estrellas. Las declaraciones iniciales están acompañadas de una música que, aún en Allegro Danzante, transmiten un aire abatido de serenidad, casi como la resignación de alguien que ha ensayado lo que va a decir: elogio y menosprecio. Súbitamente escucho las semifusas, se entiende una tensión en las cuatro paredes del salón. El tenor se calla por un breve instante. Algo se va a decir; algo se quiere decir; se debe decir. Es un pasaje rápido que va animando a la voz. Se viene una declaración. Una entrega: “Kausaynipa kausayninmi” (“Mi vida es tuya y tuyo es mi amor”). Un juego musical de opuestos. Casi como un poema sinfónico. La imagen, más que aparecerse, se siente y se empatiza con el resignado, con la declaratoria y con ese amor que parece estar destinado a la eterna espera.

    Aqurakichu (Arawi), de una brevedad y suficiencia cabal, admira porque juega un papel, sobre todo, reflexivo. Quizá gracias a su tiempo Lento, en el concierto, fue un baño de interrogantes necesarias y penetrantes, así se sentía. Primero un pasaje de semicorcheas, luego un conjunto de acordes: una pregunta o suposición, y un tiempo para asombrarse, impactarse o anonadarse de ella. Sin embargo, para el rechazo o la aceptación no existía presiones, el canto planteaba, con serenidad, cuestiones retóricas, a veces ambivalencia: “será…”, “tal vez…”. El cambio anímico de la música marcó el final de la incertidumbre, con ello también el público del concierto. Con aire de cueca empiezan las seguridades: “Unuyrirpu” (“Eres el engaño”), “Yakuyrirpu” (“Eres la trampa”). Todos en la cancillería descubrimos algo, un culpable o una culpa. En casos, sin saber quechua supimos.

    Escuchar …nispa… (Taki) fue toda una aventura. Un Ulises que ha perdido a su Penélope. La música me transmitía desesperación: un piano ansioso y el tenor que soltaba fraseos, pasajes, en medio de la desesperada búsqueda. Por supuesto que el texto traducido dice otra cosa, pero cada vez que escuchaba a Diego me imaginaba decir: ¿dónde está?; no la encuentro, ¿dónde está? Luego seguía buscando. El piano era la señal. Casi todo el tiempo sonando las quisquillosas teclas, me daba a entender, violentamente, que la pesquisa seguía en su vigencia: las notas me agarraron de los hombros, me sacudían desesperadas por no encontrar a su paloma de luz. Dos veces me susurró la voz, se sentía en el oído, con extraña calma: “nispa” (“diciendo”), diciendo. La letra de esta obra de Daniel mecánicamente trajo a mi memoria el bailecito popular “En el Prado”.

    Finalmente: Para (Arawi). Considero esta la mejor obra de las cinco, tanto en música como en poesía. Una tierna melancolía y una pena sutil, delicada, que el sonido vertía como cántaro de emociones a los presentes, construyeron una imagen particular en mi mente, probablemente la más fuerte y lúcida de todas las que vinieron en el concierto. Una llanura infinita, las altipampas. Un hombre, un indígena de lo más solitario, lagrimeando. El cielo rebalsando de nubes. Un gris pintado en lo alto que no falta de ganas para llorar. Un rencor profundo hacia las contadas montañas, porque de ellas es la culpa. Tienen la culpa de mostrar en su finitud lo infinito del mundo. He ahí el dolor por la imposibilidad natural de conocerlo en su totalidad. Sin embargo y, sobre todas las cosas: amor. Y después de haber maldecido la noche aquella en que nació, el habitante del altiplano escucha tres acordes del piano, como final de una sentencia propia. Genialidad de obra.

    Después de semejante estallido de imágenes y emociones, tras el estreno de las cinco piezas de Daniel, dos poderosos lieder de Richard Strauss (Cäncilie y Morgen) y de Eduardo Caba cerraron pomposamente el concierto. Los aplausos invadieron el salón Tiwanacu. Luego de una efusiva ovación, hablé con Marcel Ramírez. En ocasión a la publicación y al consagrarse con ella la Editorial 3600 como la única que actualmente apoya la producción de textos musicales, pregunté sobre el futuro de este rumbo que podía dar con su continuidad. El respondió que sí, el propósito de la editorial es el de difundir toda la producción boliviana posible, con el interés principal de dar cabida a las nuevas voces, las nuevas plumas del país. Claro que el catálogo literario es la especialidad, pero cuando se presentan estas oportunidades, el equipo de 3600 lo recibe con mucha alegría, emoción y gusto. Comentó que Miguel Carpio (pianista y autor de la editorial) fue quien le dio a conocer la intención de publicar de Alvarez. Marcel manifestó una satisfacción enorme con el trabajo realizado, pese a la delimitación de recursos y a las estrategias de distribución que deben ser bien pensadas.

    Los poemas que pueden encontrarse en el libro son anónimos, fueron recopilados por J.M.B. Farfán, Filiberto Condori y dos de la Colección Méndez. Se encuentran publicados en La Poesía Quechua de Jesús Lara. Charlando con Alvarez después del concierto, me contó cómo surgió el libro. La primera canción de las cinco en ser completada fue Aqurakichu, un Arawi, que, a partir de una conversación sostenida por Daniel con el músico orureño Bruno Dragomir Petricio fue musicalizada en la madrugada del 8/04/2020, en plena pandemia. Esa primera composición era parte, en ese entonces, de la Suite Cuarentenal (obra premiada del concurso “Ideas Creativas” de la FC-BCB). Posteriormente, gracias al interés del tenor argentino Rafael Montero, completó por encargo el ciclo de las cinco canciones quechuas en enero del 2021. ¿Por qué el quechua? A ello Daniel confesó la inspiración de la lengua por medio de su madre, que hablaba muy bien. Recuerda que, mayormente, ella sostenía conversaciones con su abuela y no tanto con él. Sin embargo, algunas palabras, frases y, sobre todo, la sonoridad podía reconocer. La labor para este ciclo, nos cuenta Daniel, fue hecho principalmente sobre los poemas quechuas, que los había ya escogido. En la musicalización se ha trabajado de forma abstracta con las consonantes y vocales del texto, así como dejándose llevar por la misma consistencia narrativa de la poesía. Los mismos títulos también fueron escogidos por Alvarez, en base a que palabra llamaba más a su sensibilidad y comprimía el significado de los poemas.

    Con una bella portada, Wara (óleo) de Orlando Alandia, el libro de Daniel Alvarez Veizaga: Historias Quechuas de Naturaleza y el Amor. Para Tenor y Piano, está disponible en la tienda virtual de la Editorial 3600, en algunas librerías principales del país y también se lo puede obtener por medio de contacto directo con el autor vía Facebook, Instagram o por el siguiente enlace: www.alvarez-daniel.com.

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