Adela Zamudio, la letra y la lira

Con un nuevo 8M, Día Internacional de la Mujer, en puertas, la escritora cochabambina Jacky Mejía nos envía un artículo que recupera la figura e importancia de la obra de Adela Zamudio.

Adela Zamudio, la letra y la lira Adela Zamudio, la letra y la lira

Jacky Mejía
Puño y Letra / 21/02/2022 03:10

“Una mujer bien leída es una criatura peligrosa”

Lisa Kleypas

La lectura cercana de la poesía de Adela Zamudio (1854-1928) revela mucho no solamente acerca de la escritora sino del tiempo en el que ella vivía: a pesar de que muchos de sus versos se concentran en temas como el amor y la naturaleza, entrevemos, también, el imaginario de la sociedad decimonónica cochabambina: un modelo social patriarcal y paternalista que “tendía a controlar sus discursos y prácticas, en provecho de la armonía y de la reproducción de la sociedad” (Albornoz, 1997, pág. 163). Y es que en esta época, la naturaleza femenina se concebía desde una visión heredada de la Edad Media: la madre, encarnada por la Virgen María, y la seductora, representada en Eva. En este sentido, todas las mujeres eran percibidas como menores de edad que precisaban de la tutela de un hombre adulto, bajo el supuesto de que no poseían las facultades requeridas para tomar sus propias decisiones. Así, la mujer soltera, esta se hallaba sujeta a la patria potestad o, faltando este recurso, a la potestad de un tutor, hasta el momento en que se casara, cuando pasaba a la tutela del marido. En caso de no hallar marido terrenal, la salida honrosa era convertirse en una Esposa de Cristo. De acuerdo a las expectativas sociales de la época, las mujeres debían cumplir dos roles fundamentales: “la reproducción y la subordinación al varón” (Bridikhina, 1997, pág. 14). En otras palabras, si no se hallaban en la casa, debían hallarse en el convento: el espacio público era el monopolio exclusivo del varón

El siguiente extracto del manual de modales, La Perfecta Casada, de Fray Luis de León captura perfectamente esta percepción todavía vigente en el siglo XIX: 

… así como a la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico, así les limitó el entendimiento, y por consiguiente, les tasó las palabras y las razones (…) han de guardar siempre la casa y el silencio. (León, 1583)

¿Qué hubiera dicho Fray Luis de León de Adela Zamudio, una mujer independiente, soltera quien, además, escribía y publicaba, sin temor a generar polémica ni a enfrentarse ella sola al monseñor Francisco Pierini ni a la Liga de las Señoras Católicas? No se necesita mucha imaginación para hacerse de una idea.  Sin embargo, su singularidad vino a gran costo, como lo demuestran varios de los textos de la autora. En estos, resulta claro que ella comprendía la naturaleza performativa de la aceptabilidad social, una puesta en escena donde es más importante la imagen personal de virtud cuidadosamente labrada y proyectada. Cito un fragmento de su poema “Baile de máscaras” para ilustrar:

La vida es un gran baile/con antifaces/en que todos los hombres/usan disfraces/y en el que todos/se adornan de oropeles/de varios modos (…) Baile en que toma entrada/todo el que nace,/ y en que es imprescindible/que se disfrace;/ y en que bailando/las horas y los años/ pasan volando./ En el baile del mundo/nuestra alegría/es traje deslumbrante/de fantasía/ con que cubrimos/ la incógnita tristeza/que reprimimos  (Zamudio, 1887),

En otro poema, “Peregrinando”, Zamudio abiertamente expresa que ella no engrana en este juego social, considerándose una nota discordante en la ficción de la armonía social: 

También yo, de mi lira destemplada/las notas quejumbrosas/Vengo a mezclar al mundanal concierto,/ Un alma delicada/ entre esta multitud, se halla tan sola/ como pudiera estarlo en un desierto. / Soñar una región más elevada,/ Amar un ideal y resistirse/ A festejar este sainete humano/ que danza sobre el fétido pantano;/ Asfixiarse en el aire nauseabundo/ de un bajo, estrecho y miserable mundo./ Es ser maldito, odiado, escarnecido;/ ¡Ay de aquel que se aparte/ de la infame algazara!.../ Se le llama rebelde y renegado/ Y se le arroja ciénago a la cara. (Zamudio, 1887),

Y, aunque forma parte de la sociedad, Adela Zamudio se rehúsa a ser cómplice, y participa de esta bajo sus propios términos. Vuelvo a citar “Baile de máscaras”:

 ¡Qué horrible procesión la que acompaño!/Sus roncas carcajadas me hacen daño./ Yo no puedo, no puedo/ ponerme la careta del engaño/ Y hacer de esos dichosos un remedo. (Zamudio, 1887) 

Dada esta consciencia de hallarse en el margen, entonces, no resulta sorprendente su elección de pseudónimo: “Soledad”, condición que ella, negoció a través de la escritura, práctica que ella utilizó para resistir las percepciones sociales anacrónicas de la mujer y la feminidad, y para llegar a nosotros, a nosotras, más de siglo y medio después, y hablarnos con palabras que hoy todavía resultan válidas. 

Es innegable que ella ha sido uno de los cimientos sobre los que se han fundado las letras bolivianas a lo largo de generaciones ¿Acaso es coincidencia que en Bolivia tengamos, hoy, la cantidad de escritoras y artistas mujeres más elevadas de la región? Y es que, alrededor de Soledad, se ha construido una sororidad de poetas, escritoras como Yolanda Bedregal, Virginia Estenssoro, Hilda Mundy, Blanca Wiethüchter,  y artistas como Marina Núñez del Prado, María Luisa Pacheco, Aldair Indra, Valia Carvalho, Erika Ewel, Angelika Heckl, que, de una forma u otra, han encontrado inspiración en sus palabras y vida.

Adela escribía para el futuro, para nuestro presente. Adela le habla a esa niña que ella una vez fue, que una vez fuimos, que somos; le dice que podemos cambiar, que no tenemos que someternos a los mitos desgastados, a los mandatos familiares, a las leyes patriarcales, a los legados a los que nos tienen acondicionadas al silencio y la invisibilidad, al horror de vivir condenadas a la mirada ajena, a vivir pidiendo permiso para pensar, para decidir para actuar para alcanzar y lograr. y perdón por ser inteligentes, por ser exitosas, por tener y querer un mejor cargo, por no depender ni marital ni económica ni emocionalmente de nadie. No faltará un patriarca que, al sentir amenazada su masculinidad, intente anular la palabra de las mujeres que hablan y piensan, que se animan a recuperar a Adela y tejer, desde ella, la sororidad, tendiendo puentes sobre años, décadas, siglos de silenciamiento femenino descartando la autodeterminación de las mujeres y reduciendo este texto –fundamentado en correspondencia de la autora con insignes intelectuales contemporáneos suyos así como en una lectura profunda de su obra - y otros similares como una sobreinterpretación de la obra y el legado de Zamudio. A pesar de estos intentos de monopolio falogocéntrico, en línea con los de los varones decimonónicos y de principios del siglo pasado a quienes ella debía enfrentar cada vez que se animaba a publicar o a tomar la palabra en público, nada pueden hacer ante el hecho contundente: Todas somos Adela. Y esto lo digo desde mi vivencia personal: es gracias a Adela Zamudio que he podido salir de la sombra, del silencio complaciente que sirve para hacer más cómoda la vida del patriarcado y sus cómplices, y es por ello que celebro este nuevo Día de la Mujer, sabiendo que no estoy ni estamos solas: formamos, todas nosotras, hilos y nudos fundamentales en el tejido de la sororidad.

Bibliografía

Albornoz, P. e. (1997). Mirar por su honra: Matrimonio y divorcio en Cochabamba, 1750-1825. Anuario, 151-163.

Bridikhina, E. J. (1997). Las esposas de Cristo: Vida religiosa y actividades económicos en los conventos de Charcas del siglo XVIII . La Paz: Ministerio de Desarrollo Humano.

León, L. (. (1583). La perfecta casada. España. Recuperado el 11 de octubre de 2021, de http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-perfecta-casada--1/html/ffbbf57a-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html

Zamudio, A. (1887). Fragmentos. París: P. Ollendorf.

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